El laberinto de la democracia
La transformación de la democracia despliega ante nuestros ojos una dinámica vertiginosa, tanto en Estados que hasta ahora se consideraban bastiones inexpugnables de la democracia liberal como en otros que los observadores veían avanzar por el camino seguro hacia ese fin, y también en Estados que se desviaron de ese objetivo incluso antes de haber emprendido en serio ese camino.

A veces parece que las teorías de la democracia y la sociología crítica se quedan sin habla: se mueven en bucle, en una especie de pista de Scalextric sociológico en la que los agentes recorren con porfiado empeño vueltas que siempre son las mismas, persuadiéndose de que avanzan y son progresistas: democratización de la democracia. Ese es el carril. Desde hace décadas. Y también para Stephan Lessenich. Sí, está permitido soñar. Pero de una sociología crítica cabe esperar que, sobre todo, aporte un análisis y una explicación claros de los procesos de transformación realmente observables.
Al tratar la pregunta «¿qué está fallando en la democracia?», es decir, la pregunta de cómo se ha producido la crisis de la democracia liberal representativa, que actualmente se plasma, por ejemplo, en la constelación de movimientos populistas de derechas, parece muy prometedor abordarla desde el concepto de dialéctica.
También es totalmente correcta la decisión de Lessenich de centrarse sobre todo en el olfato analítico para captar la dinámica que marca el desarrollo de la democracia, postergando claramente la exigencia —que desde todas partes se hace a la sociología— de que los diagnósticos de los problemas solo deben presentarse si vienen acompañados de propuestas concretas de solución: «¿Qué hay que hacer?».
Pero en el análisis de la dinámica aún se puede afinar mucho más. Y si podemos hablar en serio de una dialéctica de la democracia, entonces deberemos abandonar el proyecto permanente de la democratización de la democracia. Pues no podemos tener ambas cosas a la vez: dialéctica como diagnóstico del problema y democratización como perspectiva de solución. Eso sería como bañarse sin mojarse.
La democracia y su paradoja
Para explicar esto, recordemos brevemente qué significa el concepto de dialéctica. Hablamos de dialéctica cuando una condición esencial de posibilidad y de éxito de algo se torna de pronto su obstáculo principal y la condición de su zozobra (factor destructivo). Lo decisivo es que en esta zozobra ambas partes, tanto lo posibilitador como lo posibilitado, desaparecen y son asumidos y superados en algo nuevo que surge.
Así que, si queremos hablar de una dialéctica de la democracia, deberemos contar con su final y también con que el proyecto democrático —junto con todos los esfuerzos por democratizar la democracia— sean asumidos y superados con y en un nuevo proyecto.
No hace falta que el nombre «democracia» desaparezca forzosamente. El nuevo proyecto podrá seguir llamándose así. Pero lo que este nombre designe, el núcleo normativo de este proyecto, será entonces algo básicamente distinto que antes. Exactamente así debemos entender también el discurso sobre un «concepto esencialmente controvertido» y sobre un proyecto democrático siempre inacabado. Todo intento de fijar su núcleo normativo invalida ambos —y también el discurso de una dialéctica— y mete a la investigación sobre el futuro de la democracia, o sobre la democracia del futuro, en el susodicho bucle.
Así que, si nos tomamos en serio la dialéctica, no podemos tratar de fijar un determinado núcleo normativo de la democracia —por ejemplo la universalización del reconocimiento mutuo como iguales y con los mismos derechos— ni pretender salvarlo para el futuro de la democracia (ni tampoco pretender salvar el propio futuro de la democracia).
En lugar de eso, la tarea central será entender la lógica inesperada que convierte esta democracia en un nuevo proyecto, sin que esta dinámica se pueda detener de ningún modo. Se trata de advertir y de explicar que y por qué el proyecto democrático, a raíz de su desarrollo, destruye sus propios fundamentos, y que una democratización de la democracia, en último término, lo único que puede hacer es acelerar este proceso, pero no detenerlo ni menos aún invertirlo.
