El dilema de la identidad y la diferencia
Diciéndolo en términos muy generales, la filosofía ha tenido desde siempre, básicamente, un único tema planteado de una determinada manera. El tema es la identidad y la diferencia, y el modo de plantearlo es como un dilema. En el fondo, la filosofía nace de la necesidad de resolver el dilema entre la identidad y la diferencia, y la historia de la filosofía es la historia de las respuestas a este dilema.
Ahora hay que explicar qué es un dilema: un dilema son dos términos que se excluyen y que, sin embargo, son ambos reales. Un clásico dilema es el de la teodicea: ¿cómo es posible que Dios y el mal existan ambos al mismo tiempo? Otro dilema es el que la esfinge plantea a Edipo: ¿qué animal es ese que puede tener dos patas, tres patas y cuatro patas?
Aquí ya se percibe una primera diferencia entre la ciencia y la filosofía, que básicamente es la que hay entre el problema y el dilema. La ciencia formula y resuelve problemas. La filosofía formula y resuelve dilemas.
SI TE ESTÁ GUSTAND0 ESTE ARTÍCULO, TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR…
También aquí se aprecia ya un segundo rasgo de la filosofía: la filosofía no plantea dilemas, si por plantear dilemas entendemos ponerlos donde no los había. La filosofía se encuentra con dilemas que se le plantean desde fuera. Es como en el diálogo entre la esfinge y Edipo: Edipo solo quiere atravesar un puente, y es la esfinge la que se lo impide planteándole un dilema.
Dicho muy en general, el espíritu filosófico nace cuando una situación se percibe como un dilema. La mente filosófica se activa con la percepción de un dilema al que hay que dar respuesta.
Volviendo al dilema de la esfinge, no se trata solo de que Edipo, al dar como respuesta que el hombre es la posibilidad de que un animal tenga dos, tres y cuatro patas, acierte con la respuesta correcta, sino que su conciencia específica de hombre se activa en vista del dilema que se le plantea. Por así decirlo, en cuanto Edipo entiende la pregunta como un dilema, se da cuenta de que la respuesta es él mismo. Edipo resuelve el dilema en cuanto se da cuenta de que ese dilema le concierne a él.
Todos los problemas filosóficos, muy en el fondo, se basan en el dilema de la identidad y la diferencia. Si identidad y diferencia son distintas, ¿cómo pueden darse ambas al mismo tiempo y en el mismo lugar? Básicamente, hay tres respuestas posibles a ese dilema: primera, eliminar la identidad, lo que conduce a dispersiones y a la debilitación del pensamiento; segunda, eliminar la diferencia, lo que conduce a totalitarismos; tercera, buscar la compatibilidad. En efecto, una de las cimas de la historia de la filosofía es la respuesta que da Hegel a ese dilema al definir el espíritu como «identidad de la identidad y la diferencia».
No es que todos los temas filosóficos se reduzcan al dilema entre identidad y diferencia, como si todos los problemas filosóficos, en el fondo, fueran siempre el mismo. Evidentemente no es así. Se basan en él, es decir, nacen de él y luego se van configurando en campos y en formulaciones muy diversos.
Ser y pensar, ser y nada, verdad y falsedad, unidad y pluralidad, individuo y Estado, acto y potencia, cuerpo y alma, espíritu y materia, definición e indefinición, libertad y determinismo, Dios y el mal, Dios y el ser humano, conocimiento y acción… ¿cómo pueden darse al mismo tiempo y en el mismo lugar, si son distintos que se excluyen? Estos son solo unos pocos ejemplos de los dilemas que se han formulado a lo largo de la historia de la filosofía.
También hoy. ¿Cuáles son los debates filosóficos que hoy son más candentes? A lo mejor diríamos que, hoy, los más actuales y agudos son los debates sobre género e identidad sexual, ecologismo, democracia, externalizaciones, migraciones, transhumanismo, religiones, globalización, publicidad e intimidad, o incluso filosofías muy recientes como la filosofía de la alimentación.
