Primera planta, al fondo a la izquierda. Esa mesa del famoso Café de Flore ha tenido el honor de ver en primicia el nacimiento del existencialismo del París de los 40 y 50 con Simone de Beauvoir, Albert Camus y Jean-Paul Sartre. Veamos a través de 10 conceptos clave todo lo que el mito en torno al personaje de Beauvoir esconde y que rara vez nos llega.1
1 Existencialismo
Esta corriente de pensamiento, hija de la fenomenología, pero también de Kierkegaard y de Nietzsche, podría resumirse en «la existencia precede a la esencia». Esto significa que no hay ningún Ser previo a la acción que lo define: solo nos constituimos como sujetos en la experiencia de vivir. Inspirado en Heidegger y su ser-en-el-mundo, el existencialismo rechaza la herencia metafísica para determinar la identidad únicamente desde la encarnación en lo fáctico, es decir, en lo que hacemos con la vida.
2 Libertad
Enlazando con este papel protagonista de la existencia encontramos la libertad, ya que reconocer que la construcción del Yo es nuestra obligación supone el deber moral de asumirnos en libertad. Se trata de un lienzo en blanco, desde el cual escribir nuestro proyecto, y nadie más puede hacerlo por nosotros. En este sentido, es normal que ese peso sobre nuestros hombros —como la roca de Sísifo a la que recurre Camus como metáfora— genere terror, incluso angustia. Como diría Sartre, «el hombre está condenado a ser libre».
Reconocer que la construcción del yo es nuestra obligación supone el deber moral de asumirnos en libertad
3 El sujeto metafísico absoluto
En El segundo sexo, Beauvoir explica que la tradición metafísica se ha edificado desde una visión antropocéntrica: el individuo del que hablaba la filosofía, supuestamente neutro, ha sido siempre en realidad un hombre (hoy, después de la tercera ola del feminismo, diríamos más concretamente que es el hombre, blanco, heterosexual y burgués). Si toda experiencia se narra desde lo masculino como si fuera un lenguaje genérico, entonces la mujer queda inevitablemente relegada a un segundo plano. Beauvoir dirá: «La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y no este con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro».
4 Trascendencia, ser para-sí
Cuando el individuo es libre, reconoce esa obligación de la que hablábamos y construye un proyecto propio, entonces el siguiente paso es la reflexión sobre uno mismo. Trascender significa pasar del «ser vivo» al «ser consciente». Beauvoir explica que la sociedad patriarcal solo ha permitido al hombre trascender, solo él puede ser sujeto. En este sentido, recoge dos conceptos acuñados por Sartre —aunque, si alejamos la imagen, podríamos encontrar el origen de esta idea en el amo y el esclavo de Hegel— en El ser y la Nada: el sujeto como para-sí y el sujeto en-sí. Literalmente, el hombre existe para-sí mismo, no se encuentra atrapado por conceptos previos que lo determinen de forma esencial y que condicionen su vida.
5 Inmanencia, ser en-sí
En oposición a la trascendencia encontramos la inmanencia. Esta es una degradación de la existencia humana, «lo Otro» al que se condena a la mujer frente al hombre como sujeto al que sí se le permite tener un proyecto. Es decir, frente a la construcción activa de uno mismo, la pasividad forzada, sujeta a las normas que se nos imponen. La existencia en-sí es pesada, nos arrastra. El mismo término se asocia a la tradición metafísica: un mundo fijo y estático en el que los objetos tienen una función determinada. Y nada más. En definitiva, mientras que el hombre puede pensar en tiempos de futuro (tener un proyecto significa que nuestra acción se proyecta más allá del presente), la mujer es solo un objeto inmanente sometido a él. Pura facticidad.
6 «No se nace mujer, se llega a serlo»
Por eso, en El segundo sexo, Beauvoir insiste en que las mujeres tenemos que hacernos también sujetos soberanos. Esta popular frase de «no se nace mujer, se llega a serlo» con la que da comienzo el tomo II de la obra ha marcado un antes y un después en el feminismo. La escribe en 1949, solo cinco años después de que el sufragio femenino llegara a Francia.
Casi ya a modo de aforismo nietzscheano, es la condensación de un compromiso: ser mujer no es algo que venga determinado por la biología, es también parte de esa toma de responsabilidad en nuestro proyecto vital. Una no nace mujer precisamente porque su cuerpo, su sexo biológico, no es lo que marca su feminidad. De esta manera, Beauvoir rechaza la existencia de una esencia femenina, porque ello significaría asumirnos en-sí, sentir de nuevo el peso de un destino del que no podemos escapar.
Con el verbo de la cita original en francés lo vemos claro: devenir femme. Estar en devenir implica un dinamismo, una construcción constante gracias a la libertad a la que estamos condenados. Por tanto, tanto quiénes seamos como la opresión que ejerzan sobre nosotros es algo que se forma cultural y socialmente (por eso la educación es tan importante), no hay ningún origen natural ni biológico sobre el que pueda justificarse la anulación de ninguna mujer como sujeto.
