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Cambiar nuestra forma de vivir para cambiar el mundo

El poder no solo gobierna a través de la represión. Discurre de forma más sutil: no tanto prohibiendo, sino produciendo. ¿El qué? Comportamientos, formas de vida. El poder no tiene que reprimir si ya nos comportamos como el poder quiere. ¿Y cómo sacudirnos de la piel estos hábitos aprendidos? Este es el tema del nuevo libro del pensador francés Eric Sadin, «Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos».

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Solo tenemos una vida, pero nuestra vida está constreñida por las violencias del sistema. ¿Cómo cambiar nuestra vida para que cambie el sistema? ¿Cómo hacer disidencia? ¿Cómo aspirar a una vida que valga la pena haberla vivido en un sistema justo con los demás? Ilustración generada a partir de DALL-E2 (9/1/24).

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«Si en lo que resta
no flotamos durmiéndonos hasta nuestro fondo,
si, dulces moribundos, no borramos
el borde entre esta soledad
y el mundo, si en lo que resta no somos
ni nos acordamos de que aquí somos,
ni nos anoticiamos de que se nos es,
si en lo que resta no somos espléndidos,
si en lo que resta no somos quienes seríamos,
[…] si en lo que resta no, entonces cuándo,
si no nosotros, entonces quién
nos consolará de estar tirados acá?»
Beatriz Vignoli, poeta argentina

Durante los últimos cinco años, y con más fuerza durante la pandemia, fueron muy variadas las intervenciones filosóficas en torno a la idea de colapso y del «fin del mundo» (con libros como Fenomenología del fin, de Bifo Berardi, a la cabeza). Pero ahora, conviviendo con aquello que pensábamos como el fin, nos encontramos como «dulces moribundos» quizás en otro momento, en el momento de ver qué quedó y qué podemos hacer «en lo que resta».

FILOSOFÍA&CO - Libro 3
Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos, de Éric Sadin (Herder Editorial).

Parte de la motivación del nuevo libro de Eric Sadin, Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos, publicado por Herder Editorial (2023), es continuar con la crítica que Sadin venía sosteniendo en libros anteriores, como por ejemplo en La siliconización del mundo (Caja Negra, 2020), donde analiza Silicon Valley y lo que denomina como grupo GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), estudiando cómo estos imperios empresariales, en sus diferentes transformaciones y estrategias de expansión, han ido moldeando la subjetividad contemporánea. En su nuevo libro, sin embargo, se agrega una dimensión más: la constitución de estos imperios como nuevas formas de poder y de gobernabilidad, nuevas formas de poder que rigen casi por completo nuestros comportamientos y capacidades sociales.

Si en La era del individuo tirano. El fin de un mundo común (Caja Negra, 2022) Sadin ya había dado su lapidario diagnóstico sobre la muerte de lo común y de lo político tal como lo conocíamos (llegando a decir que «la sociedad no está fracturada: no hay sociedad»), en este libro hallamos finalmente la cara propositiva: se aborda cómo recuperar mediante una «sociedad de sociedades» aquello común que no solo se ha roto, sino que ya no nos representa. Este último libro es, entonces, al decir de Lenin, el «¿qué hacer?» de Eric Sadin.

Recuperar nuestras propias fuerzas

La tesis general del libro parte de la siguiente preocupación: ante estas nuevas formas del poder, que rigen más que nunca nuestros comportamientos, se ha instaurado una nueva gobernabilidad. Los Estados han perdido su capacidad de intervención; las sociedades, su soberanía, y los individuos, su capacidad de acción política (y, en suma, su libertad). 

Recuperar nuestro pulgar

El llamamiento de Sadin apunta, entonces, algo que es inalienable: nuestras propias fuerzas. Didácticamente, lo explica al principio con un ejercicio muy simple: hay que recuperar los dedos de nuestras propias manos. El primer dedo que podemos rehabilitar es el pulgar: sacándolo de su función de dar likes.

Con esto, Sadin pretende ilustrar lo que él llama el «principio de delegación», que hoy se ha convertido en la «fuerza central de la vida pública». Y es que la actual dinámica de interacción en redes sociales genera una forma de establecer asociaciones con otros donde se confunde «la libertad de elegir personas, y de hablar, con un uso pleno de nuestra libertad».

Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos, de Éric Sadin, es un libro propositivo: aborda cómo recuperar mediante una «sociedad de sociedades» aquello común que no solo se ha roto, sino que ya no nos representa

Recuperar nuestro dedo índice

El siguiente es el dedo índice, que apunta al mundo del trabajo. Del mismo modo, la «organización algorítmica del trabajo» presente en el comercio online y también en empresas de servicios —como Deliveroo, Uber o Lime, entre otras muchas— tiene para Sadin un fuerte impacto en el plan normativo, ya que estas surgen…:

«… de la transmisión automatizada de instrucciones, de evaluaciones en tiempo real y fomentan ritmos ininterrumpidamente sostenidos, a la vez que imponen el régimen de la precariedad. […] [Contribuyendo a crear] un mundo laboral hecho de normas cada vez más implacables, desprovisto progresivamente de un interlocutor directo y rodeado de entidades jerárquicas indiscernibles, ha acabado prevaleciendo masivamente, dificultando así la posibilidad de expresar los desacuerdos y de gestionar legítimamente los conflictos».

Y con esto, Sadin apunta a la consecuencia social de las formas que tenemos de dirigirnos a quienes ofrecen esos servicios de consumo: «Se trata de un fenómeno determinante, que caracteriza por sí mismo nuestra época: algunos de nuestros hábitos provocan constantemente efectos de una dimensión esclavizadora en otras personas». Hace poco alguien me comentó que un repartidor que iba a entregarle su pedido tuvo en accidente durante el trayecto. El cliente, en lugar de comprender la situación, consultó cómo llegaría entonces su comida.

Recuperar nuestra mano

El tercer uso que haríamos de los dedos no sería para mover uno solo, sino toda la mano para «colocarla sobre nuestra boca». Con esta imagen, Sadin apunta a la recuperación del lenguaje. Historiza: «El giro liberal de la década de 1980 no fue solo una repentina redefinición de la sociedad, sino que fue ante todo una revolución del lenguaje». La «tecnolírica» de la expertise y managment propios de la «sociedad de rendimiento» —como la llamaría Byung Chul Han— tiene fuertes consecuencias políticas porque termina por minar nuestras formas de soberanía:

«Vivimos en una época donde más que nunca los discursos preceden a los hechos, donde la gobernanza mediante órdenes fue sustituida por una gubernamentalidad mediante la palabra».

No sucede que estemos hablando el lenguaje del «enemigo», sino que directamente el enemigo ha confiscado nuestra lengua: «No se trata solo de las correlaciones de fuerzas entre intereses divergentes, sino que muchos se basan en la primacía adquirida por un léxico sobre otro». Y, también, que la manera de hablar tiende a enemistarnos unos con otros, que nuestro propio lenguaje ha ido convirtiéndose en un lenguaje de enemistad y productividad. 

Sadin critica específicamente un uso del lenguaje cuyo origen ubica en dos multinacionales que operan en la industria de la consultoría y de la inteligencia artificial: Accenture e IBM, a quienes llama «los nuevos poetas de la vida contemporánea». Analizando extractos de informes anuales publicados en el sitio web de Accenture (tales como «dominar la velocidad para un valor innovador», «aprovechar las tecnologías inteligentes, extraer el valor de los datos y fortalecer las habilidades de los talentos», «business of experience» [negocio de la experiencia], «pasar de la experiencia del cliente al negocio de la experiencia», «visiones sobre el cambio», «de la visión a la acción: en dirección a un valor de 360º»), Sadin se pregunta:

«¿Cómo no ver hoy todos los efectos tóxicos ocasionados por esta industrialización y esta privatización de la palabra, que hemos dejado proliferar, casi sin réplica, desde hace muchas décadas?».

Esto, además, tiene consecuencias epistemológicas. Y es que, «como resultado de la creciente expertización de la sociedad, que impuso un régimen de conocimiento supuestamente ‘objetivo’, incluso científico», nos hemos acostumbrados a depender del léxico sofisticado y abstracto de los «expertos», independientemente de cuál sea nuestra opinión, relegándonos así a lugar de meros espectadores. Y, de hecho, es esta operación discursiva lo que da pie a la proliferación de fake news o bulos y a todo tipo de visiones sesgadas y, en suma, a la desinformación.

