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¿Cómo salvar la democracia?

En el libro «¿Qué falla en la democracia?», publicado por Herder Editorial, el sociólogo Klaus Dörre debate con otros dos sociólogos, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, y con la filósofa Nancy Fraser. Este artículo, inédito en castellano, es un comentario al texto de Dörre «Democracia en vez de capitalismo, o ¡Que expropien a Zuckerberg!» que aborda la difícil cuestión de cómo salvar la democracia de los peligros a los que se enfrenta.

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Las democracias actuales se enfrentan a numerosos retos. La pregunta de cómo salvarlas se trata de un interrogante de primer orden de la filosofía política. Ilustración realizada por Microsoft Bing-Dall-E 3 (8 de enero de 2024).

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La democracia al servicio del capitalismo

En su texto, Klaus Dörre ve la democracia con un optimismo prudente. Sin duda tiene sus defectos, pero las modernas democracias de masas, cuyos gobiernos salidos de elecciones justas garantizan tanto la pluralidad y los derechos políticos igualitarios como el respeto al derecho internacional público, son lo mejor que tenemos a este respecto.

¿Pero cuál es entonces el problema con la democracia? ¿Qué falla en ella? Dörre no piensa que las instituciones y los procedimientos democráticos ya no funcionen adecuadamente, sino que más bien constata que «la democracia como forma de gobierno se está sacrificando en el altar de un capitalismo expansionista que, con vistas a su propio aseguramiento, necesita recurrir cada vez más a prácticas autoritarias».1

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¿Qué falla en la democracia? Un debate entre Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa (Herder Editorial).

Se pueden apreciar diversas versiones en las que se produce esta deriva por la vía errónea hacia el autoritarismo, y que se están convirtiendo en distintas modalidades de democracia desdemocratizada (como en el caso de Grecia, obligada a la austeridad) y de antidemocracias democráticas (como en Turquía, Rusia, Polonia y Hungría).

Para completar este panorama, como factores que devalúan aún más el valor de la democracia como forma de gobernanza colectiva, Dörre menciona algunos modos en que la democracia se inhabilita a sí misma (por ejemplo, con la proclamación del estado de excepción en Francia para combatir el terrorismo islámico), así como las prácticas comerciales de empresas de tecnología inteligente que eluden el control democrático (como se puso de manifiesto con el escándalo de Facebook en relación con las elecciones presidenciales estadounidenses en 2016).

La tesis de Dörre es clara: la tendencia a «abolir» derechos y a «eliminar» instituciones democráticas mediante procedimientos democráticos se puede explicar porque la democracia, «que inicialmente era una esfera distinta pero relativamente compatible con la ampliación del mercado y la acumulación de capital, se ha convertido en objeto de las apropiaciones del capitalismo financiero». De ahí se sigue que «a la larga, la democracia solo existirá si sus contenidos, procedimientos e instituciones se amplían a campos y sectores a los que hasta ahora no tenía acceso la voluntad democrática».

Dörre no se hace ilusiones sobre lo revolucionaria y exigente que resulta esta propuesta: salvar la democracia exige nada menos que romper con el capitalismo. En su artículo se centra en fundamentar y desarrollar esta tesis, para luego formular propuestas sobre cómo se podrían superar las dificultades que implica ese proyecto.

Puedo secundar en muchos puntos las explicaciones de Klaus Dörre, que están cuidadosamente formuladas y son muy esclarecedoras. En este sentido, mis comentarios se basarán en los suyos, sin pretensión de discutirlos. Lo que me importa sobre todo es, más bien, bosquejar los límites de algunas de sus propuestas, con la esperanza de inspirar así nuevas reflexiones.

Para Klaus Dörre, salvar la democracia exige romper con el capitalismo. En su artículo «Democracia en vez de capitalismo, o ¡Que expropien a Zuckerberg!» se centra en fundamentar y desarrollar esta tesis, para luego formular propuestas sobre cómo se podrían superar las dificultades que implica ese proyecto

Estoy de acuerdo con la mayor parte del diagnóstico de Dörre, que muestra tanto la vinculación del capitalismo con la democracia como las fisuras de su relación, así como los factores que socavan la democracia. Lo mismo digo de su afán de ampliar la democracia a nuevos ámbitos.

