Filósofa y psicóloga, Magdalena Reyes concibe la filosofía como un tesoro y una misión. El tesoro es conocerse a sí mismo, la misión es que los demás también se unan porque una filosofía de salón o limitada «a los intelectuales –afirma– significa privar a las personas de ese regalo, que, como dijo Aristóteles, permite experimentar la felicidad auténtica». Del sentido, del regalo de la filosofía y de su práctica hablamos con ella.
Por Pilar G. Rodríguez
A Magdalena Reyes le gusta contar –es verdad, porque a nosotros también nos lo ha contado y enseguida lo vas a leer– cómo siendo estudiante de filosofía sentía ganas de meter a gente de la calle, que pasara por ahí, a las clases, a escuchar de qué iba aquello. Quería que no se lo perdieran. Es la misma sensación que uno tiene cuando está en medio de algo bueno y piensa en compartirlo con los que quiere o con el mayor número de gente posible, según su grado de generosidad. Eso, además de generosidad, habla de amistad y de amor. Y quizá no sea exagerado decir que en pensar y en querer compartir consiste, en definitiva, la amistad y el amor.
Con el tiempo, aquella estudiante de filosofía se convirtió en profesora, pero el entusiasmo no varió ni tampoco sus intenciones: sigue intentando arrastrar a la gente hacia la filosofía y lo hace, por ejemplo, a través de las ondas de su café filosófico o del blog que tiene en este portal. También a través de charlas y talleres, donde puede suceder que, en ocasiones, alguien que simplemente caminara por allí se detuviera, extrañado, a preguntar: ¿qué está pasando aquí? Pararse, extrañarse, cuestionarse, he ahí los grandes detonadores de este regalo que Magdalena Reyes Puig ve en la filosofía.
Con el tiempo, la estudiante de filosofía se convirtió en profesora para hacer realidad aquello que deseaba en las clases: que un mayor número de personas conocieran y gozaran de la filosofía
Nacida en Uruguay en 1970, Magdalena Reyes es filósofa y psicóloga. Imparte clases de Antropología Filosófica y Filosofía Social y Política en la Universidad Católica del Uruguay, pero acerca la filosofía a todo aquel que la busca, desde su lado más práctico, a través de la consultoría filosófica o que simplemente se deja seducir por ella en las numerosas actividades que dirige.
En una entrevista usted ha manifestado que nunca sintió que la filosofía fuera una disciplina para intelectuales. ¿Cómo la sentía usted?
Para mí la filosofía siempre fue algo así como un leitmotiv: no puedo imaginar mi vida sin ella. A veces, incluso, me resulta difícil comprender cómo existen personas en este mundo que pueden vivir sin ella. Siempre cuento que, en mi época de estudiante en la Facultad de Humanidades, mientras escuchaba a aquellos profesores dando clases magistrales sobre Ética, Estética o Filosofía Antigua y Contemporánea, me daban ganas de salir a la calle a invitar a las personas que caminaban por allí a entrar a clase a escucharlos. Siempre sentí que la filosofía te cambia la vida, porque a través de ella aprendes a ver el mundo desde una perspectiva mucho más abierta y libre. Platón decía que, en el contacto con la belleza, las personas se hacen más sensibles y profundas. Para mí ese es, precisamente, el efecto que hace en las personas el encuentro con la filosofía. Por eso es para todos. Todos necesitamos de ella para ser más plenamente humanos. Limitar su alcance solamente a los intelectuales significa privar a las personas de ese regalo, que como bien dijo Aristóteles, nos permite experimentar la felicidad auténtica.
«No puedo imaginar mi vida sin la filosofía. A veces, incluso, me resulta difícil comprender cómo existen personas en este mundo que pueden vivir sin ella»
La filosofía práctica es bastante reciente, aunque está en los orígenes de la misma. ¿Por qué cree que se ha producido esta vuelta a los orígenes?
