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¿Cómo es la sociedad del cansancio que retrata Byung-Chul Han y por qué interesa leerlo?

El galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de este año, el filósofo Byung-Chul Han, teoriza sobre la sociedad del cansancio en la que vivimos, donde no podemos pararnos a pensar y nos autoexplotamos en pos de la productividad.

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El cansancio, para Han, es una categoría central de nuestro presente. Diseño realizado a partir de la fotografía del filósofo surcoreano Byung-Chul Han realizada por Isabella Gresser.

El cansancio, para Han, es una categoría central de nuestro presente. Diseño realizado a partir de la fotografía del filósofo surcoreano Byung-Chul Han realizada por Isabella Gresser.

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Cansado de recorrer el mundo solo, como un gorrión en la lluvia

La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han (Herder Editorial).
La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han (Herder Editorial).

A finales de 2023 se hizo viral en redes sociales una imagen extraída de la película La milla verde, de 1999, considerada una de las grandes de la historia del cine. En esa imagen, uno de los personajes, John Coffey, un preso condenado injustamente a muerte por violación y asesinato debido a prejuicios racistas, le dice a Paul Edgecomb, jefe de los guardias del corredor de la muerte: «Estoy cansado, jefe».

Este es el fragmento completo en su doblaje al castellano: «Estoy cansado, jefe, cansado de recorrer el mundo solo, como un gorrión en la lluvia. Cansado de no tener un amigo con quien estar, que me diga a dónde vamos, de dónde venimos y por qué. Cansado de las personas que son feas con las otras. Estoy cansado del dolor que siento y oigo por el mundo cada día. Hay demasiado dolor, son como trozos de cristal en mi cabeza que no puedo quitarme. ¿Puede entenderlo?».

Pese a lo dramático de la situación de Coffey y la enorme carga emocional de la escena, la imagen saltó a las redes sociales en clave de humor. Pero un humor oscuro, que no conseguía enmascarar lo que se está convirtiendo en el grito de una generación. «Estoy cansado» es una frase que no paramos de escuchar y repetir. Estamos cansados. Cansados como Coffey del dolor del mundo y de ver imágenes terribles todos los días que recorren el nuestras pantallas, pero también estamos enfermos de un cansancio mucho más cotidiano.

Es precisamente este cansancio cotidiano y persistente del que habla Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. La obra es la más conocida del filósofo surcoreano afincado en Alemania. Y no es casualidad. Del mismo modo que el meme de «Estoy cansado, jefe» resonó en una juventud que debería ser pura vitalidad y lo que encuentra en el mundo es agotamiento e hiperestimulación, La sociedad del cansancio es un libro que ha resonado en toda una generación de lectores que han visto en esta obra, breve y accesible, aunque con varios niveles de lectura filosóficos, un diagnóstico de lo que nos ocurre.

El meme que se hizo viral «Estoy cansado, jefe», de la película La milla verde, nos habla del dolor del mundo y de ver imágenes terribles todos los días que recorren nuestras pantallas, pero también de un cansancio mucho más cotidiano

Han, filósofo

Vivimos en un momento histórico que compartimenta el conocimiento de manera rígida e inflexible. Proliferan en las universidades diversos departamentos y disciplinas que luchan por hacerse con el exiguo contingente de recursos en un mundo académico saturado. La filosofía es otra víctima más (como todas las humanidades) de esta voraz competición. Se torna, a menudo, un ejercicio de demarcación. A la pregunta «¿qué es la filosofía?» siempre le responde su contraria: «¿qué no es?».

Los filósofos viven algo obsesionados por encontrar no-filósofos. Se dice que los escritores de libros de autoayuda no son filósofos, como no lo eran los sofistas. El propio Sócrates inauguró así nuestra disciplina: distanciándose del no-filósofo. Raro sería que con este padre los hijos no actuaran de manera similar.

Byung-Chul Han es, sin duda, el enésimo elemento que algunos filósofos han tachado de no-filósofo o de «poco filósofo» o de «mal filósofo». Se escuchan cosas como que Han escribe muchos libros, que sus ideas se repiten, que es poco original, que todos sus libros son el mismo libro. Que Han no entiende a Hegel, o a Heidegger. O, por el contrario, que Han habla demasiado de Hegel, o de Heidegger.

