Que nos perdone Ana Carrasco Conde si la presentamos como “la filósofa del mal”, pero esta profesora de Filosofía Moderna y Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid se adentra en él, lo desgrana y lo analiza como nadie. Y eso que nos lleva de ventaja, porque, si es cierto que para vencer al enemigo debes conocerlo, ella tendría que salir ganadora en esa batalla contra el lado oscuro de la vida.
Por Amalia Mosquera
¿Cómo vamos a aspirar a un mundo en el que se minimice el daño si no sabemos cuáles son sus causas? se/nos pregunta Ana Carrasco cuando le hablamos sobre el mal en esta entrevista en la que ella formula en alto tantas preguntas –o más– como le hacemos nosotros. Normal: nosotros somos periodistas, pero ella es filósofa, así que su trabajo es ir de pregunta en pregunta sin descanso.
Ana Carrasco Conde siente pasión, auténtica pasión por la filosofía. Una pasión que se nota a simple vista, aunque no escucharas lo que explica, solo con mirarla cuando habla, por su forma de gesticular, de expresarse mientras contesta, por su forma de mover las manos, los ojos. Pero la escuchamos atentamente, sí, y oímos cómo entona y cómo dice lo que dice y entonces nos damos cuenta con más claridad aún de que la filosofía no es solo su profesión; es su vida, es su manera de sentir y estar en este mundo, es su razón de ser. Vibra con ella y lo transmite. Prepárese el lector para una lección de filosofía gratuita, que eso es cada una de las respuestas de Carrasco.

¿La filosofía sirve para algo? Me refiero al concepto más práctico de utilidad… ¿Debe servir para algo? ¿Nos puede ayudar en nuestra vida diaria?
¿Para qué sirve la vida? ¿Para qué sirve vivir? ¿Para qué sirve pensar la vida? ¿Para qué sirve afanarse por buscar respuestas a preguntas que carecen de ellas? La vida simplemente se vive. Y, por más sentidos que queramos darle, no podemos asignarle una utilidad. No hay para qué. De hecho en realidad no existe algo así como “la vida” entendida como algo estático y carente de movimiento y actividad: la vida es aquello que vivimos, es el proceso mismo de vivir. No podemos hablar desde otro sitio convirtiéndola en un “objeto” ajeno a nosotros mismos y a nuestras experiencias: cuando la pensamos, la sentimos, la juzgamos es siempre desde ella misma. Y así buscamos un sentido o le damos un sentido a aquello que parece no tenerlo en “nuestra vida viviendo” y que “nos sirve” a nosotros para orientarnos en nuestra existencia.
Con la filosofía pasa algo parecido. Está ya en la vida diaria como está la vida misma. Somos eminentemente seres reflexivos. La pregunta por la utilidad de la filosofía y por si “sirve para algo” es engañosa porque enfoca la atención en “servir” y desplaza a la filosofía a un ámbito que no le corresponde, como si fuera más parecida a la “física” o al “derecho” que a la vida, como si la filosofía se agotara en su ámbito de conocimiento o estudio, como si fuera un “objeto” de una totalidad más compleja dentro de lo “académico” que puede ser “aplicado” o no a la sociedad, pero lo cierto es que a la filosofía le sucede como a la vida… que es una actividad que acompaña nuestro vivir. Está ya en nuestra vida.
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