Pienso que esta vuelta a los orígenes tiene que ver con el desencanto imperante. La gente está ávida de algo que le pueda dar sentido a su vida. Los grandes ídolos (Dios, la ciencia, el capitalismo y comunismo) han «muerto» al decir de Nietzsche –o, al menos, están sensiblemente devaluados–, pero las personas necesitamos de algo que pueda dar sentido a nuestra vida, tan relevante y efímera al mismo tiempo.
Creo que el imperativo socrático «conócete a ti mismo» ha estado siempre vigente, pero la filosofía fue perdiendo relevancia como medio para llevar a cabo este proyecto. Después de Sócrates, quien señalaba a sus discípulos que el conocimiento de la verdad se encontraba en ellos mismos –en su alma–, vinieron Dios, la ciencia y diversas ideologías a proveer a los seres humanos de respuestas prediseñadas. En este sentido, la filosofía es mucho más liberadora, ya que ella no nos ofrece ninguna respuesta definitiva, sino que nos estimula a cuestionarnos y pensar de forma crítica, siempre abierta a las diversas perspectivas o alternativas. La búsqueda de sentido desde la filosofía es mucho más ardua, pero también más estimulante y gratificante porque –acompañados de las mentes más brillantes y bellas de la historia– nos permite sentirnos capaces de encontrar las respuestas por nosotros mismos.
«Creo que el imperativo socrático ‘conócete a ti mismo’ ha estado siempre vigente, pero la filosofía fue perdiendo relevancia como medio para llevar a cabo este proyecto»
En su trayectoria, la psicología se sumó más tarde a la filósofa que usted ya era. ¿Qué le faltaba a la una (la filosofía)? ¿Qué le aportó la otra (la psicología)?
En realidad, nunca sentí una carencia particular cuando me dedicaba solamente a la filosofía. Esto es porque es una disciplina tan amplia que te permite pensar e investigar en un espectro bien amplio. La filosofía es mi gran vocación, pero siempre sentí ganas de reflexionar con otros en un ámbito más íntimo, y la psicología siempre me resultó interesante, especialmente en su aplicación clínica.
Así, el ser psicóloga me permitió diversificar mi práctica profesional, y hoy siento el placer de poder integrar mis dos profesiones para acompañar a las personas en su camino de búsqueda para hacer de su vida una experiencia más plena y significativa.
¿Al psicólogo o al filósofo?
En los últimos años la consultoría filosófica vive un boom que inevitablemente ha hecho necesario cribar, primero, entre profesionales y aprovechados. y, después, entre los distintos profesionales. Como filósofa y psicóloga, Magdalena Reyes tiene una posición de privilegio para explicar las diferencias entre una consultoría filosófica y una psicológica.
«En mi caso particular, integro las dos profesiones en mi práctica como psicóloga clínica. De todas maneras, sí hay diferencias: mientras la psicoterapia se centra en los conflictos que tienen que ver con la mente del ser humano, concebida según las más diversas teorías y escuelas psicológicas, el enfoque de la consultoría filosófica es sobre el pensamiento, el logos, la cosmovisión, la razón, la conciencia y los valores propios del consultante. En la consultoría filosófica no se trata de trabajar sobre los conflictos psíquicos o mentales, sino, como afirmó Wittgenstein, de ‘desatar los nudos del pensamiento’.
El malestar o sufrimiento que experimentan las personas tiene mucho que ver con la forma como piensan o conciben los diversos hechos, personas o circunstancias de su vida, y nuestro pensamiento está generalmente basado y dirigido por prejuicios y creencias no examinadas. A través de la consultoría filosófica las personas pueden revisar y reflexionar acerca de su propia forma de pensar y valorar los hechos y la vida en general, para así poder integrar una perspectiva más abierta y liberadora».
Por su experiencia, ¿existe algún tema recurrente en los planteamientos de los consultantes?