No estoy totalmente de acuerdo con algunas de sus propuestas sobre cómo exactamente se podría lograr esto. Especialmente problemáticos me resultan algunos de sus planteamientos preferidos de intervención o acción política, especialmente con su perspectiva europea y con la insistencia en la democracia parlamentaria de los Estados nacionales.

Además, me desconcierta que, en relación con la ampliación de una democracia transformativa, dé poca importancia al papel de los movimientos sociales fuera de Europa. Me parece que hay cierta desproporción entre los retos que nos plantea su detallado diagnóstico de los problemas de la democracia bajo el capitalismo y sus propuestas sobre cómo se podrían resolver.

En su diagnóstico de que en el capitalismo la democracia ha dejado de ser la forma preferida de gobierno, Dörre muestra cómo las versiones actuales de la democracia de masas, en principio, se basan en tradiciones tanto liberales como republicanas e igualitarias, que sin embargo coexisten asimétricamente en las sociedades del bienestar de la Europa de posguerra.

Además, explica cómo un desplazamiento hacia la tradición liberal (al precio de un debilitamiento del ideal republicano de igualdad) hizo que, hacia fines del siglo XX, diversos teóricos reaccionaran dando un nuevo giro a la democracia y reorientándola hacia diversas modalidades de una democracia deliberativa y procedimental. Dörre tiene razón cuando reprocha a estas teorías que obvian el significado decisivo de los antagonismos sociales como sustratos de la democracia.

Esas teorías la reducían a sus procedimientos y cuestiones de legitimación (a la «racionalidad de los propios procedimientos legislativos», como dice citando críticamente a Habermas),2 y rechazaban la política de clases como una forma de «privilegiar» a una parte especial de la realidad social, basándose en unos análisis marxistas que ya no son «fiables», mientras que mantenían una visión liberal que vinculaba estrechamente el crecimiento económico, la redistribución del Estado de bienestar y la estabilidad de la democracia.

Dörre diagnostica que en el capitalismo la democracia ha dejado de ser la forma preferida de gobierno. Muestra cómo las actuales democracias de masas se basan en tradiciones liberales o republicanas e igualitarias, pero coexisten en las sociedades del bienestar de la Europa de posguerra

La doble dinámica capitalista: diálogo con Rosa Luxemburgo

Dörre subraya, con razón, tanto el papel central que el crecimiento económico tiene en la vinculación de la democracia con el capitalismo como también los límites de esta vinculación. Resalta cómo en el Estado de bienestar los derechos sociales y políticos se integran de tal modo que el proyecto de acumulación de capital ya no se cuestiona.

Las consecuencias del cambio climático muestran con meridiana claridad los límites de este acoplamiento de la democracia con el capitalismo. Ese cambio climático resulta básicamente de que la economía mundial capitalista ha dependido históricamente de los combustibles fósiles. Ya no es fiable la hipótesis de que el crecimiento económico puede seguir cumpliendo la tarea de equilibrar los antagonismos sociales ampliando la participación en la «tarta del bienestar».

Además, la realidad del «desvío de costes»3 apunta al hecho de que, dentro del capitalismo, el aumento de los niveles de bienestar y de la praxis democrática solo se puede conseguir transfiriendo los costes de los metabolismos sociales no sostenibles a las periferias o a las fronteras de la mercantilización de la expansión capitalista.4

Enlazando con Rosa Luxemburgo, Dörre describe esto como la doble figura de la dinámica capitalista o como el interior y el exterior de la democracia. El «exterior» se refiere a la existencia de mercados externos carentes de los procedimientos e instituciones democráticos, que en los países centrales del capitalismo (es decir, en el «interior» de la democracia) sirven para garantizar ciertos niveles de bienestar (conforme al objetivo político de una mayor participación en la «tarta del bienestar»).

