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Las crisis del capitalismo

En el libro «¿Qué falla en la democracia?», el sociólogo Klaus Dörre debate con otros dos sociólogos, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, y con la filósofa Nancy Fraser. Este artículo, inédito en castellano, es un comentario al texto de Fraser «La crisis de la democracia. Sobre las condiciones políticas del capitalismo financiero más allá del politicismo». Una reflexión sobre las crisis del capitalismo.

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El capitalismo y la centralidad del concepto de crisis se han desarrollado de manera simultánea y relacionada. Imagen extraída Freepik (licencia CC 4.0).

El capitalismo y la centralidad del concepto de crisis se han desarrollado de manera simultánea y relacionada. Imagen extraída Freepik (licencia CC 4.0).

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El capitalismo y su legitimación

FILOSOFÍA&CO - Que falla en la democracia
Qué falla en la democracia, de Ketterer y Becker (ed.) (Herder Editorial).

En su análisis de las contradicciones del capitalismo, Nancy Fraser se centra en la cuestión de cómo el capitalismo merma la eficacia de los poderes públicos, sobre todo cuando tiene que enfrentarse a grandes crisis. En este comentario me basaré en el análisis de Fraser y propondré una vía de investigación para examinar la pregunta de cómo en épocas de crisis el capitalismo socava también la legitimidad de dichos poderes.

Las dos preguntas no son independientes una de otra: la legitimidad de una institución podrá verse dañada si esa institución no es eficaz; y a la inversa, la eficacia se reduce si no se acepta como legítima. Sin embargo, las preguntas se pueden diferenciar.

Según Fraser, el capitalismo debe restringir y limitar el margen del poder público, de modo que la democracia «estará restringida y será débil», y seguirá siendo «frágil e inestable». Fraser expone de manera convincente cómo el régimen actual del capitalismo financiero ha dañado sobre todo la legitimidad democrática1.

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Aunque aceptemos que el capitalismo es hostil a la democracia y a su modo de legitimación, no queda del todo claro qué relación guardan en último término el capitalismo y la democracia. De este modo, se podría argumentar, por ejemplo, que lo que el capitalismo necesita realmente es el poder administrativo: el poder de emitir dinero, de garantizar las infraestructuras, de regular los derechos de propiedad, de poner a disposición la policía y el ejército, etc.

Quizá se necesite una forma de hegemonía política para legitimar el tipo de administración que requiere el capitalismo, y esta podría asumir una forma (débilmente) democrática. Pero el capitalismo no necesita la democracia «en cuanto tal». Aún se podría ir más allá y afirmar que la relación entre el capitalismo y la democracia es puramente conflictiva: el terreno que gana uno lo pierde la otra, y viceversa. La lucha del capitalismo contra la democracia es un juego de suma cero.

Aunque aceptemos que el capitalismo es hostil a la democracia y a su modo de legitimación, no queda del todo claro qué relación guardan en último término el capitalismo y la democracia

Sin duda, hay argumentos a favor de estas concepciones. Pero me parece que esos argumentos sitúan la democracia «fuera» del capitalismo y «en oposición» a él de un modo que Fraser trata de evitar ampliando el concepto de capitalismo y tomándolo como una totalidad social. Sin embargo, creo que se podría aducir un argumento para demostrar que la sociedad capitalista necesita realmente una forma democrática de legitimación, que sin embargo dicha sociedad socava incesantemente.

Mirándolo así, el capitalismo sigue estando en tensión con la democracia, pero esta tensión es una parte integrante de lo que Fraser denomina la «contradicción política» del capitalismo.

Un motivo de que el capitalismo requiera en último término legitimidad democrática podría guardar relación con su propensión a generar crisis periódicas. Esto se podría mostrar investigando la lógica de la conciencia moderna de crisis, que se desarrolló junto con el ideal moderno de autodeterminación democrática y que comparte con él presupuestos esenciales.

