Michael Sandel es profesor en la Universidad de Harvard. Se hizo conocido a raíz de la materia que allí imparte, Justicia, y a raíz del libro que escribió inspirado en esas clases, Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?
Sandel es un autor muy didáctico frente a otros libros de filosofía más áridos. Al ser profesor, leer sus libros es como ir a una clase de filosofía para no filósofos (ya que sus clases van dedicadas a estudiantes de derecho en Harvard). No tiene libros tediosos, ni emplea conceptos técnicos, y siempre están muy bien ejemplificados.
Hoy hablamos de su último libro, La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, en el que hace una crítica al ideal meritocrático por haber generado una división entre ganadores soberbios y perdedores humillados en la sociedad. Este abismo aumenta la brecha social y la desigualdad, pero no solo la económica, sino también la de reconocimiento: si eres un fracasado, tú tienes la culpa.
Ganadores y perdedores
En la lógica meritocrática, el único culpable de que no tengas una «buena vida», como dirían los griegos, eres tú mismo. En consecuencia, los perdedores se sienten humillados y no reconocidos según esos estándares que cada sociedad impone para poder ser llamado «exitoso». Sandel pone el ejemplo de Estados Unidos, donde ser exitoso se traduce por tener un título universitario. Sin embargo, dos tercios de los estadounidenses no tienen ninguno y, por ende, son proclives a sentirse humillados y no reconocidos.
Por otro lado, en esta dinámica, los ganadores serían aquellos que se han responsabilizado de sus ganancias y pérdidas. Pensar que aquellos que han tenido éxito en la vida son los únicos ganadores genera dos problemas: soberbia y olvido de la tyché griega, que se traduciría por fortuna o azar.
La soberbia lleva a los «ganadores» a no poder ponerse en el lugar del otro, porque piensan que no tienen nada que ver con «el otro» por ser un fracasado que no está en mi lugar porque no quiso. Comprender la existencia de la tyché es muy importante; en ella se incluye todo lo que no es por obra y gracia de la voluntad propia, sino que, simplemente, te toca: una familia, unos recursos económicos, herramientas emocionales… Es comprender que no todos partimos de la misma línea de salida.
En la tyché se incluye todo lo que no es por obra y gracia de la voluntad propia, sino que, simplemente, te toca
El mérito y el bien común
Sandel señala que, por mucho que la sociedad norteamericana se jacte del American dream y de ser una sociedad que promueve la movilidad social, esto es mucho más común en los países europeos. En ellos hay una mayor igualdad de base por su sistema político socialdemócrata.
En otro de sus libros, Filosofía pública, aboga por la recuperación de lo público y por el diálogo entre las diferentes posturas para construir juntos por el bien común. No basta solamente con erradicar el ideal meritocrático; hay, además, que promover la importancia del bien común. Debemos apuntar hacia aquello que es bueno para la comunidad.
Los grandes filósofos que reflexionan hoy sobre filosofía política están planteando la recuperación de valores como la solidaridad o la comunidad. Su importancia se ha resaltado más todavía durante la pandemia, donde no sirve el «sálvese quien pueda». La pandemia expuso las fallas de la meritocracia porque, aunque nos afecte a todos, no lo hace a todos por igual. Esto acentuó la importancia de algo que ya sabíamos: tenemos que ir todos en el mismo barco y remar en la misma dirección.
SIGUE LEYENDO
La libertad fuera de la meritocracia
La alternativa de Sandel no pretende erradicar la libertad individual, sino, más bien, que nos paremos y nos preguntemos a qué nos referimos cuando hablamos de libertad. Explica que una persona libre es aquella que reconoce lo que otros aportaron a su vida y no es mérito propio: sus profesores, las oportunidades que le dio su familia, la fortuna con la que nació… Solo puede hacer uso de la verdadera libertad quien admite la importancia de los demás en su camino, quien se ve a sí mismo como un animal social y vulnerable.
Venimos de un paradigma neoliberal donde se ha conseguido asociar el concepto de libertad únicamente al individuo, nunca a lo colectivo. Sandel explica que el ideal meritocrático viene especialmente del calvinismo, donde la salvación se consigue por los méritos de uno mismo y no porque Dios nos conceda esa gracia, como sucede en el catolicismo agustiniano.
Solo puede hacer uso de la verdadera libertad quien admite la importancia de los demás en su camino, quien se ve a sí mismo como un animal social y vulnerable
Pongamos un ejemplo: un joven es el primero de su familia en ir a la universidad. Sus padres no tienen estudios universitarios, pero, de no ser por el esfuerzo de estos, él no hubiera tenido esa oportunidad. ¿A quién corresponde el éxito aquí? ¿Al hijo por ir a la universidad, aunque sea gracias a sus padres, o a los padres por haber tenido un hijo universitario?
Desde un punto de vista meritocrático, el hijo es el exitoso y los padres son los fracasados y, en todo caso, se sacrificaron por su hijo. Desde el punto de vista de Sandel, que es el interesante, lo necesario es cambiar la estructura de la sociedad meritocrática para comenzar a apreciar el valor de todos los trabajos. De este modo, entenderemos que el éxito no depende de tener un título universitario.
La revalorización del trabajo
Preguntémonos: ¿por qué es exitoso el basurero? Porque está haciendo un trabajo fundamental para la comunidad. Si no fuera por las personas que recogen la basura, estaríamos viviendo en un basurero todos y cada uno de nosotros.
Sandel diría, entonces, que, cualquiera que fuera el trabajo de los padres de este joven, ha servido para dos cosas. Por un lado, ha contribuido por el bien común y, en segundo lugar, ha servido para ofrecerle a su hijo la oportunidad que ellos no tuvieron o no quisieron elegir (puesto que no todo el mundo debe elegir el mismo camino y decidir estudiar en la universidad para considerarse exitoso).
Michael Sandel reivindica la urgencia de revalorizar el trabajo, todo tipo de trabajo. Explica que la era meritocrática lleva instaurada cuatro décadas desde que comenzó a cobrar fuerza en Estados Unidos en 1980. En el sistema financiero en el que nos encontramos desde entonces, la gente trabaja por y para la especulación y la apuesta individual.
La economía real, la genuina, es aquella que administra los recursos en función del bien social, y esto no es lo que está sucediendo en la actualidad. Por eso, resignificar el valor del trabajo es una obligación que poner sobre la mesa en la discusión pública. Esto no pasa solo por cuánto dinero ganamos, sino por cuánto reconocimiento social tiene nuestro trabajo.
Esto es lo que sucede en Finlandia con los maestros, por ejemplo. Quizás no son los que más dinero ganan, pero sí tienen un enorme reconocimiento en la comunidad. Debemos entender que todos los trabajos aportan algo único y debemos pararnos a pensar cuánto les tenemos que agradecer.
* Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol). Puedes escuchar el audio completo aquí.
2 comentarios