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Vejez: el porvenir inalcanzable

Dosier: Vejez, de las aportaciones de los filósofos a las urgencias del presente

Hablar y reflexionar sobre la vejez ha supuesto un tabú incluso para los filósofos, que han preferido saltársela e ir directamente a la muerte. Con algunas excepciones, como la de Simone de Beauvoir, que instaba a romper esa conspiración de silencio. «No sigamos trampeando. En el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja». © Ana Yael

Hablar y reflexionar sobre la vejez ha supuesto un tabú incluso para los filósofos, que han preferido saltársela e ir directamente a la muerte. Con algunas excepciones, como la de Simone de Beauvoir, que instaba a romper esa conspiración de silencio. «No sigamos trampeando. En el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja». © Ana Yael

Los viejos, la tercera edad, los ancianos, la edad de plata… Los llamamos de distintos nombres porque quizá no sabemos cómo llamarlos. Tampoco se sabe qué hacer con ellos y la pandemia lo ha demostrado con muertes como argumentos. Son un extraño objeto de estudio para la filosofía. Son extraños para todo y para todos. Los llevamos dentro, pero nos asaltan siempre cuando los vemos desde fuera, en el espejo. Son el resultado de nuestra vida y los vecinos de nuestra muerte; ¿no deberíamos acercarnos a mirar al viejo que habita en ti, a la anciana que crece en mí? Pilar Gómez Rodríguez hace una aproximación filosófica a las muchas preguntas que suscita la vejez. La filósofa española Victoria Camps responde a algunas de ellas.

El título que el filósofo del derecho italiano Norberto Bobbio dio a una de las partes que componen su De senectute suena a canción del verano de una antiquísima normalidad. Sin embargo, Despacito describía para él una de las características de la nueva normalidad; de su nueva normalidad de ser viejo. «El viejo está destinado naturalmente a rezagarse mientras los demás avanzan. Se para (…). Los que iban detrás le dan alcance, lo adelantan. Quisiera apretar el paso pero no puede. Cuando habla buscando las palabras se le escucha acaso con respeto, mas con ciertas muestras de impaciencia», escribe Bobbio. El viejo es lento tanto en los movimientos de la mente como del cuerpo. Es el lento entre los rápidos y la conciencia de esta situación resulta penosa para él y para los demás.  

La gráfica escena que describe Bobbio resultará familiar. Es posible que la hayamos presenciado o protagonizado. Y es terrible también. Denuncia sin mencionar la conspiración de silencio, cuando no de hipocresía o mentira, que acompaña al envejecimiento en las últimas décadas. No estamos preparados para oír lo que muchos de ellos sienten: que son un lastre, que molestan, que entorpecen la marcha, como en el ejemplo de Bobbio, o la conversación. Verbalizado esto se puede balbucear, negar y seguir como si nada, pero se debería poder negar con firmeza y argumentar con razones de peso. La realidad es que no estamos preparados para dar esa respuesta, porque no hemos entrenado la pregunta: ¿qué hacemos con los viejos? Es necesario y es urgente plantearlo, aunque duelan los oídos y no solo los oídos. De lo contrario —y mientras lo único que se le ocurra a la sociedad sea apartarlos, traerlos y llevarlos al ritmo de lo que sean capaces de gastar y consumir— seguiremos abocados a ver estragos tan devastadores como los que causan entre ellos epidemias literales como la del coronavirus u otras más silenciosas como la soledad, la pobreza o la enfermedad mental.

La realidad es que no estamos preparados para dar respuesta, porque no hemos entrenado la pregunta: ¿qué hacemos con los viejos?

Victoria Camps: «La dignidad de una sociedad se mide por la forma en que trata a sus mayores»

La filósofa española Victoria Camps.
La filósofa española Victoria Camps. Imagen a partir de una foto de octubre de 2016 distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 4.0. Autora: Montserrat Boix.

Filósofa siempre de y en su tiempo, Victoria Camps ha afrontado las grandes preguntas de la filosofía desde los dilemas del presente. La democracia perfectible, el estado del bienestar, la ética y la bioética o el lugar de la mujer en la sociedad son algunos de sus focos de investigación, a los que una realidad que muerde ha añadido el cuidado y la situación de los ancianos. Ella nos lleva ventaja a la hora de reflexionar sobre esta cuestión, de modo que le preguntamos:

¿Qué hacemos con los viejos?  ¿Por qué o para qué los necesita una sociedad?
La sociedad no los necesita; se los encuentra. Lo grave es que procura no tenerlos en cuenta o minimizar la cuestión. La pandemia no ha hecho más que ponerlo de relieve. Los viejos son los invisibilizados por la sociedad porque al mercado no le interesan y a la política le resultan una carga y una fuente de problemas. Son los que más utilizan un sistema sanitario deficitario; hay que sostener un sistema de pensiones imposible; son los destinatarios más necesitados de un sistema de ayudas sociales insuficiente.