Admito que mis comentarios sobre esto solo pueden servir de sugerencias y que básicamente se limitan a los desarrollos políticos dentro de los países occidentales «centrales». Pero si partimos de esta relación de complementación entre la conciencia de crisis y la legitimidad democrática, podemos ver cómo esta última puede ayudar a que una sociedad sea capaz de encauzar dicha conciencia e influir eficazmente sobre ella; podemos advertir también cómo la tendencia del capitalismo a debilitar la democracia socava sus propias capacidades políticas para gestionar adecuadamente las crisis que él mismo genera.

Fraser insiste en que el sistema político le proporciona al capitalismo los medios decisivos para garantizar las condiciones capitalistas de producción, trabajo e intercambio. Entre otras cosas, garantiza la infraestructura jurídica que permite que las personas privadas posean propiedad privada, negocien contratos y diriman jurídicamente los litigios. Este edificio jurídico está codificado en los derechos de libertad clásicos, que los Estados europeos han concedido desde el siglo XVII.

Un motivo de que el capitalismo requiera legitimidad democrática guarda relación con su propensión a generar crisis periódicas. Advertimos también cómo la tendencia del capitalismo a debilitar la democracia socava su propia capacidad para gestionar las crisis que él mismo genera

Pero estos derechos también incluían cosas como la libertad de conciencia religiosa, de prensa y de reunión, así como el derecho al procedimiento reglamentario en investigaciones penales y el derecho de petición al gobierno. Como tales derechos de libertad, fundamentaban también un modo de legitimación que no se puede reducir del todo a las necesidades de la economía capitalista.

Durante el tiempo que Fraser llama «capitalismo competitivo», este modo de legitimación se hizo extensivo a la ampliación de los derechos democráticos a círculos cada vez más grandes de ciudadanos en los estados capitalistas. Ambos derechos se diferencian en lo siguiente: mientras que los derechos de libertad apoyan el orden capitalista no solo directamente, mediante la creación de bases jurídicas legales para la propiedad privada, el contrato, el intercambio y cosas similares, sino también indirectamente, en forma de una base de legitimidad, los derechos democráticos solo apoyan el orden capitalista de forma indirecta con la fundamentación de legitimidad.

Fraser reconoce que el poder público, para poder garantizar la acumulación de capital, debe ser legítimo y también efectivo. Y lo que es más importante, Fraser insiste en que el papel de los poderes públicos en la sociedad capitalista no puede reducirse a los imperativos sistemáticos que aquellos primeros cumplen para esta última.

Considerándolo históricamente, el modo como el sistema político funciona en relación con otros componentes de la sociedad capitalista no depende en última instancia de una lógica funcionalista, sino «de la relación de fuerzas sociales y del resultado de las luchas sociales»2. En el modelo de Fraser, las fuerzas sociales alcanzan su punto culminante en épocas de grandes crisis, que marcan el comienzo y el final de sus cuatro regímenes de acumulación.

Incluso podemos entender el alcance más o menos expansivo de los derechos y de las capacidades democráticas en el curso de la historia del capitalismo (al menos hasta el período del «capitalismo organizado estatalmente») como un reflejo del poder relativo de los participantes en estas luchas: un poder relativo que va pasando de una crisis a la siguiente.

Considerándolo históricamente, el modo de funcionamiento de la política en relación con otros componentes de la sociedad capitalista no depende en última instancia de una lógica funcionalista, sino «de la relación de fuerzas sociales y del resultado de las luchas sociales»

La complementación entre la democracia y la crisis

Resulta igual de importante mencionar que, para Fraser, los valores democráticos no son solo un fenómeno de la «superestructura». Independientemente del grado en que la democracia, como fuente de legitimación necesaria, sirve para regular la economía capitalista y para hacer que perdure, los contenidos de esta fuente no se definen por las necesidades de esa economía.

