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Kant y su visión de la historia

En la filosofía tradicional, la historia y sus cambios se oponían a la inmutabilidad de la verdad de las ideas. Con la llegada del Romanticismo y la Ilustración, la historia empieza a pensarse en la filosofía desde otro ángulo: el del progreso. Inmanuel Kant, referente de la Ilustración, aportó una fundamentación rigurosa de esta concepción de la historia como progreso universal.

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Ilustración de Kant realizada por Sora (16 de octubre de 2025, licencia CC.).

Ilustración de Kant realizada por Sora (16 de octubre de 2025, licencia CC.).

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La filosofía y la historia

A partir del siglo XIX se comenzó a sostener —cada vez con más fuerza— que todos los fenómenos, tanto los naturales como los culturales, son intrínsecamente históricos. A medida que se fue profundizando en esta forma de abordar los fenómenos, se fue socavando la pretensión tradicional de fundamentar el mundo y las formas de su experiencia (ciencia, arte, etc.) sobre un punto fijo sustraído al cambio y a la mutación.

El mundo platónico de las ideas o el mundo aristotélico de las formas son incompatibles con la tesis de que todas las cosas son radicalmente históricas. A partir de este momento, la filosofía se vio llamada a plantear e intentar responder a la siguiente pregunta: «¿Qué es la historia?». De hecho, no hay autor significativo en los últimos dos siglos que, de un modo u otro, no haya, con más o menos amplitud, elaborado una respuesta para ella.

Para poder abordar correctamente las distintas concepciones de la historia que se desarrollaron a partir del siglo XIX es necesario, en primer lugar, remontarse al alba de la Modernidad. En el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, sobre las ruinas del mundo medieval, la cultura europea se erigió fijándose en los modelos grecolatinos. La crisis del Barroco y la querella en el siglo XVII entre «los antiguos y los modernos» pusieron fin a ese propósito imitativo.

Ya en el siglo de la Ilustración, en el que los procesos de modernización comenzaron a cuajar, se empezó a estabilizar la época naciente orientándose hacia el futuro, en vez de hacia el pasado y su historia. Surgió, así, una concepción de la historia como un proceso único que desemboca en un estadio final de perfección y plenitud insuperable. Es la Historia Universal del Progreso (en mayúsculas, sí, por su inmutabilidad y universalidad, por las aspiraciones totalizadoras).

La filosofía de Kant

Immanuel Kant (1724-1804) comenzó siendo un discípulo del racionalismo leibniziano de Christian Wolff. Después, al tomarse en serio la crítica de Hume a la metafísica de la sustancia, alcanzó una posición propia. Uno de sus emblemas lo encontramos en la expresión «giro copernicano». Hasta ahora, nos dice el filósofo alemán, el sujeto humano ha girado en torno a los objetos del mundo, pero, siguiendo esta senda, se ha llegado a una serie de callejones sin salida cuando se ha intentado probar la existencia de objetos suprasensibles como el alma, el mundo o Dios.

Para evitar estas dificultades, Kant sostiene que, en contra de las tesis del realismo tradicional, son los objetos los que giran alrededor del sujeto humano. Es el ser humano, por su entraña racional, el Fundamento (con mayúscula) del mundo: su centro de gravedad, su punto arquimédico.

Desde el siglo XIX se impone la idea de que todo —naturaleza y cultura— es histórico, disolviendo la búsqueda de fundamentos eternos. La modernidad pasa de mirar al pasado a orientarse al futuro bajo la idea de progreso

El progreso

La idea de una Historia Universal en Progreso que comentábamos cristalizó en el siglo XVIII en autores como Voltaire, Turgot o Condorcet. En general, estos autores se concentraron en recopilar hechos empíricos para intentar probar la afirmación previa de que la historia estaba orientada por un progreso evidente. Es precisamente aquí donde Kant aportó algo clave, ausente en sus precedentes: una fundamentación rigurosa de esta concepción de la Historia como Progreso Universal.

Kant elaboró esta cuestión sosteniendo que la historia sigue un plan racional que había permanecido oculto hasta la Ilustración. Es en la Ilustración donde el ser humano se acerca a su mayoría de edad, pues se reconoce, ahora sí, como el sujeto racional del mundo, como su firme fundamento. Se afianza, como podemos ver, el paso desde el viejo teocentrismo al nuevo antropocentrismo.

Este plan inherente a la historia universal se orienta hacia un fin, en el que convergen todos aquellos elementos que han sido explicitados en la Crítica de la razón pura, la Crítica de la razón práctica y la Crítica del juicio. El ser humano, en tanto sujeto racional, es legislador: con su actividad científica promulga una ley de la naturaleza y con la ética dibuja una ley moral. Visto de esta forma, la finalidad de la historia —su meta central— consiste en hacer que esas leyes se cumplan. En ese momento, la realidad natural y la realidad social alcanzan su perfección: coinciden con su ideal racional.

Kant encarna perfectamente la filosofía ilustrada de la historia: el ser humano progresa y la historia está orientada hacia un fin o una meta donde la naturaleza del ser humano (ser racional, libertad política) se realiza completamente

La Ilustración como culmen de la historia

El sujeto humano, por lo tanto, alcanza su perfección cuando usa su razón teórica en la esfera de la ciencia de la naturaleza —con un sistema de leyes causales que permiten el control técnico del entorno físico— y su razón práctica en el terreno de la ética —con el imperativo categórico, compatibilizando los designios de las libertades individuales—.

Será un sujeto racional también en la política, destilando un orden jurídico que articula un Estado organizado por una constitución. Y, además, el ser humano es también un sujeto racional en el campo de la estética, donde logra un placer desinteresado en contacto, en los museos, con las bellas artes y la armónica belleza de la naturaleza. 

Sobre el progreso, Kant dedicó una serie de escritos a explicar cómo tiene lugar el progreso político y jurídico. En este proceso, sostiene Kant, la lucha de individuos egoístas en la vida social y la actividad económica dan paso a un Estado armónico gobernado por el Derecho. Un proyecto que culminaría, y esta sería la meta de la historia, en una Federación Internacional de Estados nacionales.

Pero ¿no es esto una mera ensoñación a la vista de los dramáticos hechos históricos? Kant afirmó que el entusiasmo que despierta en un observador desinteresado la Revolución francesa es un signo inequívoco del progreso político de la humanidad.

La Ilustración, en definitiva, estaba ya en marcha y era imparable.

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