Pero vayamos un poco más allá de esto. Sobrevolemos un instante los argumentos de sus críticos. Byung-Chul Han es uno de los filósofos más conocidos y vendidos en la actualidad, algo que contrasta con la enorme producción editorial en filosofía que vende unos cuantos ejemplares de cada libro. Si se tratara de una carrera de velocidades (y muchos parece que traten de convertir el pensamiento en eso), sin duda Han va ganando la partida.

Contradictoriamente con esto último (¿o no?), uno encuentra en los libros de Han y, en La sociedad del cansancio en particular, ideas bastante sugerentes. En la redacción de FILOSOFÍA&CO leemos filosofía todos los días. Obras más «clásicas» y obras que son novedades. Forma parte de nuestro trabajo y de nuestra pasión. Y podemos afirmar que merece mucho la pena leer a Han.

Otra cosa es que uno acabe estando de acuerdo con sus planteamientos. Yo, por ejemplo, tengo profundos desacuerdos con algunas ideas planteadas en La sociedad del cansancio, pero no por ello me parece que sean ideas poco filosóficas. Han escribe muchos libros, sí. Supongo que porque piensa todos los días, reflexiona, da clases y conferencias y, lo que suele ser más determinante, le publican. Probablemente, si yo me pusiera ahora a mandar manuscritos de mi nueva idea filosófica, ninguna editorial estaría particularmente interesada. ¿Y qué? ¿Por qué Byung-Chul Han tiene que ser la vara de medir del resto de personas que nos dedicamos a la filosofía?

Byung-Chul Han es el enésimo elemento que los filósofos han tachado de no-filósofo o de «poco filósofo» o de «mal filósofo»

Sí, algunas de las ideas de Byung-Chul Han se repiten. Por ejemplo, en La sociedad del cansancio encontramos continuas referencias al rendimiento, que es un tema abordado en otros de sus libros. Anticipa ideas que encontraremos más adelante en La crisis de la narración y aborda reflexiones que también trabaja en libros más académicos, como su tratado sobre Hegel y el poder.

Esa sociedad de la hiperproductividad que Han analiza y critica nos exige permanentemente que nuestro trabajo sea nuevo y original. Pero ¿por qué debe serlo? ¿Cuántos de nosotros pensamos algo profundamente y tenemos el tiempo, la energía y las oportunidades de pensar otra idea igual de profundamente en el periodo de los siguientes cinco o diez años?

Byung-Chul Han es poco original, dicen algunos. Los temas que aborda —las redes sociales, el trabajo, la productividad, la depresión…— las han trabajado ya muchos autores antes y después de Han. ¿Y qué? El mismo argumento que lleva a sus críticos a plantear que es necesario ser siempre distinto a uno mismo les lleva a plantear que debe serlo de todos los demás. Pero no hay un pensamiento distinto a todos los demás. Es bien sabido que todo aquel que entra en esa «rueda» de la producción académica se encuentra con ese problema.

Poco queda ya por escribir que pueda redactarse en una semana, con un buen abstract y palabras clave, para mandarlo a una publicación científica carísima a la que nadie puede acceder porque todos los investigadores son igual de precarios que quien la escribe. Simultáneamente, y debido a esa exigencia de productividad académica, los becarios ven cómo sus investigaciones se las «apropian» otros investigadores con más trayectoria que ellos, sus jefes de proyecto o departamento, que los presentan como ideas propias.

Esa es la gran crisis de las ciencias y las humanidades hoy. Y de eso también está hablando Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. ¿Por qué los libros de Han son menos filosóficos que las decenas de artículos que se publican cada día solo por tener un nuevo mérito en el currículo académico?

Vivimos todos en el siglo XXI y tenemos experiencias similares, que constituyen los temas de una generación y que no son de nadie. Me viene a la cabeza aquella frase de Gloria Steinem que, en discusión con quienes querían atribuirle a la feminista Carol Hanish la frase de «lo personal es político» planteó que reclamar la autoría de esa frase sería como reclamar la autoría de la expresión «Segunda Guerra Mundial». Así suenan, un poco, quienes proclaman la obligatoriedad de la permanente innovación en la escritura.

Lo peor de estos argumentos es, en mi opinión, que nos alejan de lo verdaderamente importante cuando uno se aproxima a leer a un autor, y es la cuestión de leer atentamente el contenido que se plantea. A mí me da igual que Han publique un libro cada veinte años o veinte libros al año, que sus reflexiones se parezcan a las de otro filósofo o no se parezcan.

