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Pluralizar la crisis de la democracia

En el libro «¿Qué falla en la democracia?», publicado por Herder Editorial, el sociólogo Klaus Dörre debate con otros dos sociólogos, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, y con la filósofa Nancy Fraser. Este artículo, inédito en castellano, es un comentario al texto de Fraser «La crisis de la democracia. Sobre las condiciones políticas del capitalismo financiero más allá del politicismo».

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No existe un único significado de la crisis de la democracia que atravesamos hoy. Analizar qué elementos la constituyen es clave para entender nuestro presente. Collage a partir de elementos de Canva Pro.

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Las múltiples acepciones de la crisis de la democracia

La palabra «crisis» se ha convertido en el lema de nuestro tiempo. Con ella se designa un amplio abanico de fenómenos, como las quiebras en el sector financiero, las catástrofes ecológicas, las guerras humanitarias o las masivas migraciones de refugiados, fenómenos que tienen todos ellos efectos dramáticos.

Con cada carrusel de noticias nos precipitamos de una crisis, que con sus poderosas garras atrapa y encadena nuestra vida, a la siguiente, que a continuación será reemplazada por otra crisis aún más acuciante que volverá a reclamar una atención inmediata y una acción impostergable.

FILOSOFÍA&CO - Libro 27
¿Qué falla en la democracia? Un debate entre Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa (Herder Editorial).

Podríamos analizar el uso y el abuso que se hace de la palabra «crisis» en el lenguaje cotidiano, y especialmente cómo su empleo abusivo vacía el concepto de su sentido moral y político. Precisamente teniendo en cuenta la importancia de su significado, los científicos han abordado el concepto de «crisis» y han centrado su interés en los orígenes y las modalidades
históricas de las crisis y en el trabajo político que acarrea su uso, así como en sus múltiples y complejas resonancias para el pensamiento crítico.

Según Reinhart Koselleck, el término «crisis» fue uno de los «conceptos fundamentales» de la lengua griega, con el que se designaban situaciones críticas u opciones que exigían una decisión definitiva o un juicio concluyente, casi siempre de manera urgente1.

Tal como explica Koselleck, el término «crisis» tiene tres posibles significados: en primer lugar, puede designar el juicio inmanente del mundo a lo largo de la historia universal; en segundo lugar, puede indicar el traspaso de un umbral entre épocas al cabo de numerosas tribulaciones; y en tercer lugar, puede referirse al carácter absolutamente definitivo de una situación, que exige una decisión2.

Sobre todo a lo largo del siglo XX, el concepto de crisis marcó tradiciones enteras del pensamiento radical y de la teoría crítica social y política, y no se empleó solo para llamar la atención sobre las desastrosas consecuencias sociales de la destrucción causada por el capitalismo, sino también para señalar la situación desesperada en la que el conocimiento de esta destrucción no siempre venía acompañado de una militancia revolucionaria que posibilitara una transformación social radical3.

De modo que el concepto de crisis implica la premura de la situación, la posibilidad (e incluso la necesidad) de hacer justicia inmanentemente en la historia y el imperativo de la decisión de luchar para abordar y resolver la crisis. El terreno discursivo que se abre al evocar una crisis «apunta», «exhorta» y «avisa», y también «indica» y «diagnostica». En cuanto tal, el discurso sobre la crisis es tanto diagnóstico y crítico como también pronosticador y performativo.

En el siglo XX, el concepto de crisis marcó el pensamiento radical y la teoría crítica social y política. Llamó la atención sobre las consecuencias del capitalismo y señaló que conocerlas no siempre venía acompañado de una militancia revolucionaria que posibilitara una transformación radical

La crisis de la democracia como diagnóstico de época

Una de las ramas importantes del discurso sobre la crisis concierne hoy a la democracia. Muchos expertos políticos, comentaristas públicos y teóricos críticos coinciden en que la democracia está padeciendo una crisis, y en que las democracias actuales necesitan una reforma urgente.

La gravedad de sus diagnósticos aumenta en vista de los acontecimientos recientes, especialmente del auge de los movimientos populistas de izquierdas y de derechas, que permanentemente desafían a las élites políticas que lideran la política actual y ponen en cuestión a los organismos institucionales y a las disposiciones procesuales existentes, que deberían garantizar el buen funcionamiento de las democracias modernas4.