¿No se ve claramente que en la base de todos esos debates está el dilema entre la identidad y la diferencia, con el que nació la filosofía occidental ya con los presocráticos? Cuando hoy un filósofo o una filósofa, por ejemplo, desarrolla un discurso sobre la identidad de género, sobre el transhumanismo o sobre las migraciones, en el fondo, se encuentra ante la misma esfinge y está abordando el mismo dilema de la identidad y la diferencia.
La filosofía surge del dilema entre identidad y diferencia: dos términos opuestos pero reales. A diferencia de la ciencia, que resuelve problemas, la filosofía responde a dilemas que se le imponen. Todos los grandes debates filosóficos derivan de este núcleo
La filosofía de la afabilidad
La respuesta que Byung-Chul Han da al dilema de la identidad y la diferencia es lo que, citando un término suyo muy recurrente —que enseguida reconocerá quien haya leído algo de él—, podríamos llamar una filosofía de la «afabilidad».
La afabilidad —igual que la amabilidad, la hospitalidad o el respeto— es la porosidad entre la identidad y la diferencia. Si identidad y diferencia son distintas, ¿cómo pueden ser ambas posibles a la vez en el mismo sitio? Porque son permeables. Porque la identidad entra en la diferencia y se empapa de ella sin cancelarla como diferencia y sin perder su identidad, igual que la diferencia entra en la identidad sin perder su carácter de diferente.
Ser afable es entrar en la esfera del otro sin anular su alteridad y, al mismo tiempo, invitar al otro a que entre en la esfera propia sin perder la intimidad. Este fue ya el tema de la tesis doctoral de Han. La tesis doctoral viene a ser el bautismo en filosofía, el trabajo con el que uno se estrena en el mundo filosófico. Esa tesis está publicada, y su título es El corazón de Heidegger.
De este título, ahora no interesa tanto el autor —Heidegger— como el propio tema: el corazón. El corazón es el órgano que bombea la sangre que entra y sale por las venas y arterias, que se juntan en él. Volviendo al dilema: si venas y arterias, si entrar y salir, son opuestos, ¿cómo juntarlos? Y no solo juntarlos, sino vivificarlos e intensificarlos. En el corazón.
El corazón, en el sentido simbólico que tiene para nosotros, no es tanto el órgano que une a los diferentes, sino el órgano que hace que los diferentes se unan entre sí y que mantiene viva esa unión. La virtud del corazón es la cordialidad, que para nosotros es sinónimo de afabilidad. Viéndola como una «filosofía de la afabilidad», se abarca toda la obra de Han como una filosofía completa y coherente.
Byung-Chul Han responde al dilema de identidad y diferencia con una filosofía de la afabilidad: una porosidad que permite que lo distinto se encuentre sin anularse. Su obra propone una convivencia cordial donde la alteridad se acoge sin perder la intimidad
La filosofía de Byung-Chul Han
Muy brevemente, y generalizando mucho, diríamos que la obra de Han abarca tres temas que componen, entre todos ellos, una filosofía abarcadora y coherente: el mundo humano, lo que viene después del mundo humano y lo que venía antes.
Sobre el mundo humano se ocupa la mayoría de los libros de Han, entre ellos también los más célebres y populares, y sobre todo los más icónicos: La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia, La sociedad paliativa, La expulsión de lo distinto, La desaparición de los rituales, Capitalismo y pulsión de muerte, No-cosas, Infocracia, Hiperculturalidad y varios más.
Sobre lo que viene después del mundo humano, que inexorablemente es la muerte, Han ha escrito básicamente dos grandes monografías: Muerte y alteridad y Caras de la muerte.
Sobre lo que viene antes del mundo humano, Han ha escrito Loa a la tierra. Desde mi punto de vista, en el momento de su aparición, con este libro se cerró un primer círculo en el campo temático de Han.