Dicho esto, que la esperanza de vida crezca se considera un progreso, en especial si la vida sigue teniendo calidad. Hay que replantearse muchas cosas, desde la jubilación obligatoria a qué debe significar eso que pomposamente se llama «envejecimiento activo».

¿Los ancianos pueden medir el fracaso de una sociedad, de una civilización?
En efecto, creo que la dignidad de una sociedad se mide por la forma en que trata a sus mayores. Lo más urgente es replantearse a quién consideramos viejo y por qué. Hoy llegar a los cien años ya no es extraordinario, por lo tanto las personas se irán viendo ante unas capacidades de seguir activas en la sociedad que antes eran inexistentes. La vida larga no siempre significa una vida autónoma; crece la dependencia, lo que obliga a organizar los cuidados para las personas dependientes. Hasta ahora se ha improvisado mucho. El cuidado familiar sigue recayendo sobre la mujer. No es justo. Hay que evolucionar hacia «sociedades cuidadoras», donde se detecten las necesidades de los mayores y se repartan las responsabilidades con respecto a esas necesidades. Si no se consigue avanzar en ese sentido, sí que habrá que considerar la mala atención a la vejez un fracaso de civilización.

¿Cómo se podría humanizar la vejez?
Lo primero es reconocer la autonomía de las personas que, pese a tener muchos años, siguen pudiendo trabajar y dedicarse a distintas actividades. Hay que facilitar ese prolongamiento de la vida activa, en lugar de ofrecer algo así como «paquetes de actividades» que entretengan a los mayores. 

Lo segundo es organizar los cuidados, como decía antes, y entenderlos de forma que no menoscaben ni humillen al que los necesita. Cuidar es asistir y ayudar, pero también acompañar, proporcionar afecto, hacer sentir a las personas que, sea cual sea su situación, siguen perteneciendo a la comunidad.

¿Qué «medicina filosófica» le parece más adecuada para soportar, llevar o disfrutar la condición de anciano: gotas de estoicismo, inyecciones de emotivismo…?
Los estoicos supieron ver mejor que nadie lo que sabemos de sobra desde la pandemia: que somos vulnerables. La doctrina estoica indica que debemos aceptar lo inevitable (como el envejecimiento y la muerte) y aprender a gestionar lo que depende de nosotros. Envejecer es el destino de los que tienen la suerte de no morir prematuramente, pero envejecer bien es algo que, en gran parte, depende de cada uno. Hay que prepararse para la vejez en todos los sentidos: tener recursos que ayuden a vivir aun en medio de dificultades para oír, para ver, para caminar, y aceptar la condición humana con todas las limitaciones que tiene.

La concepción de filosofía pegada al presente hace que algunas de sus cuestiones sean urgentes. Esta lo es. Pero no nos apartamos de la investigación sosegada, fruto de la cual es este repaso a la vejez desde un punto de vista filosófico. A continuación, despacito, algunos de los pensadores que han dedicado parte de su obra a reflexionar sobre este asunto.

La vejez, un asunto filosófico poco común

Sin duda la muerte es un tema recurrente en la historia de la filosofía. No hay pensador que no le haya dedicado su atención (aunque sea para manifestar su desprecio como Epicuro) y es muy frecuente que lo hayan plasmado en sus textos. No así con la vejez sobre la que escasean las obras filosóficas. ¿Por qué? Porque filósofos o no, tampoco los jóvenes o los adultos quieren saber de ella hasta que de pronto aparece, se hace innegable, toma posesión o incluso toma el control del cuerpo y acaba por invadirlo. Si le preguntas a uno de 20 cómo se ve con 70, no es de extrañar que responda que no llegará, que se habrá muerto antes. En efecto, el que muere es él o ella, pero ambos en plenitud de vida y facultades. El viejo es otro, un extraño incómodo al que se detesta ver y se evita recibir. Alguien del que es mejor no saber nada.

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