Hace unas semanas, el canal norteamericano HBO, famoso por la producción de series como Los Soprano, The Wire y Juego de tronos, lanzó la segunda temporada de su también aclamada Westworld. Como la mayoría de las superproducciones de HBO, esta serie ha levantado gran expectación e interés entre los espectadores. Pero no solo eso: Westworld y su trama han generado fascinación en el mundo académico, especialmente en la filosofía y la robótica, habiéndose publicado ya diversos volúmenes sobre las reflexiones de carácter teórico que surgen en ella: ¿es el ser humano malo y egoísta por naturaleza? ¿Bajo qué condiciones actuamos las personas de modo correcto? ¿Existe alguna esperanza para la justicia?
Por Xavier Gimeno Monfort y Francisco Javier López Frías, filósofos
De un modo muy resumido, la trama de Westworld es la siguiente: en el futuro, la humanidad ha alcanzado un nivel de desarrollo tecnológico tal que los seres humanos poseen todo aquello que desean y necesitan. Por ejemplo, en uno de los episodios de la primera temporada se afirma que el mundo es “un pecho grande del que todos los individuos maman sin fin”. Por muy magnífico que suene, sin embargo, la vida “en un mundo de plenitud”, tal y como es referido en la serie, carece de actividades en las que los humanos se involucren de modo activo. Lo cual desemboca en una existencia tediosa protagonizada por sujetos con una actitud pasiva hacia la vida. Tanto es así, que las personas encuentran complicado generar una identidad propia a través de sus acciones, de modo que sus vidas carecen de sentido. Para solventar este problema, un grupo de ingenieros crea parques temáticos a los que las personas acuden en busca de desafíos en los que, a diferencia de las actividades que conforman su existencia tediosa, puedan sentirse protagonistas de sus acciones y, por lo tanto, dotar a sus vidas de sentido. Es decir, los visitantes acuden a los parques con el objetivo de, tal y como uno de los personajes principales sentencia, “encontrarse a sí mismos, dar sentido a la vida”.
Lo que ha fascinado a muchos teóricos de la robótica y filósofos es que los habitantes de los parques en Westworld son robots. Los llamados “anfitriones” poseen una apariencia y comportamiento idénticos a los humanos. De este modo, la serie ha dado lugar a una gran cantidad de especulaciones acerca de qué es la conciencia humana y qué haría falta no sólo para imitarla, sino para crearla desde cero. En relación a esta cuestión, se plantean preguntas en la senda del famoso test de Turing, es decir, relativas a cuándo una computadora sería considerada pensante o, yendo más allá, cuándo pasaría por persona sin ser percibida como una máquina. De igual modo, a través de la serie se plantean cuestiones relativas a los derechos de las máquinas y a la identidad de los robots en comparación con los humanos. Estas son, sin duda, las reflexiones que más han atraído a la gran mayoría de pensadores.
Los robots de Westworld tienen apariencia y comportamiento idénticos a los humanos. La serie ha dado lugar a una gran cantidad de especulaciones sobre qué es la conciencia humana y qué haría falta para imitarla e incluso crearla desde cero
Sin embargo, a nuestro juicio, las reflexiones filosóficas más fascinantes a propósito de Westworld no tienen que ver con cuestiones relativas a la filosofía de la mente y la robótica. Más bien, están relacionadas con el comportamiento moral de los seres humanos en los parques temáticos, en particular, con la discusión en torno al problema de la justicia. Este, como gran parte de los problemas filosóficos, puede encontrar sus antecedentes en la filosofía de Platón, dando la razón a las famosas palabras de Alfred North Whitehead de que, en definitiva, “la historia de filosofía occidental no es más que una serie de notas a pie de página a Platón”. Más en concreto, la problemática a la que apunta Westworld tiene que ver con el mito del anillo de Giges, el cual es narrado por Glaucón en el libro II de La República.
Como es de sobra conocido, en parte no gracias a Platón, sino a través de las reelaboraciones del mito narrado en La República, y que encontramos en famosas obras novelísticas como El señor de los anillos o El hombre invisible, también el anillo de Giges confiere a su portador el poder de la invisibilidad. De modo muy resumido, el mito narra lo siguiente: un pastor es testigo de un gran terremoto. Tras el temblor, el pastor advierte que, en la grieta profunda que se ha generado, hay una tumba majestuosa. En ella, encuentra un caballo de bronce en cuyo interior se encuentra el cadáver de un hombre gigante que sólo porta un anillo. El pastor toma el anillo y descubre que, una vez puesto, si lo gira hacia el interior de su palma, el portador se torna invisible. Sabedor de su poder, el pastor hace uso del anillo para lograr seducir a la reina, matar, violar, robar y, finalmente, hacerse con el trono de Lidia. Es decir, el portador del anillo opta por el mal o la injusticia con el fin de lograr sus objetivos, sabiendo que sus acciones, por el hecho de ser imperceptibles o invisibles, no le van a acarrear ningún tipo de castigo.