En último término, los ideales democráticos se nutren de fuentes de normatividad más profundas, de fuentes referidas a valores como el derecho a la participación democrática, a los estándares de la ciudadanía y a la participación en igualdad de derechos en la regulación de cuestiones de interés público3. Pero incluso estas fuentes se nutren de una capa aún más profunda de conciencia social reflexiva y crítica, de la autonomía racional y de la sensación de un posible control colectivo del propio destino histórico, tal como es característico de la conciencia moderna —de una conciencia que debe «extraer su normatividad de sí misma»4—, cuya movilización promueve los ideales democráticos modernos.

Justamente aquí se puede detectar una «relación de complementación»5 entre los recursos normativos de la democracia y los de la conciencia de crisis. Ambos se desarrollaron en el curso de la modernidad occidental. Tal como apuntó Reinhart Koselleck, pese a su origen griego la palabra «crisis» es un concepto marcadamente moderno. Solo asumió sus connotaciones actuales en los siglos XVII y XVIII, y la idea de una «crisis económica» no alcanzó amplia difusión hasta el siglo XIX, con el auge de la economía capitalista6.

La conciencia moderna de crisis solo surge en el contexto de una tendencia más amplia a la racionalización y a la reflexividad sociales, cuando los implicados se dan cuenta de que, para tener aseguradas las condiciones de una vida social y política cada vez más compleja, ya no pueden seguir confiando en las apelaciones a las autoridades tradicionales y a un orden divino. Como «concepto fundamental» de la modernidad, el concepto de crisis refleja el doble carácter de un orden social cuyos agentes tienden a ser autodeterminados (sociedad como sujeto) y, sin embargo, al mismo tiempo, se ven a merced del poder de las fuerzas de la contingencia histórica y de la complejidad social (sociedad como objeto).

La conciencia moderna de crisis solo surge cuando los implicados se dan cuenta de que, para tener aseguradas las condiciones de una vida social y política cada vez más compleja, ya no pueden seguir confiando en las apelaciones a las autoridades tradicionales y a un orden divino

La conciencia de crisis

Considerándolo desde un punto de vista «objetivo» o desde la «perspectiva del observador», se puede decir que las crisis surgen cuando las capacidades de un orden social se ven desbordadas por las fuerzas de la contingencia o de la complejidad, de tal manera que demandan una ayuda urgente. Ese desbordamiento puede deberse a un conjunto de contradicciones estructurales, a un desarrollo contingente e imprevisible o a un agotamiento de las capacidades administrativas.

Pero, como concepto, «crisis» es más que la simple designación de cierto estado, y decir que algo es una «crisis» es más que hacer una observación. Una crisis solo se comprende bajo la égida de los imperativos normativos que los agentes de un orden social se aplican a sí mismos —justamente por su tendencia a la autodeterminación reflexiva—.

Designar algo como «crisis» significa explicar que en la sociedad hay algo que básicamente ya no está en consonancia con nuestras expectativas de cómo deberían ser las cosas y cómo deberían funcionar en la vida cotidiana, y exigir que se tomen medidas urgentes para solventar eso. Es decir, «crisis» es también un concepto participativo, con el que unos agentes sociales exhortan imperiosamente a otros para que reflexionen sobre la crisis y sobre sus repercusiones en el conjunto de la sociedad, y para que aborden esa crisis por sí mismos.

Dicho de otro modo: las crisis solo pueden existir como tales si hay una conciencia de crisis, pues lo que distingue a una «crisis» de una «catástrofe», de una «tragedia», de una «prueba divina» o de otros acontecimientos fatales es la premisa de que la reacción a ella no solo debe ser una actuación conjunta, sino que puede serlo. La conciencia de crisis presupone una postura ante la sociedad como algo que sus miembros pueden valorar reflexivamente y manejar conscientemente.

