Su nombre es uno de los “grandes” de la filosofía, uno de los que más han dado que hablar también, pero aparte de todo eso –o además–, para mí es sobre todo mi maestro. Si yo llegué a la filosofía fue gracias a él, en concreto a través de Humano, demasiado humano, que llegó a mis manos a los 16 años y me enamoré. Me enamoré de sus ideas, de cómo las comunicaba… Porque uno puede nacer con una vocación, pero, como decía Platón, siempre es necesario un maestro que nos ayude a descubrirla. Y él fue mi gran maestro. Tengo una admiración muy especial por él, que es compartida por muchos lectores de filosofía o interesados. Y es que uno lee a Nietzsche y no puede dejar de conmoverse. Es difícil leerlo y mantenerse imperturbable. Nietzsche conmociona.
Filosofía a martillazos
Justo esa era la idea que él tenía al hacer filosofía: decía que filosofaba con el martillo. Y ¿para qué quiere él un martillo? ¿Qué es lo que quiere romper? Pues el caparazón de nuestras creencias, nuestros prejuicios y miedos… Quiere que dejemos aparte todo eso para reconciliarnos con nuestra humanidad. Él era ante todo un amante del ser humano. Creía que es maravilloso serlo, porque en él reside el poder de la autosuperación. El problema es que no nos aceptamos con nuestras fortalezas y debilidades y por eso nos apegamos a ideas o historias creadas, a verdades absolutas que nos hacen sentir empoderados, cuando este empoderamiento tiene que venir de nosotros mismos, no de ningún más allá. En ese sentido hay que entender su “Dios ha muerto, el hombre lo ha matado”. Más que en términos religiosos, en términos humanos. No era un ateo recalcitrante, sino un individualista militante y lo que pretendía era que los seres humanos dejáramos de aferrarnos a verdades externas, trascendentes. Como buen discípulo de Spinoza, creía que la divinidad es inherente al ser humano.
El famoso “Dios ha muerto, el hombre lo ha matado” hay que entenderlo en términos humanos, más que en términos religiosos: no era un ateo recalcitrante, sino un individualista militante
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Ama tu destino
Nietzsche vivió en la segunda mitad del siglo XIX, del 1844 al 1900. Creció en un familia luterana muy religiosa. Su padre, pastor, murió cuando tenía años y su hermano menor murió meses después. Quedó solo, lo que le marcó profundamente, al cuidado de su hermana y su madre. Estudió teología y filología, no filosofía y, sin embargo, fue un gran filósofo. Un filósofo muy singular que, por ejemplo, cuando yo estudiaba en la facultad, no se daba. Ahora ya sí, un gran avance. Y es que en muchos ámbitos y durante mucho tiempo se le consideró un escritor, un poeta… Y no le molestaría mucho. Él defendía que el filósofo tiene que ser un artista y que la expresión humana más elevada es la de la creatividad sostenida sobre la libertad: ser libre para crear no solo objetos artísticos, sino ideas. Él fue un gran creador de ideas.
Decía también que debemos ser capaces de crear nuestros propios valores y no obedecer a mandatos externos que se nos imponen. Fue un gran antiplatónico y anticristiano en ese sentido, ya que el judeocristianismo aparece como una vía que impone en el ser mandatos de un Más Allá a los que hay que obedecer para ganar una vida en ese Más Allá. Pero ¿qué es una vida en el Más Allá, se pregunta, si tenemos esta. Ahí viene el concepto del amor fati: ama tu destino, ama tu vida, afírmate en ella. Eso no quiere decir que pretendas vivir una vida donde todo sea color rosa, no. Él decía: “Cuanto más profundamente miramos la vida, más profundamente veremos el sufrimiento”. Está claro que no vamos a buscarlo, que ya vendrá, pero cuando nos toque tenemos que mirarlo a la cara y hacerlo de frente con valentía: eso de “lo que no me mata me hace más fuerte”.
