- 1 Declive de la escolástica
- 2 Un nuevo comienzo en la filosofía
- 3 «Discurso del método»
- 4 No tanto qué conocer, sino cómo conocerlo
- 5 La duda metódica
- 6 Pienso, luego existo
- 7 La idea de Dios como garante del mundo
- 8 El mundo como res extensa
- 9 El ser humano: una unión imposible
- 10 Influencia y legado de Descartes
René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye en Touraine, Francia, en el seno de una familia noble. Su madre falleció cuando él tenía un año, lo que marcó su infancia. Fue educado en el Colegio Jesuita de La Flèche, donde destacó por su brillantez intelectual.
Tras finalizar sus estudios, obtuvo un título en Derecho en la Universidad de Poitiers en 1616, aunque nunca ejerció la profesión. Descartes se enroló en el ejército holandés bajo el mando de Mauricio de Nassau, donde, además de su formación militar, continuó sus estudios de matemáticas y filosofía.
En 1628, Descartes se trasladó a los Países Bajos, donde viviría durante más de dos décadas. Este periodo fue crucial para su vida, ya que disfrutó de la tranquilidad necesaria para dedicarse por completo a sus estudios y reflexiones filosóficas. A pesar de su vida reservada, mantuvo correspondencia con varios intelectuales europeos. Recogemos diez claves para entender su filosofía.
1 Declive de la escolástica
No se puede comprender el pensamiento de Descartes sin comprender la pugna que este tuvo con la escolástica. Pero ¿a qué llamamos escolástica? Al método dominante de enseñanza y de estudio dentro de las universidades europeas durante la Edad Media y que se basaba, en gran medida, en las obras de Aristóteles y en los comentarios teológicos de Tomás de Aquino. Y es que el objetivo durante muchos siglos fue armonizar la filosofía de los grandes maestros griegos con las sagradas escrituras. Y, aunque eso produjo interesantes debates, terminó por generar un espacio clausurado, donde lo importante era cerrar los huecos y no tanto abrir nuevas preguntas.
En este sentido, la escolástica era en el siglo de Descartes un sinónimo de rigidez en la enseñanza y de cerrazón en sus filosofías. Era criticada, además, por una dependencia excesiva de la autoridad y estaba más enfocada en proteger la fe de la razón que en nuevos descubrimientos científicos. La filosofía de Descartes es, pues, un nuevo comienzo en la filosofía porque rompe con la escolástica, porque abandona sus postulados aristotélicos y porque busca, como harán los científicos de su siglo, comenzar desde cero para obtener resultados fiables.
Quizá los dos puntos más rompedores fueron el establecimiento de la duda como primera parte del método filosófico (lo que iba en contra de la fe religiosa) y la apuesta cartesiana por el racionalismo, es decir, la apuesta intelectual porque la verdad sea hija de la razón y no de las sagradas escrituras. Ambos puntos los veremos más adelante, pero primero hablemos de lo que supuso este nuevo comienzo en la filosofía.
La escolástica era la enseñanza de las universidades europeas en la Edad Media y se caracterizaba por la conjunción entre aristotelismo y cristianismo (en su contenido) y por la rigidez y cerrazón (en sus formas). Contra esto se levantó Descartes
2 Un nuevo comienzo en la filosofía
El motivo principal del pensamiento cartesiano era buscar un nuevo comienzo para la filosofía que asegurase ciertas certezas, es decir, su objetivo era conseguir un grado de seguridad similar al que empezaban a conseguir las ciencias físicas aquellos años con sus descubrimientos científicos.
Para eso Descartes tuvo que hacer tabula rasa con la escolástica, que era la filosofía imperante, y partir de un punto radicalmente nuevo (que, como veremos, será la duda). No podía heredar los viejos y enquistados debates de sus maestros porque estos estaban centrados en cuadrar la filosofía aristotélica con la Biblia, y no en hacer avanzar el conocimiento hacia verdades seguras.
