Vivir para el sacrificio
No hace falta ser fan del pensador rumano Emil Cioran para reconocer la originalidad de parte de su pensamiento. Su lectura del mito del pecado original no es una excepción. Cioran no cree, a diferencia de San Agustín, que la expulsión del jardín del Edén se debiera a nuestro afán de saber, a nuestras ganas de abalanzarnos hacia lo desconocido, al empeño incontenible de nuestra curiosidad.
Tampoco se alinea con la interpretación romántica de John Milton en El paraíso perdido. El poeta inglés sostiene la idea de que al comer la manzana prohibida jamás quisimos rivalizar con Dios, sino más bien dejarnos llevar allí donde el deseo nos condujera, aunque eso mismo significase abandonar el paraíso.
A pesar de lo atractivo y peligroso que pueda llegar a ser el deseo, Cioran descarta que fuésemos desterrados porque quisiésemos ser nosotros mismos. No fue el triunfo de la libertad lo que empujó a Adán y Eva a buscar una felicidad que pudieran considerar realmente suya. En realidad, fue algo muy distinto. En su libro La caída del tiempo, dice:
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