La Real Academia de la Lengua Española afirma que cogitare, pensar, anda detrás del verbo cuidar. Y no hace falta saber latín para que al menos suene la expresión cogito ergo sum que popularizó Descartes. Pienso, luego existo, claro que sí; pero también cuido, luego existo. En este artículo se exploran las relaciones del cuidar y los cuidados con la filosofía, empezando por lo mucho que los animales nos enseñan sobre la compasión, la cooperación y la asistencia.
En uno de sus Diálogos más famosos, Platón pone en boca de Sócrates –el considerado, a menudo, padre de la filosofía en Occidente– esta reivindicación de sí mismo y de su profesión igualándola con la de su madre, la partera:
Sócrates: Pues bien, pobre inocente, ¿no has oído decir que yo soy hijo de Fenarete, partera muy hábil y de renombre?
Teeteto: Sí, lo he oído.
Sócrates: ¿Y no has oído también que yo ejerzo la misma profesión?
Teeteto: No.
Sócrates: Pues has de saber que es muy cierto.
Sócrates sacando pecho como cuidador, poniéndose a sí mismo la medalla al cuidado. ¿Hubiera sido otra la historia de la filosofía si se hubiese dejado estar ahí? Porque luego Platón, el gran amigo del binarismo, le metió un poco de lo suyo al diálogo, explicando que el oficio de Sócrates y las parteras era básicamente igual, «pero difiere en que yo lo ejerzo sobre los hombres y no sobre las mujeres, y en que asisten al alumbramiento, no los cuerpos, sino las almas». Nunca estaremos seguros de cuánto hay de Sócrates puro en estas afirmaciones y cuánto de Sócrates pasado por el filtro platónico, pero es estimulante la alianza entre cuidados y pensamiento prendiendo la mecha de la filosofía Occidental.
No fue eso lo que ocurrió: al hijo de la partera lo condenaron a muerte por intervenir con sus particulares métodos en la polis y llenar las cabezas de los jóvenes de supuestas ideas subversivas; y a los cuidados no hizo falta porque estaban lo suficientemente relegados ya como para suponer incordio alguno. Hasta ahí el sueño de una filosofía integradora de los cuidados como combustible para sí misma. Han tenido que pasar muchos siglos para que la filosofía haga el viaje de vuelta a los cuidados; ya con la compasión se ha llevado mejor a lo largo de su historia. Pero ese viaje no puede ni debe quedarse ahí, sino que tiene que remontarse aún más atrás, a los orígenes del ser humano y a su pasado compartido con los otros animales y muy especialmente con los primates. Ellos también son compasivos, cuidan y al mirarse en su espejo es posible extraer algunas claves que respondan a la pregunta por los cuidados.
Sócrates se reivindicó a sí mismo como cuidador, como hijo de la partera, afirmando que su madre y él tenían la misma profesión
Sé civilizado: cuida
La anécdota hizo fortuna a modo de hilo de Twitter –muy replicado– en la primavera de este 2020, en todo lo alto de la pandemia y cuando los cuidados eran la noticia más importante de cada día. La recogen diversos libros como Wisdom well said (La sabiduría bien dicha), donde su autor, Charles Francis, reúne historias, chistes o leyendas, que pueden ilustrar lo que es la condición humana, pero también el médico experto en paliativos Ira Byock la incluye en su obra El mejor cuidado posible. Se trata de la respuesta que la antropóloga Margaret Mead dio a un estudiante al preguntarle por el primer signo de civilización en una cultura: « (…) esperaba que Mead hablara de anzuelos, cacharros de arcilla o piedras para moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur, un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes la pierna, estás muerto. No puedes huir del peligro, ni llegar al río para beber ni cazar para comer. Eres carne para bestias al acecho. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto y posteriormente curado es la prueba de que alguien se ha tomado el tiempo necesario para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, ha llevado al enfermo a un lugar seguro y la ha atendido y cuidado durante su recuperación. Pues bien, ayudando al otro en las dificultades es donde comienza la civilización, dijo Mead. ‘Nosotros damos lo mejor de nosotros mismos cuando servimos a los demás. Seamos civilizados’».
