- 1 La felicidad es una utopía inalcanzable
- 2 Gran parte de nuestros pensamientos, afectos y sentimientos duermen en nuestro inconsciente
- 3 No somos más que voluntad de vivir
- 4 El fin de la existencia no es la felicidad, sino desapegarnos de la vida
- 5 El sufrimiento es inevitable, pero también es salvífico
- 6 El ser humano es el ser más menesteroso y necesitado de todos los seres que pueblan la Tierra
- 7 Nunca hay que renunciar a la alegría cuando llega
- 8 La vida es una lucha… y nunca dejaremos de luchar
- 9 La existencia acaba por convertirse en un balsámico desengaño
- 10 La compasión como motor moral
Arthur Schopenhauer (1788-1860) sentó en su temprana obra cumbre, El mundo como voluntad y representación (1819), las columnas fundamentales para fundar el pesimismo filosófico y antropológico del siglo XIX. Pero fueron sus escritos más postreros los que lo encumbraron a la fama mundial, tras la publicación en 1851 de su sugerente y plural colección de escritos Parerga y paralipómena (que podría traducirse como «opúsculos y apéndices»), donde se incluyen algunos de sus textos más conocidos, como los célebres Aforismos sobre la sabiduría de la vida.
En estos aforismos encontramos algunos de los pilares de su pensamiento, que pueden ayudarnos a entender mejor los mecanismos internos del mundo, así como a poner en práctica algunas máximas para alcanzar el bienestar a través de la filosofía. Aunque, como escribió Lev Tolstói, fiel lector de Schopenhauer, «es mucho más fácil escribir cien volúmenes de filosofía que cumplir una sola de sus máximas».
1 La felicidad es una utopía inalcanzable
El mundo está regido por una voluntad incansable e incandescente que nos convierte en máquinas deseantes. Deseamos incansablemente y, tras la satisfacción de un deseo, espera siempre uno nuevo, que a su vez busca ser satisfecho; una dinámica que nos vapulea y maltrata sin descanso y que nos sitúa entre dos polos inevitables: el sufrimiento y el aburrimiento. Por eso, Schopenhauer explica, apelando a la autoridad de Aristóteles, que la persona sabia no busca una inaccesible felicidad, sino más bien la ausencia de dolor. De esta forma, el autor alemán nos invita «a dirigir nuestra atención no a los placeres y comodidades de la vida, sino a los medios de evitar, en la medida de lo posible, sus innumerables males». Por eso, quien quiera hacer balance de su vida pasada, ha de tener mucho más en cuenta los males de los que se ha librado que las alegrías de que las que ha disfrutado.
«La voluntad se encuentra en un mundo sin fin ni límites, como individuo entre innumerables individuos que se afanan, sufren, yerran; y como en un mal sueño, se precipita de nuevo a su antigua inconsciencia. Mas hasta entonces sus deseos son ilimitados, sus exigencias, inagotables, y cada deseo satisfecho hace nacer otro nuevo. Ninguna satisfacción posible en el mundo podría bastar para acallar sus exigencias, poner un punto final a su deseo y llenar el abismo sin fondo de su corazón».
El mundo como voluntad y representación, II, cap. 46
2 Gran parte de nuestros pensamientos, afectos y sentimientos duermen en nuestro inconsciente
Décadas antes de que Sigmund Freud fundara el psicoanálisis y se refiriera a la importancia del inconsciente, ya Schopenhauer anunció en su obra fundamental la relevancia de todo un contenido que queda más allá de nuestra consciencia. En el capítulo 14 del segundo volumen de El mundo como voluntad y representación, titulado Sobre la asociación de pensamientos, se proponen dos tesis fundamentales para el devenir del estudio del inconsciente en la historia del pensamiento, la psicología y el psicoanálisis.
