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Los senderos filosóficos de Borges entre realidad y ficción

Jorge Luis Borges es uno de los primeros nombres que vienen a la cabeza si pensamos en los caminos que recorren la corta distancia entre la filosofía y la literatura. «La memoria de Borges. Lectura, símbolos y ficción», del filósofo Miguel Antón Moreno, traza algunas rutas a través de las cuales podemos comprender de qué manera Borges teorizó sobre esta relación a través de nociones clave como el símbolo, la biblioteca y la ficción.

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El filósofo Miguel Antón publica "La memoria de Borges. Lectura, símbolos y ficción", un libro en el que atraviesa algunos de los nodos del profundo pensamiento que el escritor argentino diseminó en sus ensayos y ficciones. Imagen de dominio público 1.0, extraída de Flickr, de Levan Ramishvili.

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El subtítulo de este libro, «Lectura, símbolos y ficción», puede ser un resumen de algunos de los temas centrales que aborda Antón en este ensayo, publicado por Punto de vista Editores. Se trata de un recorrido que se confiesa hipótesis de lectura para abordar el inacabarcable pensamiento filosófico del escritor argentino.

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La memoria de Borges. Lectura, símbolos y ficción, de Miguel Antón (Punto de vista Editores).

En esta hipótesis de lectura, Miguel Antón recorrerá algunos de los lugares comunes que transitó Borges en su obra, como el de la biblioteca, una figura que no solo utilizó como emplazamiento de algunas de sus obras (como La biblioteca de Babel), sino que se trataba de un espacio con valor existencial pleno y con un papel protagonista.

Tal como señala Antón, «Borges se refugiaba en la biblioteca en cuanto idea, como lo hace el héroe en la idea de justicia, el político en la idea de deber, el científico en la idea de descubrimiento o el filósofo en la idea de verdad. La biblioteca era para Borges un refugio porque en ella su vida quedaba justificada y cobraba valor, sin necesidad de salir a buscarlo fuera». Este «refugio» que para él era la biblioteca, y que comenzó siendo la de su padre, le llevó a decir que estaba más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito (tal y como señala en Mis libros). Y es que el propio Borges concibió su vida tomando como referencia la biblioteca como lo que quería aspirar a ser.

De una forma paralela a cómo la concibió Umberto Eco, Dios y el paraíso tenían para Borges la forma de una biblioteca, porque esta refleja la vastedad del universo y alberga su bien más preciado. Algo a lo que «tendremos que intentar parecernos» para, con mucha suerte, ser recompensados con «algunas dosis de verdad y placer», ya que la biblioteca tiene una dimensión contradictoria, pues es la completa disponibilidad y a la vez es la indisponibilidad inherente a lo inabarcable a escala humana del conocimiento humano en su conjunto.

La reflexión en torno a los libros, la lectura y las bibliotecas lleva a Antón a la reflexión sobre la territorialidad y los mapas, abordada en textos como Del rigor en la ciencia. Y es que, «[el] mejor mapa para Borges sería sin duda una minuciosa lista bibliográfica o un catálogo para orientarse entre los libros de su biblioteca, que para él no sería algo distinto al mundo. El Norte y el Sur significarían, sencillamente, A y Z, de manera respectiva».

Los mapas son mucho más que la mera representación geográfica del territorio. Son, como las bibliotecas, formas de acceso al conocimiento, lenguajes a través de los cuales nos aproximamos a la realidad desde coordenadas humanas y convencionales. Dicen de nosotros tanto como dicen del territorio al que representan, porque se trata de traducciones del espacio en términos aprehensibles para nosotros.

Como la biblioteca, el mapa tiene una dimensión contradictoria. Está limitado por el espacio y el lenguaje que utiliza. Para mostrar esto, Borges no se sirve de un discurso ensayístico, sino que ficciona la posibilidad de que el mapa coincida en su tamaño con el mismo territorio. Un absurdo que nos hace ver algo que la filosofía del siglo XX no se cansó de repetir, y es que el mapa no es el territorio.

