La banalidad del mal. Este concepto clave para la filosofía en el siglo XX tiene dos protagonistas: Adolf Eichmann y Hannah Arendt. El primero, alto cargo durante el régimen nazi, fue capturado en 1960 por el Mosad en Buenos Aires y llevado a Jerusalén para ser sometido a juicio por crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Lo llamaban “el arquitecto de la solución final” por estar involucrado y ser uno de los responsables de la logística de los campos de exterminio.
Arendt es la filósofa, aunque a ella no le gustaba que la llamaran así, o le gustaba más –le parecía más adecuado– decir que ella se dedicaba a la ciencia política. Nació en 1906 y fue alumna de Heidegger, de Husserl, de Jaspers… De origen judío, aunque nunca fue religiosa, en 1933 se tuvo que marchar de Alemania perseguida por los nazis. Pasó por Francia y acabó en Estados Unidos. Allí ella escribe, da clases de filosofía y ciencia política… De alguna manera, la distinción que quería marcar con la filosofía hizo que renunciara al ambiente puramente académico, pero esto le abrió otras puertas. Cuando capturan a Eichmann, le presentan la oportunidad de viajar a Jerusalén como corresponsal y cubrir el juicio para una publicación: The New Yorker.
Terroríficamente normal
Esa experiencia culmina con la obra Eichmann en Jerusalén, donde narra el juicio que presenció, saca conclusiones y acaba elaborando toda una teoría filosófica que fue muy controvertida sobre todo para la colectividad judía. Dice que lo que vio allí fue un hombre terriblemente normal, terroríficamente normal, a un mediocre, a un hombre superfluo y alienado. Repite con insistencia lo de alguien “totalmente normal” que simplemente estaba obedeciendo órdenes. Esto contravenía lo que se esperaba de ese proceso; no había una narración de alguien monstruoso o perverso, no. Arendt afirma que el mal no lo hace necesariamente el monstruo, sino alguien normal que podría ser cualquiera de nosotros. Solo se necesita no pensar, obedecer órdenes, obedecer la ley y respetar la norma sin pensar. Ahí prende el concepto de la banalidad del mal.
El relato de Arendt del juicio de Eichmann contraviene lo esperado: no había una narración de alguien monstruoso, no, sino de alguien normal, terriblemente normal
Anteriormente había escrito Los orígenes del totalitarismo, donde afirmaba que este tipo de regímenes totalitarios alienan al ser humano. Y que una de sus características es que el poder político en estos regímenes destruye la verdad o intenta destruirla. De alguna manera, esto se vincula fácilmente con la posverdad, ese fenómeno que no valora la verdad y dice que esta no importa o no vale nada y que la acaba destruyendo. Obedecer, en cambio, sí parece merecer la pena, hacer lo que se espera que uno haga. Y eso es lo que Arendt dice que vio en Eichmann, a un ser normal obedeciendo.
¿Obedeces o te obedeces?
Como a todos, a Arendt le impactó también que Eichmann no mostrara ningún arrepentimiento ni sentimiento de culpa. Se escudaba detrás de esa afirmación: “solo obedecía órdenes”, lo que denota una ausencia absoluta de pensamiento crítico. Ante esta ausencia se puede acabar adoptando, obedeciendo, los mandatos de diversas ideologías, fanatismos, atendiendo las exigencias de ciertos grupos de pertenencia. Es el momento de reivindicar a Thoreau, el filósofo norteamericano que dijo: “Si consideras que una regla es inmoral, tu deber moral desobedecerla”.
En este caso, no sabemos si Eichmann consideraba moral o no la norma que debía seguir. Y tampoco importa: él obedecía. Lo bueno, el deber, pasa por obedecer no por pensar y decidir si algo está bien o está mal. Es más cómodo intelectualmente, no hay que tomarse ningún trabajo ni atreverse a pensar, como decía Kant, trayendo al debate una idea bien interesante: pensar como atrevimiento, como manera de romper la norma de cumplir órdenes y su obediencia.
Eichmann debía haber pensado menos en obedecer y más en la frase de Thoreau: “Si consideras que una regla es inmoral, tu deber moral desobedecerla”
Las ocasiones se presentan a diario, puesto que todos estamos tomando decisiones constantemente. La cuestión es cómo las tomamos. ¿Obedecemos simplemente? ¿O nos damos nosotros mismos las órdenes, somos nosotros nuestras propias autoridades y ejercemos así la autonomía?
Arendt la ejerció de un modo radical. Por eso mismo fue también muy criticada por la propia colectividad judía. Y cuando la cuestionan, se defiende: “Usted quiere que yo esté analizando esto desde el lado judío y yo voy desde ningún lado”. Tenía una gran estima y valoraba mucho su independencia intelectual. “Yo lo que quiero es comprender”, decía. Subrayaba mucho el valor de la comprensión, que, para mí, es también el gran valor de la filosofía. Y para eso es indispensable la libertad para pensar. ¿Qué pasa cuando estás alineado de forma irreflexiva con una ideología, colectividad, grupo político…? Estás renunciando a una posibilidad de comprender. Para eso necesitas libertad intelectual. Arendt la tenía y eso la hace una de las figuras más importantes e interesantes de la filosofía del siglo XX.