Así que, quien experimente seriamente con el concepto de dialéctica, deberá estar preparado para dos cosas: posiblemente la democracia (en el sentido tradicional) no tenga ningún futuro; y quizá la democracia del futuro tampoco sea deseable normativamente desde un punto de vista tradicional. Ambas cosas exorbitarían a la sociología crítica de una forma muy inquietante. Pero Stephan Lessenich tampoco llega al extremo de decir esto.
Si tomamos en serio la dialéctica de la democracia, debemos aceptar que su propio desarrollo la socava y la transforma en algo radicalmente distinto
Los límites de la democracia
Lessenich argumenta de forma convincente que, en la posguerra, la democracia del capitalismo del bienestar inicialmente estuvo limitada en varios sentidos (tuvo limitaciones socio-económicas, en política de género y derivadas de los Estados nacionales), y que hoy genera por su parte, a lo largo de tres líneas de ruptura, conflictos y exclusiones que vulneran lo que él entiende como núcleo normativo de la democracia. Eso es lo que falla en la democracia. Así se responde para él a la primera parte de la pregunta.
Su distinción conceptual entre una dialéctica reaccionaria, una dialéctica excluyente y una dialéctica destructiva podrá parecer algo provisional. Pero mucho más importante es, en primer lugar, que como mucho solo se alude al factor que impulsa, al motor de esta triple dinámica de exclusión; y, en segundo lugar, que aquí no se expone realmente una dialéctica, pues en ninguna de las tres dimensiones queda claro cómo ni por qué es la democracia la que desencadena estas contradicciones, ni como ni por qué la democracia aviva así una dinámica ineludible que, en último término, provocaría su propio final (en sentido tradicional).
Así que la pregunta por los problemas de la democracia solo se responderá en la medida en que se muestre que su actual forma de institucionalizarse contraviene la norma que Lessenich mantiene. Eso no basta para explicar la crisis ni el hundimiento fáctico de la democracia liberal. No hace justicia al concepto de dialéctica. Y desde esta perspectiva ni siquiera llegamos a ver la transformación fáctica de la democracia, la sustitución empíricamente observable de su núcleo normativo. Así que las preguntas por el futuro de la democracia y por la democracia del futuro quedan sin responder.
Quien quiera investigar estas cuestiones imparcialmente, es decir, sin fijar previamente ninguna norma, deberá buscar más profundamente y entender de otro modo la dialéctica que sin duda opera aquí. Se puede empezar con la pregunta de cómo se razona en realidad el concepto normativo que Lessenich establece: democracia como universalización del reconocimiento mutuo como iguales y con los mismos derechos.
¿Cómo se crea este tipo de conceptos, que en cierto modo pertenecen al equipamiento básico de la teoría normativa de la democracia y de una sociología crítica? ¿Cómo se deducen y se justifican? Esta pregunta conduce muy rápidamente a la idea ilustrada del sujeto autónomo: idea que, sin embargo, no tiene un sentido trascendental ni una validez universal, sino que se ha formado en un contexto histórico muy determinado y, desde entonces, aviva la lucha política para que en las sociedades reales se cumplan las promesas que ella connota o que se han querido asociar a ella.
Entonces se pueden ver dos cosas: en primer lugar, la democracia no tiene el estatus de un valor en sí, sino que es un medio político, que hay que distinguir analíticamente de una norma y de un objetivo superiores, con los que siempre está ligada. Esto tiene una importancia fundamental, porque solo así la democracia pasa a ser un «significante flotante» y un «concepto esencialmente controvertido», que siempre hay que llenar de nuevo contenido, en función de las interpretaciones de su norma referencial: interpretaciones que cambian históricamente y que siempre compiten entre sí.