Según la antropóloga Margaret Mead, la huella de un fémur roto y luego sanado es el primer vestigio de civilización en una cultura antigua. Ella pone el cuidado en el origen de esta
¿Civilizado como los animales?
Que sí parecen responder las asombrosas imágenes de documentales de animales cuidando, cooperando y respondiendo ante el dolor ajeno o la injusticia que todos hemos visto en alguna ocasión Lo suscriben los trabajos de primatólogos como Jane Goodall o Frans de Waal; la labor del etólogo E.O. Wilson, autor numerosos trabajos sobre el papel del altruismo en los comportamientos sociales de los insectos; o las valiosas aportaciones fronterizas entre la ciencia y la filosofía de Jesús Mosterín. Mucho antes que ellos, Piotr Kropotkin, en su obra El apoyo mutuo, empezó a buscar el sentido y el papel que este tipo de actitudes podría tener en el conjunto de las teorías de Darwin.
En Primates y filósofos. La evolución de la moral del simio al hombre (editado por Paidós), Frans de Waal sostiene que el ser humano procede de una larga estirpe de animales que no estaban en guerra permanente, sino que cooperaban entre sí y a favor del grupo y que se preocupaban por los más débiles. En esa obra recoge varios ejemplos de comportamiento de este tipo registrados por él mismo o por compañeros:
Jane Goodall constató el caso de chimpancés custodiados en las islas artificiales de un zoológico que no dudaban en intentar salvar a algún compañero caído al foso de agua. Teniendo en cuenta que los chimpancés no saben nadar, esta actitud que pone en riesgo sus vidas denota un altísimo grado de altruismo, generosidad y coraje.
Stanley Wechkin y Jules H. Masserman fueron testigos del grado de empatía de los monos rhesus gracias a un experimento que consistía en el doble efecto de tirar de una cadena: al realizar esta acción, los monos obtenían comida, pero uno de los compañeros sufría una descarga eléctrica. «Un mono dejó de tirar durante cinco días y otro durante doce (…). Estos monos estaban, literalmente, muriéndose de hambre con tal de evitar hacerse daño mutuamente», se lee en Filósofos y primates.
El tercer ejemplo añade la sofisticación a la idea de compasión y cuidado que transmite. Es del propio De Waal, que cuenta el caso de un hembra bonobó empatizando con un estornino en el zoológico de Twycroo, Inglaterra. La bonobó recogió al pájaro que se había estampado contra el cristal de la jaula, escaló el árbol más alto «rodeando el tronco con sus piernas y así tener las dos manos libres para agarrar al pájaro. Entonces desplegó sus alas con mucho cuidado, las abrió (…) antes de arrojarlo con tanta fuerza como le fue posible hacia le verja del cercado».
A su manera, la bonobó recogió a otro sabiendo que era el otro (distinto de ella y los suyos), sabiendo qué era lo propio de ese otro (volar) y preocupándose y ocupándose de que pudiera volver a hacerlo como demuestra la ayuda que le ofreció desplegándole las alas y lanzándolo. Es mucho saber y es mucho sentir como para que no acabe borrándose esa raya que durante siglos dibujó a un ser humano supuestamente superior y capaz de dirigirse moralmente a diferencia de los otros animales. Como se preguntaba el biólogo evolutivo e historiador de la ciencia Stephen Jay Gould, «¿por qué habría de ser nuestra maldad el bagaje de un pasado simiesco y nuestra bondad únicamente humana? ¿Por qué no habríamos de ver continuidad con otros animales también en nuestros rasgos nobles?».
Disfruta de nuestros contenidos al 100%.
No te quedes con las ganas de ver, leer y escuchar…
Deja un comentario