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Maneras de morir

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¿Cómo mueren los filósofos? Simon Critchley recopila en «El libro de los filósofos muertos» casi 200 relatos sobre cómo los distintos pensadores acabaron sus días.

¿Cómo mueren los filósofos? Simon Critchley recopila en «El libro de los filósofos muertos» casi 200 ejemplos.

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El catedrático de filosofía y divulgador Simon Critchley ha recopilado en un libro 190 maneras de morir de otros tantos pensadores. El libro de los filósofos muertos recoge así una idea, una especie de encargo, de Montaigne y consigue también aquello que decía el primero de los ensayistas de tener continuamente «la muerte en la boca».

Por Pilar G. Rodríguez

Cuenta Simon Critchley en El libro de los filósofos muertos (Taurus) que los egipcios a menudo hacían traer un esqueleto mientras disfrutaban de un banquete para que les recordara el futuro que les esperaba. Conocida la anécdota por Montaigne, este extrajo la moraleja: «De modo que me he acostumbrado a tener la muerte continuamente presente, no solo en mi imaginación, sino en mi boca».

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El libro de los filósofos muertos, de Simon Critchley (Taurus).
El libro de los filósofos muertos, de Simon Critchley (Taurus).

La muerte, la muerte, la muerte… La muerte en abstracto y las reflexiones que esta originó en la vida de los distintos filósofos. La muerte en concreto y las muertes que, a la postre, tuvieron los filósofos a lo largo de la historia. Eso es lo que ocupó la cabeza, la boca y las manos de Simon Critchley el tiempo que duró la escritura de este libro que invita a la reflexión pero no esquiva la risa ni deja a un lado la esperanza. ¿Cómo puede ser? Lo primero, porque funciona como ese esqueleto inquietante que presidía los banquetes de los egipcios: sin impedir disfrutar de los placeres, añadía cierta trascendencia al suscitar pensamientos relacionados con el carácter efímero de la vida, quizá sobre su sentido…
La risa, porque en el inventario de muertes que es El libro de los filósofos muertos se encuentran historias excéntricas, ridículas, inesperadas y anécdotas muy divertidas. La esperanza, porque, reuniendo la cita de Cicerón de que «filosofar es aprender a morir», y quizá la principal enseñanza de Sócrates, que la vida debe medirse en relación con la muerte, el autor hace explícito su propósito: «Mi apuesta consiste en que aprender a morir también podría enseñarnos a vivir».

El libro de Critchley invita a la reflexión, pero no esquiva la risa ni deja a un lado la esperanza. ¿Esperanza? La del autor es que «aprender a morir también podría enseñarnos a vivir»

Esta es una selección de las maneras de morir de los filósofos recogidas en el libro de Simon Critchley:

1 Platon y Aristóteles. Piojos, veneno e incertidumbre

Es la pareja sobre la que se asienta la filosofía occidental y se conocen bastante sus vidas y mejor sus obras, pero ¿qué hay de cómo murieron? No hay acuerdo en ninguno de los casos. Que Platón murió sobre su escritorio es lo que dice Cicerón. Hermipo, autor de comedias, afirmó que acabó sus días mientras celebraba una boda y que fue enterrado en la Academia. «Hay otra versión que dice que murió de una infección de piojos. Aunque, como señala el erudito Thomas Stanley en su Historia de la Filosofía de 1687, los que difunden una historia tan deshonrosa sobre Platón «le causan mucho daño».

De Aristóteles se dice que murió –más bien se suicidó– al tomar acónito, una planta sumamente venenosa. Lo recoge Diógenes Laercio de este modo en su libro Vidas de los filósofos más ilustres: «Murió allí mismo habiendo bebido el acónito, como dice Eumelo en el libro V de sus Historias, a los setenta años de edad; y añade que tenía treinta cuando entró en la escuela de Platón. Engáñase en esto, pues vivió sesenta y tres (…)». El que dice que Aristóteles murió a los 63 de forma natural era Apolodoro.