El contexto de publicación de los libros de Han nos da información de qué interesa hoy. Y nos da la información del papel que tiene hoy la reflexión filosófica y qué tipo de escritura nos parece valiosa colectivamente. Pero, más allá de eso, la obra de Han merece ser juzgada por las ideas que plantea. Porque sí: Han es un filósofo que merece ser leído. Y que le nieguen esa categoría no hace más, a mi juicio, que confirmar esa hipótesis.

¿Por qué los libros de Han son menos filosóficos que las decenas de artículos que se publican cada día solo por tener un nuevo mérito en el currículo académico?

La guerra con el yo

La sociedad del cansancio empieza por un lugar poco convencional si de lo que se trata es de un análisis de nuestro presente. En el prólogo a la sexta edición recoge Han el mito de Prometeo. En la mitología griega, Prometeo intervino para proteger a la humanidad robando el fuego del Olimpo. Como castigo, Zeus lo castigó encadenándolo a una roca en el Cáucaso, donde cada día era devorado por un águila. Día tras día.

Byung-Chul Han recoge esta historia para hablar del cansancio de Prometeo. En el mundo contemporáneo, estamos en guerra contra nosotros mismos porque nos sometemos a un régimen de autoexplotación que recuerda a la tortura prometeica. Prometeo es, dice Han, la «figura originaria de la sociedad del cansancio».

¿Qué consecuencias tiene esta guerra con el yo? El sujeto en el mundo contemporáneo tiende, irremediablemente, a la enfermedad. Pero no a cualquier enfermedad. Cada generación, parafraseando a Susan Sontag, tiene sus enfermedades clave, aquellas que generan metáforas sociales y que, a su vez, beben de las ya existentes, aquellas que se vuelven el símbolo de todo lo que nos ocurre.

Recogiendo esta idea —aunque no cite a Sontag—, en La sociedad del cansancio, Han plantea que ya no vivimos en una época viral ni bacterial, sino neuronal: «Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo». Es decir, que las enfermedades en el siglo XXI, o por lo menos las que más proliferan y nos preocupan, relativas a la conocida como «salud mental», no están provocadas por algo externo, por «un otro inmunológico», sino por todo lo contrario, por un «exceso de positividad».

Han plantea en La sociedad del cansancio que vivimos en una época de enfermedades neuronales. Las enfermedades en el siglo XXI, o por lo menos las relativas a la salud mental, no están provocadas por algo externo, sino por un «exceso de positividad»

¿Qué quiere decir esto? Han polemiza con la hipótesis de Roberto Esposito, para el cual la palabra que puede definir nuestras sociedades es la de «inmunidad». Vivimos en sociedades inmunizadas contra el otro, lo externo, plantea Esposito. Esa inmunidad se da en forma de fronteras, vallas, muros, dispositivos de inclusión que acaban siendo de exclusión, como el de la ciudadanía, recogiendo esta idea de Irene Ortiz Gala en El mito de la ciudadanía.

Han plantea que en el siglo XXI no encontramos ya la otredad, sino la diferencia, que no es agresiva y, por tanto, no merece una respuesta inmunitaria. Plantea una idea, a mi juicio dudosa, y es que los estados ya no necesitan eliminar al otro externo a ellos, como potencias extranjeras o inmigrantes. Pero, igual que Francis Fukuyama proclamó en los años 90 del siglo pasado que el neoliberalismo había vencido, las guerras y crisis habían terminado y la historia siguió pese a Fukuyama, lamentablemente podemos decir que hoy las fronteras, muros, vallas y la respuesta inmunitaria sigue más en pie que nunca. Solo así explicamos los nuevos conflictos bélicos del siglo XXI o las enfurecidas respuestas a la migración.

Pese a esto, la idea de Han es muy interesante, porque de ella emerge un nuevo tipo de forma de estar en el mundo, que es la del turista: «También la extrañeza se reduce a una fórmula de consumo. Lo extraño se sustituye por lo exótico y el turista lo recorre. El turista o el consumidor ya no es más un sujeto inmunológico». Desde luego, hoy prolifera esta forma recorrer el mundo, aunque no sea la única y no elimine la posibilidad de lo inmunitario.