Estos movimientos propagan visiones alternativas de la política que cambian el statu quo, ya sea defendiendo abiertamente objetivos fuertemente redistributivos o sosteniendo ideas fuertemente excluyentes, xenófobas o racistas (y a menudo ambas cosas al mismo tiempo).

Aunque los intérpretes discrepan a menudo sobre los motivos de la crisis de la democracia y sobre su carácter específico, y en consecuencia sostienen posiciones diversas ante el desafío populista, sin embargo están bastante de acuerdo en que lo que está en juego es el futuro de la democracia como un régimen político viable.

Para muchos, la aparición de líderes populistas fuertes, la tendencia al autoritarismo, el declive de la hegemonía de la economía financiera globalizada (con sus mercados cada vez más integrados y sus flujos financieros y mercantiles cada vez más intensos) a favor de un proteccionismo económico, el surgimiento de regímenes fronterizos más rigurosos y la retórica política polarizadora, divisiva y hostil, que cada vez gana más aceptación y aprobación, representan desarrollos que hacen sonar las alarmas para el futuro de la democracia.

La intervención de Nancy Fraser en este debate es rotunda y relevante, en la medida en que critica el carácter primariamente politicista de estos diagnósticos y de sus recomendaciones de reformas. Aunque su interpretación secunda la afirmación de que la democracia está en crisis, ella subraya que la crisis de la democracia no se puede entender al margen de las condiciones sociales en las que surge ni sin tomar esas condiciones en un sentido más amplio.

La aparición de líderes populistas fuertes, la tendencia al autoritarismo, el declive de la hegemonía de la economía financiera globalizada a favor de un proteccionismo económico, el surgimiento de regímenes fronterizos más rigurosos y la polarización hacen sonar las alarmas de la democracia

Fraser sitúa la crisis de la democracia en el contexto del actual capitalismo financiero, y argumenta que el mejor modo de entender esta crisis es tomándola como el resultado de la contradicción entre el papel del poder público en la creación de condiciones favorables para la acumulación capitalista, por un lado, y por otro, los imperativos de la acumulación capitalista, que acaban socavando el poder público, cuyo mantenimiento es, sin embargo, necesario para la acumulación.

De manera más específica, afirma que aunque el poder público, que se plasma en los regímenes democráticos de los Estados modernos, tenía y tiene una importancia decisiva para el establecimiento, la protección y la preproducción de las condiciones de posibilidad de un capitalismo financiero, por cuanto que cumple múltiples funciones —como la creación de un marco legal para derechos contractuales y de propiedad, el apaciguamiento de los conflictos de clases y el ofrecimiento de prestaciones que garantizan cierto nivel de bienestar—y al mismo tiempo es debilitado constantemente por las fuerzas del capitalismo.

Esta contradicción, en que la totalidad social capitalista socava y daña sus propios cimientos fundamentales, se experimenta bajo diversas formas históricas. Fraser ofrece una sinopsis sistemática de las diversas fases históricas de la acumulación capitalista, y muestra cómo en cada una de ellas se produce una contradicción política entre los presupuestos fundamentales de la acumulación y el papel del poder público —tanto en el interior de los Estados como a nivel global—: una contradicción cuya repercusión ha estado marcada por los rasgos dominantes de la respectiva forma de acumulación.

Pero la fase actual de la acumulación capitalista, es decir, el capitalismo financiero, es la única en la que esta contradicción se experimenta como disfunción y como declive de la democracia. Hay que reconocerle a Fraser el gran mérito de distanciarse de lo que llama «politicismo», la tendencia a pensar que la crisis de la democracia resulta principal o exclusivamente de las dinámicas políticas, pero sin caer en la tendencia opuesta, el «economicismo», la propensión a tomar todo problema como un reflejo de lo económico: algo que afectó a gran parte de las teorías marxistas ortodoxas del siglo XX.

Nancy Fraser argumenta que el mejor modo de entender la crisis de la democracia es como el resultado de la contradicción entre el poder público en la creación de condiciones favorables para la acumulación capitalista y los imperativos de la acumulación capitalista, que acaban socavando el poder público

Preguntas en torno a esta multicrisis

Las preocupaciones feministas de Fraser, la atención que ella presta a lo que tan brillantemente teoriza como «luchas fronterizas» y su historicidad, así como su marcada conciencia ecológica, evitan la trampa economicista, al mismo tiempo que su análisis del capitalismo como una totalidad social le permite problematizar y ampliar el planteamiento puramente político.

