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La portada está pintada de un rosa melocotón pastel. Muestra de frente una ilustración de una mujer (María Zambrano) vestida con una gabardina y un gorro azul, escribiendo con una pluma. Está rodeada de cactus azules y verdes con flores amarillas, y debajo de ella hay unos pájaros de color rosa más pálido, que tocan la pluma con el pico, sobre una maleta azul con un sol naciente.

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NÚMERO 10

Dosier

María Zambrano: poesía, vida y democracia en el exilio

Ese viaje largo y decisivo

¡Bienvenidos al neoexistencialismo!

2 comentarios

«La juventud de los nacidos en los noventa es opuesta a la de nuestros padres. Nosotros crecimos y maduramos con el estallido de una crisis económica que hizo retumbar los cimientos de nuestra sociedad hasta tal punto que el grado de desigualdad social actual es extremadamente alarmante. Además, estamos entrando en la vida adulta en medio del auge de gobiernos reaccionarios y extremistas, que favorecen la desinformación, que son abanderados de valores ya caducos. A ello se suma la constante exposición a las redes sociales, lo que nos permite conocer cualquier cosa en cualquier momento, desear cualquier cosa en cualquier momento» escribe Miguel Ángel García García.

«La juventud nacida en los noventa crecimos con el estallido de una crisis económica que hizo retumbar los cimientos de nuestra sociedad. Estamos entrando en la vida adulta en medio del auge de gobiernos reaccionarios y extremistas, que favorecen la desinformación, que son abanderados de valores ya caducos. A ello se suma la constante exposición a las redes sociales, lo que nos permite conocer y desear cualquier cosa en cualquier momento» escribe Miguel Ángel García García.

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«Tenemos todos los ingredientes para propulsar un nuevo existencialismo, diferenciado del otro en nuestra conexión más global y disponibilidad tecnológica, pero con las mismas preocupaciones: hacer frente a nuestra mortalidad, responsabilizarnos de nuestras acciones, compromiso social en nuestras obras y una lucha incesante por la libertad». Miguel Ángel García García, autor de este artículo, es estudiante de Economía, gran aficionado a la filosofía y la literatura. Por Miguel Ángel García García Aciagos días son los que nos han tocado vivir. Hacía décadas que el fantasma de la angustia no recorría de manera generalizada el alma —si es que existe algo como tal— de la humanidad. Muchos éramos los que nos veníamos preocupando por la cuestión existencial, pero se nos tachaba de pesimistas, de «pensar demasiado» —como si eso fuera un problema—, pero desde hace tiempo las cuestiones derivadas de nuestra existencia, con todo lo que conlleva, están presentes en una generación entera de noveles autores y pensadores. Debido a los infaustos días que vivimos me veo en la necesidad de escribir sobre ellos —nosotros—, sobre una generación marcada por crisis y decadencia, que tarde o temprano se convertirá en la vanguardia del pensamiento. Pensamiento que tomará forma en una corriente que me he tomado la licencia de llamar neoexistencialismo.
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Filosofía & co

Revista de pensamiento y actualidad Número 2 ya en librerías

Existencia con compromiso

El existencialismo fue la corriente filosófica que dominó la segunda mitad del siglo XX. Unos jóvenes franceses fascinados por la fenomenología, que sufrieron la Segunda Guerra Mundial —incluso, la gran mayoría, combatió en ella—, vistos los horrores de la guerra, de la invasión y ocupación de su amado París, se plantearon cuál era el sentido de la existencia. Eran aquellos jóvenes que no entendían el arte ni la literatura sin compromiso social. Vestían con jerséis de cuello alto, fumaban en abundancia, escuchaban jazz, amaban la vida y reflexionaban sobre su devenir. Y, por encima de todo, ansiaban la libertad.
El existencialismo lo desarrollaron unos jóvenes franceses fascinados por la fenomenología, que sufrieron la Segunda Guerra Mundial. Amaban la vida y reflexionaban sobre su devenir. Y, por encima de todo, ansiaban la libertad
Los existencialistas basaron su pensamiento en la premisa planteada por Heidegger —fenomenólogo de renombre que echó todo a perder por juntarse con malas compañías—: debido a la naturaleza temporal del ser humano, nuestra existencia debe basarse en asumir que somos finitos y mortales, y esa misma naturaleza nos hace dependientes de la situación histórica de la cual formamos parte. El referente del existencialismo, Jean-Paul Sartre, añadió a este planteamiento que el ser humano se distingue del resto de seres vivos en que es el único capaz de hacerse a sí mismo, crear su propio ser mediante la acción, es decir, cada ser es su propia libertad. En este cúmulo de ideas —ser finito y mortal, ser libre, el peso de la historia, la responsabilidad como individuos, etc.— se conforma como corriente el existencialismo, una corriente que gritaba a la humanidad que era libre de hacerse a sí misma, pero que, a su vez, era responsable de cada una de sus acciones como ser histórico que era. De esta responsabilidad con la historia surge la imperiosa necesidad de adquirir un compromiso con la sociedad; no se puede entender la existencia misma sin el compromiso.
Jean-Paul Sartre afirmó que el ser humano se distingue del resto de seres vivos en que es el único capaz de hacerse a sí mismo, crear su propio ser mediante la acción, es decir, cada ser es su propia libertad