Un exceso de positividad

Pero, volviendo a la hipótesis de Han, el filósofo plantea que el cansancio moderno, expresado en las enfermedades mencionadas, como la ansiedad, la depresión o el burn out, son fruto de un «exceso de positividad». ¿Por qué se refiere así a la positividad?

Siguiendo con el razonamiento de Esposito, Han señala que la hipótesis de la inmunidad se basa en la existencia-amenaza de un otro que supone que el polo negativo del yo. Aquí resuena Hegel, para el cual, simplificando mucho, dado un determinado sistema, lo negativo es todo aquello dentro del propio sistema que va en contra de él. Marx aplica esta idea al mundo social y plantea así que todo sistema económico lleva en su seno la semilla de su propia destrucción. Pero, ¡ojo!, ambos plantean que no basta con que esta «negatividad» crezca para destruir al sistema, porque, de hecho, ayuda a construirlo. Es necesario que se produzca una superación del sistema en forma de síntesis.

Siguiendo con el razonamiento de Esposito, Han plantea que la hipótesis de la inmunidad se basa en la existencia-amenaza de un otro que supone que el polo negativo del yo

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Aquí podríamos traer unas cuantas palabras en alemán que siempre se traen para explicar este proceso, pero es mejor y mucho más claro hacerlo con un ejemplo, cuya idea subyacente abordará Han al final del libro. Imaginemos una empresa que da muchos beneficios, pero a costa de explotar brutalmente a sus trabajadores. Un trabajador está harto de esta situación, y no hace más que quejarse y protestar. El trabajador, en este esquema, es el elemento «negativo» respecto del funcionamiento de la empresa. Ahora bien, el empresario tiene dos opciones: puede hacer lo posible por deshacerse del trabajador y provocar mayor descontento o permitir cierta dosis de «disidencia controlada» en su empresa para que todo siga como siempre.

Si el empresario es inteligente, escogerá la segunda opción. Y no solo no se hundirá su empresa, sino que incluso podrá ponerse a su favor a un sector más inconformista, que aplacará la voluntad del resto de la plantilla. Esto repercutirá en más beneficios debido a un mayor grado de satisfacción de la plantilla. Ahora bien, ¿qué tiene que hacer el trabajador para superar, en ese sentido de síntesis del que hablábamos antes, el funcionamiento empresarial? Probablemente convencer a otros compañeros de que el funcionamiento de una empresa privada siempre genera explotación y terminar expropiando la fábrica, y detrás de ella, todas las demás.

¿Cómo se aplica esta lógica al pensamiento de Han? En este punto es en el que el filósofo demuestra gran inteligencia, porque aunque no desarrolla el pensamiento hegeliano para su hipótesis, lo aplica y le añade otro elemento: la positividad como la entendemos normalmente.

Probablemente si yo le hablo a un amigo sobre la positividad, a ambos nos vendrán las mismas palabras a la cabeza: «felicidad», «autoayuda» o incluso ese concepto que da escalofríos solo de mencionarlo como el de «persona-vitamina». En nuestras sociedades, todos tenemos una idea de lo que es la positividad y la negatividad y no son, precisamente, las de la Fenomenología del espíritu de Hegel.

¿De qué «exceso de positividad» está hablando Han? ¿Del de Hegel o del que solemos hablar? Pues bien, a mi juicio: de los dos. Por un lado, nuestras sociedades adolecen de un exceso de positividad como la solemos entender: todos tenemos que ser felices, estar contentos y, sobre todo, que ello repercuta en que somos más productivos. Sonríe o muere era el lúcido título del ensayo de Barbara Ehrenreich que nos habla a todos hoy y que condensa esta idea. Pero Han se está refiriendo también a la positividad como afirmación del estado de cosas existente.

Esa positividad se expresa en todos aquellos dispositivos que nos hacen abrazar nuestra propia explotación. Aquella idea que asociamos, seguro, con alguien de nuestro entorno de «Ese cree que va a heredar la empresa», con la ideología de los youtubers que nos animan a ser nuestro propio jefe y levantarnos a las cinco de la mañana para empezar a ser útiles a un sistema que no tiene límites cuando a drenarnos se refiere. Con todas las ideas que nos llevan a ser competitivos, porque el capitalismo nos quiere solos y aislados del resto.