Ideas en pantalla grande
En 2012 se estrenó la película de Margarethe von Trotta en la que la actriz Barbara Sukowa se mete en la piel de Hannah Arendt. Se centra en la cobertura y consecuencias del juicio del nazi Adolf Eichmann que daría lugar al libro, donde Arendt elabora su concepto de la banalidad del mal. En la película, una Arendt profesora explica a los alumnos lo inédito de un juicio sin precedentes en el que hay que juzgar a un individuo que rehúsa cualquier tipo de intencionalidad en su comportamiento y que repite insistentemente que solo obedecía órdenes.
Las explicaciones de Arendt o no fueron suficientes o no fueron tenidas en cuenta, porque fue muy criticada e incluso amenazada. La acusaban de «defender», de alguna manera a Eichmann. Polémicas, controversias, enfrentamientos… Al final, la pregunta de si todo había sido en vano o había merecido la pena: “Si hubieras sabido lo que iba pasar, ¿lo hubieras hecho igual?”, le pregunta su marido. “Sí, por supuesto”, responde Arendt.
Responsabilidad individual vs responsabilidad colectiva
Una de las cosas que a Arendt le molestaba en el juicio era que el fiscal hacía referencia a la responsabilidad colectiva del pueblo alemán con frecuencia, mientras que Arendt se fijaba en la responsabilidad individual de quien estaba siendo juzgado. Era Eichmann, él como único responsable. No se puede adjudicar responsabilidad a un pueblo porque la responsabilidad es individual. Si lo haces, eximes al individuo.
Es la estrategia de defensa que estaba esgrimiendo el acusado. Algo así como “la culpa no es mía o no es solo mía, estábamos todos en esto”. Ella pone el foco en la responsabilidad individual, quizá como reminiscencia del existencialismo –que es el contexto en el que se desarrolla su pensamiento– y quizá también de sus relaciones con Heidegger y Jaspers, sobre todo, su maestro y gran amigo. Sartre dice que la libertad es lo que uno hace con lo que le hicieron. Es decir, claro que el contexto importa y marca, pero uno siempre tiene la posibilidad de pensar y decidir por uno mismo. Esa libertad es también su responsabilidad, la de pensar cada uno por sí mismo.
Más allá de Heidegger
La relación amorosa que, de muy joven, mantuvo con Heidegger la marcó profundamente. Curiosamente siempre lo defendió ante las acusaciones de nazismo. Ella se casó dos veces y algunos han dicho que Heidegger fue su gran amor. Otros van más allá y mezclan esto con su labor intelectual: si eso la marcó a la hora de elaborar su conclusiones en el juicio…. Sinceramente, esa interpretación no le da el crédito que merece como filósofa. Ella trascendió por algo, por ella misma, que se atribuyó la tarea de pensar libremente y lo hizo de la forma más imparcial y objetiva posible.
Milgram corrobora a Arendt
Lo que sostuvo Arendt fue ratificado poco después, tres meses después del juicio, en el llamado experimento de Milgram que se hizo famoso y fue muy controvertido. Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, decidió hacer una investigación sobre el comportamiento humano. En concreto, sobre hasta dónde alguien es capaz de obedecer a la autoridad, aunque a los 40 participantes les dijera que era un experimento sobre la memoria. Tres personas lo llevaban a cabo, dos cómplices y uno más, que es el verdadero sujeto de estudio. Este hacía repetir una lista de palabras al alumno y, si fallaba, ordenaba a otro castigarle con corriente eléctrica de hasta 450 voltios como máximo. Las previsiones apuntaban a que solo del 1 al 3 % iba a llegar hasta ese punto. Y no, fue una amplia mayoría: el 65 %, 26 de los 40 participantes, llegó hasta el final. Milgram confirma la tesis de Arendt y saca varias conclusiones:
- Quien obedece ve su conciencia disminuida. Es decir, cuanta más obediencia, menos conciencia.
- Cuanto más lejana es la persona a la que estoy castigando, más factible es que obedezca al experimentador.
- Cuanto más fiable es la autoridad, más factible es que llegue más lejos obedeciendo.
- Cuanta más formación académica, menos propenso se es a obedecer, más se rebela uno contra la imposición que se considera inmoral o mala.
Una de alumnos “normales”
En 2008 se estrenó la película La ola, de Dennis Gansel. Estaba basada, al igual que la novela que la inspiró –escrita por Morton Rhue–, en un experimento que llevó a cabo un profesor en un liceo en Palo Alto en 1967. Jon Rones recurrió a la pedagogía experimental para dar un curso sobre la Alemania nazi. Quería explicar por qué miles de ciudadanos alemanes no especialmente crueles ni sanguinarios permitieron que el partido nazi exterminara a millones de personas. En vez de estudiarlo, Rones decidió mostrárselo y les adjudicó roles. Él mismo sería la figura de autoridad. Tanto el experimento como sus secuelas artísticas muestran qué sucedió una vez más: que los jóvenes van adoptando los roles y se convierten en soldados obedientes y con otros caracteres, hasta cometen actos que en un principio habían dicho que no volverían a pasar. De nuevo se reproduce la historia en el contexto «micro» de una clase, cuyos alumnos habían dicho que tales cosas no volverían a suceder.
* Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol). Puedes escuchar el audio completo aquí.
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