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F+ La lucha por los derechos de los animales

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Corine Pelluchon es profesora en la Universidad de Franche-Comté (Besançon, Francia) y doctora en filosofía práctica, así como especialista en filosofía política y moral, ética aplicada y bioética. Su libro Manifiesto animalista. Politizar la causa animal consta de tres partes en las que se trabaja, respectivamente, acerca del estado de la cuestión de la causa animal en la actualidad, la politización de esta causa y, por último, las propuestas concretas que plantea la lucha animalista por la consecución de derechos para los animales no humanos.

Por Melissa Hernández Iglesias, Universidad Complutense de Madrid

FILOSOFÍA&CO - COMPRA EL LIBRO 64
Manifiesto animalista, de Corine Pelluchon (Reservoir Books).

En la primera parte de su trabajo, la autora plasma los resultados de un concienzudo análisis que versa sobre la relación que tenemos con el resto de los animales que comparten espacio vital con nosotros. Se destaca, en este primer capítulo, que la relación que tenemos con ellos es un reflejo de aquello en lo que los seres humanos nos hemos convertido con el paso de los años, siendo esta relación un paralelismo con el trato hacia aquellas personas que consideramos distintas, ajenas. Afirma que esta correlación se funda en un problema para asumir la alteridad.

Dada la explotación que sufren los animales, así como la cosificación y privación de consideración moral, Corine Pelluchon pone sobre la mesa la necesidad de articular una teoría política y una antropología que hagan hincapié en la responsabilidad que poseemos frente al resto de seres vivos. El primer paso para ello es una toma de conciencia de la realidad que causamos a los animales, que consiste en asumir la sintiencia que la inmensa mayoría de ellos posee y percatarnos de la petición de principio en la que se fundamenta el trato que les otorgamos: «Creemos que la vida de los animales carece de valor en sí misma y que están ahí porque nos son útiles, porque sacamos algún beneficio de ellos o porque su compañía nos es agradable» (p. 30). Una vez se toma conciencia de la vida a la que les destinamos, nos ocurre lo mismo que al prisionero de la caverna de Platón, pues la luz del Sol nos ilumina nuevos horizontes que parecían imposibles de imaginar en las tinieblas de la profunda cueva.

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