Kant y Hegel son autores cuyas teorías políticas son susceptibles de interpretación desde perspectivas liberales, pero no se puede obviar la ruptura que generan con el contractualismo clásico defendido por Hobbes y Locke. Hay similitudes, en el sentido en que todos de algún modo han hablado de libertad, de educación y derechos, pero en Kant y Hegel hay dos elementos relativos al realismo político que marcan la diferencia, y son la comprensión y la proyección sobre la historia.
Por Ruiz J. Párbole
El error cometido por el realismo político y señalado por estos dos autores vendría a ser que permanece en la superficie humana, a saber, en un vacío individualismo. Elaborar leyes fundadas en una moral basada en la apetencia y en la satisfacción más animal supone olvidar algo, la identidad de la humanidad como especie. Una humanidad que hay que entender como una constante fuente de tensiones, pero que mediante el uso de la razón llega a comprenderse y a saber(se) como seres sociablemente insociables.
Libertad individual, libertad colectiva
Por ello, el interés de la razón enfoca su capacidad práctica en la política, es decir, en cómo la libertad individual tiene que coincidir siempre con la libertad colectiva, sin que una sea la antagonista de la otra tal y como suscriben aquellos quienes le atribuyen al ser humano una naturaleza esencialmente egoísta. Porque en la comprensión racional de uno mismo puede verse cómo el «yo» no se entiende sin una comunidad que lo respalde, pues en la individualidad no se genera la historia.
La historia solo se da en la relación con el otro, de modo que garantizar una libertad individual que sirva de medio para el cumplimiento de la inclinación, obviando a la sociedad y dejando a sus miembros a su libre albedrío, no posibilita en modo alguno la construcción de una historia, porque perdemos el compromiso con ella.
Precisamente, la libertad hay que entenderla no como una simple asunción de las naturalezas animales del ser humano, sino como la legislación necesaria que uno tiene que darse a sí mismo para confrontar una aleatoriedad irresponsable y contribuir al devenir histórico culminando en la creación de una ley que se identifique con la libertad y la igualdad.
Cuando acudimos al texto de Kant ¿Qué es la Ilustración? vemos que el proyecto ilustrado es ofrecer las herramientas para desarrollar la autonomía de toda la sociedad, ya que esta permite la independencia de la razón frente a la inclinación, y aunque esto pueda interpretarse como una oposición de la cultura frente a la naturaleza, no es en modo alguno así, porque, como hemos dicho, la naturaleza humana es ambivalente; pero si ha dispuesto al hombre de una razón es para darle un uso y hacerla prevalecer sobre el instinto.
«La Naturaleza ha querido que el hombre extraiga por completo de sí mismo todo aquello que sobrepasa la estructuración mecánica de su existencia animal y que no participe de otra felicidad que la que él mismo, libre del instinto, se haya procurado por medio de la propia razón».
Kant
Es en una humanidad moralizada donde se produce la cultura, y advirtiendo este antagonismo entre las disposiciones humanas, podemos dispensar unas herramientas educativas de tal modo que nos permitan regir nuestras conductas por unas ideas éticas que identifiquen la coincidencia entre libertad y coacción, manteniendo la vista en un propósito o realización moral. Por ello, un gobierno nunca es legítimo si no es consensuado por la mutua voluntad de los ciudadanos, ya que para que este lo sea se requiere un contrato por el que se acepte el mutuo sometimiento a la ley.
Este sometimiento ha de ser un fin en sí mismo como una realización de la idea moral universal y no un medio para obtener propósitos individuales. El contrato es la materialización del fundamento moral, el objetivo práctico de la razón humana. En la asunción de la naturaleza racional del hombre se halla el propósito del Estado jurídico, porque sólo en él se dan la libertad, la igualdad y la independencia de los hombres. Es por eso que un Estado no puede oponerse a lo que Kant llama el uso de la razón pública y privada, porque son estas las que nos hacen ciudadanos y las que hacen la praxis de la razón.
