Ni en su dimensión personal-social ni en lo que implica para quienes participan de estos procesos, el perdón y la reconciliación son sinónimos. Pero ambas son nociones que necesitamos analizar para poner sobre la palestra una cuestión crucial: el mal no solo necesita ser analizado, sino también reparado.
¿Es inevitable llegar siempre tarde para detener el mal del que somos contemporáneos? Respecto de la respuesta que damos a las víctimas, el filósofo Joan-Carles Mèlich afirma que «llegamos demasiado tarde y nos vamos demasiado pronto»1.
Se necesita tiempo para que los testimonios de las víctimas sean realmente escuchados y formen parte de la memoria colectiva como un recuerdo vivo de lo ocurrido. Se necesita tiempo para reconocer y tolerar la verdad del propio pasado. La memoria, tanto individual como colectiva, se toma su tiempo para integrar el daño de las víctimas y la culpa de los victimarios. Dedicar ese tiempo a los procesos de sanación no es perder el tiempo, sino tratar de llegar a tiempo.
Hay que mirar al pasado, conocerlo, intentar comprenderlo, para afrontarlo y abrir las fronteras de lo pensable y de lo posible hoy, a la luz de pasados que nos enmudecieron o que fueron silenciados. No hay forma de saber con certeza cuál es el momento más adecuado para perdonar, o cuál es el tiempo oportuno para olvidar; no existe para ello una técnica que se pueda aprender ni ejercitar. Aunque, si hablamos del daño, podemos decir que el perdón siempre llega tarde, pues la pregunta por él se da porque ya se ha producido la herida.
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