Considerándolo desde un punto de vista «objetivo» o desde la «perspectiva del observador», se puede decir que las crisis surgen cuando las capacidades de un orden social se ven desbordadas por las fuerzas de la contingencia o de la complejidad, de tal manera que demandan una ayuda urgente

Los acontecimientos sociales solo alcanzan el nivel de «crisis» en la medida en que se presentan como graves amenazas para la vida cotidiana, que ya no se pueden conjurar recurriendo a las soluciones normales y rutinarias, una vez que, de un modo u otro, el orden social ya no puede seguir existiendo con las mismas normas, reglas y obviedades por las que se regía hasta entonces. Pero si realmente se está avecinando o no una crisis, eso es algo que deben confirmar todos los afectados.

Los agentes de una sociedad son los únicos que pueden advertir que su identidad y su forma de vida colectivas están afectadas y de qué manera. Las sociedades no pueden soportar las crisis de manera imprevista, y sus miembros no experimentan las crisis sociales simplemente en privado.

«Crisis» es un concepto público, relativo a un asunto que es de interés público y que los miembros de una esfera pública se transmiten de unos a otros. La realidad objetiva de una crisis y sus riesgos normativos solo se pueden declarar válidos de forma conjunta, entre los miembros de una esfera pública. Afirmar o aceptar que se está produciendo una crisis significa manifestar interés en salir de ella y autorizar la toma de medidas. Los diferentes sectores y capas de una sociedad pueden percibir la crisis de manera diversa y verse afectados por ella de forma variada, en distintos grados de urgencia y con diferente necesidad de actuar.

Además, las crisis exigen medidas no solo urgentes, sino también extraordinarias. Para los poderes públicos, esto significa tener que tomar a menudo medidas que son más radicales y que exceden los límites del procedimiento y de la autoridad que se habían aceptado hasta entonces, lo cual hace que aumente a su vez el nivel de legitimidad que se les exige a esos poderes.

Los miembros y las autoridades de una sociedad deben «estar en la misma onda» no solo por cuanto respecta al «hecho» de una crisis, sino también en relación con su carácter, sus dimensiones, su gravedad y los riesgos que hay en juego, pero sobre todo también en relación con el curso normativo que se necesita para actuar de manera efectiva. Por eso, la lógica pública de la conciencia de crisis soporta una pesada carga de acuerdo discursivo y de coordinación de la acción: una carga que remite a una forma de legitimación que logre reconocer las voces de todos los afectados por la crisis y de todos aquellos sobre los que repercuten las medidas extraordinarias del poder público7.

«Crisis» es un concepto relativo a un asunto que es de interés público y que los miembros de una esfera pública se transmiten de unos a otros. La realidad objetiva de una crisis y sus riesgos solo se pueden declarar válidos de forma conjunta, entre los miembros de esa esfera pública

¿Son las crisis producto del capitalismo?

Por muy endémicas que puedan ser las crisis para el modo capitalista de organización social, la conciencia moderna de crisis no es en cuanto tal un producto del capitalismo, ya que, en última instancia, recurre a una determinada capa de normatividad reflexiva, una carga que es más profunda y más general. Sin embargo, podemos decir que, en el curso del tiempo, la reproducción y el desarrollo del capitalismo dependen de su capacidad de recurrir a los recursos normativos de la conciencia de crisis, y en este sentido podríamos postular que la sociedad capitalista no necesita solo un poder público, sino un poder público democráticamente legítimo.

Como ya hemos dicho, solo a partir del capitalismo se reconoció la crisis como una señal duradera de la vida económica. Es cierto que ya las sociedades premodernas conocieron temporadas de hambruna y períodos de sequía, y en ocasiones también colapsos financieros, y que solo una «crisis general» en el siglo XVII marcó el inicio del régimen del capitalismo comercial, que Fraser denomina el primer estadio de la historia del capitalismo8.

Pero solo a mediados del siglo XVII las quiebras financieras y económicas empezaron a ser la regla. A comienzos del siglo XIX, los economistas políticos empezaron a darse cuenta de que tales crisis son endémicas en la sociedad capitalista, y de que las clases inferiores perciben toda la fuerza de esas crisis como oleadas de depauperación que irrumpen súbitamente9.