¿De qué «exceso de positividad» está hablando Han? ¿Del de Hegel o del que solemos hablar? Pues, a mi juicio, de los dos

Han escribe:

«La positivización del mundo permite la formación de nuevas formas de violencia. Estas no parten de lo otro inmunológico, sino que son inmanentes al sistema mismo. Precisamente en razón de su inmanencia no suscitan la resistencia inmunológica».

¿Quién nos iba a decir que ser «personas-vitamina» iba a generar tanta violencia? Pues bien, lo hace. Nos obliga a un rendimiento sin parar, a una productividad autodestructiva y nos cansa, nos cansa mucho. «Estoy cansado, jefe». Cansado de de parecer feliz. Cuando salgo de aquí, jefe, me voy a otro trabajo, en Cercanías, comiendo un mísero táper de judías verdes. Encima me he manchado con el aceite de las judías el pantalón beis y quedan todavía cuatro horas para ir a mi casa. Y encima tengo que parecer feliz, estar contento, ser simpático. Estoy cansado, muy cansado.

Escribe Han que, en este contexto, «tanto la depresión como el TDAH o el SDO indican un exceso de positividad. Este último significa el colapso del yo que se funde por un sobrecalentamiento que tiene su origen en la sobreabundancia de lo idéntico. El hiper de la hiperactividad no es ninguna categoría inmunológica. Representa sencillamente una masificación de la positividad».

¿Dónde está el poder hoy?

Byung-Chul Han recupera a Foucault, ahora explícitamente, porque creo que implícitamente ya lo ha hecho cuando habla de que hoy no son necesarias las fronteras porque el control se ejerce de otras maneras. Pero lo retoma explícitamente cuando habla, precisamente, de cómo lo peor de esta positividad esclavista es que ha colonizado nuestro inconsciente:

«La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento.»

Del mismo modo que me genera dudas su rechazo sin tapujos al esquema inmunitario, su hipótesis de que son ahora las formas de soft power las que preponderan tampoco me convence mucho: hoy sigue habiendo mucha represión a la movilización y a la disidencia. Desde los asesinatos LGTBifóbicos hasta la represión policial al movimiento estudiantil en todo el mundo. Ahora bien, coincidamos con Byung-Chul Han en que una de las grandes victorias del capitalismo neoliberal ha sido convencernos, siempre parcialmente, y tal vez no a todos por igual, de que es el mejor de los mundos posibles.

El sujeto se vuelve así su propio verdugo, y está tan cansado que se deprime: «El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima». ¡Bingo! Parece no haber culpables, aunque los haya. Han añade que «el exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad».

Coincidamos con Byung-Chul Han en que una de las grandes victorias del capitalismo neoliberal ha sido convencernos, siempre parcialmente, y tal vez no a todos por igual, de que es el mejor de los mundos posibles

El poder, no nos engañemos, sigue en el mismo sitio. Sigue reprimiendo y controlando cuando no puede convencer, sigue en manos de los mismos supermillonarios que tienen más dinero que medio planeta junto, solo que ha encontrado formas más sofisticadas de domesticar nuestro subconsciente y desactivar su potencial subversivo. ¿Cómo rebelarse? Han lo planteará más adelante en el libro y la respuesta será la rabia.

Pero antes: esta interiorización de la positividad se expresa, dice Han, en formas muy cotidianas que todos podemos reconocer, como en el colapso de nuestra atención:

«El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa».

Esta fragmentación de la atención tiene su culmen en fenómenos como el del multitasking, la capacidad de hacer varias tareas a la vez. Esta «habilidad» que permite ser más productivo no es, pese a lo que se piensa, un desarrollo evolutivo, sino involutivo.

Han nos recuerda que «el multitasking está ampliamente extendido entre los animales salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la supervivencia en la selva». El animal que mientras se alimenta tiene que vigilar a su descendencia y tratar de no ser cazado por otro es un ejemplo. Así que, si te estás comiendo un sándwich delante del ordenador leyendo este artículo mientras contestas correos electrónicos, puedes considerarte un mamífero más, no somos tan especiales.

¿Qué hacer?

Es la pregunta de siempre. Vale, hemos sido conquistados por la positividad. Además, eso nos ha provocado todo tipo de enfermedades y estamos cansados, siempre cansados. ¿Cómo dejar de estarlo? Aquí la respuesta de Han es doble: propone un plan y suscita una idea. Y he de reconocer que, aunque el plan no me convence, la idea es bastante sugerente.