Esto le permite describir magistralmente la «pluralidad» de las tendencias críticas dentro del capitalismo actual y señalar el modo como esas tendencias se unifican y actúan conjuntamente, lo cual ofrece un diagnóstico del presente mucho más abarcador, interesante y amplio.

Sin embargo, cuando se esfuerza en identificar la contradicción política dentro de la totalidad capitalista como una más de sus múltiples contradicciones, propende a tratar el diagnóstico de la crisis de la democracia como un punto de partida obvio y general, sin investigar a fondo la peculiaridad y los rasgos característicos de esta crisis.

¿Estamos ante problemas que han surgido de la incompetencia estatal, la corrupción y la plutocracia, y que debilitan el control público sobre las deliberaciones y el reparto de los recursos públicos? ¿La crisis de la democracia expresa sobre todo el socavamiento neoliberal de las instituciones, de las prácticas y de las normas que antaño definían el poder político, y su sustitución por las fuerzas y las racionalidades de la economía?

¿Los problemas con los que tienen que lidiar las democracias conciernen sobre todo a la división de poderes, como por ejemplo el peso creciente del poder ejecutivo frente al legislativo y la pérdida de independencia del judicial, cuyas causas son unas vulnerabilidades que resultan de las formas dominantes de constitucionalizar y de sus arquitecturas institucionales?

¿O sucede que el crecimiento de las burocracias, que tratan de gestionar la complejidad de la gobernanza moderna recurriendo al saber de expertos, merma cada vez más la capacidad de promover transformaciones que se acojan a la idea de la democracia, es decir, del gobierno popular?

¿O nos hallamos ante un problema más amplio de legitimidad, en el que está en juego la propia democracia «en cuanto tal» como algo deseable y que atrae con su poder normativo? ¿Cómo debemos explicar la indiferencia entre la ciudadanía, sobre todo en las democracias occidentales, hacia la esfera política, tal como reflejan por ejemplo las bajas participaciones electorales?

Quizá habría que interpretar la crisis de la democracia diciendo que ha surgido de los problemas para conceder la ciudadanía a grandes grupos de población, a los que se les ha negado la representación y la garantía de sus derechos. O quizá refleje la pérdida de atractivo de la democracia por las crecientes desigualdades sociales que genera o tolera, y que socavan el principio de igualdad ante la ley, que es lo que inicialmente posibilitó el auge democrático. Desde estas posibilidades se abren distintos caminos para buscar causas y soluciones a los problemas de la democracia moderna.

Podríamos interpretar la crisis de la democracia desde los problemas que tiene para conceder la ciudadanía a grandes grupos de población o a partir de su pérdida de tractivo por las desigualdades que genera

¿Cuál es entonces para Fraser la causa de la crisis de la democracia? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son las formas en las que se plasma como una experiencia viva? Centrándome en el debate que hace Fraser sobre cómo se expresa en la actualidad la contradicción política del capitalismo, extraeré de su planteamiento tres formas diferenciables en las que esta contradicción se manifiesta.

En su debate sobre estas tendencias, Fraser las toma conjuntamente. Yo, sin embargo, las identificaré resaltando sus diferencias, para así destacar los diversos aspectos del diagnóstico que hace Fraser de la crisis de la democracia.

El primer aspecto es la pérdida de autonomía del poder público frente a los intereses corporativos, con la consecuencia de que las corporaciones son capaces de dominar la esfera política implantando leyes y preceptos e imponiendo decisiones políticas que benefician al sector financiero.

Aquí Fraser no se hace ilusiones de que alguna vez el Estado llegue a ser totalmente independiente de los intereses del capital. En efecto, ella parece secundar la tesis de la «autonomía relativa» del Estado, que fue una de las importantes conclusiones a las que llegó el marxismo del siglo XX5.

Pero, en vista de la actual configuración de las relaciones entre el poder estatal y el poder de las clases, la argumentación de Fraser apunta a la erosión del Estado, sobre todo en comparación con su antiguo papel más autónomo de Estado keynesiano del bienestar durante la fase anterior de la acumulación capitalista, que Fraser llama la época del «capitalismo del monopolio dirigido por el Estado».