Para Sadin, si queremos hacer una «contrapolítica del lenguaje» será necesario construir una sociedad crítica capaz de criticar sus representaciones y contrarrestar este uso desviado del lenguaje. Por eso, Sadin da una importancia política crucial al hecho de «dar testimonio», es decir, al hecho de poder dar cuenta de relatos basados en la experiencia de las realidades concretas y ordinarias, que en su mayoría pondrían en tela de juicio el contenido unívoco y abstracto de estos enunciados. En ese sentido, y recuperando a George Orwell, también dice que es preciso velar por una «higiene del lenguaje»:

«Que las palabras no sean confiscadas, sino que su libre utilización favorezca la expresión de la pluralidad, representa un reto político apasionado al que hoy nos corresponde enfrentarnos».

Tenemos un problema con el lenguaje. No sucede que estemos hablando el lenguaje del «enemigo», sino que directamente el enemigo ha confiscado nuestra lengua. Además, la manera de hablar tiende a enemistarnos unos con otros, nuestro propio lenguaje ha ido convirtiéndose en un lenguaje de enemistad y productividad

Recuperar nuestros meñiques

Por último, recuperaremos los meñiques:

«El último movimiento de esta orquestación moviliza especialmente el dedo más pequeño, el meñique o auricular, llamado así porque puede introducirse en el orificio de la oreja, y por eso lo consideramos aquí simbólicamente dispuesto a aventurarse en pequeños intersticios, en caminos menos transitados».

Por esos intersticios vendrán, subterráneamente y con movimientos muy lentos pero precisos, nuestros modos de «hacer disidencia».

La sociedad pospandemia

Para Sadin, el punto central desde donde recuperar la política de nosotros mismos son nuestros modos de vida y las nuevas formas de organización en común. El punto de quiebre de nuestros modos de vida ha ocurrido, sin lugar a dudas, en la pandemia, que Sadin estudia con el propósito de comprender sus efectos en el presente. El hecho de que se nos obligase a realizar muchas de nuestras tareas ordinarias exclusivamente en línea trajo aparejadas —según el autor— tres consecuencias.

La primera es una extraordinaria intensificación del uso de nuestros instrumentos conectados. La segunda es la extensión de ese uso a una gran cantidad de actividades que no parecía razonable que pudieran realizarse de este modo: consultas médicas, consejos de administración, celebración de congresos, ferias comerciales, cumbres de jefes de Estado… Por último, Sadin explica que se produjo un fenómeno de naturalización, como si en adelante fuera normal realizar todas estas actividades humanas sin una presencia física compartida.

Sadin da una importancia política crucial al hecho de «dar testimonio», es decir, al hecho de poder dar cuenta de relatos basados en la experiencia de las realidades concretas y ordinarias

Vivir a distancia

Estas lógicas de relación social y relación económicas son agrupadas por Sadin en lo que llama «telesocialización generalizada». Estas lógicas han terminado produciendo, en suma, un estado de aislamiento colectivo, recrudeciendo un tipo muy particular de individualismo en el cual no podemos confiar más que en nosotros mismos. Una especie de nuevo hobbesianismo, pero sin la posibilidad de construir contrato social alguno.

Ahora bien, Sadin no pierde en ningún momento su perspectiva marxista: estas lógicas no son solo neoliberales, o «socioliberales», sino capitalistas y, como tales, tienen como objetivo siempre la desposesión, pero mediante el usufructo de recursos menos obvios que nuestra «fuerza de trabajo». Estas lógicas debilitan nuestros recursos simbólicos y nuestras capacidades sociales. Explica Sadin:

«Esta forma de organizar la vida tiene como consecuencia general una rigidizacion de las relaciones de clase o, más bien, un regreso a los estamentos sociales fuertemente jerarquizados. Una distribución, rigurosamente delimitada, de clases, impermeables entre sí y, sin embargo, interdependientes. Se instaura una estructura semejante a un orden feudal o basada en patrones tanto físicos como simbólicos, que no habíamos visto aparecer desde la Revolución Industrial y el consiguiente desarrollo, en las capitales o grandes ciudades, de barrios burgueses y obreros expresamente compartimentados».