De hecho, el surgimiento de la conciencia de crisis económica fue paralelo al desarrollo de la economía política como ciencia autónoma, y poco después siguieron los primeros movimientos socialistas, laborales y sufragistas. La conciencia de crisis espoleó los movimientos de reacción contra el movimiento liberal de la «comercialización», que en su modelo del «triple movimiento» Fraser identifica bajo las calificaciones de «protección social» y «emancipación»10.

A partir del capitalismo se reconoció la crisis como una señal duradera de la vida económica. A mediados del siglo XVII las quiebras empezaron a ser la regla y a comienzos del siglo XIX, los economistas políticos empezaron a darse cuenta de que tales crisis son endémicas en la sociedad capitalista

Tal como Fraser ilustra, cada una de las «crisis generales» que recorren la historia del capitalismo provoca una reconfiguración de la relación entre la economía y el sistema político. Tales reconfiguraciones incluyen innovaciones en el modo como el poder público coordina, apoya y regula la economía capitalista. Pero eso también incluye a su vez cambios sustanciales en el modo como los poderes públicos aseguran en su conjunto la legitimidad del orden social capitalista, tanto reaccionando a las crisis precedentes como anticipando crisis futuras.

Así es como el capitalismo mercantil, que surgió de las crisis del siglo XVII, vino acompañado de la introducción de los derechos clásicos y liberales de libertad, junto con el auge del debate parlamentario (si es que no ya de la soberanía parlamentaria). De modo similar, la transición al capitalismo liberal de competencia coincidió en buena medida con las revoluciones democráticas a finales de los siglos XVIII y XIX, mientras que el capitalismo dirigido estatalmente, que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, asistió a la institucionalización de una democracia social en sus formas más o menos consolidadas11.

Cada una de las crisis generales, que marcaron el inicio de los primeros tres regímenes de acumulación capitalista, vino acompañada de una crisis política que acabó desembocando en luchas sociales, las cuales condujeron finalmente a una ampliación de las capacidades democráticas. Con cada ampliación, el sistema político se vuelve capaz de canalizar expresiones más amplias y abarcadoras de la conciencia de crisis, expresiones procedentes de diversos sectores, estamentos y clases, lo cual aumenta a su vez las capacidades del orden social capitalista para crear y conservar la legitimidad durante y por medio de las crisis.

Desde luego, no hay que confundir la ampliación de las capacidades democráticas con su plena realización, y la realidad histórica fue mucho más caótica que lo que sugiere lo dicho anteriormente. Si, como afirma Fraser, «en una sociedad capitalista la democracia forzosamente estará restringida y será débil»12, la capacidad del capitalismo para evitar la inestabilidad política en tiempos de crisis seguirá siendo limitada.

Como ya hemos dicho, la conciencia pública de crisis obliga a los poderes públicos a asumir una pesada carga de legitimación en su definición de crisis y en su comportamiento durante la crisis. Incluso en circunstancias propicias siempre existirá el riesgo de que se desatiendan las experiencias, las necesidades y las demandas legítimas de los miembros de la sociedad conscientes de la crisis, y de que a causa de ello se generen las reacciones y los problemas de legitimación correspondientes. Pero, en suma, se trata de que, cuanto más pobre y débil sea una democracia, tanto más inconsistente se volverá políticamente.

Cada una de las crisis generales, que marcaron el inicio de los primeros tres regímenes de acumulación capitalista, vino acompañada de una crisis política que acabó desembocando en luchas sociales, las cuales condujeron finalmente a una ampliación de las capacidades democráticas

A modo de conclusión

Por lo que respecta al actual régimen del capitalismo financiero, saltan a la vista las restricciones que él impone a la democracia. Aunque a finales del siglo XX él acarreó otra oleada de democratización, sin embargo, en la periferia global, la democracia sigue teniendo que lidiar con las cadenas de la vigilancia tecnocrática a cargo de gremios como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea.

