La historia en el centro de la filosofía
A partir del siglo XIX se comenzó a sostener —cada vez con más fuerza— que todos los fenómenos, tanto los naturales como los culturales, son intrínsecamente históricos. A medida que se fue profundizando en esta forma de abordar los fenómenos, se fue socavando la pretensión tradicional de fundamentar el mundo y las formas de su experiencia (ciencia, arte, etc.) sobre un punto fijo sustraído al cambio y a la mutación.
El mundo platónico de las ideas o el mundo aristotélico de las formas son incompatibles con la tesis de que todas las cosas son radicalmente históricas. A partir de este momento, la filosofía se vio llamada a plantear e intentar responder a la siguiente pregunta: «¿Qué es la historia?». De hecho, no hay autor significativo en los últimos dos siglos que, de un modo u otro, no haya, con más o menos amplitud, elaborado una respuesta para ella.
Para poder abordar correctamente las distintas concepciones de la historia que se desarrollaron a partir del siglo XIX es necesario, en primer lugar, remontarse al alba de la modernidad. En el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, sobre las ruinas del mundo medieval, la cultura europea se erigió fijándose en los modelos grecolatinos.
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