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Sartre y Camus: historia de un desencuentro

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Dos filósofos fascinantes, con dos obras fascinantes y dos personalidades igualmente fascinantes protagonizan, en el corazón del siglo XX, un debate fascinante que desemboca en una pelea no menos fascinante. El hombre rebelde que escribió y encarnó Albert Camus chocó frontalmente con el revolucionario en que se convirtió Jean-Paul Sartre cuando saltó a la arena política. Pilar Gómez Rodríguez nos ofrece en este dosier el relato de aquel desencuentro, las causas, las consecuencias y la interpretación del politólogo Manuel Arias Maldonado.

Desde el principio se vio que aquello no era una polémica más. Incluso si tenía las connotaciones personales y el salseo suficiente como para atrapar a un público masivo no estrictamente relacionado con la literatura o la filosofía, aquello se había hecho una bola de nieve formidable que atañía a toda la sociedad. Y no lo iba a hacer durante un breve periodo de tiempos, sino durante décadas.

Había un gran conflicto político entre los factores que habían distanciado a Sartre y Camus. ¿A quién puede dejar indiferente la política? Había también «dos actitudes respecto al mundo» y una confrontación que no era solo entre dos, sino que «nos atañe a todos nosotros», como indicaba el director de L’Observateur, Roger Stéphane, en la edición del 4 de septiembre de 1952. Durante todo el mes, se sucedieron en las más diversas publicaciones los análisis, las réplicas y contrarréplicas, las tomas de partido, las burlas, los apoyos y los intentos de equidistancia que sucedieron a la sonada ruptura. Pero cuando esto último pasaba, se contaban las páginas y aquel que hubiera obtenido el mayor espacio en la revista o periódico resultaba ganador… a los puntos, en vez de por K.O.

Porque, a principios de los 50, Sartre y Camus (o Camus y Sartre, ya que el argelino se molestaba cuando se citaba a su oponente primero) protagonizaron el primer derbi filosófico de la historia en la que la victoria de uno suponía la derrota del otro. No cabían el empate ni las tablas ni las medias tintas. Sartre y Camus vivificaban el título del libro —O el uno o el otro— de ese otro filósofo al que ambos estimaban, Kierkegaard, y lo versionaban. O el uno o el otro, se podría llamar la representación. Pero no siempre había sido así. Pocos años atrás, Sartre y Camus habían compartido amigos, fiestas, bailes, discusiones, cotilleos y lo habían pasado en grande. Confiaban —y habían hablado de ello— en que las ideas políticas no acabarían por distanciarlos irremediablemente, pero…

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El mito de Sísifo, de Albert Camus (DeBolsillo).

El teatro los unió

Técnicamente, Sartre y Camus se conocieron en el teatro, en el estreno de la obra del primero, titulada Las moscas. Era junio de 1943 y Camus entró decidido a presentarse ante Sartre y Beauvoir. En sus memorias, escribe Beauvoir: «Un joven de tez morena entró y se presentó a sí mismo». Un joven de tez morena… Como si no conocieran bien al autor de El extranjero o El mito de Sísifo, el ensayo que había aparecido medio año antes y había sido un éxito. Éxito al que Sartre había contribuido escribiendo una elogiosa reseña. Asimismo, Camus había seguido la narrativa de Sartre. De hecho, también había escrito sobre sus obras y ahora, en París, se acercaba para conocerlo. A Sartre le pareció «una persona muy agradable», escribió Beauvoir.

A finales de ese año, Camus se estableció en París y comenzó a pasar tiempo con la pareja. La amistad parecía fraguarse. Enseguida vinieron las ideas y los proyectos compartidos: Sartre quiso que Camus —que era hombre de teatro y había dirigido una compañía en Argel— tuviera un papel en su nueva obra, A puerta cerrada. El proyecto no cuajó, pero sí la sensación, las ganas de trabajar juntos en algo compartido, ya que, a través de las mutuas lecturas, ambos se habían sentido cercanos, cómplices, complementarios.

