Se me ocurre que, si algo gusta a aquellos que escriben filosofía política es, sobre todo, pensar cómo podría ser el mundo; hacer del espacio que hay entre el mundo tal y como es y el mundo como podría ser un lugar cómodo en el que quedarse. ¿Cómo podemos llegar de A —nuestro mundo— a B —ese mundo justo, liberado, por fin, de las injusticias que lo malogran—? ¿Cuáles son las fórmulas que, eventualmente, nos permitirían vivir en un mundo más justo, signifique eso lo que signifique?
Judith Shklar invirtió esta pregunta y, en lugar de concentrarse en cómo debía ser el mundo —pues, como sabía Hölderlin, «siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su infierno»—, indagó cómo podríamos mitigar el dolor que producen las injusticias. Así, buena parte de su pensamiento estuvo guiada por su preocupación por evitar los grandes males, en lugar de por la noble tarea que abrazaron otros filósofos de buscar un paraíso en la tierra a través de modelos abstractos. El acento de su teoría política se encuentra, sobre todo, en las víctimas.
La injusticia y los culpables
El trabajo de Shklar indaga el origen de las injusticias. ¿Por qué existe el mal? ¿Hay un único responsable —Dios, un genio maligno— del mal en el mundo? ¿Solo podemos explicar el mal cuando identificamos a su responsable? ¿Todo mal obedece a uno o varios responsables?
En última instancia, Shklar está preguntando algo que nos interpela cada día, que está presente cada vez que nos lamentamos por algo que nos ha sucedido: quién —y por qué— ha producido este mal. A partir de la pregunta «¿a quién hay que culpar?», Shklar examina por qué necesitamos encontrar un orden, que a veces interpretamos como sentido, en el mundo:
«Necesitamos saber también que realmente existen desventuras y que debemos resignarnos, a menos que queramos sucumbir en fantasías de omnipotencia y total seguridad».
Sin embargo, como sabrá nuestro querido lector, nuestra querida lectora, hay situaciones en las que cualquier cosa es mejor que el silencio. Ante la pregunta «¿por qué a mí?» preferimos enfurecernos con un dios —en el que, no pocas veces, ni tan siquiera creemos—, antes que asumir una falta de sentido.
El trabajo de Shklar indaga el origen de las injusticias. ¿Por qué existe el mal? ¿Hay un único responsable —Dios, un genio maligno— del mal en el mundo? ¿Solo podemos explicar el mal cuando identificamos a su responsable? ¿Todo mal obedece a uno o varios responsables?
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