Estos tres campos temáticos se perfilan con mucha nitidez desde el punto de vista de la afabilidad como porosidad entre la identidad y la diferencia. Básicamente, la distinción entre el mundo humano y la muerte es la distinción entre identidad y diferencia entendidas como opuestos excluyentes.
La diferencia que excluye la identidad es la alteridad, y la identidad que excluye la diferencia es la igualdad. Si la muerte es la alteridad absoluta, el mundo moderno tiende hacia una igualdad absoluta, es decir, hacia una homogeneización y allanamiento totales, cuyos efectos psíquicos son el aburrimiento, el cansancio o el estrés, así como otros fenómenos psicosomáticos, pero con causas sociales, que Han explicó en su célebre ensayo sobre La sociedad del cansancio.
SI TE ESTÁ GUSTAND0 ESTE ARTÍCULO, TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR…
El ser humano no respira ni en la alteridad absoluta de la muerte ni en la igualdad absoluta del neoliberalismo. Digamos que, para el ser humano, la alternativa entre la alteridad y la igualdad es la alternativa entre morir y enfermar. Lo que desharía esa alternativa —o, volviendo al comienzo, lo que resolvería ese dilema— es la afabilidad, es decir, la cordialidad, la virtud del corazón, que fisiológicamente es el órgano que mantiene e incrementa la vida, y simbólicamente es el lugar donde identidad y diferencia entran una en otra respetuosamente y sin anularse.
Un terreno predestinado a la afabilidad, fuera de la muerte —es decir, dentro de la vida—, pero al mismo tiempo fuera del mundo, es el jardín, que esencialmente —y etimológicamente— es un lugar resguardado adonde retirarse. La palabra «cultivo» significa tanto culto como dedicación y cuidado. En este sentido digo que, con Loa a la tierra, Han cerró un primer círculo temático de su pensamiento.
Después de Loa a la tierra, Han escribió aún una serie de ensayos ahondando de diversas maneras en un campo temático que, en sus líneas generales, ya estaba trazado.
Sin embargo, en su última obra publicada en español, El espíritu de la esperanza, Han inaugura una especie de nueva etapa filosófica. En esta obra, Han no abandona la lógica de la afabilidad, que sigue siendo la base de su pensamiento. Pero la eleva a una dimensión temporal. La esperanza es la afabilidad con el futuro. Tener esperanza es entrar en el futuro sin violentar su carácter abierto.
Planificar —que es la actitud propia de nuestras sociedades contemporáneas, tanto capitalistas como comunistas— es reducir el futuro a un presente anticipado. Planificar es traer el futuro al presente y convertirlo en posesión. Tener esperanza es, al contrario, abrirse al futuro. Y no solo abrirse a él, sino entrar en él confiadamente, pero sin anular su alteridad. Diríamos que tener esperanza es ser huésped del futuro, o que la esperanza es la hospitalidad que el futuro nos profesa. Tener esperanza es invitar al futuro a que llegue y ser invitados por el futuro a que nosotros vayamos a él.
Desde este último libro publicado en español, Han se dedica a estudiar y a dar clases sobre mística. Temáticamente, podrá ser un campo nuevo. Sin embargo, está ya anticipado en los libros de Han sobre la ausencia y el espíritu oriental, sobre la vida contemplativa, sobre el espíritu de la esperanza o, incluso, en uno de sus libros más tempranos, que dedicó al budismo zen.
La afabilidad, simbolizada en el corazón, es la virtud de hacer que identidad y diferencia entren uno en otro sin anularse. Dos plasmaciones sensibles de la afabilidad, de las que Han se ocupa explícita y reiteradamente en su obra, son el erotismo visual y el aroma olfativo.