Las verdades, para Descartes, no pueden ser verdades porque lo diga determinada autoridad, sino porque contienen en sí mismas el principio de verdad. Cuando decimos que es imposible que llueva y no llueva al mismo tiempo, estamos enunciando una verdad en sí misma, una verdad que se nos muestra como una idea clara, distinta y evidente.
Hay, pues, en Descartes, un desplazamiento de los criterios de verdad: de los criterios externos (las escrituras y los clérigos, o la autoridad de los grandes maestros) a criterios internos (las ideas verdaderas tienen características propias que las diferencias de las que no lo son, como son las características de claridad, distinción y evidencia). Esto fue un cambio radical en la historia de la filosofía.
3 «Discurso del método»
René Descartes escribió el Discurso del método en 1637 y, como toda obra escrita, es importante conocer su contexto para comprender el diálogo que el libro quiso establecer con su momento histórico. ¿Con quién quiere dialogar Descartes? ¿Qué estaba pasando en su mundo cuando escribió este texto?
Descartes creció en un período en el que se estaban reexaminando las creencias más profundas de la sociedad. Después de la larga Edad Media, la modernidad comenzó con un profundo cuestionamiento de los dogmas heredados. Es el período del Renacimiento y de volver a leer a los clásicos (griegos y romanos). La autoridad eclesiástica empezaba a perder su capacidad para imponer una determinada senda intelectual y la ciencia comenzaba a plantear sus preguntas fuera del marco religioso.
Eran los años de figuras como Copérnico, Galileo o Kepler, que desafiaron las cosmologías que habían sobrevivido durante más de diez siglos (principalmente las de Aristóteles y Ptolomeo) y fundaron su nuevo método basándose en la observación. De lo que se trataba para estos nuevos científicos era de establecer un nuevo comienzo cuyas respuestas pudieran explicar la realidad y no estuviesen secuestradas por una creencia previa (como la fe cristiana).
Dentro de este renacer cultural y de búsquedas de nuevos comienzos, Descartes emergió como una figura fundamental para la historia del pensamiento. La misma insatisfacción que Galileo y Kepler sintieron con las cosmologías heredadas fue la que sintió Descartes con la escolástica medieval, es decir, con la filosofía heredada.
4 No tanto qué conocer, sino cómo conocerlo
Decíamos antes que Descartes cambió los criterios que deberíamos tener en cuenta para decir que algo es verdadero. Para él, veíamos, las ideas verdaderas son claras, distintas y evidentes por sí mismas, como la idea de que es imposible que llueva y no llueva al mismo tiempo. Ahora bien, ¿cómo llegar a estas ideas verdaderas? ¿Qué camino coger?
Estas preguntas representan un cambio fundamental en la historia de la filosofía. Antes el objetivo era más el lugar al que llegar (el ser, la verdad, el bien…), pero Descartes no se preocupó tanto por el sitio al que llegar, sino por cómo llegar. Su preocupación era, y de ahí el título de su libro más famoso, por el método. Quería tener certezas, fuese en un campo o en otro.
Descartes inició un nuevo período filosófico (la modernidad filosófica) que relegó la ontología (que se pregunta por la realidad) y premió la epistemología (que se pregunta por cómo conocer correctamente la realidad, y no tanto por la realidad misma).
Esta premisa ha sido criticada durante los últimos siglos y, de hecho, la crisis de la modernidad ha sido, entre otras, la crisis de esta pregunta. Y es que ¿no presupone la pregunta por el camino —por el método— un determinado territorio, una determinada realidad? Pero no nos adelantamos, estas son preguntas de nuestro tiempo, y estamos en la época de Descartes.
El objetivo de Descartes era, pues, conseguir certezas filosóficas independientemente de a dónde nos llevase esto. Buscar un método que nos asegurase que no arrastramos los prejuicios de la escolástica y la tradición. Empezar bien. De una vez por todas llegar a conclusiones seguras. ¿Cómo empezó Descartes? Con su duda metódica.