Y es que están, básicamente, quienes reproducen la vida de los otros:

«Batallones compuestos principalmente de trabajadores temporales, que no tienen más escapatoria que soportar trayectos cotidianos extenuantes, ritmos infernales impuestos por algoritmos y trastornos musculoesqueléticos y psicológicos, a cambio de unos empleos remunerados con el sueldo mínimo, poco gratificantes y sin ningún reconocimiento».

Estos servicios no son ahora solo comida o transporte, sino que se han extendido también a los medicamentos, mensajería y hasta a productos para mascotas. Concluye Sadin, entonces, que «durante los diferentes confinamientos hemos descubierto de repente que son todas estas y todos estos trabajadores los que nos aseguran hoy, aunque de manera encubierta, el buen funcionamiento de gran parte de nuestra vida diaria».

Del otro lado del mostrador virtual se encuentran quienes disfrutan de ese nuevo estilo de vida. Así los retrata Sadin:

«Con una disponibilidad mayor, aire puro, niños que disfrutan de los placeres de la naturaleza y verduras y frutas cultivadas en sus jardines. Surgen formas de vida que se asemejan a imágenes de postales de los años 20, en las que aparecen personas que trabajan frente a sus pantallas detrás de un gran ventanal, que se reúnen en familia o con amigos para pasar la velada frente a la chimenea o para hacer barbacoas cuando llega el buen tiempo. Según el humor y las circunstancias, se alternan las compras en el mercado en busca de productos locales y las compras online en todas partes. Y, de vez en cuando, hay que realizar algunos desplazamientos profesionales, en tren de alta velocidad o en coche, preferentemente eléctrico, para dirigirse a las sedes de las empresas, o a lo que queda de ellas, o a congresos ‘presenciales’, cada vez más raros. Las consecuencias de la crisis del covid permiten a las capas más favorecidas hacer realidad los sueños de una ‘vida de artista’».

Sadin no pierde en ningún momento su perspectiva marxista: las lógicas que nos han llevado a un aislamiento mayor no son solo neoliberales, o «socioliberales», sino capitalistas y, como tales, tienen como objetivo siempre la desposesión, pero mediante el usufructo de recursos menos obvios que nuestra «fuerza de trabajo»

En contra de la huida «ecológica»

Así, estas desigualdades en las que ha profundizado la pandemia han creado modos de vida más precarios y dependientes de un Estado sin capacidad de intervención y, por otro lado, modos de vida supuestamente alternativos, que no alteran en nada la estructura de poder. Modos de vida que, sobre todo, no representan ningún proyecto que alcance la vida de las mayorías.

Entre ellos, Sadin incluye también ciertos proyectos «social ecologistas», proyectos atomizados que solo reproducen lógicas individualistas. Sadin se preocupa también por el rol de los jóvenes que, ante la falta de futuro y la inminente catástrofe ecológica, se vuelcan a la «permacultura» en comunidades aisladas:

«¿Quién no ha visto recientemente u oído hablar de personas jóvenes, con estudios o recién ingresadas en el ‘mercado de trabajo’, que han decidido de la noche a la mañana, y desengañadas, abandonarlo todo para dedicarse, con sus propios medios o con la ayuda de sus familias, a esta práctica tan de moda, que se ha convertido en sinónimo de una vida sobria y armoniosa? […] Viviendo de la autosuficiencia alimentaria y comerciando con productos de sus parcelas, de acuerdo con un survivalismo que no respondería a su nombre, ya que no es catastrofista, sino una tendencia ‘responsable’, de aire apacible y cool».

Por último, en lo que refiere el plano constitucional, Sadin muestra las consecuencias que tiene la primacía de la gestión privada (consultoras y diversas entidades privadas de prestación de servicios) sobre la gestión de lo público: «En este sentido, la introducción de entidades privadas en la gestión de los servicios públicos fue acompañada de una tendencia a la privatización de la vida política».

