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Dosier — Hannah Arendt

F+ Hannah Arendt y el arte de escribir cartas

Hannah Arendt escribe cartas para pensar con los otros. La correspondencia de Arendt es más que intercambio epistolar: es un laboratorio de pensamiento vivo. Hay en ellas una escritura lenta, pausada, que aúna lo íntimo y lo público, lo filosófico y lo vital. Exploramos estas ideas en este texto, que corresponde al comienzo del libro «Hannah Arendt. Cartas del recuerdo para los amigos», de Olga Amarís.

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Fotografía de Hannah Arendt, tomada por Fred Stein (licencia CC, extraída de la enciclopedia nacional de Dinamarca, lex.dk).

Fotografía de Hannah Arendt, tomada por Fred Stein (licencia CC, extraída de la enciclopedia nacional de Dinamarca, lex.dk).

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La llegada de una carta es siempre un acontecimiento que irrumpe, de forma inesperada, en el discurrir de la jornada. La carta, filiforme, se introduce a cuchilladas en el tiempo, crea una fisura, corta el plan del día en filigranas. Por su carácter exógeno, de objeto extraño que arrastra vestigios de un mundo exterior, fuerza a la atención y a la creación de un espacio dentro de la interioridad. Toda carta es un artefacto cuyo mayor riesgo reside en su poder real de invertir lo cotidiano, de hacer explotar nuestra realidad.

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Hannah Arendt. Cartas del recuerdo para los amigos, de Olga Amarís (Herder Editorial).

Llega hasta nosotros la rotundidad de un sobre, convertido en un envoltorio de membranas que hay que ir desvelando, mondando como la cáscara de una fruta hasta llegar al corazón. No queda tan lejos la labor de los arúspices etruscos en esas manos que desentrañan la carnalidad del sobre. Tras el desnudamiento, llega el resplandor del negro sobre el blanco, la bicromía impúdica de la carta. Reluce en ella el intento de una primera posibilidad de ser, el nacimiento prematuro de la palabra escrita, todavía sin adornos, sola y temblorosa ante la mirada ajena que quiere entender.

Da la sensación de que desfallecen las palabras de una carta. La lectora bien intencionada irá insuflando aliento a las letras en el acto de desciframiento. Pero aún hay más. Porque la carta no se entrega solícita. Se da en ella un juego calculado entre lo que se muestra y lo que se encubre, lo visible y lo invisible.

La rabina francesa Delphine Horvilleur afirma que, para saberse desnuda, hay que encontrarse parcialmente cubierta, indicando así el reconocimiento de un cierto tejido que cubre y que protege —la propia piel —, y que, a su vez, escinde de lo que nos rodea forzándonos a tomar consciencia de nuestra inevitable situación de ser otra frente al resto de cuerpos que, de continuo, nos acompañan.

Esta escisión, que Horvilleur retoma de la tradición rabínica y denomina bousha, se convierte en la forma más inmediata de reunión, aunque sea siempre parcial, con nuestra exterioridad. En la lectura de las cartas de Arendt, sobre todo aquellas destinadas a encubrir indicios de una pasión amorosa, o el dolor por tener que hablar de lo acontecido en la tragedia histórica, se constata una arquitectura de pieles y de repliegues que muestran a la vez que encubren, y que requieren un ejercicio de exégesis para distinguir el sentido literal del alusivo, del alegórico e, incluso, del secreto. La piel es la cubierta del enigma.

Las cartas enviadas desde el exilio son, asimismo, lugares privilegiados para entrever una epidermis fluctuante desde la cual Arendt pone al descubierto sus pensamientos más profundos, así como sus sentimientos más íntimos, en la confianza de encontrarse en el marco seguro de aquel que es «tal para cual» y cuya cordialidad no se dirige a una mera coyuntura individual, con sus genialidades y sus flaquezas, sino a la persona que permanece intacta, y al desnudo, debajo de las plegaduras. Los amigos de verdad aman el ser mismo de la amistad.

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