La consecuencia de esto es que toda dinámica capitalista incluye un doble movimiento: por un lado, sus ansias de mercantilización; y por otro lado, en forma de movimientos antiliberales de signo contrario, unas posturas respecto de la economía y el entorno vital que son críticas con el laissez-faire. Estas cuestiones remiten a algo que Dörre describe como una especie de efecto de retroceso de la globalización:

«Con la creciente desigualdad, con los bajos índices de crecimiento en los países de la primera industrialización, con los continuos riesgos financieros, con la destrucción ecológica y con la creciente migración de refugiados, la globalización genera movimientos de retroceso y de signo contrario, que entonces pasan a configurar estructuralmente los centros capitalistas causantes de esos problemas.»5

El cambio climático muestra los límites del acoplamiento de democracia y capitalismo. Ya no es fiable que el crecimiento económico pueda equilibrar los antagonismos sociales con la participación en la «tarta del bienestar»

La globalización, que provoca la apertura de mercados, sobre todo en su versión más reciente como capitalismo financiero, ha eliminado los «mecanismos protectores con cuya ayuda el capitalismo social del Estado de bienestar había asegurado la capacidad de funcionamiento de los mercados internos».

Por decirlo radicalmente, puede destruir «lo social de la democracia», porque conlleva la ampliación de aquellos sectores que no se someten a los procesos deliberativos democráticos (por ejemplo, en el campo de las tecnologías inteligentes, con empresas como Facebook). Además, se priva de apoyos a esas fuerzas e instituciones que podrían actuar como correctivos de la expansión mercantil.

El resultado son sociedades de clases desmovilizadas (en las zonas centrales del capitalismo): un fenómeno que se muestra paradigmáticamente en la debilidad de los sindicatos. Bajo estas circunstancias, las polarizaciones sociales que resultan del desarrollo capitalista «no encuentra[n] una representación adecuada dentro del sistema político».

Eso posibilita, a su vez, el auge de movimientos autoritarios y populistas de derechas, que afirman falsamente que ofrecen la única alternativa auténtica a los males de la globalización. En el último apartado de su artículo, que trata sobre las cuestiones del futuro de la democracia transformativa, uno de los temas que Dörre aborda es el de cómo enfrentarse a esta peligrosa corriente. «Si hay que volver a fortalecer la democracia, entonces hay que posicionarla contra un expansionismo capitalista que, tanto en su modalidad de liberalismo y fundamentalismo mercantil como en su modalidad de nacionalismo radical, tiene efectos desdemocratizadores»: esta es la lógica conclusión de Dörre.

Toda dinámica capitalista incluye un doble movimiento: por un lado, sus ansias de mercantilización; por otro lado, en forma de movimientos antiliberales de signo contrario, posturas críticas con el laissez-faire. Esto remite a lo que Dörre describe como una especie de retroceso de la globalización

Reformas no reformistas o cómo salvar la democracia

Son muy tentadoras algunas de sus sugerencias de cómo fortalecer así y salvar la democracia. Es por ejemplo interesante la propuesta de una especie de «pasaporte Nansen», que permitiría reconocer la responsabilidad de los países industriales en el cambio climático. En relación con las causas del cambio climático y con la pregunta de quién debe asumir las consecuencias y cómo, Dörre menciona algunos de los mecanismos causantes de desigualdad.

La propuesta ofrece al mismo tiempo un buen ejemplo de lo que André Gorz denomina «reformas no reformistas», que son aquellas cuyos objetivos no se rigen por los criterios de racionalidad y viabilidad de un sistema dado, sino que, por el contrario, tratan de cambiar la relación de fuerzas sociales, entre otras cosas mediante reformas estructurales.6

Análogamente, la idea de Dörre de unos fondos internacionales de subsidio de huelga y algunas de sus propuestas de cambio para el mercado laboral (como la de un salario mínimo europeo y un seguro de desempleo europeo) podrían incluirse, bajo ciertas condiciones, en una categoría de reformas no reformistas que se podrían realizar en la actual constelación política, formada por la democracia parlamentaria organizada por los Estados nacionales y la Unión Europea.