Nietzsche decía también que debemos ser capaces de crear nuestros propios valores y no obedecer a mandatos externos que se nos imponen
La existencia del mundo trascendente, el mundo de la caverna platónica, era una idea absurda para él. Decía que todas estas ideas absolutas que se imponen, desde una trascendencia postulada por sacerdote o filósofo, son formas de dominación. A través de esos mandatos se ejercita un poder malsano, porque el verdadero poder es el que uno ejerce sobre sí mismo, el autogobierno de quién soy yo, dónde quiero llegar, en qué me quiero convertir. Ahí utilizo mi voluntad de poder. Intentar dominar al otro trasluce inseguridad y desempoderamiento. Como no puedo dominarme a mí mismo, siento malestar, y ese malestar, que Nietzsche llama “resentimiento”, me llama a dominar al otro para sentirme, de alguna manera, amor y señor. Una mentira porque el verdadero amo y señor es que el se posee a sí mismo.
Apropiación indebida y eterno retorno
A los 22 años decide que la teología no era para él. Abandona la idea familiar de que debía ser pastor como sus dos abuelos y su padre, agarra el martillo –su propio martillo de la filosofía– y se dedica a la filología. Con 24 es el profesor más joven de la universidad de Basilea. Ahí renuncia a la nacionalidad alemana porque consideraba que los alemanes eran muy nacionalistas y será apátrida hasta su muerte. Qué paradoja, ¿no? Porque luego el partido nazi se apropiará de él, de sus escritos y su legado. ¿Por qué? Él no creía en una filosofía que se tuviera que explicar o fundamentar. Él quería romper, y para ello usa la metáfora y un lenguaje simbólico abierto a la interpretación: “No hay hechos, solo interpretaciones”, dirá.
De modo que escribe frases, aforismos que lees y te interpelan. Son la expresión radical de un pensamiento radical que te conmueve hasta romperte la cabeza. Pero ¿qué ocurre? Que al comunicar sus ideas de una forma tan metafórica cada uno lo arrima a su causa o lo usa a su conveniencia. Y eso pasó. Su hermana Elisabeth se había casado con Peter Förster, que era un nazi. Ambos vinieron a Paraguay a fundar colonias alemanas. Cuando este se suicida, ella vuelve a Alemania y encuentra a su hermano enfermo, al cuidado de su madre. No hubo un diagnóstico o un diagnóstico claro. Nietzsche se subsumió en su propio mundo y pasó los diez últimos años de su vida incomunicado. Ella ahí toma la obra y se la cede al partido. Pero si uno lee la obra de Nietzsche, hay referencias a los nacionalsocialistas y los consideraba abominables, de modo que hubiera estado en contra de lo que hizo su hermana. Otra prueba en contra de su supuesto nacionalsocialismo sería su mencionada condición de “apátrida”.
Para comunicar sus ideas, Nietzsche eligió una forma metafórica que hizo que cada cual pudiera interpretarlas de acuerdo con su causa; eso hicieron los nazis
Otra idea interesante al hilo de lo que mencionábamos, de una filosofía que no tiene por qué explicarse a sí mismo y que no es doctrina sino práctica, es la idea del eterno retorno. Habla de él en Así habló en Zaratustra cuando plantea la posibilidad de que un mago te ofreciera vivir eternamente. ¿Qué dirías? En realidad es un ejercicio que nos ayuda a saber si estamos eligiendo bien. Se trata de que en cada momento de la vida podamos decir: esto es lo que estoy escogiendo. Si ese momento se pudiera repetir infinitas veces por toda la eternidad, ¿lo elegirías de nuevo? Si la respuesta es sí, adelante; pero si es no, hay que revisar y cambiar, porque igual estamos viviendo una vida sin sentido.
El valor (y el precio) de ser uno mismo
Su filosofía fue individualista. Creía en el individuo, en la capacidad para empoderarse, mejorarse. Defiende la existencia de un hombre superior, pero nunca en términos de raza ni nacionalidad, y considera al ser humano –normal, digamos– un puente tendido entre el mono y el superhombre. Tampoco importa si no se consigue en una generación: tienes que desear que lo consigan los que te vienen, hijos, nietos… Basta con ser antepasado del superhombre. Pero para eso hay que ponerse en camino y empezar a practicar la búsqueda de la libertad, a perseguirla. Él es alguien muy comprometido con la libertad humana, la de poder ser uno mismo, que es la libertad filosófica por excelencia. Y advierte: el ser humano se siente arrastrado atraído por la tribu y, si te separas, te sentirás solo, juzgado o aislado; pero hay que recordarlo siempre: ningún precio es demasiado alto si es para el valor de ser uno mismo.