Las verdades, para Descartes, no pueden ser verdades porque lo diga determinada autoridad, sino porque contienen en sí mismas el principio de verdad. Cuando decimos que es imposible que llueva y no llueva al mismo tiempo, estamos enunciando una verdad en sí misma, una verdad que se nos muestra como una idea clara, distinta y evidente
5 La duda metódica
La duda metódica en Descartes era, ante todo, una duda momentánea, un lugar donde empezar. No estamos en las dudas escépticas, que se planteaban más como el final del camino y no tanto como el principio del mismo (es decir, para los escépticos la conclusión es que no podemos saber si las cosas son así o no). En Descartes, la duda es el primer paso porque necesitaba asegurarse de no arrastrar ningún deje escolástico, ningún gesto que le fuera a torcer su camino para siempre. La duda metódica es, pues, una estrategia filosófica que busca cuestionar radicalmente todas las creencias y opiniones aceptadas con el fin de encontrar una base sólida y segura para el camino científico.
Los tres niveles de duda
Esta duda metódica tuvo en Descartes tres niveles. En primer lugar, Descartes dudó de los sentidos. Esta es una diferencia fundamental con el empirismo posterior. Como vemos, el racionalismo de Descartes le llevó a desconfiar de la información que provenía de la vista, el gusto, el olfato…
¿Cómo podemos fiarnos de que lo que vemos ocurre realmente en la realidad? ¿No vemos a los coches más pequeños cuando están lejos? ¿No parece que está doblada una vara de metal cuando la sumergimos en agua? Desde luego, los sentidos nos engañan y no siempre son fiables, así que por aquí —pensó Descartes— no podemos empezar una filosofía segura, una filosofía llena de certezas.
Si seguimos dudando de todo, y este es el segundo nivel de la duda, tampoco podemos estar seguro de que estemos despiertos. Calderón de la Barca publicó en 1635 La vida es sueño, un ejemplo de cómo se podría hacer creer a alguien que dormía cuando estaba despierto. Pero al revés también ocurre: en los sueños creemos que esa es la realidad y nuestros avatares oníricos actúan como tal.
Así que, como vemos, no podemos fiarnos ni de nuestros sentidos ni tampoco de que estemos en la realidad o de que estemos despiertos. ¿Qué nos queda? Bueno, podríamos fiarnos de las matemáticas, ¿no? Al fin y al cabo, dos más dos siempre son cuatro y eso parece independiente (más universal) de lo que vemos con los sentidos y de la duda de si estamos dormidos o no. Las leyes matemáticas parecen ser universales.
Sin embargo, el tercer nivel de duda de Descartes también duda de esto porque bien podría ser (a él le parecía plausible, aunque sea improbable) que estuviéramos regidos bajo un dios que no fuera bueno, sino que fuera maligno, y que en lugar de darnos las verdaderas leyes matemáticas nos hubiera dado leyes falsas. Un dios que nos hiciera creer que todo está bien cuando en realidad todo está mal. Un dios que nos haga confundir la verdad con la mentira. Así lo cuenta Descartes en el Discurso del método:
«Supondré, pues, no que Dios, que es la bondad suma y fuente suprema de la verdad, me engaña, sino que cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su industria toda en engañarme; pensare que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos, y todas las demás cosas exteriores no son sino ilusiones y sueños de que hace uso, como cebos, para captar mi credulidad […] y, si por tales medios no llego a poder conocer una verdad, por lo menos en mi mano está el suspender mi juicio».
¿Qué queda? ¿De qué podemos estar seguros? Este es el hito de Descartes.
6 Pienso, luego existo
«Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: ‘Yo pienso, luego existo’ era tan firma y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando».