En segundo lugar, si queremos explicar la crisis y la transformación de la democracia sin limitarnos a la exigencia de fijar para siempre el núcleo normativo de la democracia, deberemos investigar exactamente esta mutabilidad de la norma referencial, y preguntar cómo y por qué cambia esta referencia normativa, este prerrequisito de la democracia.
Como Lessenich señala, la bibliografía reciente se ha centrado especialmente en los prerrequisitos materiales de la democracia, y ha mostrado que la democracia del capitalismo del bienestar no es sostenible ni duradera, porque para su auto-reproducción requiere necesariamente la disponibilidad de recursos naturales, que ella consume cada vez más rápidamente.
Pero más importante aún —porque son ellos lo que determinan cómo manejar los recursos materiales— son los prerrequisitos y los recursos ideales, que esa democracia también consume. Como hemos dicho, esas bases ideales son sobre todo las ideas de subjetividad y de libertad, tal como se desarrollaron a raíz de la Ilustración civil y se propagaron hegemónicamente en las sociedades modernas1 .
La democracia no es un valor en sí, sino un medio político ligado a una norma cambiante. Su crisis actual no solo es material, sino también ideológica: consume sus propios fundamentos, desde la idea ilustrada del sujeto autónomo hasta el ideal de libertad que la sostiene
Autonomía, emancipación y crisis democrática
Sin la idea del sujeto autónomo no habría proyectos emancipatorios ni democráticos. Y un presupuesto fundamental de ambos tipos de proyecto fue siempre que la autonomía y la subjetividad, la libertad y la autodeterminación, se pensaran como limitadas en varios sentidos, pues, como es sabido, la famosa salida de la minoría de edad culpable nunca debería conducir a una supresión total de los límites, sino a la mayoría de edad, en la que, desde Kant hasta la ecología política de comienzos de los años ochenta, la libertad y el deber debían vincularse indisolublemente como elementos constitutivos de igual rango.
Lessenich se da cuenta de la importancia que tienen las cambiantes nociones de subjetividad, y en el subtítulo de su artículo menciona explícitamente el tema de los límites: «Demarcaciones y traspasos de límites». Pero su análisis de la dinámica del desarrollo de la democracia remarca sobre todo la limitación socio-política de la democracia de posguerra, así como la triple dinámica excluyente de los sucesores actuales de aquella democracia.
La dialéctica de la democracia solo se entiende si, en primer lugar, no concebimos la limitación como mera carencia, y si, en segundo lugar, en vez de poner el foco en las exclusiones al final de la democracia liberal lo ponemos en la continua ampliación de los límites que siempre persiguió el proyecto democrático.
Es entonces cuando se ve que, desde Kant hasta la ecología política, la autonomía, la subjetividad y su realización se pensaron: a) sobre todo como interiores y morales, no como exteriores ni materiales, y que buscaban sobre todo la dignidad de ser feliz2 , y no el cumplimiento empírico y material; b) como determinación racional, y que por tanto están limitadas por los deberes de consecuencia, consistencia, unidad y verdad; c) como colectivas e igualitarias, y por tanto como limitadas por el principio de inclusión e igualdad; y finalmente d) también como ecológicas e inclusivas, es decir, como limitadas por el deber de reconocerle a la naturaleza la misma libertad, dignidad e integridad que la modernidad atribuye a los sujetos humanos.
Exactamente en estos límites, es decir, definidas justamente de esta manera, la libertad y la autodeterminación pasaron a ser la base normativa de la democracia. O al revés, la democracia liberal creó como instrumento político exactamente esta noción de libertad y autodeterminación.
Al menos esta fue siempre —justamente para la burguesía floreciente y para los movimientos civiles emancipatorios— la justificación normativa del proyecto y de la demanda democráticos. Y la democracia liberal y representativa (pero también una democracia participativa y deliberativa) solo puede funcionar si la libertad y la autodeterminación, que ella debe plasmar, se definen y se limitan de este modo.
