Goodbye, belleza
La estética tiene un carácter problemático. Por un lado, el término se usa en una variedad de formas a menudo contradictorias —bien sea como ciencia de lo sensible, bien como estudio de lo bello, bien como estudio de lo artístico—. Por otro, la estética se enfrenta a un problema tradicionalmente complejo: el estatus ontológico de la obra de arte.
Además, y por si fuera poco, la nueva etapa del capitalismo tardío se basa en la producción estética de los objetos, lo que dificulta, aun más si cabe, la cuestión. El libro de Pablo Caldera, El fracaso de lo bello, tiene su mayor virtud en no obviar estas dificultades, sino en partir precisamente de ellas.
El fracaso de lo bello se caracteriza por una prosa admirable y consistente y un ritmo ágil en el que la teoría, muy bien fundamentada, se intercala hábilmente con multitud de ejemplos artísticos. El uso del ensayo es combinado con pequeñas narraciones que, si bien es cierto —como ha señalado Fernando Castro—guardan a menudo poca relación con el texto, consiguen amenizar y agilizar la lectura.
El ensayo de Pablo Caldera consta de dos partes principales. La primera, la más académica, tiene como objeto de estudio la estética en tanto disciplina. Se analiza, con gran conocimiento y abundancia de citas, los problemas que, desde la Modernidad, asolan a esta disciplina tan peculiar.
Recorriendo los límites de la estética, Pablo Caldera aspira a fundar, a pesar de las dificultades que ello conlleva, la antiestética como solución a todas las aporías en las que se ha encontrado históricamente la estética. Sin embargo, el libro resulta más una tentativa, una promesa o una exploración que una fundación definitiva (aunque quizá esta no clausura deba permanecer siempre en el núcleo de la antiestética).
El fracaso de lo bello se caracteriza por una prosa admirable y consistente y un ritmo ágil en el que la teoría, muy bien fundamentada, se intercala hábilmente con multitud de ejemplos artísticos
El fracaso de lo bello como síntoma cultural
Uno de los conceptos fundamentales en esta primera parte de El fracaso de lo bello es lo que el autor llama la «predisposición estética» y que constituye su aporte, si no el más original, al menos sí el más importante. En sus propias palabras, la predisposición estética es «el vínculo infranqueable entre lo social y lo perceptivo».
Más adelante afirma que es también «una forma de normatividad cultural», un «gusto común». Este concepto tiene la ventaja de introducir toda una dimensión política en los análisis culturales y estéticos, que muchas veces, no sin cierta ideología reaccionaria, busca eliminarse.
La segunda parte, llamada «sintomatología cultural», es un análisis cultural de una «constelación de fenómenos, conceptos y trabajos de la cultura contemporánea» en el que se pretende analizar la predisposición estética de la cultura actual. Esta parte, mucho menos difusa, pero también ligeramente heterogénea, evidencia un acierto del autor: la necesidad de aplicar las herramientas de las que nos dotamos intelectualmente.
Por último, es importante notar el evidente componente político del libro. De hecho, una de las razones del fracaso de lo bello, si acaso no la principal, ha sido su captación por el mercado, la entrada del capitalismo tardío en una nueva etapa que tiene un modo de producción fundamentalmente estético. ¡Si hasta los propios críticos de arte muestran en sus escritos dinámicas puramente mercantiles!, clama el autor. Como se ve en su excelente análisis del osito de peluche, la belleza es ahora la principal estrategia del mercado.
Uno de los conceptos fundamentales en esta primera parte de El fracaso de lo bello es lo que el autor llama la «predisposición estética» y que constituye su aporte, si no el más original, al menos sí el más importante
Sin embargo, su renuncia a plantear una alternativa a este panorama político es uno de los puntos débiles del libro. Para Caldera, las aspiraciones brechtianas de que el arte produzca «un cambio real en las condiciones de vida de los espectadores» nos hacen «ingenuos, paternalistas e incluso moralistas». ¿Debemos, entonces, renunciar a cualquier proyecto emancipador?
¿Debemos renunciar a la eterna promesa de felicidad que supone la belleza, por muy malgastada que esté? Aunque el capitalismo la haya pervertido, ¿no debemos prefigurar con nuestras prácticas políticas la belleza que está por venir? Como dice Lois Valsa: «En algún lugar, calladamente, se debe estar gestando belleza y verdad a espaldas del gran espectáculo». ¿No será esta incapacidad para pensar la belleza una estrategia más del realismo capitalista? ¿No será que es más fácil pensar en el fin de la belleza que en el fin del capitalismo?
*Esta reseña se publicó originalmente en el número 1 de la revista impresa FILOSOFÍA&CO.
Deja un comentario