Por mucho que dudemos, no podemos dudar de nuestra duda. Eso es evidente. Si dudamos, la duda está ocurriendo de facto. Tenemos claro que la duda existe, y eso es una certeza. Pero la duda es solo el reflejo de otra cosa: alguien que está dudando. Y en la medida en que la duda es siempre un pensamiento, cuando dudamos podemos estar seguros de nosotros como ente pensante (cogito), como alguien duda. De ahí, la célebre sentencia «cogito, ergo sum», es decir, «pienso, luego existo (soy)».
Así que ya hemos llegado a nuestra primera certeza: cada uno de nosotros tenemos la certeza de que existimos como entes pensantes. Esto no es una deducción a partir de otras premisas (en el sentido de la lógica aristotélica), sino que es una idea clara, distinta y evidente. Una intuición que se nos aparece cuando escarbamos y dudamos de todo.
Esta certeza es el punto de partida de toda la filosofía de Descartes (y de toda la modernidad filosófica): el ser humano es un cogito, un ente pensante. El objetivo será ahora salir del escepticismo al que nos había llevado la duda metódica y, ahora que tenemos un nuevo comienzo en la filosofía, empezar a construir.
Las consecuencias del cogito
Aunque no lo pueda parecer a primera vista, las consecuencias de que el cogito sea el inicio de toda filosofía (moderna) son muy importantes. En primer lugar, el sujeto queda separado de su mundo porque se entiende como un ente pensante que recibe representaciones del exterior. Esto será criticado por Heidegger, entre muchos otros, para quien esta separación es inviable porque siempre estamos-en-el-mundo.
Además, genera una duda eterna sobre la realidad en sí porque, si solo tenemos, en tanto cogito, representaciones de la realidad, entonces siempre nos quedará la duda de si las cosas en sí (que Kant llamó noúmeno) son o no son (o qué narices son) en comparación con las representaciones que tenemos de ellas (que Kant llamó fenómenos). Siempre nos quedará la duda de cómo es verdaderamente el color azul.
Por mucho que dudemos, no podemos dudar de nuestra duda. Y en la medida en que la duda es siempre un pensamiento, cuando dudamos podemos estar seguros de nosotros como ente pensante (cogito), como alguien duda. De ahí, la célebre sentencia «cogito, ergo sum», es decir, «pienso, luego existo (soy)»
¿Qué hay dentro del cogito?
Lo que necesitamos ahora es empezar a construir partiendo siempre de nuestra certeza. Partimos de nosotros en tanto cogito, es decir, en tanto entes pensantes. ¿Qué encontramos? Pues que tenemos ideas dentro de nuestra mente.
Bien, pero ¿qué tipo de ideas? De tres tipos. Las ideas adventicias son aquellas que parecen provenir del exterior (como la idea de autobús). Las ideas facticias son las que construye la mente a partir de otras ideas (como la idea de unicornio, caballo + cuerno). Por último, tenemos las ideas innatas, que son ideas con las que nace todo ser humano y que no dependen de su formación o de su contacto con el exterior.
Las ideas innatas son filosóficamente las más interesantes porque suponen que el ser humano no nace como una pizarra vacía (como argumentarán después los empirista o ya habían hecho otros filósofos anteriores), sino que nacemos con ideas en tanto somos seres humanos.
Estas ideas que tenemos todos son ideas que no pueden provenir de los sentidos, como por ejemplo la idea de causa o la idea de Dios (dijo Descartes). Y si las tenemos todos y no vienen de los sentidos, ¿cómo puede ser que estén dentro de nuestras cabezas? Pues porque nacemos con ellas.
7 La idea de Dios como garante del mundo
Que la idea de Dios sea innata para Descartes es algo muy interesante porque ahora, si seguimos el camino de su filosofía, tendremos que preguntarnos (y fue exactamente lo que hizo Descartes) qué relación tiene esto con la idea de Dios en sí. En otras palabras, Descartes cree estar convencido de que ha demostrado que existe el cogito y que este (es decir, nosotros) tiene ideas innatas, como la idea Dios. Sin embargo, hasta este punto no ha dicho nada del mundo (¿es todo un sueño?, ¿podemos saberlo?).
