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Número 13

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NÚMERO 13

Dosier

En busca del sentido de la vida

Frankl, Nietzsche, Zambrano, Nussbaum y otros pensadores

F+ ¿Qué es el tiempo? Los filósofos nos lo explican

Aunque lo vivimos, definirlo filosóficamente ha resultado una de las tareas más complejas. Desde Newton hasta Heidegger, pasando por Bergson o Benjamin, este texto recorre distintas concepciones del tiempo —como sustancia, experiencia, estructura o contradicción— para desentrañar cómo lo pensamos, lo sentimos y lo vivimos.

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Imagen sobre el tiempo realizada a partir del diseño de Freepik (licencia CC).

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La pregunta por el tiempo

La pregunta por el tiempo es una de las cuestiones más complejas y fascinantes de toda la filosofía. Su dificultad consiste principalmente en lo difícil que es captar el tiempo: ¿cómo estudiar algo que parece escaparse constantemente? A primera vista, podríamos pensar que el tiempo es algo evidente y mensurable —después de todo, medimos cuánto tardamos en llegar al trabajo o cuántos minutos han pasado en una reunión—. Sin embargo, medir la duración de los eventos no es lo mismo que comprender qué es el tiempo en sí mismo o que intentar retenerlo para estudiarlo.

Cuando decimos que tardamos una hora en llegar de casa al trabajo, ya estamos presuponiendo una determinada concepción del tiempo: lo entendemos como algo externo a nosotros, que fluye de manera constante e independiente de nuestra experiencia. Esto es lo que podríamos llamar la «visión intuitiva» del tiempo, caracterizada por concebirlo como un absoluto que avanza implacablemente, como un contenedor universal dentro del cual ocurren las cosas. Pero ¿es esta la única forma de concebir el tiempo? ¿Existen otras maneras de pensar esta dimensión fundamental de nuestra existencia?

El tiempo como sustancia absoluta

La concepción que más se aproxima a nuestra intuición cotidiana del tiempo es la visión científica y moderna, cuyo arquitecto fundamental fue Isaac Newton. En sus Principia Mathematica, Newton estableció una distinción que se ha convertido en piedra angular del pensamiento científico moderno: la diferencia entre el tiempo «absoluto, verdadero y matemático», que fluye uniformemente sin relación con nada externo, y el tiempo «relativo, aparente y común», que percibimos a través de nuestros sentidos.

Esta distinción no es meramente técnica, sino que implica una propuesta ontológica profunda. Newton postuló un tiempo absoluto que existe independientemente de todo lo que pueda ocurrir en su interior —los segundos transcurren siempre a la misma velocidad, sin importar los eventos que contengan—. Se trata de un tiempo vacío en sí mismo, homogéneo y perfectamente cuantificable, que funciona como contenedor universal de todos los fenómenos.

Los seres humanos, según esta visión, percibimos ese tiempo absoluto de forma imperfecta, interferidos por nuestros estados subjetivos. Experimentamos que el tiempo «pasa más lento» en una reunión aburrida o «vuela» cuando estamos en la playa. Sin embargo, estas percepciones son para Newton meras distorsiones subjetivas del tiempo real, tiempo que la ciencia puede medir con precisión objetiva mediante instrumentos apropiados.

El tiempo se escapa incluso cuando intentamos medirlo. Más que un contenedor neutro, su definición arrastra una visión del mundo. De Newton a nuestras percepciones cotidianas, pensar el tiempo exige cuestionar su aparente evidencia y su pretendida objetividad

El suelo religioso de nuestra intuición

Esta concepción newtoniana no surge del vacío, sino que tiene profundas resonancias con la tradición filosófica cristiana, aunque expresada en un lenguaje secularizado. Ya San Agustín había distinguido entre el tiempo del alma (distentio animi) y la eternidad divina.

Para San Agustín, el tiempo humano se extiende entre tres dimensiones: la memoria (que nos conecta con el pasado), la atención (que nos ancla en el presente) y la expectativa (que nos proyecta hacia el futuro). Esta temporalidad finita contrasta radicalmente con la eternidad de Dios, donde todas las dimensiones temporales se concentran en un instante eterno, sin sucesión ni cambio. Dios no experimenta el paso del tiempo porque el tiempo es precisamente la forma de existir propia de los seres finitos.

Lo importante de la perspectiva agustiniana es que no concibe la experiencia humana del tiempo como una deficiencia o error, sino como la forma auténtica de ser de las criaturas finitas. En contraste, Newton señalaba que los humanos percibimos imperfectamente el tiempo y que por eso hemos necesitado desarrollar métodos racionales y científicos para acceder al tiempo «verdadero». Esta diferencia de matiz revela trasfondos filosóficos distintos: mientras Agustín acepta la temporalidad como constitutiva de la condición humana, Newton la ve como un obstáculo epistemológico a superar (con la ciencia).

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