Sin embargo, me parece que cuando se habla de transformación y de democracia es muy importante tener en cuenta la distinción que Nancy Fraser7 establece entre dos fórmulas contra la desigualdad: entre remedios afirmadores y remedios transformadores. Los primeros deben corregir la desigualdad de resultados sin modificar las circunstancias que los producen, mientras que los últimos deben reestructurar esas estructuras.

Dörre plantea ideas para salvar la democracia que son un ejemplo de lo que André Gorz denomina «reformas no reformistas». Aquellas cuyos objetivos no se rigen por criterios de racionalidad y viabilidad de un sistema dado, sino que tratan de cambiar la relación de fuerzas sociales

Dada la importancia del capitalismo como causante estructural de muchos problemas de la democracia que Dörre resalta con razón, si el objetivo es la democracia transformativa, me parece decisivo optar exclusivamente por las terapias transformadoras.

Aquí se plantea la pregunta de hasta qué punto tiene sentido esperar que se pueda desacoplar la democracia del capitalismo precisamente con las instituciones que, o bien han contribuido históricamente a vincularlos, o bien fueron incluso creadas expresamente con ese objetivo. A mí me parece que el Estado nacional parlamentario y democrático entra en la primera categoría, y la Unión Europea en la segunda.

Dörre explica que la Unión Europea «como ámbito de interrelaciones económicas solo tendrá futuro en la medida en que pase a ser una unión social y ecológica. Para eso necesita proyectos democráticos que vengan de arriba y de abajo». Hay que admitir que no queda del todo claro hasta qué punto Dörre cree que, de hecho, la Unión Europea debería ser el ámbito en el que tales proyectos democráticos se puedan impulsar desde arriba y en el que se pueda abrir la «perspectiva europea», desde la cual, según su alegato, la democracia podría hacerse transformativa.

Sin embargo, a juzgar por sus propuestas referentes a las reformas europeas del mercado laboral, parece que en buena medida piensa en este sentido. Pero si hay que considerar la Unión Europea como eje y como centro de una realización de estas propuestas desde arriba, y si ella debe servir para configurar lo que él llama una «Europa refundada», entonces eso choca con ciertos límites.

La Unión Europea se fundó prácticamente con el mismo fin para cuyo cumplimiento ella misma creó en lo sucesivo sus instituciones: para plasmar la visión de un amplio capitalismo social. Este debería asegurar derechos sociales y políticos no solo a sus ciudadanos, sino también a los pueblos de Europa, mediante un aumento de la prosperidad material (es decir, mediante el crecimiento económico).

Podemos hacernos la pregunta de hasta qué punto tiene sentido esperar que se pueda desacoplar la democracia del capitalismo precisamente con las instituciones que o bien han contribuido históricamente a vincularlos, o bien fueron incluso creadas expresamente con ese objetivo

Es cierto que, a raíz de este proyecto, se han establecido algunos derechos importantes, relativos sobre todo a la supervivencia social y ecológica, por ejemplo mediante una regulación legal del manejo de los recursos naturales y de la protección del medio ambiente. Sin embargo, apenas se puede apreciar que con estas medidas se haya tratado, ni siquiera por asomo, de reemplazar el capitalismo, que no obstante constituye la base de la destrucción del medio ambiente y es el causante de los achaques de la democracia.

Fueron más bien las instituciones de la Unión Europea las que, en diversas situaciones en las que estaba en juego la viabilidad de importantes proyectos de acumulación de capital, se decidieron de buena gana a ignorar cuestiones relativas a los derechos civiles y a la protección del medio ambiente. Ejemplos recientes son el tratado de libre comercio CETA (Acuerdo Económico y Comercial Global) entre la Unión Europea y Canadá y el proyecto, que ahora se ha parado, de una «Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión» (en inglés TTIP).