La estrategia de Descartes consistió en demostrar la existencia de Dios a partir de la idea que tenemos de él y luego afirmar que, dado que Dios existe, entonces el mundo tal y como lo conocemos debe existir. Pero vayamos por partes. ¿Cómo demostró la existencia de Dios? Con el argumento ontológico de San Anselmo.
Las ideas que tenemos todos no pueden provenir de los sentidos, como por ejemplo la idea de causa o la idea de Dios. Y si las tenemos todos y no vienen de los sentidos, ¿cómo puede ser que estén dentro de nuestras cabezas? Porque nacemos con ellas
El argumento ontológico de San Anselmo
Es uno de los argumentos más importantes que los filósofos han aportado para la demostración de la existencia de Dios. Su autor fue Anselmo de Canterbury y fue Kant el que lo denominó «argumento ontológico». Es un argumento poderoso y al que los distintos filósofos han vuelto una y otra vez. San Buenaventura está cerca de su argumentación, mientras que Tomás de Aquino la rechaza. Escoto lo modifica, pero aceptándolo, lo mismo que Leibniz, por ejemplo. Kant declara su imposibilidad, pero Hegel lo volverá a replantear para formular sus pruebas racionales de la existencia de Dios.
En la filosofía de Descartes es la pieza clave que nos permite pasar de nuestra mente (cogito) al mundo. El argumento se resume en lo siguiente: incluso cuando negamos la existencia de Dios sabemos lo que la idea de Dios quiere decir. Es decir, hasta las personas ateas tienen en su mente la idea de Dios. Este, si nos fijamos bien, es el mismo punto de partida de Descartes: la idea de Dios está en todos nosotros.
Si miramos un poco más adentro, ¿a qué refiere esta idea de Dios? Creamos o no en él, estamos de acuerdo en que la idea de Dios se refiere al ser más perfecto posible. Pero el ser más perfecto posible (¡y esta es la clave del argumento!) no puede existir solo como idea, porque lo que existe en la realidad es más perfecto de lo que no existe en ella. Por tanto, si tenemos la idea de Dios, del ser más perfecto, tiene que existir necesariamente porque de no hacerlo, no sería enteramente perfecto.
8 El mundo como res extensa
Con la existencia demostrada de Dios todo es mucho más sencillo. Para empezar, porque podemos descartar esa hipótesis inicial que decía que quizá nos gobernaba un genio maligno. Ahora ya no lo creemos porque Dios existe, nada de genios malignos. ¿Y cómo es el Dios del cristianismo, el Dios cuya existencia Descartes cree haber demostrado? Es bueno y todopoderoso.
¿Cómo va un Dios bueno y todopoderoso a engañarnos? No lo va a hacer, evidentemente. De ahí que, para Descartes, podamos fiarnos de nuestras representaciones y de que estamos despiertos y de que las cosas operan según nuestra intuición natural. ¿Cómo nos va a tener Dios en una probeta medio dormidos haciéndonos creer que vivimos de verdad?
Así que la existencia del mundo, en tanto res extensa, es decir, en tanto cosa material (a diferencia de nuestro carácter pensante), queda demostrada porque tenemos a Dios como garantía. Sin Dios, según lo que se deduce de lo que leemos en el Discurso del método, nada nos dice que nuestras representaciones tengan un correlato fuera de nosotros.
Sin embargo, el mundo en la filosofía de Descartes queda totalmente contrapuesto a nuestra naturaleza pensante. El mundo es visto en su filosofía como algo puramente material, mecánico, como un conjunto de átomos y leyes físicas. Pura materialidad, pura res extensa (literalmente «cosa extensa», que tiene extensión física). Al contrario, nuestra mente se entiende como res cogitans o sustancia pensante.
