La preocupación psicológica de Virginia Woolf
«¿Por qué las relaciones humanas no son más firmes y tangibles? ¿Por qué no me quedo, por ejemplo, sosteniendo en la mano una pequeña esencia redonda, del tamaño de un guisante, algo que pueda meter en una caja y mirarlo?».
Esto lo escribió Virginia el 8 de agosto de 1928 en su diario personal. Entre las grandes inaccesibilidades que pueblan su literatura se encuentra la dificultad de adentrarse en las personas, en sus corazones, ese magma vertiginoso que uno es incapaz de poseer verdaderamente. Virginia Woolf sabía que podía poseer, perfectamente, a sus personajes, que podía acceder a todos sus rincones más oscuros, pero también sabía que no se podía acceder del mismo modo a las personas.
«Solo conocemos nuestras propias versiones de los otros», parece responder Woolf en una carta a Vita Sackville-West, «los cuales, lo queramos o no, son solo emanaciones de nosotros mismos». De hecho, el impedimento y la inaccesibilidad de la otredad es el eje central de su primera novela, Fin de viaje, en la que los dos jóvenes protagonistas, Terence y Rachel, se enamoran, pero no están seguros del siguiente paso.
«La desesperación de aquella situación», dice el narrador, «les sobrepasaba. Se sentían impotentes; no podían amarse el uno al otro lo suficiente como para saltar las barreras». Una década más tarde, en su plena madurez, perfeccionó esta idea en un brillante pasaje de Al faro:
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