Durante un largo pasado en nuestra historia humana, llegar a viejo fue una rareza, la excepción a la norma. Hoy la mirada sobre la vejez ha cambiado. Y esta experiencia moderna del envejecimiento es la temática abordada por el médico cirujano Atul Gawande en su libro Ser mortal. La medicina y lo que al final importa.
Por Rogelio Rodríguez Muñoz
En una época tan reciente como 1900 la esperanza de vida no sobrepasaba los 50 años. Y las personas que alcanzaban la vejez —setenta, ochenta o más años— cumplían, en general, un rol de autoridad dentro de su familia, incluso dentro de su comunidad. En muchas sociedades, los ancianos no solo inspiraban respeto y obediencia, sino que también dirigían los ritos sagrados y ejercían el poder político.
El médico cirujano Atul Gawande, autor de Ser mortal. La medicina y lo que al final importa (Galaxia Gutenberg), está convencido de que no ha existido en toda la historia una época mejor que la actual para ser anciano, pero el autor reconoce que ha mermado considerablemente la dignidad de la vejez. Esto se debe a la enorme población longeva con que cuenta nuestro planeta en este siglo, situación para la que la mayoría de las sociedades no están preparadas.
Gawande afirma que, habiendo superado, en gran parte del mundo, nuestro ciclo vital medio los ochenta años, «ya somos unos bichos raros que estamos viviendo bastante más de lo que nos corresponde. Cuando estudiamos el envejecimiento, lo que estamos intentado comprender no es tanto un proceso natural, sino más bien un proceso antinatural».
Y, por otro lado, ocurre lo que este autor llama «la veneración del individuo independiente»: la veneración de los mayores ha desaparecido, pero no ha sido sustituida por la veneración de la juventud, sino por la celebración de la persona autónoma, de quien es capaz de vivir una existencia básica sin depender de los demás.
Atul Gawande reconoce que ha mermado considerablemente la dignidad de la vejez. Esto se debe a la enorme población longeva con que cuenta nuestro planeta en este siglo, situación para la que la mayoría de las sociedades no están preparadas
También las nuevas tecnologías de comunicación han ido desalojando el monopolio que antiguamente tenían los ancianos sobre el conocimiento y la sabiduría (en muchas comunidades eran los custodios de la tradición, el saber y la historia). Los nuevos recursos técnicos crean nuevas profesiones y requieren inéditas habilidades, lo que socava el valor de la experiencia. Escribe Gawande: «Antiguamente, lo más probable es que acudiéramos a una persona mayor para que nos explicara el mundo. Ahora lo buscamos en Google, y si tenemos algún problema con el ordenador, le preguntamos a un adolescente».
El acelerado desarrollo científico, en general, y de la medicina, en particular, ha alterado profundamente el curso de la vida de las personas. Indiscutiblemente, hoy vivimos más y mejor que en cualquier otra época de la historia. Pero, en lo que se refiere a los procesos del envejecer y morir, los avances científicos los han convertido en experiencias médicas, en asuntos que deben ser gestionadas por profesionales de la atención sanitaria. Ante esto, Gawande asevera: «Nosotros, los que trabajamos en el mundo de la medicina, hemos demostrado estar alarmantemente mal preparados para esa tarea».
La vejez, entonces, está asaltando el mundo, se le ha echado encima de repente y urgen estudios para comprenderla y tratarla como corresponde. No basta con trasladar esta experiencia humana a hospitales y residencias geriátricas. El autor advierte que no hay suficientes especialistas en geriatría para una población anciana que aumenta rápidamente. Y hace un llamado para impartir cursos de formación en medicina geriátrica no solo en todas las facultades de Medicina, sino también en todas las escuelas de Enfermería y de Trabajo Social.
La veneración de los mayores ha desaparecido, dice Gawande, pero no ha sido sustituida por la veneración de la juventud, sino por la celebración de la persona autónoma, de quien es capaz de vivir una existencia básica sin depender de los demás
También aboga por transformar la visión y misión de la medicina. Hasta ahora se ha pensado que consiste en garantizar la salud y la supervivencia. Para Gawande es más que eso: consiste en hacer posible el bienestar. Y escribe: «El bienestar tiene mucho que ver con las razones por las que uno desea estar vivo. Esas razones cuentan no solo al final de la vida, o cuando sobreviene la debilidad, sino a lo largo de toda nuestra existencia».
Deja un comentario