Un aspecto fundamental de la crisis de la democracia es la pérdida del poder público frente a los intereses corporativos. Las corporaciones son capaces de dominar la esfera política implantando leyes y preceptos e imponiendo decisiones políticas que benefician al sector financiero

El segundo aspecto de la crisis de la democracia es el debilitamiento del poder público, cada vez más incapaz de satisfacer las necesidades de su ciudadanía. Esta pérdida de poder no se explica solo porque el capital ha causado la erosión de la autonomía del Estado dentro de sus ámbitos de actividad, sino también porque estos ámbitos han quedado limitados, de modo que funciones que antes eran públicas ahora se han privatizado y se desempeñan ofreciendo soluciones individuales en vez de colectivas.

Por eso hay que tener en cuenta que, aparte de que ha menguado la autonomía del Estado, se está reduciendo el contorno del ámbito público en el que puede seguir operando esa independencia, ahora ya debilitada. La menguante esfera del poder público se debilita también por quedar sometida a una lógica economicista que prima la eficiencia, la productividad y las decisiones individualizadas.

Tal como Wendy Brown ha explicado con insistencia, este síntoma del neoliberalismo destruye la propia lógica de la política, al conquistar el poder público y «vaciarlo» desde dentro6. Además, según Fraser, el hundimiento del poder público que han acarreado estos desarrollos simultáneos se agrava adicionalmente porque, a su vez, también han crecido la dimensión y la magnitud de los problemas ante los que nos encontramos hoy, como por ejemplo la destrucción del medio ambiente y el calentamiento terrestre, de modo que el Estado aún se vuelve más incapaz de resolverlos.

El tercer rasgo característico de la crisis de la democracia resulta del diagnóstico del debilitamiento y de la reducción del poder público, y se refiere al tipo de fuerzas que entran a operar posteriormente. Dicho de otro modo, se trata de que las fuerzas y las instituciones que desbancan al Estado cada vez tienen menos obligación de rendir cuentas.

Fraser destaca que los bancos centrales y las instituciones financieras globales, que hoy son las instancias que toman las decisiones clave que conciernen a la vida de muchos, ya no están obligados a rendir cuentas ante quienes deberán sufrir las consecuencias de esas decisiones. Al final nos hallamos en la situación de que quienes han sido elegidos y deben rendir cuentas a la esfera pública tienen menos autonomía y un poder debilitado, mientras que no podemos elegir ni responsabilizar a quienes disponen de un margen de decisión y de un poder enormes.

Otro elemento de la crisis de la democracia es el debilitamiento del poder público, cada vez más incapaz de satisfacer las necesidades de su ciudadanía. Además, de este debilitamiento, resulta la falta de obligación de rendir cuentas de los bancos centrales y las instituciones financieras

Democracia «en cuanto tal» vs democracia actual

Con su diagnóstico de la crisis de la democracia, Fraser perfila plásticamente en su conjunto estos tres aspectos de la actual contradicción política. Sin embargo, en su exposición no queda tan claro si su análisis se refiere a las formas específicas de la democracia que antiguamente y todavía hoy se institucionalizan y practican en Occidente, o si más bien se refiere a la democracia en general, tal como actualmente se vive en todo el mundo.

Aunque Fraser nos ofrece tanto una exposición general de las contradicciones del capitalismo como una comprensión historicista de su configuración actual, tiende a negarle a la democracia esa complejidad. ¿Podríamos discutir los problemas de la democracia «en cuanto tal» para definir sus límites, que dependen de cómo han sido institucionalizados en una totalidad capitalista en general, antes de situar los problemas en el particular contexto actual de la acumulación capitalista (es decir, en el capitalismo financiero) y de describir qué es lo que caracteriza especialmente a la crisis de la democracia actual?

Fraser indica que, en el capitalismo, la democracia «forzosamente estará restringida y será débil» y será «frágil e inestable», sobre todo a causa de la separación entre lo económico y lo político, que es la que limita lo que un gobierno democrático puede controlar y alcanzar7. ¿Hay otros rasgos estructurales de la democracia «capitalista» que acarreen problemas que no dependan de las formas específicas de acumulación, sino que más bien sean constantes a lo largo de todas esas formas?

Muchos movimientos sociales del siglo XX problematizaron diversas características de los regímenes democráticos: sus mecanismos de representación y procedimientos electorales, la profesionalización de la burocracia que se produjo en ellos, su incapacidad de imponer justicia y sus arraigadas estructuras de clasismo, sexismo y racismo. Las críticas también han suscitado preguntas sobre la esencia de la democracia «en cuanto tal» que no se pueden responder solo a partir de las contradicciones generadas por determinadas estrategias de acumulación.

