Decía Albert Camus en las primeras páginas de El mito de Sísifo que el suicidio debe ser el principal y único problema de la filosofía. El pensamiento y, sobre todo, la decisión de poner fin a la propia vida ha sido tema tratado por los filósofos a lo largo de la historia. Y vivido por muchos de ellos en primera persona. El filósofo Carlos Javier González Serrano repasa aquí las reflexiones que una importante cantidad de pensadores han hecho en su vida y su obra sobre la muerte elegida.
«Es nuestra opinión que no hay que amar la vida hasta el extremo de seguir arrastrándola a cualquier precio. Cualquiera que sea tu condición, igualmente morirás, por obscena o nefanda que fuere la vida que viviste. Pues cualquiera tiene a su disposición el más eficaz de los remedios contra los males del alma: de cuantos dones otorgó la naturaleza al hombre, ninguno es más excelso que el de poder elegir la muerte a tiempo. Lo sublime de esta forma de morir es que cualquier de nosotros puede optar por ella».
Plinio el Viejo
Melancolía: una puerta de entrada a la nada que duele
Una de las cuestiones a las que el ser humano se ha enfrentado desde los albores de los tiempos es la de su condición intrínsecamente moral. El mal y el bien son categorías que, si bien comenzaron a estudiarse con cierta profundidad con la aparición del pensamiento filosófico en la Antigüedad clásica griega, han inquietado nuestro ánimo en diversas circunstancias y han hecho, a la vez, que el ser humano se posicione anímica, emocional e incluso biológicamente hacia uno de ambos polos en las diferentes cuitas en las que la vida lo sitúa.
Es en este particular combate en el que, al decir de Dostoievski, tiene lugar la lucha entre Dios y el Diablo en el corazón humano, entre el bien y el mal, en el que se hace necesario repensar en términos antropológicos, a través de la filosofía y la literatura, el natural ahínco por el que sendos conceptos se reconvierten en posturas enfrentadas: optimismo y pesimismo, y, más aún, vida y muerte.
«Entre las penas de nuestra vida en la tierra, el suicidio supone el más preciado don que Dios ha concedido al hombre».
Plinio el Viejo
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