2 El último chiste de Diógenes

Su vida se puede contar a partir de las numerosas y reveladoras anécdotas que tejen su biografía. Su muerte no sería más que la última de esta serie. Juguetón hasta el final, se dice que murió conteniendo la respiración. Otros apuntan a que el más conocido de los filósofos cínicos murió después de comer pulpo crudo.

Si te mueres conteniendo la respiración, ¿te mueres o te suicidas? Diógenes hasta el último instante haciendo de las suyas

3 Epicuro y la felicidad renal

Epicuro escribió líneas decisivas sobre la muerte en la famosa Carta a Meneceo: «Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros es nada, que todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones (…)». ¿Siguió pensando así hasta el final de sus días? Parece que sí. Critchley cuenta que murió de un fallo renal en medio de terribles dolores, pero que su ánimo no se resintió. En su última carta a Hermarco, le decía: «El día más feliz, y el último, de mi vida. Padezco enfermedades de la vejiga y los intestinos, que son de la máxima gravedad. Sin embargo, todos mis sufrimientos se compensan con la alegría del alma que me provoca recordar nuestros razonamientos y descubrimientos».

4 Hipatia desollada

Luchas políticas y luchas religiosas se cruzaron en el asesinato de la mujer que estaba al frente de la escuela neoplatónica de Alejandría en el siglo V. Amiga de Orestes, prefecto pagano y amigo de la tolerancia, Hipatia fue abordada por un grupo de cristianos furiosos que la sacaron a rastras del carruaje, la desnudaron y la asesinaron «con trozos de tiestos rotos. Después de desollarla usando conchas de ostra, su cuerpo fue troceado y quemado en un lugar llamado Cinaron».

Epicuro murió entre grandes dolores, lo cual no le impidió escribir: «El día más feliz, y el último, de mi vida»

5 Tomás de Aquino: la paja y la rama

El prolífico autor de la Suma teológica tuvo una extraña experiencia un año antes de morir. Durante una misa en Nápoles, en el año 1273, no se sabe si Tomás de Aquino tuvo una experiencia mística o le sobrevino un infarto cerebral, pero el caso es que el laborioso monje interrumpió la obra por la que pasaría a la historia. Cuando su secretario le pidió explicaciones, animándole a que concluyera, le dijo simplemente: «No puedo. En comparación con lo que he visto en la oración, todo lo que he escrito me parece paja». Y no fue paja, sino la rama de un árbol, lo que le hirió gravemente mientras viajaba para asistir al Concilio de Lyon. Lo acogieron en una abadía cercana, donde murió.

La primera muerte de Montaigne

La sombra de Montaigne planea sobre todo el libro. Critchley lo tiene bien presente en los capítulos introductorios y una cita del primer ensayista da inicio a la obra. La inicia y parece haberla originado, puesto que la frase dice: «Si yo fuera un hacedor de libros, haría un registro comentado de las distintas muertes. Quien enseñara a los hombres a morir les enseñaría a vivir». Y esa es la tarea que el autor acomete a lo largo de las más de 350 páginas del libro.

En la entrada dedicada al óbito de Montaigne, más que a comentar este (que sobrevino por un ataque de amigdalitis), Critchley se para en un episodio muy curioso, una experiencia cercana a la muerte de la que Montaigne supo o pudo regresar. Sucedió cuando, yendo a caballo, chocó violentamente con un criado que marchaba a galope tendido. «De modo que allí estaba el caballo caído y tendido inconscientemente, y allí estaba yo, doce pasos más allá, muerto, yaciendo boca arriba, con la cara contusionada y lacerada (…) sin dar más muestras de movimiento o de sentimiento que un tocón». Poco a poco el escritor fue recuperando la memoria hasta ser capaz de escribir: «Daba la sensación de que un relámpago estaba sacudiendo mi alma con un golpe estremecedor y que en ese momento yo regresaba de otro mundo».