La pornografía, incluso en sentido etimológico, es una exhibición en primer plano de la intimidad. En este sentido dice Han que las actuales sociedades occidentales, con toda su pulsión exhibicionista, son pornográficas. A diferencia de la pornografía, que es una exhibición que se nos impone, el erotismo —que deja entrever sin acabar de mostrar— es una sugerencia que nos invita.
En cuanto al aroma, según la canónica gradación de la sensibilidad que Hegel desarrolló en Fenomenología del espíritu, el olfato es el sentido que capta lo diferente dentro de sí sin anularlo en su diferencia, a medio camino entre la vista —que es el sentido que capta lo externo en cuanto que externo— y el tacto —que es el sentido que capta lo externo en cuanto que interno—.
La obra de Han articula una filosofía de la afabilidad: una porosidad entre identidad y diferencia. Esta ética del corazón recorre su pensamiento sobre el mundo humano, la muerte y la tierra, y culmina en una esperanza cordial hacia el futuro
Claves del éxito de Han
Byung-Chul Han es probablemente el primer filósofo contemporáneo que ha convertido la filosofía en un fenómeno editorial de masas. A menudo se atribuye su éxito al formato breve de sus libros, a su estilo accesible y a su enfoque de temas actuales. Sin duda, estos elementos facilitan la difusión, pero no alcanzan a explicar por sí solos el alcance de su impacto.
El fenómeno del superventas, más que una señal directa de mérito, es la manifestación pública de un mérito previo. En el caso de Han, ese mérito consiste en haber despertado el deseo de pensar filosóficamente en un público amplio, sin formación académica en filosofía. Su aportación no se reduce a la divulgación de contenidos, sino que ha conseguido generar una disposición reflexiva en los lectores.
Aquí conviene marcar una diferencia entre dos formas de divulgación: la científica y la filosófica. La divulgación científica simplifica lo complejo; también existen libros de «filosofía para dummies» que intentan hacer lo mismo, pero suelen ofrecer respuestas predigeridas.
Por eso, aunque transmiten información, rara vez provocan una verdadera inquietud filosófica. Lo filosófico no se activa ante soluciones cerradas, sino ante preguntas abiertas, dilemas sin resolver. Por eso estos manuales, en el mejor de los casos, enseñan datos; en el peor, trivializan la filosofía. No la transmiten como experiencia ni la despiertan.
Han, en cambio, no ofrece un saber empaquetado, sino una actitud. Su forma de escribir no impone, sino que invita. No fuerza, sino que hospeda. Su estilo nace de una ética de la afabilidad: sugiere, acoge, cuida, cultiva. Esa disposición no es solo una estrategia de forma, sino una forma de fondo: abre un espacio para el pensamiento sin cercarlo. Y justamente por eso contagia el deseo de pensar.
Pensar desde la afabilidad implica una lógica de la diferencia que no anula. La afabilidad es encuentro entre lo distinto que se reconoce sin disolverse. El arte que mejor expresa esta lógica es la variación: no la repetición mecánica ni el cambio arbitrario, sino la transformación en continuidad. Por eso Han alude a menudo a las Variaciones Goldberg de Bach. Lejos de escribir siempre el mismo libro, su obra desarrolla modulaciones sobre un mismo núcleo. Esa repetición con diferencia produce un efecto de familiaridad: no por simple, sino por íntima. Así se entiende que tantos lectores se sientan convocados, como si reconocieran en su escritura un tono cercano, un ritmo que les incluye sin exigirles rendición.
Alberto Ciria Doctor en Filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza, amplió estudios posdoctorales en las Universidades de Múnich y de Viena. Ensayista, editor y traductor, ha publicado docenas de artículos en diversas revistas filosóficas, ha editado varios volúmenes compilatorios sobre filosofía del cine y del flamenco y ha traducido al español cerca de un centenar de obras filosóficas, ensayísticas y poéticas alemanas. Entre otros autores, ha traducido a Han, Fichte, Hegel, Heidegger, Vattimo y Arendt.
Deja un comentario