El CETA capacita de hecho a las empresas privadas a demandar a los Estados firmantes si estos aplican leyes que limiten los beneficios de ellas8. Y en el caso de la TTIP, la Comisión Europea trató de bloquear una petición cívica —«Stop TTIP»— que se oponía a las negociaciones secretas entre los burócratas europeos y los norteamericanos. La Comisión impidió incluso registrar la propuesta.9

Confieso no haber entendido del todo si la «perspectiva europea» de la que habla Dörre se refiere a la necesidad de una nueva versión de las instituciones de la Unión Europea, pero su artículo admite esta interpretación. Sin embargo, poner el foco exclusivamente en la Unión Europea nos haría perder de vista que el proyecto de solidaridad internacional debería rebasar las dimensiones de una colaboración europea, y que debería tratar de conectar con movimientos sociales y con otras fuerzas políticas en las fronteras de la mercantilización de la expansión capitalista europea, es decir, justamente en aquellos espacios que se ven dañados por la multiplicación de los metabolismos sociales de las economías nacionales europeas.10

Poner el foco en la Unión Europea nos haría perder de vista que el proyecto debería tratar de conectar con movimientos y fuerzas políticas en aquellos espacios que se ven dañados por la multiplicación de los metabolismos sociales de las economías nacionales europeas

La importancia de lo extrainstitucional

La falta de esta perspectiva (ampliada) tiene que ver, según creo, con que el hecho de que Dörre se centra en la democracia como forma estatal o como sistema de gobierno, cuando insiste en que los lugares de la actividad democrática son las instituciones, las políticas y las formas de gobierno (por ejemplo el Estado de bienestar).

Proceder así tiene su utilidad, pero un planteamiento alternativo consistiría en entender la democracia como praxis. Jacques Rancière11 ve la democracia como expresión del principio de igualdad —que siempre es disruptivo y conflictivo—. Dicho más exactamente, se trata de una praxis que aspira a la igualdad rompiendo con la distribución jerárquica de espacios, roles y funciones sociales.

Eso lo hace fragmentando y reconfigurando lo que se considera razonable o conveniente en relación con las ideas de qué puede hacer quién, por qué, dónde y cómo. Una definición de la democracia referida de tal modo a la praxis desvía el foco de la naturaleza de los procesos institucionales que deben promover la igualdad, y lo centra en las actividades que persiguen el objetivo de crear igualdad.

De este modo, queda en primer plano la importancia de los espacios y de las actividades extrainstitucionales, tal como los crean y los emplean por ejemplo los movimientos sociales. No centrarse en las estructuras institucionales facilita llegar hasta las víctimas de la expansión capitalista y de sus efectos, es decir, llegar hasta quienes sufren bajo la ampliación global de los metabolismos sociales del norte mundial.

No es que Dörre niegue que esto sea importante, pero no dice mucho sobre cómo se podrían desarrollar las formas respectivas de colaboración, y reduce lo que él llama la «perspectiva internacional» de la democracia transformativa a una «perspectiva europea». Sin embargo, tiene una importancia decisiva el papel de los movimientos sociales del sur global, por ejemplo aquellos movimientos que intervienen para luchar por la justicia medioambiental y que se oponen activamente a que sus bases vitales se degraden a reservas de materias primas o a pozos ciegos de la producción capitalista.

No centrarse en las estructuras institucionales facilita llegar hasta las víctimas de la expansión capitalista y de sus efectos, es decir, llegar hasta quienes sufren bajo la ampliación global de los metabolismos sociales del norte mundial

Límites al proyecto de salvar la democracia

También plantea preguntas la exigencia de volver a fundar una Europa que deba actuar como protagonista de los derechos sociales y ecológicos globales. Una Europa así es prácticamente inconcebible si no se aclara cómo se podría hacer posible eso. ¿Cómo exactamente se debería lograr que la mayoría de los europeos desarrollemos la necesidad de asumir un auténtico papel de liderazgo en lo que respecta a los derechos sociales y ecológicos globales?

