La humanidad ha tratado de crear en innumerables ocasiones sus propios mundos de fantasía utópicos y distópicos. Desde nuestro mismo comienzo como civilización nos hemos replanteado la realidad buscando tanto su versión más perfecta como la más imperfecta. Y los ejemplos están hoy por todas partes y en todas las ramas de la cultura.
El espectro es tan amplio que un dosier que tratara de reflejar la totalidad del tema quedaría cojo por preciso y largo que fuera. La cantidad de obras utópicas y distópicas que la humanidad ha creado es tal, que hacer una lista completa sería un ejercicio inabarcable. Aquí hemos optado por hacer un repaso lo más sintético posible a esas obras que tanto en la literatura como en otras artes han tratado de mostrarnos qué «podríamos llegar a ser», y también, a indagar en algunas de las ideas filosóficas que las han motivado.
Como ya explicamos en las dos primeras partes del dosier, una de las virtudes de las utopías es que pueden generar ciertas esperanzas que nos hagan desligarnos de los problemas que afectan a nuestra existencia. Las utopías nos permiten así tomar distancia de la realidad cotidiana y refugiarnos, por unos instantes al menos, en otros mundos que se acomoden en mayor medida a nuestros deseos. En ese sentido, el pensamiento utópico puede tener cierta semejanza con las creencias espirituales, pues supone un refugio frente a todo lo que ocurre en nuestro exterior.
Las utopías nos permiten así tomar distancia de la realidad cotidiana y refugiarnos, por unos instantes al menos, en otros mundos que se acomoden en mayor medida a nuestros deseos
Es probable que también ahí esté la razón de su éxito. Utopías y distopías se enmarcan en esas historias tipo What if… (Y si…) de Marvel Comics que algunos leíamos en nuestra juventud, que nos permitían viajar y vivir en futuros diametralmente opuestos a los que nos eran conocidos y por los que sentíamos una enorme atracción. Y es que todos disfrutamos en mayor o menor medida de esas narraciones que nos muestran realidades alternativas en la que poder experimentar, en cierta manera, lo que podríamos llegar a ser.
Las primeras utopías filosóficas
El primer gran modelo de sociedad utópica suele atribuírsele a Platón, quien apuesta por dividir a la población en tres clases sociales: los gobernantes (filósofos), los vigilantes (los soldados) y los productores (el pueblo).
Los primeros, según el sabio griego, serían los encargados de llevar las riendas del gobierno por ser los más sabios y excelentes intelectualmente. Los segundos, los guardianes y vigilantes, se encargarían de la protección de sus conciudadanos gracias a sus principales virtudes: su valentía y sus habilidades para el combate. En último lugar se encontrarían los productores, que englobarían todas las demás profesiones: agricultores, ganaderos, artesanos, comerciantes, etc. Estos últimos, como es lógico, se encargarían de producir y crear los distintos bienes que necesita cualquier sociedad para poder sobrevivir.
Platón no considera la idea de que cada uno ocupe su lugar en la sociedad por derecho de nacimiento, sino por sus habilidades. Es decir, aquellos que mostraran habilidades para el combate se formarían como guerreros para proteger la nación; si destacasen por su capacidad administrativa y de gestión, se le formaría para gobernar; y a aquellos que fueran capaces de inventar, construir, etc. se les derivaría a la clase productiva. Todo ello incluso si ese no fuera su deseo.
Según el sabio griego, de esa manera se lograría el mejor rendimiento de la población, pues cada uno se dedicaría a aquellas cosas para las que están mejor preparados (condición, en principio, fundamental para el éxito). Y ello es importante puesto que el correcto funcionamiento del país depende de que las tres partes que lo conforman funcionen al unísono y realicen sus funciones lo mejor posible. Como toda buena utopía, Platón estaba convencido de que ofrecería una vida mejor para los habitantes, aunque no deja de ser curioso que fuera su propio gremio, el de los filósofos, el encargado de regir la vida de los demás…
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