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El tiempo de Ortega

Se cumplen cien años de la publicación de «El tema de nuestro tiempo», de Ortega y Gasset. Para conmemorar este aniversario, la Fundación Ortega-Marañón ha celebrado los días 3 y 4 de octubre en Madrid un congreso internacional entorno a esta obra, para entenderla en su contexto y comprender la época en la que la escribió.

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José Ortega y Gasset en Zumaya con el primer número de «Revista de Occidente». Diseño hecho a partir de fragmento de una imagen original cedida por la Fundación Ortega-Marañón.

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FILOSOFÍA&CO - Tema nuestro tiempo 2da ed
Segunda edición de la publicación original de El tema de nuestro tiempo. Imagen cedida por Fundación Ortega-Marañón.

Siempre es tiempo de Ortega. De conocerlo, de leerlo, de entender su obra y su evolución. El Ortega de proyección pública y su trayectoria interna difieren. En 1923, el filósofo y ensayista español funda Revista de Occidente, una de las grandes iniciativas culturales en la época. Ese mismo año publica El tema de nuestro tiempo, un ciclo de lecciones que había dado desde la cátedra de Metafísica de Madrid y que recogió Fernando Vela, secretario de redacción de la revista.

Revista de Occidente se convierte en una de las iniciativas públicas de Ortega con mayor repercusión en el mundo cultural, pero hay otra línea en su obra que representa El tema de nuestro tiempo: el esfuerzo por llegar a un pensamiento filosófico que le permita dialogar con las figuras representativas de su momento.

Empeño por ahondar en una visión filosófica propia

En sus viajes de estudios a Alemania conoce de primera mano el advenimiento de la fenomenología de Husserl y de Max Scheler y sigue con interés el desarrollo de ese movimiento. Se produce un contraste entre la enorme proyección cultural que la figura de Ortega ya tiene en la sociedad española de entonces y la voluntad de llegar a nuevos niveles en su propio pensamiento, una tarea que va realizándose gradualmente a lo largo de toda su trayectoria vital.

En aquel año 1923 la evolución del pensamiento de Ortega no ha llegado a su término, pero El tema de nuestro tiempo supone una novedad sobre lo que había publicado antes, con su discusión con Nietzsche, Simmel y la filosofía de los valores y el esfuerzo más sostenido de llegar a una definición de la vida como realidad radical. En este sentido, esta obra debe situarse dentro de una etapa en la que su pensamiento no ha llegado a la definición que adquirirá en los últimos capítulos de ¿Qué es filosofía? pocos años después, o en un periodo posterior en el que pasaría a interesarse explícitamente por el conocimiento histórico, con las contribuciones: Historia como sistema, Ideas y creencias y En torno a Galileo.

Este empeño de Ortega por ahondar en una visión filosófica propia, independientemente del enorme prestigio que ya habían adquirido obras como Meditaciones del Quijote o España invertebrada, sugiere una confianza en la filosofía y el conocimiento que lo integra dentro de un nuevo periodo de la Ilustración y al, mismo tiempo, constituye un legado para nuestra cultura académica y la asignatura de Filosofía en Bachillerato.

En 1923, el filósofo y ensayista español funda Revista de Occidente, una de las grandes iniciativas culturales en la época. Ese mismo año publica El tema de nuestro tiempo, un ciclo de lecciones que había dado desde la cátedra de Metafísica

Nuestro tiempo, el tiempo de Ortega

Correcciones para la tercera edición del original de El tema de nuestro tiempo. Imagen cedida por Fundación Ortega-Marañón.
Correcciones para la tercera edición del original de El tema de nuestro tiempo. Imagen cedida por Fundación Ortega-Marañón.

Es muy importante en este texto la conciencia histórica que refleja. El tema de nuestro tiempo es, literalmente, el de «nuestro tiempo» por oposición a otros tiempos. Entre los títulos que Ortega dio a sus obras, quizá este es el más logrado en su concisión y oportunidad. No se trata de entender la historia como un repertorio de personas, formas culturales y acontecimientos que permiten una evocación o su estudio; se trata de lo que el propio Ortega denomina la sensibilidad de quien se encuentra en una coyuntura determinada consciente del paso a nuevas situaciones, incluso de una época a otras. Además, es un título que, en esa concisión, recuerda a otros en la medida en que dispone al lector, una vez leída la obra, a una determinada acción, y hace alusión a una situación de necesidad colectiva. Es lo que nos demanda una situación que vivimos colectivamente, sobre todo, los miembros de nuestra generación.

