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Desde el principio se vio que aquello no era una polémica más. Incluso si tenía las connotaciones personales y el salseo suficiente como para atrapar a un público masivo no estrictamente relacionado con la literatura o la filosofía, aquello se había hecho una bola de nieve formidable que atañía a toda la sociedad. Y no lo iba a hacer durante un breve periodo de tiempos, sino durante décadas.
Había un gran conflicto político entre los factores que habían distanciado a Sartre y Camus. ¿A quién puede dejar indiferente la política? Había también «dos actitudes respecto al mundo» y una confrontación que no era solo entre dos, sino que «nos atañe a todos nosotros», como indicaba el director de L’Observateur, Roger Stéphane, en la edición del 4 de septiembre de 1952. Durante todo el mes, se sucedieron en las más diversas publicaciones los análisis, las réplicas y contrarréplicas, las tomas de partido, las burlas, los apoyos y los intentos de equidistancia que sucedieron a la sonada ruptura. Pero cuando esto último pasaba, se contaban las páginas y aquel que hubiera obtenido el mayor espacio en la revista o periódico resultaba ganador… a los puntos, en vez de por K.O.
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