Fraser no ahonda más en estas preguntas y su visión de la crisis de la democracia propende a esbozar condiciones que son muy específicas, que abarcan problemas actuales que se experimentan especialmente en las sociedades occidentales, liberales y democráticas, pero que al mismo tiempo también tienden a ser generales. Es decir, se refieren a problemas que se experimentan en todo el mundo de forma más o menos similar, al margen de los acuerdos institucionales, los matices ideológicos y las dinámicas de movilización social, que varían considerablemente de unas democracias a otras.

Los movimientos sociales problematizaron los mecanismos de representación y procedimientos electorales y sus regímenes democráticos, la profesionalización de la burocracia que se produjo en ellos, su incapacidad de imponer justicia y sus estructuras de clasismo, sexismo y racismo

Una aproximación más estructurada a la democracia del presente quizá podría partir de la idea de que, aunque la sensación de crisis de la democracia se ha difundido globalmente debido a la hegemonía que ha alcanzado su forma específicamente occidental y liberal, sin embargo, el modo como se experimenta es muy pronunciadamente local.

Como la democracia asume diversas formas por todo el mundo, en función de las tradiciones históricas y culturales de las que procede, de las luchas sociales y políticas que han marcado sus vicisitudes y del tipo de exigencias y de problemas, de retos y de perturbaciones que la han configurado en diversos contextos, se enfrenta también a retos sumamente dispares, que representan formas de la «crisis» que son específicas de los diversos contextos.

¿Podemos discutir, por ejemplo, los problemas de la democracia en un contexto poscolonial y postsocialista igual que los discutimos en Europa occidental? ¿Los retos populistas en los Estados Unidos son similares a los que se plantean en el sur de Europa y en Latinoamérica, y apuntan a que la crisis de la democracia es la misma en todos los sentidos? ¿El sobrepeso del poder ejecutivo en Rusia o en Turquía es comparable al de Francia o Italia?

La exposición que Fraser hace de la crisis de la democracia sería más amplia si en el análisis del capitalismo financiero se pudieran incluir las diferencias entre los países, las tradiciones y las historias de los gobiernos democráticos. Dicho de otro modo, un análisis de la esfera política como una geografía desigual y diferenciada encajaría mejor con la enorme sensibilidad que tiene Fraser para captar las diversas tendencias desiguales y plurales dentro de la totalidad social en su conjunto.

Por último, un aspecto central del artículo de Fraser es que ella se abstiene de situar la crisis de la democracia en el contexto más amplio de la acumulación capitalista, para así poder insistir más en la crisis del capitalismo globalizado en general. Dicho de otro modo, su artículo no solo explica las causas de la crisis de la democracia dentro de la totalidad social, sino que apunta a una crisis paralela, aunque más amplia, en el nivel de la totalidad social: una crisis que, además, perciben cada vez más como tal los grupos de fuerza sociales que empiezan a darse cuenta de que este diagnóstico debe venir acompañado de la decisión de actuar y de implicarse en la lucha.

Como la democracia asume diversas formas por todo el mundo se enfrenta también a retos sumamente dispares, que representan formas de la «crisis» de la democracia que son específicas de los diversos contextos

Conclusiones

A la luz de mi comentario sobre la necesidad de diferenciar distintos tipos de retos a los que tienen que enfrentarse las democracias en contextos diversos, y de pluralizar de este modo nuestra noción de una crisis de la democracia, me pregunto si esta tesis de una crisis general no requerirá también una cualificación adicional.

Parece que el capitalismo entabla una relación simbiótica con gobiernos autoritarios, y que a menudo se refuerza con el apoyo de unos mecanismos de presión que no son económicos, y que son aplicados con el uso de fuerza por los regímenes antiliberales, autoritarios y, precisamente, también totalitarios.

Del mismo modo, observamos un crecimiento del apoyo público a movimientos que tienden a aprobar medios antiliberales, y a menudo antidemocráticos, para abordar los problemas de desigualdad social, pobreza y desarrollo, aunque estos movimientos no rechazan necesariamente el capitalismo, sino que abogan por regularlo más estrictamente.