Beauvoir rechaza la existencia de una esencia femenina, porque ello significaría asumirnos en-sí, sentir de nuevo el peso de un destino del que no podemos escapar
7 El eterno femenino
Beauvoir dice que «tan absurdo es hablar de ‘la mujer’ en general como del ‘hombre’ eterno». Sin embargo, en la dualidad latente que edifica nuestra sociedad, el sujeto (recordemos, el único con lenguaje propio) ha creado un mito patriarcal sobre el no-sujeto. El «eterno femenino» significa que en nuestro imaginario colectivo existen unas ideas compartidas sobre el prototipo único de feminidad, unas características imprescindibles sin las que no te dan el carné de «mujer».
Y no solo eso; estas ideas son las que perpetúan a la mujer en su condición subordinada de pasividad. Como se nos reduce a un objeto de deseo, son los sujetos, hombres, los que tienen la capacidad de definirla. Entre ellos, se encuentran el mito de la madre, de la virgen, la femme fatale, la prostituta, etc. Por eso, a las mujeres reales, cuando no encajan en estos moldes prefabricados, se las tacha de farsantes, de ser un fracaso femenino (pensemos, por ejemplo, en todos los cánones de belleza que se imponen y la angustia que causa en tantas ocasiones no lograr cumplirlos). La existencia del eterno femenino imposibilita la individualidad y singularidad de cada mujer, no te permite hacer de ti la mujer que quieras ser.
8 Literatura
Antes de su gran éxito filosófico, Beauvoir ya había conquistado el campo de la literatura. Quizás su novela más famosa sea Los mandarines (1954), con la que ganó el premio Goncourt y que oscila entre la autobiografía y la ficción. En ella, trata la cuestión de cuál debe ser la posición del intelectual francés comprometido con las luchas sociales y cuáles eran los medios a su disposición en aquel momento de posguerra.
Allí, como en La sangre de los otros (1945) —donde unos jóvenes durante la II Guerra Mundial deben decidir si formar parte de la resistencia o colaborar con el régimen nazi en la Francia ocupada—, ya puede empezar a verse lo que será una vocación política de por vida. Da igual la forma que tomen sus palabras, en todos sus textos encontramos el punto donde convergen el existencialismo, la libertad y el compromiso social. Como curiosidad, en el año 2020 se publicó una novela inédita de la parisina, Las inseparables, en la que, de nuevo desde la ficción, nos cuenta el vínculo tan especial y fuera de los cánones que la unía con Zaza.
8 Les temps modernes
Además de sus aportaciones en filosofía y literatura, Beauvoir tenía un gran compromiso político. Por esa razón, en 1945 funda, junto a Sartre, la revista Les temps modernes, un espacio para el debate político y cultural que, si bien en un primer momento se posicionaba próxima al Partido Comunista Francés, desde 1956 tomó un discurso de izquierda anticolonialista en contra de las intervenciones soviéticas en Hungría y de la ocupación francesa de Argelia. Les temps modernes encarnaba la voluntad de un tiempo histórico: el compromiso político no debe olvidar la literatura. Entendían que, no solo un escritor no puede evadirse del mundo, sino que tiene la obligación de contribuir a cambiarlo. En una entrevista con Alice Schwarzer en los 70, Beauvoir se definía como «una intelectual cuyas armas son las palabras».
10 Redefinición del amor romántico
Aunque no es ni mucho menos lo que define a Simone de Beauvoir, su ruptura con los modelos burgueses de amor es del todo conocida. Se habla siempre de su relación intelectual con Sartre —a veces demasiado, más que de su pensamiento propio—, la cual excedía los límites de la admiración mutua, del aprendizaje común y la confianza. Sartre no publicaba ningún manuscrito sin que Beauvoir lo hubiera leído y corregido primero.
«El amor auténtico debería fundarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se probaría entonces como sí mismo y como el otro: ninguno abdicaría su trascendencia, ninguno se mutilaría; ambos desvelarían juntos en el mundo valores y fines». Simone de Beauvoir
No eran monógamos, ambos tenían relaciones (contingentes, como las llamaba Sartre) con otras personas. No obstante, en la actualidad se ha idealizado bastante a la pareja existencialista, olvidando quizás que no estaba exenta de celos y sentimientos de traición, como le puede suceder a cualquier ser humano. En definitiva, Beauvoir tenía una red de vínculos sexo-afectivos que distaba mucho del esquema de amor tradicional. Da igual de cuál de sus amores hablemos, ya sea de Sartre, Claude Lanzmann, Olga Kosakiewicz, Zaza o Nelson Algren, hagámoslo desde sus palabras en El segundo sexo:
El amor auténtico debería fundarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se probaría entonces como sí mismo y como el otro: ninguno abdicaría su trascendencia, ninguno se mutilaría; ambos desvelarían juntos en el mundo valores y fines.
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