Con este mito, Platón pone en boca de Glaucón la tesis de que, desde un punto de vista práctico, el individuo siempre parece optar por aquellas acciones que le benefician, aunque estas sean consideradas como injustas o malas. Es más, según la tesis de Glaucón, la única razón por la que los sujetos optan por acciones justas es que estas son visibles y, por lo tanto, susceptibles de ser juzgadas por otros. Del mito de Giges se desprende, entre otras cuestiones, el hecho de que los hombres son egoístas por naturaleza y que, de poder, siempre actuarían en su propio beneficio, y nunca a favor de lo que consideramos como justo. Así pues, cabe preguntarse: ¿bajo qué condiciones actúan las personas de modo correcto? ¿Son las personas malas y egoístas por naturaleza? ¿Existe alguna esperanza para la justicia?
Del mito de Giges se desprende, entre otras cuestiones, que los hombres son egoístas por naturaleza y que, de poder, siempre actuarían en su propio beneficio, nunca a favor de lo que consideramos justo
La trama de Westworld gira en torno a estas mismas cuestiones. Los visitantes de los parques pueden hacer lo que les venga en gana sin miedo a ser juzgados y, por lo tanto, sin sufrir ningún tipo de repercusiones negativas por sus acciones. Como se afirma en el tercer capítulo de la segunda temporada, Westworld es un lugar “fuera de la mirada de Dios”. Es decir, como se plantea en el mito del anillo de Giges, los humanos actúan de modo egoísta precisamente porque su situación es la del absoluto anonimato; son invisibles a la mirada del otro. Nadie es juzgado por sus acciones en el parque. En Westworld, haciendo honor a la tesis de Glaucón, los visitantes se dedican a matar, torturar, violar y asesinar de múltiples formas a los anfitriones. Con ello, satisfacen sus intereses y deseos más profundos de modo egoísta, dando rienda suelta a sus deseos más oscuros.
Sin afán de destripar el final de la historia, al menos en su primera temporada, no es precisamente la bondad y sentido de la justicia de los visitantes lo que revierte la situación en Westworld, sino la rebelión de los robots. De este modo, los guionistas de la serie dibujan una imagen muy negativa y pesimista de los seres humanos. Dándole la razón a Glaucón, asumen que el ser humano es egoísta por naturaleza y, en definitiva, suponen que existe poca o ninguna esperanza para la justicia. Incluso en una sociedad en la que el avance tecnológico ha liberado a los seres humanos del trabajo y las obligaciones, al parecer, según la imagen proyectada en Westworld, el desarrollo técnico no ha ido acompañado de un progreso moral. Por el contrario, el ser humano se encuentra en el mismo punto de desarrollo moral que cuando Sócrates se enfrenta a la tesis defendida por Glaucón en La República.
Los visitantes del parque en Westworld actúan de modo egoísta precisamente porque su situación es la del absoluto anonimato, son invisibles a la mirada del otro
Debemos remarcar que los parques de Westworld son lugares a los que las personas acuden para encontrar su identidad. Una identidad definida por el egoísmo y la falta de atención a la justicia. No obstante, cabe preguntarse si esta es una imagen del ser humano que estamos dispuestos a aceptar sin más. Primero, porque tal y como ocurre en La República, Platón, a través de Sócrates, defiende la tesis de que la justicia es preferible a la injusticia. Como muchos saben, la idea de bien o de la justicia es, entre el conjunto de ideas en el mundo inteligible de Platón, la más poderosa. Es más, desde un punto de vista referido al individuo y su posibilidad de vivir una vida buena, para Sócrates y Platón, la justicia, como principio de bien supremo, es preferible, ya que permite ordenar la vida y el alma a través del intelecto, y en función de la contemplación de la idea de justicia. La vida buena es la vida guiada por la justicia. ¿Pueden individuos que se dedican a hacer el mal en el parque reclamar que su vida está organizada de modo harmonioso siguiendo las directrices de la idea de justicia? Y en lo que se refiere a la naturaleza del ser humano, ¿hemos de ser tan pesimistas como los guionistas de Westworld? ¿Por qué no podemos presuponer que, junto con el avance tecnológico que permite a la humanidad satisfacer todas sus necesidades y obligaciones, es posible un desarrollo moral de los individuos? ¿Estamos los seres humanos determinados a ser egoístas e injustos?
Los autores de este artículo
Xavier Gimeno Monfort y Francisco Javier López Frías son doctores en filosofía por la Universidad de Valencia (España). Xavier es profesor de filosofía en el colegio Aula 3 de Valencia y Francisco Javier es profesor asistente de kinesiología e investigador asociado en el Rock Ethics Institute de University Park en el estado de Pensilvania (Estados Unidos).
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