El argumento ontológico se resume en lo siguiente: incluso cuando negamos la existencia de Dios sabemos lo que la idea de Dios quiere decir. Es decir, hasta las personas ateas tienen en su mente la idea de Dios
9 El ser humano: una unión imposible
Y es aquí donde Descartes se encontró con un problema fundamental: ¿cómo puede existir el ser humano? Por definición, la res extensa y la res cogitans, es decir, el mundo material y el mundo de las ideas, no pueden influirse porque son de una naturaleza radicalmente distinta. Para empezar, el mundo de las ideas es inextenso, no tiene espacio físico, a diferencia del mundo material. Y es que por mucho que queme un árbol, la idea de árbol no se quema.
Ocurre que el ser humano participa de los dos mundos porque tiene cuerpo y extensión, pero también conoce y razona y piensa. El problema del dualismo cartesiano es que tiene que explicar cómo estas dos dimensiones consiguen interactuar en el ser humano, porque realmente lo hacen. En su libro de 1994, El error de Descartes, António Damásio (1944) muestra que personas que han sufrido perforaciones en el cráneo o golpeos severos tienen cambios en su mente y en su forma de pensar. Es decir, cambios en la materia (cerebro) generan cambios en la mente de alguien.
La solución de Descartes fue proponer un órgano donde ambas sustancias se tocan, el punto de contacto entre el alma y el cuerpo. A este órgano lo llamó glándula pineal. Esta glándula pineal no pertenece a la categoría de los órganos mecánicos, como el resto del cuerpo, sino que tendría la particularidad de ser una especie de «sede» del alma, lo que permite que los movimientos corporales influencien los pensamientos, y viceversa.
Sin embargo, y si somos un poco críticos, poco aporta esta solución más que decir que sí, que en algún punto debe haber contacto, pero sin explicar el cómo. El filósofo británico Gilbert Ryle (1900-1976) llamó a este problema el «problema del fantasma en la máquina». ¿Cómo puede un fantasma, que no tiene capacidad física ni puede mover nada, mover un cuerpo físico con sus órganos? Es esto lo que queda irresoluble en la filosofía cartesiana.
El mundo en la filosofía de Descartes queda totalmente contrapuesto a nuestra naturaleza pensante. El mundo es visto en su filosofía como algo puramente material, mecánico, como un conjunto de átomos y leyes físicas. Pura materialidad, pura res extensa (literalmente «cosa extensa», que tiene extensión física). Al contrario, nuestra mente se entiende como res cogitans o sustancia pensante
10 Influencia y legado de Descartes
En Discurso del método, Descartes inaugura toda una etapa en la historia de la filosofía occidental. Estableció un método para alcanzar el conocimiento verdadero y aireó la filosofía del excesivo peso que la escolástica y la tradición ponían sobre ella. El objetivo para él era la verdad y no cuadrar determinado maestro con determinada creencia (aunque su filosofía está lejos de ser atea; de hecho, Descartes hizo su propia cuadratura del círculo al demostrar la existencia del dios cristiano).
A partir de él, y aunque estas divisiones siempre son más pedagógicas que reales, la modernidad europea se dividió entre los empiristas ingleses y los racionalistas europeos (principalmente alemanes). Los primeros partieron del hecho de que la única fuente posible de conocimiento eran los sentidos y rechazaron las ideas innatas, mientras que los segundos aceptaron la existencia de ideas innatas e investigaron sobre ellas y sobre la razón.
Por otro lado, la filosofía de Descartes es tremendamente dualista porque separa nuestra parte pensante, la mente, con el resto del cuerpo, que forma parte de la res extensa. Aunque el dualismo ha sido criticado y muchos filósofos modernos han adoptado posturas monistas, la distinción cartesiana sigue siendo relevante. La idea de la mente como una entidad separada ha influido en debates sobre la naturaleza de la conciencia, la identidad personal y la inteligencia artificial. En la psicología, aunque el enfoque cartesiano ha sido en gran medida reemplazado por perspectivas más integradas, la cuestión de cómo los procesos mentales se relacionan con el cerebro y el cuerpo sigue siendo un tema de investigación importante.
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