Camus escribió algunas de las citas más memorables del pasado siglo y redactó algunas de las obras más relevantes del pensamiento contemporáneo. En especial, El mito de Sísifo (1942) ha pasado a formar parte del ideario colectivo, con aquella cita que forja su prometedor comienzo: «No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio». El asunto primordial de la filosofía es, pues, el de juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida: tal es la cuestión fundamental. «El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si las categorías del espíritu son nueve o doce, viene después. Se trata de juegos; primero hay que responder».
El sentido de la vida
La actitud camusiana frente a la realidad fue siempre cordial. O lo que es lo mismo, damos sentido al mundo, sobre todo, a través de la emoción, del corazón: el ser humano debe alcanzar ciertas evidencias sentimentales para, solamente después de obtenidas, profundizar en ellas racionalmente y que así el espíritu las tenga claras. Es posible que lleguemos a Marte, que habitemos otros mundos o que la tecnología y la ciencia avancen hasta un grado ahora inimaginable, pero siempre habrá alguien, en todas esas circunstancias, que se preguntará por el sentido de la existencia.
Incluso Galileo, que tuvo la certeza de haber descubierto una importante verdad científica, no dudó en abjurar de ella con toda tranquilidad cuando vio que su vida corría flagrante peligro. Apunta Camus: «En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál de los dos, la tierra o el sol, gira alrededor del otro. Para decirlo todo, es una futilidad. En cambio veo que mucha gente muere porque considera que la vida no merece la pena de ser vivida».
Sin lugar a dudas, por tanto, Camus considera que el sentido de la vida es el más apremiante de los asuntos a los que ha de enfrentarse el ser humano, alternando la emoción y la claridad, que no se riñen, sino que se complementan en esa primordial indagación. Se trata de una cuestión individual, y no social, que cada persona ha de desenmarañar y dirimir con su mismidad; las ideas, dogmas y condicionamientos externos solo producen desorientación. Si no hemos pensado la cuestión hasta el fondo y en soledad, el gusano del sentido no dejará jamás de habitar nuestro corazón.
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