En último término, el establecimiento de tales derechos podría amenazar el elevado nivel de nuestro bienestar material.¿Qué cambios radicales deberían producirse para ello en nuestras nociones de «calidad de vida», y qué procesos e instrumentos políticos podrían llevarnos a actuar así? Al fin y al cabo, y esto es quizá aún más problemático, hay un montón de científicos —y probablemente también un montón de ciudadanos y burócratas europeos— que están convencidos de que Europa ya desempeña este papel de liderazgo, por ejemplo en lo que respecta a medidas contra el cambio climático global (en el que se centran muchísimos estudios). ¿Qué tipo de actividad política podría convencerlos de que no basta con esto?

Dörre anuncia de buenas a primeras que él apoya un crecimiento «lento» como objetivo del tipo de economía ecosocialista que él propone, y eso plantea también nuevas preguntas. Me quedé un poco perplejo cuando, tras su detallado diagnóstico crítico de la estrecha conexión entre crecimiento, capitalismo y democracia desacreditada, de pronto expone esta idea.

No me queda del todo claro si cuando Dörre exige un recorte del crecimiento lo que quiere decir es que hay que centrarse en el «crecimiento cualitativo» (un alegato al que yo no me opondría). Pero si la exigencia se refiere a una limitación general del crecimiento económico, entonces no se explica cómo encaja eso con las explicaciones anteriores de Dörre sobre la democracia en el capitalismo.

¿No había descrito ahí el crecimiento como la clave de la legitimación (menguada) del capitalismo, porque el crecimiento permite una participación mayor en la «tarta del bienestar», pero también como garantía de que el orden capitalista queda asegurado al desactivarse políticamente las luchas de clases, mientras que al mismo tiempo se debilitan las condiciones materiales y ecológicas de nuestra supervivencia conjunta en este planeta? ¿Cómo —y por qué— una economía ecosocialista debería tratar de desvincular el crecimiento no solo de la fantasía popular de un mundo que dispone de un inagotable cuerno de la abundancia, sino también del imperativo del productivismo, en el que se basa nuestro dilema ecológico y social?

Por lo que se refiere al Estado nacional parlamentario y democrático como el lugar en el que se podrían llevar a cabo las transformaciones en las que piensa Dörre, con su llamada a un nuevo modelo ecosocialista él se despide definitivamente de las versiones históricas que exigían que la democracia se vinculara con el capitalismo. Sin embargo, resulta difícil imaginarse cómo se podría subsanar la incapacidad de los gobiernos socialistas para implantar eficazmente derechos sociales y ecológicos en el marco de los Estados nacionales parlamentarios y democráticos.

Que el gobierno democrático y socialista de Ecuador abandonara el proyecto de Yasuní para optar por la extracción del petróleo muestra de modo ejemplar lo que quiero decir. Quizá en un nivel comunal las perspectivas de éxito sean mejores. Por ejemplo, en España vemos una auténtica oleada reciente de política comunal radical. Ahí se lucha ya por medidas similares a las que se vislumbran en algunas de las propuestas de Dörre, por ejemplo en relación con la migración (ciudades abiertas), con el cambio climático (reducción de las emisiones mediante la planificación urbana) o con la precariedad (limitar los precios de alquiler y frenar las causas del encarecimiento, como por ejemplo el desarrollo turístico descontrolado).

Dörre apoya un crecimiento «lento» de economía ecosocialista. No queda claro si quiere decir que hay que centrarse en el «crecimiento cualitativo», pero si la exigencia se refiere a una limitación general del crecimiento, no encaja con las explicaciones sobre la democracia en el capitalismo

De modo similar, parece que el proyecto cantonal de los kurdos en la región autónoma de Rojava permite abrigar al menos algunas esperanzas de que se van a tener en cuenta las prioridades ecosocialistas. En una escala geográfica abarcable, ahí se intenta combinar la ecología social, el feminismo y la democracia radical. Seguramente a partir de cierto punto habría que ir pensando en proyectos mayores, pero empezar por donde ya existen tales iniciativas me parece una forma muy razonable de comenzar.