Más allá de las carencias que Lessenich muestra con razón, la libertad y la autodeterminación están por plasmarse, y sus múltiples limitaciones forman parte de las bases y de los prerrequisitos irrenunciables de la democracia.
Pero es evidente que el proyecto emancipatorio no se puede contentar con estas limitaciones, sino que, precisamente por ser emancipatorio, conforme se va realizando también se opone reflexivamente a sus anteriores autolimitaciones. Y exactamente aquí se muestra hasta qué punto se puede aplicar y de cuánta utilidad es el concepto de dialéctica.
La emancipación, entre la libertad sin límites y la crisis democrática
Sin embargo, no se trata de una dialéctica de la democracia, sino más bien de una dialéctica de la emancipación. De hecho, los movimientos progresistas y emancipatorios siempre lucharon por desplazar y superar finalmente todas las limitaciones de la libertad. Siempre llevaron a cabo un proyecto de ampliación de los límites: flexibilización de los valores, de la verdad, de la moral, de la identidad, de la autorrealización, de la naturaleza, de la razón, etc.
Y así es como la proyectada salida de la minoría de edad culpable se convirtió sin transición en la salida del deber de la mayoría de edad, es decir, en la salida del deber de la cuádruple limitación de la libertad. He descrito reiteradamente esto como la emancipación de segundo orden3, como la liberación de las limitaciones que desde Kant hasta la ecología política estaban implícitas en las ideas de libertad y de autodeterminación.
Y sin quererlo ni advertirlo, los movimientos emancipatorios fueron destruyendo gradualmente los prerrequisitos y las bases irrenunciables de la democracia, aunque siempre con vistas a y con la intención de liberar de ese modo lo genuino, lo auténtico, lo verdadero, lo que hasta entonces se había mantenido reservado, lo alienado.
Por tanto, la perspectiva de desarrollo y el destino de la democracia están marcados esencialmente —aunque desde luego no únicamente— por la dinámica deslimitadora de la emancipación. Esta dinámica va consumiendo gradualmente los recursos ideales y materiales irrenunciables en los que se basaba la democracia tradicional. De modo correspondiente, la crisis, la insostenibilidad, la no durabilidad de la democracia (en el sentido tradicional), en último término, no se reducen a una dialéctica de la emancipación.
El proyecto emancipador, que inicialmente fue el obstetra del proyecto democrático, en el momento en que se cumple se convierte en su propio destructor, pues la emancipación de segundo orden —y Lessenich también muestra esto claramente— establece unas nuevas nociones de libertad, de autorrealización y de subjetividad, cuyos límites se han ampliado en un cuádruple sentido.
Esas nuevas nociones hacen que la democracia representativa liberal resulte en muchos sentidos disfuncional, contraproducente e incapaz de funcionar4. A la inversa, la democracia, que inicialmente fue un medio político de emancipación, con su significado inclusivo, igualitario y representativo se convierte en un obstáculo para la emancipación, a la que incluso reprime. ¡Esto es lo que falla en la democracia!
La consiguiente pregunta «¿qué hacer?» significa que, desde el comienzo, la investigación se ha basado en quimeras. Remitiéndose al criterio de lo correcto, esa pregunta implica que también en el futuro la democracia tendría que amoldarse de todos modos a esas normas que la emancipación de segundo orden trata justamente de superar. En el bucle sociológico este planteamiento es ciertamente una práctica habitual.
Pero de una sociología crítica hay que esperar más. O hay una dialéctica o no la hay. Y si la hay, entonces la pregunta normativamente ceñida debería ser sustituida —o al menos completada— por una investigación abierta de la democracia del futuro, pues, de hecho, conforme a la nueva noción de una libertad y de una subjetividad cuyos límites se han ampliado, el proyecto democrático está siendo actualizado ya desde hace tiempo.