¿Podría ser que, en este contexto, la crisis de la democracia no fuera tanto la expresión de una crisis del capitalismo cuanto una parte necesaria de su desigual funcionamiento en la totalidad social global? Dicho de otro modo, ¿podemos hablar de una crisis generalizada, siendo que, después de todo, en ausencia de democracia el capitalismo parece prosperar igual de bien que en los casos en los que los fracasos democráticos parecen deberse a las tendencias del capitalismo a la crisis?

El capitalismo entabla una relación simbiótica con gobiernos autoritarios, y a menudo se refuerza con el apoyo de mecanismos de presión que no son económicos, y que son aplicados con el uso de fuerza por los regímenes antiliberales, autoritarios y, precisamente, también totalitarios

Aunque la crisis de la democracia puede servir de barómetro para la crisis del capitalismo, también puede expresar el desarrollo desigual y diferencial del capitalismo, el cual considera que ciertas formas políticas son más ventajosas para sus actividades, por ejemplo en función de la disponibilidad de recursos, de las formas de producción de mercancías, de los tipos de tecnologías, del grado de financiación, de la militancia en las luchas, o de otros factores similares.

Así pues, mientras que los problemas de la democracia revelan las «profundas contradicciones que están arraigadas en la estructura institucional del capitalismo financiero», como Fraser muestra rotundamente8, al mismo tiempo pueden ser inquietantes señales de la vitalidad del capitalismo y de su expansión en contextos que hasta ahora él no había absorbido en su totalidad.

En la medida en que el diagnóstico de la «crisis» de la democracia es también al mismo tiempo una intervención «performativa» que llama a la acción política, este cambio de perspectiva no cuestiona de ningún modo la conclusión fundamental de Fraser, que nos exhorta «a repensar, o incluso a eliminar, la estructura disfuncional y antidemocrática de ese orden que es el capitalismo»9.

Pero eso plantea la pregunta de si, en nuestra respuesta a la crisis de la democracia, no deberíamos atender también a la pluralidad de las tendencias políticas en todo el mundo, y si, después de haber visto las formas democráticas que el capitalismo trata de socavar, no deberíamos tener en cuenta también las formas políticas no democráticas que el capitalismo fomenta y en las que igualmente prospera.

Esta orientación, que mejora la eficacia del discurso sobre la crisis tanto como instrumento diagnóstico y crítico cuanto como instrumento pronosticador y «performativo», nos permite finalmente repensar a fondo los límites de la forma hegemónica de la democracia «capitalista» a partir de la pluralidad de las formas locales, e imaginarnos y exigir nuevas coyunturas en las que el gobierno popular pueda llegar ser una auténtica realidad.

Referencias

1 Reinhart Koselleck, «Einige Fragen an die Begriffsgeschichte von “Krise“», en: id., Begriffsgeschichten. Studien zur Semantik und Pragmatik der politischen und sozialen Sprache, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2006, pp. 203-217; aquí: pp. 203-205.

2 Ibid., pp. 207-213.

3 Mucha tinta se ha vertido sobre la «crisis de la democracia». Una importante exposición de este desarrollo se

encuentra en: Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI, 1987

[1985].

4 Una exposición de las recientes reflexiones sobre los retos que plantea el populismo se encuentra, por ejemplo,

en: Ernesto Laclau, La razón populista, Ciudad de México, FCE, 2012; Jan-Werner Müller, ¿Qué es el

populismo?, Ciudad de México, Grano de Sal, 2017; Nadia Urbinati, Democracy Disfigured: Opinion, Truth,

and the People, Cambridge/Londres, Harvard University Press, 2014; y Carlos de La Torre (ed.), The Promise

and Perils of Populism: Global Perspectives, Lexington, The University Press of Kentucky, 2015.

5 Cf. por ejemplo: Ralph Miliband, El Estado en la sociedad capitalista, Ciudad de México,

Siglo XXI, 171997 [1969]; Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Ciudad de

México, Siglo XXI, 302007 [1968].

6 Wendy Brown, El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, Barcelona, Malpaso, 2016.

7 Nancy Fraser, «La crisis de la democracia. Sobre las contradicciones políticas del capitalismo financiero más

allá del politicismo», en: Hanna Ketterer y Karina Becker (eds.), ¿Qué falla en la democracia? Un debate con

Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, Barcelona, Herder, 2023, pp. 67-93, aquí: p. 77.

8 Nancy Fraser, «La crisis de la democracia…», op. cit., p. 93.

9 Ibid.

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