Un gobierno nunca es legítimo si no es consensuado por la mutua voluntad de los ciudadanos, ya que para que este lo sea se requiere un contrato por el que se acepte el mutuo sometimiento a la ley
Relación Estado-pueblo según el realismo político
En un Estado cuya voluntad coincida con la del pueblo no se construye un derecho sobre el individuo de manera que se le dé una protección ante agentes externos, es decir, un derecho que haga de medio para un fin, porque, de ser así, sería un indicativo de que no hay una idea ética consensuada y realizada de común acuerdo entre todos. Esto es, entender que en una sociedad no debería haber un pacto para protegerse de sí misma, ni tampoco del gobernante, pues precisamente este no tiene que ser temeroso en que su pueblo discuta con libertad sus opiniones.
«Todo derecho depende de leyes. Pero una ley pública, que determina para todos lo que les debe estar jurídicamente permitido o prohibido, es el acto de una voluntad pública, de la cual procede todo derecho, y por tanto, no ha de cometer injusticia contra nadie».
Kant
El realismo político contempla la relación entre el Estado y el pueblo como una relación de padre e hijo, y es un error, porque ese reconocimiento mutuo de la ciudadanía es lo que hace que el poder del Estado sea siempre un reflejo de la voluntad de los individuos, porque hay una consciencia de un proyecto social, de una realización. Algo de lo que el realismo político no quiere ser partícipe, pero cuya razón es la incomprensión. La incomprensión de que la individualidad por sí sola no tiene suficiente fuerza como para hacer una acción trascendente en el mundo, la cual solo puede ser política.
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Es por eso por lo que Kant y Hegel identifican el teatro o el juego en que consiste la vida humana, y por ello en esa comprensión de los roles se saben partícipes de la historia, lo cual es lo único que permanece. Ese compromiso con la historia es lo que propicia la praxis del derecho. En ese abandono del egoísmo y en la unión de las voluntades humanas se da la eticidad, porque se está pensando como especie y no como individuo.
«Una generación no puede obligarse y juramentarse a colocar a la siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos (presuntamente circunstanciales), depurarlos del error y, en general, avanzar en el estado de su ilustración. Consistiría esto un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial radica precisamente en este progreso».
Kant
La comprensión de la historia y la proyección en ella es lo que distancia el pensamiento kantiano y hegeliano de los defensores del realismo político, que no advierten dicha noción. Justamente porque el fundamento de su eticidad se encuentra en la felicidad, concretamente en una felicidad no adscrita a un criterio universal, sino más bien subjetivo.
Eso implica que se olviden los motores sociales que se hallan detrás de la construcción de un sujeto particular. Reconocer esos motores, esa identidad no monádica, como parte de un espíritu, como parte de una entidad social con suficiente fuerza para hacer la historia, para mover sus cimientos y continuar con la interminable función teatral que parece ser la vida humana.
Comprender es ver que ese juego humano en el que las relaciones son la sustancia que forja los acontecimientos es lo racional. El Estado jurídico para Hegel no tiene interés en proporcionar felicidad a los hombres, es decir, no es un Estado social benefactor, sino que busca hacerlos libres en la historia. Eso es lo que permite la continuación de ese flujo de movimiento histórico, porque esta filosofía de la historia tiene que identificarse inexorablemente con una filosofía de la acción, ya que lo que configura ese horizonte histórico son las relaciones de poder. De modo que el Estado y el Derecho son el acontecimiento que da fundamento ético a una época.
El Estado jurídico para Hegel no tiene interés en proporcionar felicidad a los hombres, es decir, no es un Estado social benefactor, sino que busca hacerlos libres en la historia
Por eso las leyes siempre tienen que identificarse con lo universalmente reconocido y válido. El realismo político esquiva la racionalidad y, por tanto, la posibilidad de hacer de la vida humana un acontecimiento que continúe con el devenir narrable que, en definitiva, define a nuestra especie.
«Debemos buscar en la historia un fin universal, el fin último del mundo, no un fin particular del espíritu subjetivo o del ánimo. Y debemos aprehenderlo por la razón, que no puede poner interés en ningún fin particular y finito, y sí solo en el fin absoluto».
Hegel
Sobre el autor
Estudioso de la filosofía personalista y del pensamiento español, Jade Ruiz es graduado y magister en Filosofía en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). También es profesor de secundaria, escritor y músico. Actualmente está publicando artículos en diversos medios especializados.
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