Por un lado, Schopenhauer asegura que la «salud del espíritu» consiste en la buena marcha de la memoria; la locura, por su parte, es provocada cuando el individuo es asaltado por «grandes lagunas» en su reminiscencia en su intento por conectar el pasado con el presente. Por otro lado, Schopenhauer establece una dicotomía que, en efecto, Freud tomará más tarde como base de la doctrina psicoanalítica. Schopenhauer compara nuestra consciencia con «aguas de cierta profundidad»: los «pensamientos claramente conscientes» solo aluden a la superficie; el resto de su contenido es denominado con un elocuente sustantivo, la «masa», «lo borroso» (o no claro, Undeutliche), especificando más adelante que el material que recibimos del exterior es siempre «rumiado» en nuestras más «oscuras profundidades», y es así, en fin, como se «refunden» (o reelaboran, umarbeiten), es decir, es así como se relacionan todos nuestros pensamientos.
Esta fue sin duda una muy novedosa concepción del aparato intelectual humano como un instrumento subordinado a la voluntad (a lo irracional, a lo inconsciente); un intelecto del que no somos en absoluto dominadores. Como más tarde escribiría Freud, «no somos dueños de nuestra propia casa».
Para Schopenhauer, el mundo está regido por una voluntad incansable que nos hace desear incansablemente. Una vez satisfecho un deseo, siempre surge uno nuevo. Esta dinámica nos sitúa entre dos polos inevitables: el sufrimiento y el aburrimiento
3 No somos más que voluntad de vivir
El resto es un anexo, un atributo, un mero apéndice de los designios de esa voluntad primigenia que se manifiesta en cada uno de los seres existentes. Schopenhauer dedica todo el capítulo 19 del segundo volumen de El mundo como voluntad y representación a explicarlo: Del primado de la voluntad en la autoconciencia.
Nuestra inteligencia, asegura el filósofo, no es más que un «parásito» de la voluntad, del organismo, «un simple fruto» que tan solo sirve «para la autoconservación, regulando sus relaciones con el mundo exterior». El intelecto es algo secundario, mientras que lo fundamental y primario es nuestra voluntad, nuestros deseos y anhelos. No todas las cabezas piensan, afirma Schopenhauer con cierta sorna y su habitual ironía, pero en cambio es propio de todas las conciencias «el desear, anhelar, querer, rechazar, huir y no querer: el hombre lo tiene en común con el pólipo. Eso es, por tanto, lo esencial y la base de toda conciencia»: el querer, que solo varía su forma de darse, su manifestación. Por tanto, y en definitiva, somos producto de un incandescente e indeterminado deseo de vida, propiciado por lo más esencial del universo: una voluntad que, por su propia esencia, no puede dejar de querer.
«La voluntad está presente completa y en su totalidad hasta en el más diminuto insecto: este quiere lo que quiere, tan decidida y completamente como el hombre. La diferencia radica únicamente en lo que quiere, es decir, en los motivos; pero estos son cosa del intelecto».
El mundo como voluntad y representación, II, cap. 19
4 El fin de la existencia no es la felicidad, sino desapegarnos de la vida
«Solo hay un error innato: pensar que existimos para ser felices», señaló Schopenhauer en el capítulo 49 de El mundo como voluntad y representación. Mientras persistimos una y otra vez en darnos contra este muro y nos «reafirmamos en los dogmas optimistas», el mundo se nos aparece como una continua contradicción, ya que a cada paso experimentamos que el mundo y la vida «no se han hecho para contener una existencia feliz». Y entonces nos extrañamos e incluso nos indignamos. La vida es un negocio que no cubre los gastos. En lugar de volvernos iracundos o intentar afirmarnos sin descanso a través de la siempre insuficiente satisfacción de nuestros deseos, Schopenhauer aboga por abrir los ojos del corazón y caer en la cuenta de que el dolor es la nota más característica de la existencia. Una nota que crea la melodía hacia la redención, hacia la negación de la voluntad de vivir a través del ascetismo.
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«En la vida todo está indicado para sacarnos de aquel error originario y convencernos de que el fin de nuestra existencia no es ser felices. Incluso si la consideramos de cerca y de forma imparcial, la vida se presenta más bien como destinada a que no nos sintamos felices en ella, ya que lleva en toda su naturaleza el carácter de algo de lo que se le pierde el gusto y se quitan las ganas, algo de lo que hemos de desistir como de un error, a fin de que nuestro corazón se cure del ansia de disfrutar y de vivir, y se aparte del mundo».