El plan: la vida contemplativa. Y Han se toma muy en serio este plan, motivo por el cual le dedica otro libro entero solo a esta idea. Han discute con la idea de Hannah Arendt, quien había planteado que es necesario dejarse de contemplaciones para pasar a una vida de acción como única salvación posible.

Byung-Chul Han propone todo lo contrario: frente a la rapidez de la existencia, paremos. Aprendamos a decir no, valoremos la negatividad también en ese sentido. Ahora entiendo mucho mejor por qué Han casi nunca concede entrevistas y viaja tan poco: ¿por qué pasarse todo el día escribiendo sobre la hiperproductividad y la autoexplotación y acabar uno mismo autoexplotado y sometido al escrutinio público permanente?

Han recuerda a Hartmut Rosa y su idea de que frente a la desconexión que vivimos es necesario generar relaciones significativas, lo que él llama relaciones «resonantes». Pero confieso que la idea de Rosa me resultaba más sugerente, porque puede resumirse en que son los demás los que nos salvan.

La idea de Han de contemplación es fundamentalmente solitaria. ¿No es ese precisamente otro de los males de nuestro tiempo, la soledad? Personalmente me reconozco en Coffey, de La milla verde, en la frase que apuntábamos al inicio de este artículo: «[Estoy] Cansado de no tener un amigo con quien estar, que me diga a dónde vamos, de dónde venimos y por qué». No hay salvación sin los demás, Han. No quiero ser otro gorrión en la lluvia.

Han discute con la idea de Hannah Arendt, quien había planteado que es necesario dejarse de contemplaciones para pasar a una vida de acción como única salvación posible

Del cansancio a la rabia

Recuperemos aquel ejemplo del trabajador enfadado con su empresario explotador. En La sociedad del cansancio Byung-Chul Han no habla de trabajadores enfadados, pero sí del enfado general. Distingue el enfado de la rabia de la siguiente manera:

«En el marco de la aceleración e hiperactividad generales, olvidamos, asimismo, lo que es la rabia. Esta tiene una temporalidad particular que no es compatible con la aceleración e hiperactividad generales, las cuales no toleran ninguna extensión dilatada del tiempo. El futuro se acorta convirtiéndose en un presente prolongado. Le falta cualquier negatividad que permita la existencia de una mirada hacia lo otro. La rabia, en cambio, cuestiona el presente en cuanto tal […] La rabia es una facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo. Actualmente, cada vez más deja paso al enfado y al estado enervado, que no abren la posibilidad a ningún tipo de cambio decisivo».

He ahí la clave. Por eso no me convence la vida contemplativa, porque, igual que señala Han sobre el enfado, no abre la posibilidad «a ningún tipo de cambio decisivo». La rabia sí. Es una baza potente. Además, como dice Oriol Erausquin en su último libro, la rabia es nuestra. Tiene un elemento que lo distingue del enfado y que no se centra en un diminuto detalle de un desastre global, sino que se dirige a la totalidad: «Tampoco la rabia se refiere a un determinado estado de cosas. Niega el todo en su conjunto. En ello consiste su energía de negatividad. Representa un estado de excepción».

¿Recordamos de nuevo a Hegel? Lo que Han propone con la rabia no es que un pequeño elemento negativo avance hasta terminar con la positividad, sino una verdadera superación sintética que tiene como punto de partida la contestación del estado de cosas de conjunto. Puro hegelianismo. ¿Que Han no es filósofo? ¿Quién lo dice? Estoy dispuesta a ir al duelo de caballeros con una espada ropera contra esta idea.

Sobre la autora
Fotografía en blanco y negro de Irene Gómez-Olano, hecha por Natalia Lago. La fotografía muestra a una persona joven con el pelo negro corto, tipo "mullet", sin que le caiga por los lados. Mira a cámara con las cejas rectas y tiene una sonrisa ambigua en la cara.
Sobre la autora

Irene Gómez-Olano (Madrid, 1996) estudió Filosofía y el Máster de Crítica y Argumentación Filosófica. Trabaja como redactora en FILOSOFÍA&CO y colabora en Izquierda Diario. Ha colaborado y coeditado la reedición del Manifiesto ecosocialista (2022). Su último libro publicado es Crisis climática (2024), publicado en Libros de FILOSOFÍA&CO.

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