El suicidio se ha convertido en una de las causas de muerte no natural que más preocupan a gobiernos, sociedades civiles e instituciones educativas y de salud. Se ha situado como uno de los primeros motivos de defunción en la población más joven. Francisco Villar Cabezas, psicólogo clínico y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, publica Morir antes del suicidio. Se trata de un volumen imprescindible que aporta herramientas para prevenir el suicidio y nos acerca a este fenómeno tabú y en ocasiones estigmatizado.
Por Carlos Javier González Serrano
Ya escribió Albert Camus al comienzo de El mito de Sísifo que, quizá, sólo exista un problema filosófico realmente serio: «El suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía».
Pero descendamos a la realidad desde las alturas metafísicas. Si echamos un vistazo a los terribles y preocupantes datos actuales (más de 800 000 casos anuales en todo el mundo según la OMS), el suicidio es sin duda un problema de salud pública que, como sociedad, no podemos seguir ignorando. Además, sea como intento o como hecho consumado, a su paso deja graves secuelas que no constan en los registros. En los números. Esos números que en ocasiones resultan tan indiferentes, tan asépticos. Y que terminamos por ignorar.
La cuestión resulta aún más alarmante si nos referimos al suicidio en la adolescencia, que, como explica Francisco Villar Cabezas, es «una catástrofe sin retorno para la persona y un súbito cataclismo que marcará para siempre a la familia y al entorno, una realidad tan dramática como difícil de abordar». Para hacer frente a esta incomprensión, Villar Cabezas ha escrito un tratado fundamental para que cualquier ciudadano pueda contar con las herramientas necesarias cuando alguien, sobre todo alguien joven, nos comunica su intención de dejar de vivir: Morir antes del suicidio. Prevención en la adolescencia (Herder Editorial).
Historias invisibles
Villar Cabezas comienza el libro relatando algunos casos reales que, en muchas ocasiones, pasan desapercibidos y se convierten en historias invisibles. Según datos actuales, en la adolescencia, por cada suicidio que se lleva a cabo existen al menos entre 100 y 200 intentos. Cuando los intentos de suicidio intentan silenciarse, hacer como si no hubiesen ocurrido o se intenta justificarlos, sin más, con un «estaba intentando llamar la atención», se oculta con ello la verdadera dimensión del problema, que no es sólo individual, sino también social.
En cualquier caso, este tabú social, apunta Villar Cabezas, se debe a que la persona y la familia se encuentran en una situación de soledad y aislamiento y «condenados a la clandestinidad, en la que se los mantiene con los mecanismos de vergüenza, la culpa y el miedo al estigma», debido, sobre todo, a la dificultad de abordar y comprender la problemática del suicidio.
Para Villar Cabezas, es importante que entendamos que «las personas que piensan en la muerte, por lo general, lo que quieren es matar una forma de vivir, no matar la vida»; su situación desesperada es lo que provoca una merma en la capacidad para ver y considerar caminos alternativos, así como su escasa fuerza anímica para afrontar las posibles opciones: «Y esta es una situación muy real, estas cosas pasan, estas cosas existen. La mayoría de las veces están deseando un cambio, y la desesperanza asociada al suicidio es precisamente la falta de esperanza de que ese cambio llegue o de que uno lo pueda llevar a cabo».
Para Villar Cabezas, es importante que entendamos que «las personas que piensan en la muerte, por lo general, lo que quieren es matar una forma de vivir, no matar la vida»
Escuchar para prevenir el suicidio
Morir antes del suicidio hace hincapié en la necesidad del diálogo, en lo fundamental de tomar una actitud de escucha ante quien nos manifiesta su dificultad para seguir adelante. Cuando alguien nos hace partícipes de su angustia, «la primera acción siempre tiene que ver con el establecimiento de un diálogo», apunta Francisco Villar Cabezas, para ofrecer a la persona la oportunidad de replantear la idea que ha tomado.