El mundo como voluntad y representación, II, cap. 49
«Solo hay un error innato: pensar que existimos para ser felices». Schopenhauer
5 El sufrimiento es inevitable, pero también es salvífico
Aunque Schopenhauer fue un declarado ateo, siempre defendió que su doctrina es la representación y concreción del cristianismo más puro, sin apelaciones a la divinidad o la trascendencia. Pero no solo el cristianismo, sino también el budismo fue una pieza clave en su pensamiento (de hecho, el filósofo alemán fue el introductor del pensamiento oriental en Europa): el sufrimiento y el dolor son los goznes que sujetan la puerta que abre la vía a la liberación. El sufrimiento y el dolor nos conducen a la convicción de que todos vivimos y compartimos un mismo mundo de pesadumbres en el que la crueldad y la malicia son monedas corrientes de cambio. Por eso, quien sale de nuestro error innato (quien se da cuenta de que no hemos nacido para ser felices), «enseguida verá todo con otra luz y el mundo entrará en consonancia, si no con sus deseos, sí con su comprensión de él. Las desgracias de todo tipo y magnitudes, aunque le duelan, no le asombran ya: porque ha entendido que precisamente el dolor y la aflicción trabajan en favor del verdadero fin de la vida», asegura Schopenhauer. Y ese fin no es otro que apartarse de la voluntad de vivir: «Eso llegará a proporcionarle una asombrosa serenidad ante todo lo que pueda ocurrir».
6 El ser humano es el ser más menesteroso y necesitado de todos los seres que pueblan la Tierra
Y ello, justamente, porque somos conscientes de la existencia del mal. Por eso, a juicio de Schopenhauer, hemos desarrollado una «necesidad metafísica» que se traduce en el desarrollo de religiones, creaciones de dioses y de diversos sistemas filosóficos con los que intentamos calmar nuestra constante angustia e inquietud ante el futuro. El asombro es una característica esencialmente humana: la cuestión fundamental es qué hacemos con ese asombro, si lo dedicamos a la ciencia y a la filosofía o si, por el contrario, lo empleamos en imaginar quimeras que de poco o nada sirven. Existe una metafísica popular (las religiones), cuyo cometido principal es el de aliviar nuestra ansiedad mediante el rezo o la creencia en dogmas disparatados. Pero existe otro tipo de metafísica que siempre comienza tras los avances científicos, y que intenta investigar de manera seria y racional nuestras inquietudes más irrenunciables: la muerte y la finitud, la moralidad o el dolor.
«Las religiones son necesarias y un inestimable beneficio para el pueblo. Pero cuando pretenden oponerse al progreso de la humanidad en el conocimiento de la verdad, hay que empujarlas a un lado sin ningún miramiento».
El mundo como voluntad y representación, II, cap. 17
«No hay victoria sin lucha», escribió Schopenhauer; no porque hayamos de convertir la vida en lucha, sino porque, insertos en la lucha, no hay por qué eludirla
7 Nunca hay que renunciar a la alegría cuando llega
Si bien es cierto que alcanzar la felicidad, tal como la entendemos (como una completa satisfacción de nuestros deseos), resulta imposible, sí encontramos momentos en nuestra vida en los que la alegría y el contento se apoderan de nuestros corazones. En ese instante nunca hay que cerrarle la puerta intentando pensar por qué nos encontramos en ese estado o entorpecer la entrada de la alegría en nuestra vida, pues es efímera y su tiempo muy fugaz. De hecho, la circunstancia de que en la juventud mantengamos por lo general el buen humor y un gran caudal de valor vital se debe a que no tenemos a la muerte como horizonte.
Sin embargo, cuando la hemos superado y envejecemos, «divisamos la muerte en su realidad, de la cual, hasta entonces, solo sabíamos de oídas; en ese instante, las fuerzas vitales comienzan a mermar, y también los ánimos, de manera que la desbordada alegría de la juventud se sustituye por una gravosa seriedad que también se refleja en el rostro», escribió Schopenhauer en el capítulo 6 de los Aforismos sobre la sabiduría de la vida.
