Viktor Frankl, además de neurólogo y psiquiatra, es uno de los pensadores a los que siempre merece la pena volver. Superviviente del holocausto, sus textos demuestran la importancia de la voluntad y la entereza moral cuando se trata de soportar las mayores calamidades de la vida. Hacemos un recorrido a través de diferentes fragmentos de cuatro libros de Frankl para conocer sus circunstancias y ver cómo es posible mantener la humanidad, propia y ajena, cuando todo te empuja al odio, la violencia y la bestialidad.
Sincronización en Birkenwald
Prefacio de Claudio César García Pintos
En septiembre de 1942, Viktor Frankl, como la mayoría de los vieneses judíos, esperaba la inminente llegada de la Gestapo alemana como a un rayo exterminador. Fue sorprendido trabajando en la clínica y obligado a abandonar su tarea al instante. Solo pudo llevar consigo el manuscrito de un libro que resumía su experiencia clínica y científica, fruto de muchas horas de trabajo. Cargaba, además, como riqueza personal, con un pedazo de mosaico de una antigua sinagoga de Jerusalén que pensaba utilizar como piedra angular de su casa y una condecoración al mérito alpino.
Fue conducido al local de su antigua escuela de Kleine Sperglasse 2-C, donde se agrupaban los judíos que serían deportados hacia los campos de concentración. Sus padres y su esposa, Tilly, también estaban allí. Su hermana, Estela, logró huir a Australia. Su hermano, Walter, en un desesperado intento por huir a Italia con su esposa, fue capturado por la policía y murió en Auschwitz en fecha desconocida. Poco tiempo después Frankl fue trasladado a una región del norte de Praga llamada Theresienstadt.
Terezín —tal era su nombre en checo— funcionó como un gueto entre los años 1941 y 1945 para más de 150 000 judíos provenientes de distintas partes de Europa central. Como parte de la propaganda nazi al mundo, este gueto pretendía mostrar una organización modélica respecto del tratamiento que se le daba a la población judía, negando u ocultando las historias que circulaban sobre los campos de exterminio. Originalmente, este pequeño pueblo a orillas del río Eger contaba con una población de 3 700 habitantes y tan solo diez familias judías. Cuando Frankl fue deportado allí, alcanzaría una población de más de 53 000 personas hacinadas en unas pocas manzanas.
Frankl permaneció 25 meses en Terezín prestando servicios como médico y psiquiatra —durante ese tiempo se produjo la muerte de su padre, Gabriel— antes de ser trasladado a Auschwitz-Birkenau, en octubre de 1944, junto a su esposa, con el número de prisionero 119 104. Pocos días después se les uniría Elsa Lion, madre de Frankl.
Aquí comienza la historia; no la recorrida por el médico o por el científico, sino por el hombre. La historia de un ser humano que fue víctima, como tantos otros, de un trato cruel y del intento de ser reducido a un número. Como muchos, Frankl resistió. Y Terezín, Auschwitz, Türkheim, Kauferin y Dachau fueron las estaciones de un viaje intenso hacia sí mismo, hacia el descubrimiento de su propia resistencia espiritual.
La historia de un ser humano que fue víctima, como tantos otros, de un trato cruel y del intento de ser reducido a un número. Frankl resistió
El Dr. Frankl escribió Sincronización en Birkenwald poco tiempo después de haber dejado atrás su experiencia como prisionero en los campos de concentración nazis. La obra aborda un debate metafísico sobre el sentido del sufrimiento, que toma como punto de partida una escena en una barraca del campo de concentración «Birkenwald», nombre de ficción resultado de la combinación de los nombres «Buchenwald» y «Birkenau». El mismo autor recuerda: «Fue como si algo profundo dentro de mí me dictara la obra. Me resultaba difícil poder escribir tan rápido aun cuando usaba taquigrafía. La obra fue escrita en unas pocas horas». En una carta personal al Dr. Fabry, de junio de 1964, Frankl escribe lo siguiente:
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