Sadin da como ejemplo el momento en que Emmanuel Macron, en el invierno de 2021, pidió a la consultora McKinsey que organizara la campaña de vacunación contra el covid. «Un fenómeno que hay que interpretar como un potente signo del descrédito de lo público, en provecho de una administración —unilateral y ultratecnificada— de la sociedad, que sustituye a la política».

Esto no fue lo que pasó afortunadamente en mi país, Argentina, donde toda la campaña de prevención y vacunación contra el covid fue realizada íntegramente por el Estado y con una vacuna de fabricación nacional (Sputnik V). Una decisión que algunos hoy en día critican por no haber sido «eficiente». Un buen ejemplo de este prejuicio «privatista».

La tiranía del «tiempo real»

Otro aspecto clave que encontramos en el libro de Sadin para pensar una politicidad de nosotros mismos es el análisis de cómo ha cambiado nuestra percepción del tiempo. Dice:

«Una nueva temporalidad ha surgido en nuestras vidas. A las tres modalidades que condicionan nuestra experiencia, pasado, presente y futuro, se ha añadido una cuarta: el tiempo real».

Sadin señala que, desde principios de la década de 2010, se han incrementado la evaluación en tiempo real y la formulación automatizada de órdenes, lo cual ha tenido una fuerte consecuencia normativa: «Según la ley que instaura el tiempo real, las instrucciones son transmitidas en el mismo momento y sus operaciones están sometidas continuamente a evaluación». Este incremento produce lo que llamamos «tecnovigilancia»:

«La pantalla se utiliza ahora mayoritariamente como interfaz entre los que imparten órdenes y los que deben cumplirlas. Es importante captar las dimensiones de personalización y de despersonalización que eso comporta».

Por ejemplo, ayer tomé un Uber para llegar a mi clase de yoga (o sea, no era una obligación laboral ni nada parecido) y, al ver que el Uber tardaba en llegar más de lo indicado, abrí otra aplicación para ver si el tiempo era menor. De hecho, pregunté al Uber si llegaría en el tiempo que indicaba la aplicación.

De esta manera, estaba no solo optimizando mi tiempo de espera (importantísimo, ya que consistía en restar más tiempo a mi bienestar individual), sino que estaba además exigiendo que el tiempo que la aplicación estimaba que podía tardar el Uber coincidiese exactamente con el tiempo que el conductor tardaba en llegar, sin dar lugar a demoras ni contingencias.

Sadin critica los modos de vida que, sobre todo, no representan ningún proyecto que alcance la vida de las mayorías, como ciertos proyectos «social ecologistas», proyectos atomizados que solo reproducen lógicas individualistas

Institucionalizar lo alternativo

¿Cuál es, en definitiva, la propuesta de Sadin? En primer lugar, revitalizar lo público, tanto las instituciones como los valores y deseos que se cimentan sobre la idea de un «bien común». Ahora bien, ante la pérdida del Estado de su capacidad de intervención ante otras formas de poder y gobernabilidad, ocurre que esta crisis conlleva un desarme general de lo público, de lo colectivo y de lo común.

 «Esto se debe a que nos hemos resignado a que el Estado se preste, casi desde siempre y de forma bastante insidiosa, a la lamentable tendencia de situarse en cierto modo al margen de la sociedad».

El retorno del Estado a «sus funciones» versará en recuperar su propósito original: dar la mayor consistencia a los asuntos públicos. Es decir, dar batalla en todas las áreas que hemos mencionado de «privatización de la política», generando espacios institucionales más sólidos para la organización de lo común. Pero la tarea realmente desafiante que tenemos por delante y que alimentará a la larga este proceso de revitalización del Estado es, para Sadin, la de «institucionalizar lo alternativo».

Institucionalizar lo alternativo consiste en «fomentar la creación de una multitud de colectivos». O, en otras palabras, el acto de agrupar iniciativas según proyectos comunes, generando vínculos de complementariedad y de apoyo mutuo. Estos pueden ser de un amplio espectro, desde colectivos de educación, ecológicos, de alimentación, artísticos, etc… En fin, todos los que la actual necesidad de lo colectivo demande: «debería estar también presente en los sectores del cuidado, de una determinada práctica de la medicina, de la ayuda a las personas independientes, de la cirugía dental y de la psiquiatría».