Es parte de lo que Ortega llama «la sensibilidad vital» vigente: no se limita a una persona, sino a las preocupaciones colectivas de una época que están llamando a encontrar fórmulas con las que la vida se pueda realizar de una forma efectiva. Lo que se está tratando es nuestro tiempo, el de nuestra existencia, por oposición a otros tiempos. Incluso por oposición a los tiempos de otros, pues esta búsqueda se realiza teniendo en cuenta las limitaciones de tiempo y lugar que unen a los miembros de una comunidad.

La causa de la filosofía está bien servida por la existencia de clásicos como Ortega y no solo por la proximidad que produce la lectura de su prosa. También es importante el esfuerzo que el filósofo realiza para llegar a la madurez de su pensamiento en medio de las coyunturas cambiantes de su momento. Por ello se debe hablar de un proyecto filosófico que El tema de nuestro tiempo ilustra bien, un proyecto que consiste en entender la propia época y lograr las fórmulas que puedan orientar al individuo dentro de ella.

A la hora de encuadrar esta obra dentro de la trayectoria de Ortega, hay dos antecedentes importantes que se han tenido en cuenta. Por una parte, la continuidad con el proyecto de Meditaciones del Quijote (1914) y de El Espectador (1916-1934). El tema de nuestro tiempo continúa el propósito de las Meditaciones, con la variante de que aquí el grueso de la obra equivale a una sola salvación mayor que, por ejemplo, la «Meditación primera» sobre el Quijote o los trabajos de los primeros números de El Espectador. Es importante, además, que la obra culmina en la «doctrina del punto de vista» que es claramente continuación de las dos primeras partes de las Meditaciones, o incluso de «Verdad y perspectiva» de las «Confesiones» del primer número de El Espectador.

Esta continuidad se debe a que la obra de Ortega es comprendida como un esfuerzo por desarrollar la perspectiva teórica del lector abierta a las cuestiones que le competen en su vida cotidiana. Se trata de acudir a una situación histórica de tiempo —e incluso de lugar— y realizar un análisis que desemboque en un juicio sobre la situación en la que uno se encuentra.

Lo que Ortega está tratando es nuestro tiempo, el de nuestra existencia, por oposición a otros tiempos. Incluso por oposición a los tiempos de otros

Occidente en decadencia

El congreso internacional de la Fundación Ortega-Marañón ha sacado a la luz aspectos del texto que marcan esta continuidad con el proyecto de Meditaciones del Quijote y se ha puesto en valor la existencia de un argumento que contribuye a vertebrar la obra: la respuesta a La decadencia de Occidente de Spengler. Ortega entendió que esta era, a su vez, una obra que convenía traducir, y redactó posteriormente en 1922 un prólogo donde mostraba algunas reticencias. Pero su presencia parece fundamental en la medida en que el tipo de explicación que Ortega ofrece como argumento de la obra implícitamente podría entenderse como una alternativa a la tesis de Spengler. Incluso se puede entender como una enmienda a la totalidad por ofrecer otra explicación global del cambio cultural.

No discute ni ahonda en la tesis de que Occidente se encuentra en un proceso de decadencia, pero ofrece otra explicación del cambio cultural que se caracteriza por dejar el futuro abierto. La idea central es la de un doble imperativo que proviene de las exigencias de una cultura establecida y de las exigencias de la vida en una sociedad que se encuentra que en el día a día intenta vivir desde esa cultura. El cambio cultural es un tema que volverá a abordar Ortega diez años después, en En torno a Galileo, pero en los dos casos la cultura es la creación de nuevas formas que a su vez tienen que aplicarse al vivir mismo.

Un ser radicalmente histórico

En este proceso de ampliación se da también un cierto cambio de acento en lo que respecta al objetivo de la filosofía. Mientras que el problema de Meditaciones del Quijote consiste en aumentar el nivel intelectual de la vida nacional, en los años 20 del siglo pasado se da el comienzo de planteamientos globales que rebasan la problemática del marco nacional. De ahí la importancia capital de otros trabajos del momento en cuanto conciencia de la importancia de culturas del pasado.

Se introduce en el pensamiento de Ortega una dimensión temporal que no va a perderse en lo sucesivo, sino que, al contrario, se encaminará hacia la comprensión de la sociedad e incluso del hombre como un ser radicalmente histórico.

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