Filósofa y psicóloga, Magdalena Reyes concibe la filosofía como un tesoro y una misión. El tesoro es conocerse a sí mismo, la misión es que los demás también se unan porque una filosofía de salón o limitada «a los intelectuales –afirma– significa privar a las personas de ese regalo, que, como dijo Aristóteles, permite experimentar la felicidad auténtica». Del sentido, del regalo de la filosofía y de su práctica hablamos con ella.
Por Pilar G. Rodríguez
A Magdalena Reyes le gusta contar –es verdad, porque a nosotros también nos lo ha contado y enseguida lo vas a leer– cómo siendo estudiante de filosofía sentía ganas de meter a gente de la calle, que pasara por ahí, a las clases, a escuchar de qué iba aquello. Quería que no se lo perdieran. Es la misma sensación que uno tiene cuando está en medio de algo bueno y piensa en compartirlo con los que quiere o con el mayor número de gente posible, según su grado de generosidad. Eso, además de generosidad, habla de amistad y de amor. Y quizá no sea exagerado decir que en pensar y en querer compartir consiste, en definitiva, la amistad y el amor.
Con el tiempo, aquella estudiante de filosofía se convirtió en profesora, pero el entusiasmo no varió ni tampoco sus intenciones: sigue intentando arrastrar a la gente hacia la filosofía y lo hace, por ejemplo, a través de las ondas de su café filosófico o del blog que tiene en este portal. También a través de charlas y talleres, donde puede suceder que, en ocasiones, alguien que simplemente caminara por allí se detuviera, extrañado, a preguntar: ¿qué está pasando aquí? Pararse, extrañarse, cuestionarse, he ahí los grandes detonadores de este regalo que Magdalena Reyes Puig ve en la filosofía.
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