Los movimientos emancipatorios, al ampliar sin cesar los límites de la libertad y la subjetividad, han socavado gradualmente las bases normativas y materiales sobre las cuales se construyó la democracia liberal. La democracia, inicialmente un medio para la emancipación, se ha convertido en un obstáculo para la misma al restringir las nuevas concepciones de libertad e igualitarismo
Alternativa para Alemania, Brexit, Trump o el doble populismo en Italia revelan de forma inconfundible que la transformación de la democracia, la sustitución de su núcleo normativo (que supuestamente era fijo) y la reformulación del proyecto democrático ya están en plena marcha.
En lugar de la mera renovación de la antigua exigencia de una democratización de la democracia, cabrá esperar que una sociología crítica explique al menos cómo se justifican sus esperanzas de que un programa político que se ejerce ya desde hace décadas, y que ha avivado justamente la dialéctica descrita, hoy de pronto pueda surtir efecto y detener esta dialéctica.
Si no se da esta explicación, la sociología crítica se expone al reproche de contribuir con infundadas narrativas de transformación a la estabilización del statu quo criticado. Además, se escaquearía de su misión y de su responsabilidad de ofrecer, al menos, un análisis claro del problema de que hoy el ideal de la democratización de la democracia apenas se puede sostener ya normativamente.
Fuera del bucle, el terreno está peligrosamente minado. ¿Podemos pensar aún la dialéctica de la emancipación y la transformación de la democracia sin volvernos reaccionarios y autoritarios? Dudar de la democracia ya condujo una vez al fascismo y a la guerra, y hay motivos para pensar que algo similar podría volver a suceder. Pero que no podamos imaginarnos ninguna otra alternativa, o que ninguna otra alternativa nos convenza normativamente, no altera el hecho de que la democracia liberal no es sostenible ni duradera.
La lucha contra todo lo que amenaza nuestro bienestar ya se ha desencadenado. Lessenich baila con cautela alrededor el fuego dialéctico: solo se le acerca hasta que las llamas le calientan el corazón crítico y progresista, pero no lo bastante como para que la cosa se ponga políticamente candente.
Referencias
1 Cf. Ingolfur Blühdorn, «The Third Transformation of Democracy: On the Efficient Management of Late-Modern Complexity», en: del mismo autor, Uwe Jun (ed.), Economic Efficiency – Democratic Empowerment, Lanham et al., Lexington Books, 2007, pp. 299- 331; cf. del mismo autor, Simulative Demokratie: Neue Politik nach der postdemokratischen Wende, op. cit.; cf. del mismo autor, «The Legitimation Crisis of Democracy», en: Environmental Politics (2019), pp. 38-57.
2 Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1997, p. 631.
3 Cf. Ingolfur Blühdorn, Simulative Demokratie. Neue Politik nach der postdemokratischen Wende, op. cit.; cf. del mismo autor, «Das postdemokratische Diskursquartett. Kommunikative Praxis in der Simulativen Demokratie», en: psychosozial 1 (2016), pp. 51-68; cf. del mismo autor, «Nicht-Nachhaltigkeit auf der Suche nach einer politischen Form. Konturen der demokratischen Postwachstumsgesellschaft», en: Berliner Journal für Soziologie 28 (2018), pp. 151-180.
4 Cf. Ingolfur Blühdorn, «Nicht-Nachhaltigkeit auf der Suche nach einer politischen Form. Konturen der demokratischen Postwachstumsgesellschaft», op. cit.; cf. del mismo autor, «The Legitimation Crisis of Democracy»; cf. del mismo autor, Felix Butzlaff, «Rethinking Populism: Peak Democracy, Liquid Identity and the Performance of Sovereignty», en: European Journal of Social Theory (2018), DOI: 10.1177/1368431017754057.
Sobre el autor
Ingolfur Blühdorn es politólogo alemán, profesor en la Universidad de Economía y Empresa de Viena y director del Instituto de Cambio Social y Sostenibilidad de este mismo centro.
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