La utopía de Tecnofuturos #2020.
Dice Francisco Martorell que la utopía nace de la no resignación, y nosotros no nos resignamos. Porque necesitamos invertir en el futuro. Lo hemos explicado en Estudiar y crear el futuro, convencidos de que «o empezamos a enterrar viejas ideas, o la complejidad nos enterrará (con la ayuda de los populismos y de algún virus)». Para empujarlas, durante el primer confinamiento y meses posteriores, en Tecnofuturos hemos promovido el desarrollo de un libro colectivo sobre la utopía que contiene doce ideas, doce pequeños hallazgos. Las doce ideas que recogemos en el libro son solo una pequeña muestra de muchos de los temas que nos hubiera gustado desarrollar. Todos los textos contienen algún descubrimiento, pero, por si acaso, incluimos uno muy explícito en forma de utopía gráfica sobre el futuro de la especie humana y la vida fuera de nuestro planeta del artista gráfico y autor utópico Pepe Medina.
En esta obra colectiva, anárquica por definición, el filósofo Jesús Zamora-Bonilla explora los límites de la idea de progreso en el futuro a muy largo plazo, a la vez que Mario Tascón y Bárbara Yuste analizan los ángulos invisibles de una comunicación fiable y sin límites y cómo usarla para programar el futuro.
En sus utopías, Ignacio Villoch, Paula Oriol, y el psiquiatra Paco Traver nos hacen soñar respectivamente con la biodiversidad y la regeneración de las especies; nos asoman al lado oscuro y al lado brillante de la belleza; y nos empujan a observar el amor y las relaciones entre hombres y mujeres a través del microscopio.
Necesitamos invertir en el futuro. En Tecnofuturos hemos promovido el desarrollo de un libro colectivo sobre la utopía que contiene doce ideas, una pequeña muestra de muchos otros temas posibles
La gestión de la complejidad es otra de las grandes semillas de ideas utópicas, y Sylvia Díaz-Montenegro, busca fundamentos de hecho y de derecho para un nuevo contrato social, al tiempo que el especialista en problemas complejos Javier G. Recuenco nos arroja en los brazos de la complejidad sin «complejos».
Por último, Francisco Jariego, instigador conmigo de la iniciativa por la que decidimos apostar hace un año, se pregunta en su anarcoutopía si realmente es posible una sociedad gobernada por una libertad sin restricciones. Pero también Álvaro Gaviño, especialista en economía de la conducta, explora cómo sería una sociedad plenamente consciente de que no existe el libre albedrío determinada por los algoritmos.
A veces los autores no están de acuerdo en su viaje utópico y eso nos gusta. Casi diría que es así por diseño.
La distopía advierte, la utopía propone
Como contrapunto a mis propias distopías narrativas, en mi utopía yo especulo con las posibilidades de extender nuestra mente sin dejar de ser lo que somos, algo que ya he avanzado en un artículo sobre el transhumanismo, una utopía en clave de ensayo-ficción que intenta ser el reverso de algunos de los relatos más distópicos recogidos en Mentes colmena, en los que me he asomado a la parte más tenebrosa del mejoramiento neurológico, incluyendo el robo de memorias, la poda neuronal o la manipulación de sentimientos. Si bien la distopía advierte, la utopía propone, y ambas son necesarias para definir mejores escenarios de futuro.
Aunque hoy estamos más cerca que nunca de conocer el funcionamiento del cerebro e incluso de crearlo en el laboratorio, de ahí a que podamos hacer que emerja una consciencia en el laboratorio queda un trecho
Una utopía sobre el futuro de la neurociencia y el conocimiento de la conciencia
La utopía de la mente infinita, la mente inmortal, hacer de nuestro cerebro un cerebro divino, perfecto y digno del Olimpo, conocer completamente los secretos del universo, saberlo todo, ser capaces de crear una mente artificial en el laboratorio, unir el poder mental de humanos y máquinas, incluso crear una mente inmortal, es una de las más antiguas utopías que se conocen y una de las grandes metas del actual transhumanismo. Pero lo cierto es que, aunque el novum neurocientífico actual parece suponer que hoy estamos más cerca que nunca de conocer el funcionamiento del cerebro e incluso de crearlo en el laboratorio, de ahí a que podamos hacer que emerja una consciencia en el laboratorio queda un trecho. Paradójicamente, y como señala un reciente artículo sobre organoides cerebrales de Nature, uno de los elementos científicos fundacionales de mi neuroutopía, junto a las interfaces hombre máquina y el mapa completo del cerebro, Creating a conscious system might be a whole lot easier than defining it (crear un sistema consciente puede ser mucho más fácil que definirlo).
De René Descartes a Mary Shelley
A las pruebas me remito: de la glándula pineal de Descartes, al órgano de sentimientos de Penfield que aparece en Blade Runner, dualismos y monismos llevan años dándole vueltas al tema. Y aunque hoy al denostado dualismo cartesiano se ofrecen alternativas como la teoría emergentista de la mente, la de la realizabilidad múltiple de Putnam y otras más atrevidas, como la de la mente cuántica que el reciente Nobel Roger Penrose expuso ya hace años en su controvertido libro La nueva mente del emperador, yo pienso que la cosa está como ha estado siempre: muy lejos de dilucidarse.
Es más, pienso que es imposible de dilucidar. Lo que no quita para que no podamos soñar con conseguir alguno de estos objetivos: por ejemplo, el de extender nuestra mente con un cerebro artificial de corte biológico o el de conseguir cierto grado de telepatía a juzgar por el éxito de algunos experimentos recientes con simios.
Para imaginar cuál podría ser el camino, la cuenta atrás, el backcasting, en el vocabulario de la futurología, que nos permitiese alcanzar esa utopía de tener una mente todo poderosa y eterna, propongo algunos escenarios en los que intento imaginar cómo podrían encadenarse temporalmente ciertos descubrimientos científicos y decisiones para avanzar desde el mapa completo del cerebro hasta la telepatía, pasando por los trasplantes cerebrales, la inteligencia colectiva y el volcado y recuperación de memorias. De aquí a la eternidad tenemos tiempo.
Lo importante es que si nos vamos a atrever en serio a crear nuevos seres en el laboratorio lo hagamos bien para que no nos pase lo que a Victor Frankestein y para eso conviene leer a Mary Shelley.
*El libro colectivo de ensayo-ficción sobre la utopía está disponible aquí.
*La presentación y los debates de Tecnofuturos #2020 pueden seguirse en el canal de youtube de Tecnofuturos.
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