La realidad no es simplemente el lenguaje que utilizamos para representarla, pero ese lenguaje nos acerca a un tipo de conocimiento sobre esa realidad y sobre nuestra subjetividad. El mapa dice tanto del espacio como de las estructuras del pensamiento humano y nuestra forma de edificar concepciones compartidas o, más bien, de «cartografiarlas».

El mapa, la biblioteca y también la literatura son fruto de un paradigma de creación humana en el que «el hombre es la medida de todas las cosas» o de casi todas. Ante una realidad inabarcable, agobiante y que nos supera, Borges nos propone una aproximación a través del símbolo, de aquello que nos abre la puerta a un universo de significado que nos conecta con los demás seres humanos.

El uso de los símbolos, que Miguel Antón analiza in extenso en la última parte del libro, dando un glosario muy completo de los más comunes en la obra borgiana, es otro elemento que entremezcla la dimensión ficticia con la realidad. Y es que los símbolos son otra convención compartida; un mundo de significados que se abren y que no sustituyen a la «realidad misma», sino que la traducen y la hacen comprensible. El artesano del símbolo que es el escritor no realiza una operación mimética, sino un juego que intenta capturar lo humano sabiendo que el fracaso está de antemano asegurado.

La lectura y los símbolos llevan a Antón y a los lectores de Borges a una reflexión en torno a la ficción, tal vez el punto nodal del pensamiento borgiano, que resuena en casi todas sus obras. Ficciones es, de hecho, el título bajo el cual se compilaron algunos de los que han sido sus relatos más conocidos. El término «ficción» en la obra de Borges cobra una significación especial, porque es el punto de encuentro entre la mentira y el juego, la objetividad y la subjetividad, el recuerdo y el relato. «Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo», señala en su relato Ulrica.

El término «ficción» en la obra de Borges cobra una significación especial, porque es el punto de encuentro entre la mentira y el juego, la objetividad y la subjetividad, el recuerdo y el relato

De la misma manera que «el escritor como artesano, en su taller (su biblioteca) debe rebelarse contra aquellos ante los que antes como lector se había sometido», Borges se rebela contra la literatura anterior hasta el punto de refundar el género de la literatura fantástica. Como señala Miguel Antón, a menudo se ha considerado a Borges el precursor de la literatura fantástica. En realidad no fue su precursor ni fundador, pero sin duda su obra supuso un antes y un después en cómo se lee la literatura fantástica. Es desde entonces que la leemos reconocimiento su dimensión lúdica a la par que su potencial explicativo.

La dimensión explicativa y hasta normativa de la ficción es otro elemento importante en esta visión de la ficción, que no se limita a crear un mundo imaginado que nos saque de la realidad y sea incompatible con él. También hay ficción en discursos que consideramos verdaderos porque lo verdadero y lo falso no son elementos contradictorios, sino que articulan lo real y la literatura. La ficción, señala Antón, no pretende reivindicar lo falso sobre lo verdadero, sino pensar en su relación.

Por tanto, la ficción puede serlo incluso cuando refiere al mundo fáctico. Por eso, la literatura borgiana no se enmarca en un «afuera absoluto» del mundo, en un mundo que nada tenga que ver con el nuestro, sino que lo perturbador de esta ficción es que parte de lo radicalmente conocido.

Si entendemos que puede haber verdad en la ficción o, más bien, que puede edificarse una ficción explicativa en torno a la realidad, se entienden mejor los aparatos y métodos científicos. Incluso en aquello que consideramos radicalmente racional como la ciencia, hay ficciones. Estas son, por ejemplo, las hipótesis explicativas a través de las cuales teorizamos en torno a la realidad.

Con la obra de Borges descubrimos la dimensión necesariamente narrativa y ficticia del ser que somos. Una dimensión que nos lleva, inevitablemente, a pensar científicamente el mundo de una forma que nos resulte edificante, lógica, y que se adapte a nuestras estructuras simbólicas previas. Esto es, a pensarlo en términos de ficción.

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