8 La vida es una lucha… y nunca dejaremos de luchar
Por eso recomienda Schopenhauer que seamos valientes y permanezcamos firmes e incólumes ante lo que pueda traer el destino, «porque toda la vida es una lucha y cada paso ha de ser conquistado». Los Aforismos sobre la sabiduría de la vida de Schopenhauer son un ungüento —tan filosófico como literario— en el que pueden ser probadas las mieles y bondades de la sabiduría pesimista. Esta, lejos de situarnos en un inoperante quietismo o en un derrotismo vacuo, nos invita a encarar el mundo sin esquivar ninguna de sus aristas, por oscuras u onerosas que puedan resultarnos. Esto, a fin de cuentas, es la lucidez: no permitirse atajos. Kein Sieg ohne Kampf, escribió Schopenhauer en su obra principal: no hay victoria sin lucha. No porque hayamos de convertir la vida en lucha; sino porque, insertos en la lucha, no hay por qué eludirla.
9 La existencia acaba por convertirse en un balsámico desengaño
Schopenhauer leyó muy atentamente a Baltasar Gracián, a quien incluso tradujo al alemán. El Oráculo manual y arte de prudencia del autor aragonés fue uno de los libros de cabecera del filósofo pesimista. En él encontró un apoyo de sus teorías: la vida no es más que un desengaño progresivo, un continuo deshacerse de las cosas para acabar comprendiendo que nada es relevante salvo no practicar deliberadamente la crueldad con otros seres, sean o no humanos. De hecho, Schopenhauer fue uno de los primeros abanderados de los derechos de los animales.
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Para que no vivamos anclados a nuestra insaciable capacidad de desear, debemos mantener siempre atada a nuestra fantasía: «Ante todo, pues, no construir castillos en el aire, porque nos costarán muy caros y tendremos que demolerlos más tarde entre gemidos». Pero, aún más, sostenía Schopenhauer, «debemos evitar inquietar a nuestro corazón imaginando desgracias solo posibles», pues los males de seguro llegarán. La mayor tranquilidad es la que se tiene en el presente, y hay que aprovecharla sin inquietarse por el inmodificable presente o por el imprevisible futuro. Para ello es necesario cultivar lo que Schopenhauer llama la «aristocracia del espíritu»: la capacidad para ser autosuficiente intelectual y afectivamente.
«Bastarse a sí mismo […]. La soledad es el destino de todos los espíritus egregios: a veces les entristecerá, pero siempre acaban por elegirla como el menor entre dos males».
Aforismos sobre la sabiduría de la vida, cap. 5, máxima 9
La mayor tranquilidad es la que se tiene en el presente, y hay que aprovecharla sin inquietarse por el inmodificable presente o por el imprevisible futuro. Para ello es necesario cultivar la capacidad para ser autosuficiente intelectual y afectivamente
10 La compasión como motor moral
Podría parecer paradójico que el padre del pesimismo moderno se inclinara por la compasión para explicar la auténtica moralidad del ser humano, pero nada más lejos de la realidad (metafísica y antropológica): precisamente porque vivimos en el peor de los mundos posibles, justamente porque presenciamos a diario el dolor y el sufrimiento en nosotros y en los demás, solo puede salvarnos la ayuda mutua, el reconocimiento de que el otro no es un Otro, sino otro yo que también sufre y se duele. La compasión significa ser-uno con el dolor del otro: com-padecerse (mitleiden, en alemán: literalmente, «con-sufrimiento»).
El pesimismo de Schopenhauer acaba derivando, finalmente, en un humanismo que no elude las capas más tenebrosas y onerosas de la existencia. Más bien al contrario, en vista de un panorama oscuro y en ocasiones terrible, y en vista de la creencia schopenhaueriana de que nunca nada cambiará, la mejor opción será siempre la compasión. Como reza el dicho hindú: tat twam asi, «tú eres eso».
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