Todo consiste en «ofrecer la ayuda que está pidiendo» y «que alguien le ayude a ver lo que no está pudiendo ver, alguien que acompañe en esa desesperante espera hasta que la situación mejore». Por eso es capital pararse a escuchar, aunque nos sintamos asustados o no sepamos muy bien qué decir. Por supuesto, si la situación nos supera, es fundamental pedir apoyo externo.
En el caso de la persona con ideación suicida, tan peligrosa puede resultar una ayuda que no llega como una ayuda equivocada. Por eso, señala Villar Cabezas que, sobre todo en el caso de adolescentes, la intervención es clara y en absoluto compleja: acompañar a la persona en un primer momento, no dejarla sola, poner la situación en conocimiento inmediato de los padres y que estos informen al médico.
Y el autor aconseja: «Sin gran alboroto: mantener calma; decirle que lo entendemos perfectamente; que hay momentos en la vida en los que todo se ve muy oscuro; que mucha gente se ha podido sentir como él/ella; que informaremos a sus padres para que pongan en marcha la ayuda necesaria y que todo va a ir bien». Y añade Villar Cabezas: «Hablar del suicidio puede incitar al suicidio si se alienta al adolescente a cometerlo; ofrecer un espacio en el que el adolescente pueda compartir sus ideas es un alivio para él y una oportunidad de recibir la ayuda necesaria».
Todo consiste en «ofrecer la ayuda que está pidiendo» y «que alguien le ayude a ver lo que no está pudiendo ver, alguien que acompañe en esa desesperante espera hasta que la situación mejore»
Crear círculos de proximidad
En una sociedad como la occidental (si bien no es la única), cada vez más atomizada, en la que el individualismo exacerbado y la competitividad son la norma, resulta muy urgente crear círculos de cuidado y proximidad en los que la palabra y el establecimiento de vínculos reales se conviertan en las piedras angulares de nuestras relaciones.
La irrupción de las redes sociales y, en paralelo, de nuestra nueva forma de relacionarnos (mediatizados por aparatos tecnológicos) encierra una falsa idea de compañía, una hiperconexión sin afianzamiento, un estar con otros… en soledad.
Abrir la línea de diálogo con nuestro círculo más próximo, preguntarnos cómo estamos y fomentar el cuidado entre semejantes es uno de los factores de prevención más importantes con los que contamos como individuos y como sociedad. Como apunta muy certeramente Francisco Villar Cabezas refiriéndose a la inacción frente al suicidio o situaciones diversas de vulnerabilidad, «la persona en crisis suicida paga esa calma del otro al precio de una profunda soledad, abandono y exclusión». Además, el sujeto con ideación suicida es casi siempre consciente de esta situación («No os conté nada porque no os quería preocupar», etc.).
En una sociedad en la que el individualismo exacerbado y la competitividad son la norma, resulta muy urgente crear círculos de cuidado y proximidad en los que la palabra y el establecimiento de vínculos reales se conviertan en las piedras angulares de nuestras relaciones
Morir antes del suicidio. Prevención en la adolescencia es un manual accesible, breve, de fácil lectura para todos los públicos, riguroso, cercano y muy necesario para dar un paso más en la madurez de nuestra sociedad, que no puede seguir soslayando o tratando como algo anecdótico la realidad del suicidio, más aún en la infancia y la adolescencia.
Numerosos suicidios son la primera comunicación que el entorno familiar es capaz de escuchar sobre lo que la persona quería transmitir. Lamentablemente, muchos suicidios se convierten en una petición de ayuda desesperada que nunca llegó. Es urgente hablar del suicidio y contar con herramientas intelectuales y emocionales para afrontarlo en caso de que alguien necesite nuestra ayuda, porque, como apunta Villar Cabezas, «perpetuar el consejo de no hablar del suicidio, por liberador que pueda parecer para la sociedad, tiene un precio alto para la persona en crisis suicida, el precio es la soledad de alguien que no ha elegido voluntariamente pensar en la muerte».
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