Desigualdad social

Desde aquellos jóvenes hasta nuestros días han pasado muchas juventudes que, a rasgos generales, han podido vivir hasta cierto punto más cómodas que las anteriores: mayor estabilidad económica, crecimiento, primeros años del desarrollo tecnológico, más libres —fin de la mayoría de dictaduras— y menos angustiadas. La juventud de los nacidos en los noventa es totalmente opuesta a esa juventud, la de nuestros padres. Nosotros crecimos y maduramos con el estallido de una crisis económica que hizo retumbar los cimientos de nuestra sociedad hasta tal punto que el grado de desigualdad social actual es extremadamente alarmante. Además, estamos entrando en la vida adulta en medio del auge de gobiernos reaccionarios y extremistas, que favorecen la desinformación, que son abanderados de valores ya caducos. A ello se suma la constante exposición a las redes sociales, lo que nos permite conocer cualquier cosa en cualquier momento, desear cualquier cosa en cualquier momento. Añadamos también la parálisis creativa de nuestro tiempo. Hubo una expansión tan grande del conocimiento en las décadas anteriores que ahora sentimos que no hay nada nuevo por hacer o descubrir, lo que nos hace sentir fracasado ante el paso de la historia; no somos capaces de estar a la altura de nuestros antepasados. Y, por último, una crisis sanitaria como la que vivimos estos días nos ha puesto cara a cara con nuestra mortalidad, sentirnos finitos nos agobia.
Nosotros crecimos y maduramos con el estallido de una crisis económica que hizo retumbar los cimientos de nuestra sociedad hasta tal punto que el grado de desigualdad social actual es extremadamente alarmante

Percepción de la mortalidad

La juventud actual se caracteriza por sufrir gran parte de ella ansiedad y/o depresión, muchas veces provocadas por la sensación de final que arrastramos constantemente, nuestra percepción de la mortalidad de un modo exacerbado. La exposición global nos hace desear cosas que nunca tendremos y eso nos provoca que no nos sintamos libres del todo. No no sentimos libres, muchas veces estamos supeditados a expectativas sociales, a cuestiones económicas y otros factores que nos hacen sentir cautivos. Nuestros padres ansiaban vidas tranquilas, construir familias y tener trabajos estables. Nosotros nos sentimos prisioneros en la maquinaria incesante de la sociedad, nos vemos en la necesidad de romper con el statu quo, no queremos ser lo que se espera de nosotros, nos aprisionan las expectativas, tenemos ansias de libertad que difícilmente podemos saciar. Queremos lograr grandes cosas —conscientes de nuestra mortalidad y nuestra responsabilidad histórica—, y tenemos un fuerte compromiso con nuestra sociedad, compromiso que le pedimos a aquellos que están en el ojo público, pues consideramos que el arte, la literatura y el pensamiento —al igual que los primeros existencialistas— deben entenderse siempre con compromiso social, nunca sin él.
Una crisis sanitaria como la que vivimos estos días nos ha puesto cara a cara con nuestra mortalidad, sentirnos finitos nos agobia
Tenemos todos los ingredientes para dar a luz y propulsar un nuevo existencialismo, diferenciado del otro en nuestra conexión más global y nuestra disponibilidad tecnológica, pero con las mismas preocupaciones: hacer frente a nuestra mortalidad, defender nuestro paso por la historia, responsabilizarnos de nuestras acciones, compromiso social en nuestras obras, y una lucha incesante por la libertad. ¡Bienvenidos al neoexistencialismo!
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2 respuestas

  1. Avatar de Alfonso Julio
    Alfonso Julio

    Obviamente no seré neoexistencialista porque creo que la muerte es sólo una puerta hacia otra existencia, la del Espíritu y consecuentemente la de Dios.

  2. Avatar de Alejandro Escudero Pérez
    Alejandro Escudero Pérez

    En twiter una tal Eduardo Infante dice que en «Ser y tiempo» se afirma que «el sentido del ser» es la muerte (y que con eso ‘lo dice todo’). Pues bien, con eso lo único que prueba es su enorme ignorancia: hay que leer con honestidad y seriedad lo que dicen los autores sin tergiversarlos ni decir sobre ellos sandeces o chorradas. Lo que sostiene Heidegger en ese libro -y lo afirma como tentativa- es que el sentido del ser es el tiempo, la temporalidad (una temporalidad que pivota sobre el futuro, es decir, sobre un horizonte de posibilidades). La ignorancia es muy atrevida. Deber de la filosofía es combatirla contra todo tipo de charlatanería desinformada.

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