Dice la filósofa y poeta Marifé Santiago Bolaños que Marina Tsvietaeva advierte sobre aquellos libros que, si no los escribes, acaban por hacerte daño. Y ese daño que produce la palabra ausente procede de una voz que quiso, alguna vez, contar su relato de vida sin miedo a tener que enmudecer antes de llegar al final. Esos libros no escritos, aunque estén destinados a ser leídos, nos traen la nostalgia del silencio purificador capaz de abrir puertas clandestinas, tragaluces que escudriñan tiempos y lugares suspendidos en el recuerdo y que, en su paciencia inmemorial, a-guardan a quien se atreva a encenderlos de un soplo.
Hay libros como antorchas que basta con abrirlos para ver cómo la llama asciende y el humo nos disuelve en el ritual ancestral de congregar imágenes que después resultarán en hilos finísimos de pensamiento. Reflexiones a la orilla del tiempo. Algunos tés imprescindibles es uno de esos libros afortunados. La esencialidad de todos los tés aquí reunidos, como aguas aquietadas en el momento del desvelamiento, radica en el esfuerzo ímprobo de «imaginar cómo se hace para salvar tantos sueños desorientados en las orillas del mundo».
En la ceremonia del té, el pensamiento se detiene, se despereza con la precisión que todo inicio requiere. Se abre, para el lector de las hojas de té, un paréntesis litúrgico en el trascurso de la cotidianidad: «El té exige un instante de silencio». Y ahí, en la lumbre del silencio, el humo que sale de la tetera empieza a entonar una cierta melodía:
«Ha bastado escuchar la canción de la memoria de esta última década, que es más o menos la que abarca su escritura. Siguiendo el hilo entregado a la entrada del laberinto, he seguido la danza del corazón en su dibujar mapas de nuestra biografía, con su gravedad y su gracia, con sus delirios y sus destinos».
Reflexiones a la orilla del tiempo
En trece canciones, trece salmos de liberación, la filosofía del libro de Santiago Bolaños se va cociendo en un caldo que bien bebe de la razón poética de María Zambrano y de ese saber de experiencia que busca la reconciliación con el pasado, sabiendo que la tabula rasa arrastra consigo cámaras de tortura y cuerpos calcinados, y que solo el recorrido por los ínferos de la historia, desvelando aquellas entrañas todavía en penumbra, ayudará a construir, piedra a piedra, voz a voz, un lugar posible de convivencia. El filo que recorre el libro del primer al último té no podría ser sino una pregunta afiladísima:
«¿Cómo se conserva tanta grandeza?, ¿cómo se guarda este capital simbólico capaz de concebir un espacio de lo común donde no quepa nada más que la justicia?».
La filosofía de Marifé Santiago Bolaños se va cociendo en un caldo que bien bebe de la razón poética de María Zambrano y de ese saber de experiencia que busca la reconciliación con el pasado
De ahí se pide que las trece estrofas del libro tengan carácter fundacional, de creación de una inmensa biblioteca, un «templo laico de la libertad», en donde poder, al fin, conservar, como piedras preciosas rescatadas de la barbarie, los cantos de los muertos y de los vivos que esperan aún su turno para narrar un relato zurcido con el empeño de que la historia y sus desaparecidos dejen de hacernos daño. Bolaños, en su labor de pescadora de perlas que desciende hacia el fondo del mar en busca de tesoros imprescindibles, es la primera en colocar en las estanterías todos los libros que ya no duelen:
«Pensaba en el misterio de estas bibliotecas, en su poder, en la obligación, por tanto, de que invadan los territorios de la mentira. Y en la fuerza de su latido allá donde una infancia triste y una infancia feliz las convocan».
Rainer Maria Rilke, Juan Gelman, María de Pablo, Marina Tsvietaieva, Edmond Jabes, Marcel Proust, Joseph Roth, Antonio Machado y voces más actuales como las de Esther Bendahan, Victoria Subirana, Rose Duroux y muchos más, muchas más sombras anónimas esenciales, viajan sin billete y en segunda por Cracovia, la mítica Sefarad, Morriondo, Madrid, Segovia, Toledo, Estambul, México, Nairobi…
Todas, cada una a su manera, son maestras que no se resignan a resignarse, exiliadas del mundo, habitantes de las orillas y de las fronteras que han elegido la «vocación del sin embargo», fundadoras de otra manera de estar y de ser en las circunstancias, peregrinas que recorren con la razón las heridas del mundo «tatuadas en sus cuerpos». Todas, cada una a su manera, «construyen, con sus propias manos, el hueco donde ha de caber la historia».
En uno de los tés del misterio, el té kashmit tschaï, se nos aparece una de las protagonistas, la «dama oculta» que custodia la tumba del poeta Antonio Machado en Colliure. Por la noche, cuando el silencio vuelve, «esta dama atraviesa la materia y limpia la tumba de Machado. Hojas de los árboles, polvo de los caminos del mundo, soledad o bruma…». Con el mismo celo de quien trata con lo sagrado, la dama ordena los poemas y los objetos sentimentales y simbólicos que los visitantes dejan sobre la lápida de un español que se quedó en los intermedios de su exilio.
Muchas son las voces que encontramos en las páginas de este libro: Rilke, Marina Tsvietaieva, Marcel Proust, María Zambrano, Antonio Machado…. Todos, cada uno a su manera, «construyen, con sus propias manos, el hueco donde ha de caber la historia»
Aquella ceremonia callada de héroes domésticos en tiempos de oscuridad, que cuidan de que «lo imprescindible» no desaparezca y de que «lo inhumano no traspase el umbral de lo humano», restituye el valor de la palabra no escrita, aunque no por ello perdida, pues se musita a sorbos espaciados mientras dure el recuerdo y mientras existan rastreadores de historias aún sin contar: «Sueño promesa y memoria: en la profunda oscuridad está la fórmula del perfume y la asible cábala del cosmos».
Reflexiones a la orilla del tiempo. Algunos tés imprescindibles es un libro bello, profundo e inclasificable, pues dialoga sin interferencias con la autobiografía, la poesía, la política, el pensamiento, la justica, la ética y la estética. Las evocadoras ilustraciones de Marga Villaverde que iluminan el libro, delicadas como las bolsas de té o como los cuencos de porcelana japonesa, crean espacios para el gusto y para la ensoñación que surge tras el roce de la mirada con la forma. Sin duda, es uno de esos libros imprescindibles que, si no los lees, te hacen daño. Inciden en el dolor de la pérdida de la esperanza.
Los tés que aquí se sirven cuidan de que no se apague, todavía no, la luz tenue del «candil que brilla en los filandones de la angustia» y que anuncia, a destellos, el por-venir: «Quita el frío de la historia, convierte los exilios del corazón en una matria. Aunque todo esté oscuro y se hayan arrancados renglones indispensables del libro de un pueblo, este té da fuerza para aguardar a la aurora».
Deja un comentario