La mayoría de mis consultantes son personas que se encuentran en la mitad de su vida, y el tema más recurrente es, precisamente, la búsqueda de sentido. Por lo general, tendemos a proyectar nuestra vida según lo que la sociedad y los demás esperan de nosotros. Hacemos lo que «debemos» hacer, según las pautas y valores sociales y culturales, pero esto no siempre coincide con lo que realmente «queremos» ser o hacer. Y esta conciencia generalmente se despierta una vez que hemos «concluido» ese proyecto (estudiar una carrera particular, formar una familia, trabajar, etc.). En ese momento muchas personas se encuentran cuestionándose si hicieron de su vida algo realmente significativo para ellos mismos. Este es el comienzo del camino de la individuación que tan bien pensó y explicó Carl Jung. No se trata de dejar todo lo construido de lado, pero sí de un comienzo de búsqueda introspectiva, eso que Sócrates recomendaba a sus discípulos a través de la máxima «conócete a ti mismo».
«La mayoría de mis consultantes se encuentran en la mitad de su vida. En ese momento se plantean si hicieron de su vida algo realmente significativo para ellos mismos»
¿Qué le han enseñado sus alumnos? ¿Y sus pacientes/consultantes?
Casi todo. Digo «casi», porque mis maestros también me han enseñado mucho. Pero cuando digo aquí maestros lo digo en sentido literal –esto es, a aquellos profesores y autores que me han enseñado tanto–, porque tanto mis alumnos como pacientes y consultantes han sido y son auténticos maestros para mí.
¿Con qué filósofo tendría usted una sesión de consultoría filosófica?
Con Nietzsche, mi más insigne maestro, sin lugar a duda.
¿Es mejor filósofa por ser psicóloga? ¿Y por ser poeta? [Magdalena Reyes es autora del libro de poesía Yo, mujer].
Pienso que el ser mejor o peor no depende de las profesiones, sino de lo que uno hace de sí mismo con ellas como medios o herramientas. Lo que sí siento es que soy muy privilegiada por haber podido estudiar y dedicarme a lo que más me apasiona, y por poder integrar todo esto en lo que hago y soy.
«Ser mejor o peor no depende de las profesiones, sino de lo que uno hace de sí mismo con ellas como medios o herramientas»
Alguna vez escuché que la felicidad es un «subproducto necesario» que se da en esos momentos cuando uno descubre que «está en el lugar que debe estar, haciendo lo que debe hacer». En este sentido, debo admitir que me siento privilegiada y plena por ser lo que soy, con mis luces y también mis sombras.
«Yo mujer»: la palabra poética de una filósofa

«Escribir es, para mí, vivir la agonía y el goce de la humano, demasiado humano en la más profunda intimidad. Y así, este pujo originario, irrefrenable y brutal que me impulsa a escribir». En 2011, Magdalena Reyes alumbró un libro y vio publicado Yo mujer, una obra de versos, prosas y reflexión filosófica. Una obra que es diario y son memorias y es diálogo de la autora con filósofos, poetas y escritores de todas las épocas. Un libro que es un ejercicio –impulso lo llama ella– de libertad y de vida con todo el placer y dolor que esta mezcla. Quizá por ello antes de pasar a los yoes, a las mujeres (niña, sola, madre, libre…) que Reyes repasa en los diversos capítulos o fases de libro, la autora tiene un recuerdo para sus hijos: «Escribir es un placer que nace del dolor y por eso, cuando escribo, no puedo más que evocar a mis tres hijos, paridos con dolor y abrazados por primera vez, desnudos, vulnerables, indefensos, con el más intenso placer y amor».
El misterio del Tiempo;
ese enigma indomable y desplegado.
Ante su asombro el hombre abre su mano
y se aferra al remo que empuja
el enredado río de Heráclito.
Somos gotas oscuras, no de agua;
de sangre fuimos consumados.
Círculos de órbitas descosidas,
esferas mutiladas y partidas;
somos el preámbulo de nosotros,
–de lo eterno, de lo inmóvil–
de aquello que devendrá
cuando tropecemos
con lo que no íbamos buscando.
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