Aquello de que «la historia la escriben los vencedores» es ya prácticamente una consigna que resuena —quizás con más eco que voz propia— en nuestra sociedad sin pararse a pensar demasiado en las consecuencias que esta afirmación tan contundente tiene. Que la historia —única y universal como la que estudiábamos de niños en las escuelas— sea escrita por los que ganan siempre implica necesariamente que hay quienes pierden siempre y, sobre todo, quienes siempre son olvidados. Al contrario que el término «historia», que pretende ser absoluto, el concepto de «vencedor» necesita de su opuesto, el perdedor.
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