Nietzsche distingue entre libertad y libertinaje. No es la libertad de “hago lo que quiero”, sino la de poder decidir, la de tomar las riendas de quien soy, de quien quiero llegar a ser. En eso consiste el amor fati. Si uno conquista esa libertad, pasa a afirmar su vida, lo que uno es. Y lo hace en el acierto y en el error: nos podemos equivocar, pero no nos vamos a arrepentir.
Nietzsche aspira a la libertad filosófica por excelencia, pero advierte: el ser humano se siente arrastrado atraído por la tribu. El que se separe será juzgado, se sentirá aislado, pero ningún precio es demasiado alto para el valor de ser uno mismo
La idea de bien
Básicamente Nietzsche cree que el bien lo hacen aquellos que se sienten bien. Y echa mano de la metáfora del sol, que sale cada mañana y da luz no porque alguien se le imponga o porque espera algo de nosotros. No, el sol derrama luz sobre todos, sin fijarse y sin pararse a pensar o a calcular. Y también sucede que existen personas a las que ves y derraman energía o buena onda… Se trata de una concepción muy griega la de volcarse a la comunidad, a los otros, pero sin perder nunca de vista el cuidado de sí mismos, del cuerpo y del alma. Es lo contrario a la moral judeocristiana, y kantiana también, donde una acción es loable si implica sacrificio de la inclinación personal, tengo mérito si me sacrifiqué para ayudar a alguien. Y tampoco es utilitarista; no es a través del interés que puede generarse bienestar. Uno genera bienestar estando uno bien.
Hay un egoísmo sano, que es el de quien busca y se procura a sí mismo bienestar; en esa medida hacemos el bien. Yo no soy lo demasiado pobre como para dar limosna; el que da limosna es alguien que se pone en un lugar superior; yo doy sin fijarme.
¿Qué tienen en común Marx, Nietzsche y Freud?
Parece una adivinanza, pero no; es el punto de partida de una investigación que lleva al filosofo Paul Ricoeur a denominarlos bajo la expresión «maestros de la sospecha». Sin tener mucho que ver en principio, sí comparten haber planteado cada uno en su contexto ideas que conmocionaron el statu quo intelectual, las creencias establecidas de su época. Marx con el concepto de alienación, Nietzsche con su sentencia sobre la muerte de Dios y Freud con el inconsciente o con la sistematización de las formas y funciones del mismo, ya que otros pensadores, con Michel Onfray a a la cabeza –que lo destroza en su libro El crepúsculo de un ídolo– piensan que toda la teoría psicoanalítica o gran parte de ella está presente en los textos de Nietzsche y quizá especialmente en La genealogía de la moral, que es un libro profundamente psicológico.
Nietzsche y las mujeres
Existe una lectura machista, sobre todo a partir de frases fuera de contexto o que aparecen en las redes como la de “si vas con mujeres no olvides el látigo”, que es un tanto burda. No hay que tomarlas literalmente, no está diciendo que haya que pegar a las mujeres. Este tipo de afirmaciones no son propias de un pensador como él, de un ser humano como él. ¿Qué quiso decir? Como toda su obra está muy abierta a la interpretación, yo lanzo la mía, y es que él veía en la mujer un ser enigmático, alguien rebelde, impredecible.
Sí es cierto que ciertas afirmaciones en algunos pasajes pueden ser tildadas de machistas, pero también hay que situarlas en su momento, en el contexto histórico. Personalmente no creo que nadie pudiera concluir que Nietzsche era feminista o machista porque no veía ni a la mujer ni al hombre como superiores, solo consideraba individuos superiores a los que reunían fortaleza espiritual para librarse del dogma, de creencias tribales, de mandatos trascendentes… Y eso es válido para los dos. En lo que sí creía era en diferencias inherentes o naturales entre hombres y mujeres, algo hoy muy discutido, pero eso no quiere decir que considera a la mujer inferior.