Mientras tanto, bajo la hegemonía neoliberal, las capacidades democráticas han disminuido incluso en el centro. Cabría preguntarse si el capitalismo financiero no ha sembrado la simiente de su propia crisis política de un modo como no lo hicieron los anteriores regímenes de acumulación, y qué podría significar eso para la crisis actual y para lo que venga después.

Como mencionamos al comienzo, estas indicaciones están pensadas solo a modo de sugerencias. Pero nos permiten entender cómo la tendencia del capitalismo a mantener la democracia en un estado de limitación y debilidad le crea a él mismo una «contradicción política» que no solo socava las condiciones de su propia efectividad, sino también las condiciones de su propia legitimidad.

Si el capitalismo, como orden social institucionalizado, necesita para su existencia de poderes públicos eficientes y legítimos, entonces su inherente propensión a generar crisis significa que tales poderes públicos habrán de ser capaces de asumir de algún modo las cargas de legitimación que esas crisis generen, lo cual significa a su vez que habrán de ser capaces de gestionar las expresiones de la conciencia de crisis, las expectativas y las exigencias que por todas partes se suscitan en la sociedad.

Por tanto, la contradicción política del capitalismo consiste en que, por mucho que él perjudique a la legitimidad democrática, sin embargo depende fuertemente de ella, pues a la larga solo la legitimidad democrática cumple la promesa histórica de asumir tales cargas.

Notas

  1. Nancy Fraser, «La crisis de la democracia. Sobre las contradicciones políticas del capitalismo financiero más allá del politicismo», en: Hanna Ketterer y Karina Becker (eds.), ¿Qué falla en la democracia? Un debate con Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, Barcelona, Herder, 2023, p.77 ↩︎
  2. Nancy Fraser y Rahel Jaeggi, Capitalism: A Conversation in Critical Theory, Cambridge/Medford, Polity, 2018, p. 54 [trad. esp.: Capitalismo. Una conversación desde la teoría crítica, Madrid, Morata, 2019]. ↩︎
  3. Ibid., p. 50. ↩︎
  4. Jürgen Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1993, p. 18, subrayado en el original. ↩︎
  5. Con esta excepción de una «relación de complementación» sigo a: Jürgen Habermas, Facticidad y validez, op. cit., pp. 169-184. ↩︎
  6. Reinhart Koselleck, «Krise», en: Otto Brunner et al. (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikonzur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, vol. 3, Stuttgart, Klett-Cotta, 1982, pp. 617-650; Reinhart Koselleck, «Einige Fragen an die Begriffsgeschichte von “Krise“», en: id., Begriffsgeschichten. Studien zurSemantik und Pragmatik der politischen und sozialen Sprache, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2006, pp. 203- 217. ↩︎
  7. Una exposición más detallada de esto se encuentra en: Brian Milstein, «Thinking Politically about Crisis: A Pragmatist Perspective», en: European Journal of Political Theory 14 (2015), pp. 141-160. ↩︎
  8. Eric J. Hobsbawm, «The General Crisis of the European Economy in the 17th Century», en: Past & Present 5 (1954), pp. 33-53. ↩︎
  9. Cf. Rabah Benkemoune, «Charles Dunoyer and the Emergence of the Idea of an Economic Cycle», en: Historyof Political Economy 41 (2009), pp. 271-295; Ross E. Stewart, «Sismondi’s Forgotten Ethical Critique of Early Capitalism», en: Journalof Business Ethics3 (1984), pp. 227-234. ↩︎
  10. Cf. Nancy Fraser, «A Triple Movement? Parsing the Politics of Crisis after Polanyi», en: New Left Review 81 (2013), pp. 119-132. ↩︎
  11. Cf. T. H. Marshall y Tom Bottomore, Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza, 2007 [1992]; Stein Rokkan, «Dimensions of State Formation and Nation-Building: A Possible Paradigm for Research on Variations within Europe», en: Charles Tilly (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975, pp. 562-600; Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Trotta, 2010, pp. 854-903. ↩︎
  12. Nancy Fraser, «La crisis de la democracia…», op. cit., p. 77. ↩︎
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