6 Francis Bacon: muerte por empirismo

Así es como el autor de El libro de los filósofos muertos describe la forma en que Francis Bacon abandonó este mundo. Al gran promotor del empirismo se le ocurrió –sin ir desencaminado– que la carne podría preservarse con hielo o sal y en uno de los inviernos más fríos de Londres fue a comprobarlo. Compró una gallina, la rellenó de nieve, pero como efecto colateral del experimento, enfermó él mismo y murió poco después. Otra teoría recogida por Critchley es que Bacon era adicto a los opiáceos «y murió de una sobredosis de nitro o de opio».

7 Montesquieu: morir de amor

O el equivalente, morir en brazos del amante, de la amada en este caso. Eso es lo que hizo Montesquieu, que acabó su vida junto a madame Dupré de Saint Maur. Dejó sin terminar un ensayo sobre el gusto destinado a integrar las páginas de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. En esta entrada, Critchley recuerda las palabras de Usbek, uno de los protagonistas que intercambian visiones en Cartas persas y que en un momento dice: «Habría que manifestar pena por los hombres cuando nacen, no cuando mueren». Y menos si es de la forma en que lo hizo el barón.

¿Era Francis Bacon un adicto al opio? Al promotor del empirismo le sienta mejor una muerte desencadenada por uno de sus experimentos

8 Mary Wollstonecraft: vindicación vital

En el año 1792 escribió la decisiva Vindicación de los Derechos de la mujer y en todos los que vivió asumió el compromiso con la autonomía de las mujeres. Para ella trazó pronto el objetivo de convertirse en escritora por méritos propios y, venciendo muchas dificultades, lo consiguió. De tumultuosa vida personal, tuvo una hija con William Godwin, uno de los pioneros del movimiento anarquista, pero Wollstonecraft no superó el parto y murió muy pocos días después. Con el tiempo, aquella niña se convirtió en Mary Shelley, pionera también en campos como el de la ciencia ficción con su inmortal Frankenstein o el moderno Prometeo.

9 Bergson y Weil: hasta el final con los perseguidos

Estamos en los tiempos de la Francia de Vichy y los judíos están obligados a hacer cola y presentarse a las autoridades. Bergson, filósofo muy reconocido en su época y premio Nobel de Literatura, era una eminencia y había obtenido una exención de este trámite. Pero la rechazó e hizo cola con los demás judíos los primeros y fríos días del año 1941. Murió de una bronquitis. «Quise permanecer entre aquellos que mañana serán perseguidos», había manifestado.

Simone Weil murió dos años después en Inglaterra sin permitirse, ya enferma y muy debilitada, comer más de la ración oficialmente decretada en la Francia ocupada. Weil había dejado las aulas por las fábricas y la paz por la Guerra Civil española y había dado lugar a reflexiones muy originales cuya lectura, si se acompaña de su biografía, resulta sobrecogedora.

En tiempos difíciles, Bergson y Weil rechazaron cualquier privilegio. Fue el primero quien expresó su intención de «permanecer entre los perseguidos», pero la frase les describe a ambos

10 Sartre y Beauvoir: en el amor y en la muerte

La pareja que había inventado el amor necesario frente a los contingentes quedó unida también en la muerte. Con seis años de diferencia, los dos murieron de un edema pulmonar y los dos tuvieron entierros muy multitudinarios. Sartre lo hizo primero, en 1980. Simone de Beauvoir estaba allí cuando entró en coma y ya no despertó. Un grupo de amigos velaron el cadáver mientras bebían, reían y lloraban. En un momento Beauvoir quiso quedarse a solas con su compañero e hizo intención de tenderse junto al cuerpo sin vida de Sartre, pero la llamaron la atención porque el peligro de las heridas gangrenadas. Se tumbó junto a él con las sábanas de por medio. Un año después le dedicaba La ceremonia del adiós, «el primero de mis libro –el único, sin duda– que usted no habrá leído antes de que se publique».

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