Precisamente, algo como esto sucede en Argentina con el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), sindicalizados en Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Están integrados por colectivos de trabajadores informales del país que, con mayor o menor injerencia y articulación estatal, sostienen desde sus territorios proyectos de soberanía alimentaria, educación popular y salud comunitaria.

En esta línea, Sadin concluye que, para que estas alternativas no queden atomizadas y sin capacidad de intervención, «deben realizarse paralelamente en el seno de las propias instituciones en las que se basa buena parte de nuestra vida cotidiana y que desde hace medio siglo han estado dominadas por exigencias prioritariamente contables, hasta el punto que casi han olvidado hoy su propósito original».

La propuesta de Sadin es revitalizar lo público, tanto las instituciones como los valores y deseos que se cimentan sobre la idea de un «bien común»

Interponerse y amigarse

¿Qué queda aún entre nosotros y la pantalla? ¿Y entre nosotros y los demás? Quedan ciertos principios y valores «humanizantes» que podemos interponer a la tecnificación y mecanización de las actividades humanas. Recuperando el imperativo categórico de Kant, Sadin explica que esto…:

«… no se trata de una forma de protesta, que implica intereses divergentes, seguidos de eventuales negociaciones, sino de la afirmación inmodificable de que ningún individuo puede ser tratado exclusivamente como un medio y, en sentido más amplio, de que las preocupaciones humanas no pueden responder continuamente a estrictas lógicas utilitaristas».

La característico del acto de interposición es que es el resultado de la voluntad de hacer que prevalezca un principio fundamental, que —en cuanto es burlado— muestra su intención resuelta de no tolerarlo. Establecer otro valor además del de preservar el correcto funcionamiento al que las lógicas tecnoliberales nos llevan.

Retomando algo de los ejemplos que dimos: ante la precariedad que lleva al repartidor a entregar su pedido aun si tiene un accidente, interpondremos siempre su humanidad y no la satisfacción de nuestro consumo, ya que esto último es lo que la empresa se ocupará primero de garantizar, mucho antes que los derechos o la vida del trabajador que lo hace posible. Por eso, nuestra intervención ante esto es fundamental y hay que replicarla en diferentes ámbitos.

No es esto un llamamiento contra el uso de estos servicios, basados en la tecnificación del trabajo, sino que es un llamamiento a reconquistar la vocación inicial de la técnica, vocación que nunca deberíamos haber abandonado: «Permitir realizar mejor algunos trabajos sin reducir nuestras facultades o descalificar habilidades valiosas. Devolverle su estricta dimensión instrumental».

Y es que el capitalismo y el tecnoliberalismo no solo nos han desposeído de nuestro bien común, sino que también ha minado nuestra capacidad de construir en común y de desear vidas más virtuosas y satisfactorias para nosotros y para los demás. Por eso, para Sadin, es la amistad el modelo sobre el que las asociaciones futuras deberían fundarse. Retomando la famosa entrevista de Foucault («De la amistad como forma de vida»), Sadin habla de una…:

«sociedad de amistad, de sociedades de amistad, de una miríada de sociedades de amistad, [ya que] el sentido de la amistad presupone vínculos de reciprocidad, alejada de todo utilitarismo y que invita a mantener un espíritu similar con los componentes de lo vivo».

Pensemos en el placer de compartir algo con un amigo y también en la soledad de no poder hacerlo, como ocurrió tantas veces durante la pandemia, como ocurre también cuando nos enemistamos o como ocurre cuando nos falta un amigo. En la amistad, el sentido de querer hacer algo, de que algo es más divertido o que solo tenga gracia si se hace juntos, está en la base de su definición. Así es como deberíamos pensar también el resto de nuestras asociaciones, tendiendo de esta manera a redefinir lo común y su organización colectiva como una tarea fundada en «amistad»: para alcanzar la vida buena de todos. Ese modo de vida es, hoy por hoy, la mayor forma de hacer disidencia que tenemos.

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