Un hombre abraza a un caballo
Y un día Nietzsche se apaga. El “apagón” se inicia con un episodio muy llamativo en el que, paseando en Turín, Nietzsche vio a un hombre maltratando a un caballo que estaba caído. El dueño le pegaba y él se abrazó al animal, gritando para que pararan los golpes. A partir de ahí cae en delirio, se despide y se vuelca sobre sí mismo. No se sabe bien qué fue lo que le pasó. Algunas interpretaciones hablan de los efectos de una sífilis; otros datos, de un tumor cerebral, e interpretaciones más místicas apuntan a que se despidió porque no tenía nada más que decir. A ciencia cierta no se sabe. Es muy llamativo este último gesto que habla de la compasión de alguien que descreía mucho de la compasión. Nietzsche decía que se puede sufrir con otro, pero que esto no puede convertirse en un mandato porque, en este caso, uno se siente superior al otro y a él no le interesa empoderarse a través de los demás, sino de sí mismo. Por eso decía que hay que sufrir desde la distancia.
El último gesto del Nietzsche lúcido es muy llamativo: muestra la compasión de alguien que descreía de la compasión
En este episodio yo creo ver cierta influencia de su maestro Schopenhauer. Un maestro con el que luego se iba a pelear –se peleó con casi todos sus maestros, lo cual no deja de ser un buen síntoma de salud intelectual– porque se volcó al budismo y a cierta trascendencia. Pero es cierto que a los 24 años Nietzsche descubre El mundo como voluntad y representación y se transforma. Bueno, pues ese Schopenhauer, que a Nietzsche le fascina, habla de la compasión y afirma que uno puede saber lo buena persona que es otro por la manera en que trata a los animales. Y esto que ahora puede estar normalizado, dicho en aquella época era todo un síntoma. Yo creo que algo de recuerdo, de homenaje y de agradecimiento a su maestro Schopenhauer sí pudo haber en ese gesto. Nietzsche siempre se mostró agradecido a todos aquellos pensadores que lo habían afectado y conmovido y fue generoso con ellos –no olvidemos que agradecer es un acto de libertad–, por eso pienso que en ese gesto, en esa especie de despedida, sí pudo haber algo del sello que Schopenhauer había impreso en él.
Nietzsche y más Nietzsche
De toda la bibliografía extensísima que existe sobre el pensador, destacamos estos dos libros. El primero es de una contemporánea, que fue mucho más que eso; Lou Andreas Salomé fue el amor que no pudo ser y la vida que no pudo llevar. Nietzsche se enamoró de esta rusa emigrada que fue su amiga y consejera. Le pidió que se casara con él y ella lo rechazó. Más tarde se establecería en Viena, se hizo discípula de Freud, quien la admitió en su núcleo más cercano: era la única mujer del club de los miércoles. Con el tiempo se convertiría en la primera psicoanalista. La biografía que Lou Andreas Salomé escribió sobre Nietzsche está publicada por Juan Pablos editor.
Heidegger se ocupó de Nietzsche desde mediados de la década de los 30, cuando era un filósofo maduro cercano a la cincuentena. Parece como si con anterioridad no le hubiera prestado atención para dedicarse luego con toda la intensidad que requiere la cita con uno de los grandes. Eso es el trabajo de Heidegger sobre Nietzsche, un cara a cara entre pesos pesados que él denomina “confrontación”. Así lo deja claro en el prefacio de la obra, editada por Ariel, donde menciona la palabra en repetidas ocasiones: “Nietzsche, el nombre del pensador, figura como título para la cosa de su pensar. La cosa, la causa en litigio, es en sí misma una confrontación (…)”. O al final: “De dónde proviene la confrontación con la causa de Nietzsche, hacia dónde va, podrá mostrarse al lector si emprende el camino que los textos siguientes han transitado”.
* Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol). Puedes escuchar el audio completo aquí.
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