El 26 de marzo de 1929 entraba al salón de fiestas del Gran Hotel de Belvédère, en Davos (Suiza), un hombre de unos 40 años, de tez morena por el sol y las tardes de esquí en la montaña. Llegaba ligeramente tarde al acto, y su traje, mucho menos elegante que el del resto de participantes, anunciaba una intención: que no había venido a plegarse a los convencionalismos de sus colegas.
Su nombre era Martin Heidegger y estaba en la cumbre de su carrera profesional. Había publicado su obra más importante Ser y tiempo hacía dos años, en 1927. En 1928, había tomado posesión de la codiciada cátedra de Friburgo, anteriormente ocupada por Edmund Husserl, el que fue su maestro.
El filósofo alemán no venía, como muchos otros, de oyente a los debates que tendrían lugar en aquel hotel y balneario durante varias semanas de la primavera, sino como uno de los principales oradores del foro. Y aquel día participaría en el que fue uno de los debates filosóficos más relevantes del siglo XX.
Su contrincante era Ernst Cassirer, un profesor quince años mayor, y otro de los pesos pesados de la filosofía que participaban en aquel ciclo en Davos. Cassirer también estaba en la cima de su carrera profesional. Había publicado los tres volúmenes Filosofía de las formas simbólicas a lo largo de una década. Se dice que se inspiró para esta obra durante la Primera Guerra Mundial en los viajes en tranvía a Berlín, donde iba a la Oficina de Prensa del Reich a hacer la propaganda de guerra a Alemania, porque lo habían declarado incapaz para el frente.
Cassirer llevaba diez años en su cátedra de la Universidad de Hamburgo, y durante el semestre anterior había accedido a su rectorado, pero el momento de su carrera no se correspondía con su estado anímico en Davos. Mientras Heidegger cogía los esquís cada vez que acababan los debates, Cassirer había pasado gran parte de la semana encerrado en su habitación, aquejado de un fuerte resfriado.
Además, el profesor representaba todo lo que Heidegger rechazaba con su actitud. Era un firme defensor de guardar las formas y aquella mañana del día 26 vestía un frac, como la inmensa mayoría de los asistentes. De él se decía que sus impresionantes memoria y erudición le llevaban a ser capaz de recitar páginas enteras de los libros en mitad de un debate. Todo ello contrastaba con la actitud desenfadada del más joven, que había venido no solo a discutir con su habitual ingenio sobre la naturaleza del hombre, tema principal del debate, sino a sentar una posición casi vital, basada en la autenticidad y no en la impostura que veía en el clima dominante del entorno académico.
En 1929 tuvo lugar un foro filosófico en un balneario de Davos que reunió a algunas de las principales figuras de la filosofía del momento, como Martin Heidegger y Ernst Cassirer
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Heidegger y Cassirer: síntomas de un clima cambiante
El foro había comenzado el 17 de marzo y fue uno de los encuentros más espectaculares de la historia de la filosofía en el siglo XX. Se reunían allí varios de los principales exponentes del pensamiento del momento, como Herbert Marcuse, Rudolf Carnap, Franz Rosenzweig, Emmanuel Lévinas, Leo Strauss, Maurice de Gandillac o John Searle. Algunos de ellos pasarían a formar parte del plantel de los filósofos más relevantes del siglo. También estaban grandes figuras de otras disciplinas, como el matemático Jean Cavailles o el sociólogo Norbert Elias.
El evento era de muy elevada relevancia cultural y el debate entre Heidegger y Cassirer fue su plato fuerte. Tanto es así que, como señala Wolfram Eilenberger en Tiempo de magos. La gran década de la filosofía 1919-1929, «la disputa de Davos entre Ernst Cassirer y Martin Heidegger se considera hoy un acontecimiento decisivo en la historia del pensamiento»1.
La pregunta que motivaba el foro (¿qué es el hombre?) se dividía en otras que se iban tratando de responder en los debates, como la pregunta por la finitud humana, la cultura, la naturaleza de la verdad o la cuestión de la objetividad. Se veía en las diferentes respuestas un síntoma de lo que serían dos caminos que tomaría la filosofía del siglo XX. Uno de los caminos partiría de considerar que la naturaleza del hombre es fundamentalmente metafísica, y el otro, de pensar que lo fundamental en la reflexión filosófico-antropológica es la pregunta por el conocimiento.
Estas dos maneras de entender la filosofía y la propia vida se hallaban ya prefiguradas en el debate entre Heidegger y Cassirer y partían, como no podía ser de otra forma, de la interpretación del pensamiento de Kant, el filósofo que había tratado de responder de la forma más brillante a la pregunta del debate: ¿qué es el hombre?
La práctica totalidad de los asistentes se alinearon con la interpretación de Heidegger, tal vez otro síntoma de lo que pasaría en Europa en los siguientes años; y, también, lo que les ocurriría a los dos debatientes. Porque el resultado de la guerra civil filosófica entre alemanes que tenía lugar en el periodo de entreguerras en un balneario suizo sería premonitorio, incluso aunque nadie supiera lo que estaba por venir y lo que reinaba fuera un clima político de reconciliación.
Cassirer, de origen judío, sería el único de los grandes filósofos alemanes que defendió la República de Weimar contra el nazismo. Weimar, cuya constitución había nacido en 1919, era un símbolo de reconciliación y democracia en Alemania tras la Primera Guerra Mundial.
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