Para evitar malentendidos: no cuestiono de ningún modo la importancia de los esfuerzos por la mayor ampliación posible de la democracia política en todos los niveles, incluyendo los del Estado nacional y las instituciones transnacionales como la Unión Europea. Se trata de un proyecto decisivo. Pero creo que, por decirlo políticamente, debería discutirse al menos como una cuestión abierta en qué nivel de intervención política se puede alcanzar más, sobre todo en un mundo en el que cada uno debe decidir por sí mismo qué acciones políticas apoya.

Tampoco pretendo hacer un llamamiento a desistir de los esfuerzos por «cambiar el sistema desde dentro» ni a abandonar los proyectos para el desarrollo de la solidaridad europea. Sino que, más bien, quiero invitar a sopesar cuidadosamente las dimensiones y la importancia de la transformación, así como el potencial que determinadas formas y nociones de la democracia tienen para llevarla a cabo. En este sentido, que Dörre escoja el concepto de «democracia transformativa» como foco de sus propuestas resulta un planteamiento muy sugerente.

Resulta difícil imaginarse cómo se podría subsanar la incapacidad de los gobiernos socialistas para implantar eficazmente derechos sociales y ecológicos en el marco de los Estados nacionales parlamentarios y democráticos

Referencias

1 Klaus Dörre, «Democracia en vez de capitalismo, o ¡Que expropien a Zuckerberg!», en ¿Qué falla en la democracia? Un debate con Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, Hanna Ketterer y Karina Becker (eds.), Barcelona, Herder Editorial, 2023, p. 28.

2 Jürgen Habermas, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos deteoría del discurso, Madrid, Trotta, 2005, p. 551, citado en Klaus Dörre, «Democracia en vez de capitalismo…», op. cit., p. 33.

3 Karl William Kapp, Los costes sociales de la empresa privada, Madrid, Catarata, 2006.

4 Jason W. Moore, «Sugar and the Expansion of the Early Modern World-Economy: Commodity Frontiers, Ecological Transformation, and Industrialization», Review (Fernand Braudel Center) 23 (2000), pp. 409-433.

5 Klaus Dörre, «Democracia en vez de capitalismo…», op.cit., p. 45.

6 Barbara Muraca, «Decroissance: A Project for a Radical Transformation of Society», Environmental Values 22 (2013), pp. 147-169.

7 Nancy Fraser, «Redistribution or Recognition? Dilemmas of Justice in a ‘Postsocialist’ Age», en: Kevin Olson (ed.), Adding Insult to Injury: Nancy Fraser Debates Her Critics, Londres, Verso, 2008, pp. 9-41.

8 Para más detalles, cf. Nick Meynen, «Controversial EU Canada trade deal, which threatens environmental protections, is tested by Europe’s highest court», en Meta, 26. 06. 2018 [último acceso: 6 de marzo de 2023]).

9 Cf. Michael Efler et al.: «The General Court annuls the Commission decision refusing the registration of the proposed European citizens’ initiative ‘Stop TTIP’», en Curia (Press Release 49), 10 de mayo. 2017 [último acceso: 6 de marzo de 2023].

10 Leah Temper et al., «The Global Environmental Justice Atlas (EJAtlas): ecological distribution conflicts as forces for sustainability», en Sustainability Science 13 (2018), pp. 573-584.

11 Sobre esto, cf. Kieran O’Connor, «’Don’t they represent us?’: A discussion between Jacques Ranciere and Ernesto Laclau», en Verso Blog, 26 de mayo de 2015 [último acceso: 6 de marzo de 2023].

12 Cf. por ejemplo los numerosos casos consignados en el Environmental Justice Atlas [último acceso: 6 de marzo de 2023].

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