Camus había alabado la capacidad descriptiva de Sartre en La náusea, por ejemplo a la hora de transmitir conceptos filosóficos —con el absurdo a la cabeza—. Sartre admiraba o envidiaba al novelista, al narrador nato que construía novelas perfectas. De El extranjero solo pudo decir: «No hay un solo detalle innecesario, ninguno al que no se recurra más tarde y sea empleado en el argumento».

Junto con la retahíla de elogios merecidos, justificados y hechos explícitos, ambos incluyeron también en sus respectivas recensiones líneas extrañas, desconcertantes. Por ejemplo, Camus escribe sobre Sartre y su Náusea: «Esta es la primera novela de un escritor de quien se puede esperar cualquier cosa». Sartre, por su parte, compara a Camus con Kafka, con Hemingway. Sin embargo, a la primera de cambio, en su ensayo sobre El extranjero y El mito de Sísifo, afirma que Camus «presume un poco, citando fragmentos de Jasper, Heidegger y Kierkegaard, a los que, por cierto, no siempre parece haber entendido bien». Con la filosofía y un cierto clasismo, por cierto, hemos topado. Como escribe Ronald Aronson en su magnífico estudio sobre las dos figuras publicado por la Universidad de Valencia: «El filósofo agregé de l’Ecole Normale Supérieure desdeña al filósofo, diplôme d’études supérieures de la Universidad de Argel», entre ambos, desde el principio se revela «un gran potencial para irritarse mutuamente» que no iban a desaprovechar.

Camus se presenta en el teatro decidido a conocer a Sartre. Ambos se habían leído, habían escrito reseñas positivas sobre los libros del otro. Sin embargo, desde el principio hubo en sus líneas algo desconcertante, algo extraño, que se irá incubando en sus años de amistad y explotará décadas más tarde

En lo personal…

Camus y Sartre pertenecían a medios no distintos, sino opuestos. El primero había nacido en Argelia, había conocido de cerca la pobreza y se había agarrado a la escuela, a sus maestros, como la tabla de salvación que a la postre fueron para él la educación y la cultura. No olvidó sus raíces. Tampoco las olvidó Sartre, quien creció a la contra y por oposición —por no decir con odio— al medio burgués donde nació.

Sartre y Beauvoir acogieron a Camus en la década de los 40 con los brazos abiertos, con euforia y quizá con cierto paternalismo. Enseguida se aprestaron a integrarlo en su círculo de amistades, la famille. Camus dijo que sí, que adelante, pero que corriera un poco el aire. Siempre se encargó de poner cierta distancia entre la extraña pareja y él. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para pasarlo en grande. Cuando Beauvoir recordaba aquella época —en el libro Conversaciones con Jean-Paul Sartre— hacía hincapié en lo bien que lo pasaban y en lo divertido que era Camus: «Era el único en cuya compañía disfrutábamos más y nos lo pasábamos mejor». Había fiestas, amigos, mucho jazz, bastante alcohol, «jaleíto», o como escribe Beauvoir:

«Hacíamos pantomimas, comedias, diatribas, parodias, monólogos y confesiones; el torrente de improvisación nunca se secaba, y siempre se saludaba con aplausos entusiastas. Poníamos discos y bailábamos; algunos de nosotros, como Olga, Wanda y Camus, muy bien; otros con menos gracia».

Las relaciones también fluían y en ocasiones chocaban o se enredaban. Por ejemplo, a Sartre le atraía la mencionada Wanda [Kosakiewicz, actriz de teatro], pero a ella le gustaba Camus. Porque, eso sí, Sartre y Camus podían competir en la literatura, la filosofía, la política, en el éxito entre las mujeres incluso, pero no en belleza objetiva: Albert Camus era guapo de manual. Sartre, no.

Pues bien, el affaire Wanda fue una de aquellas cosas que Sartre reconoció que habían comenzado a enturbiar su relación con el argelino. «¿En qué estaba pensando al ir detrás de Camus? ¿Qué quiere de él? ¿No soy yo mucho mejor? ¿Y más agradable?», preguntaba en una de sus cartas a Simone de Beauvoir. Esta, por cierto, también había expresado el deseo de convertirse en su amante, pero Camus la rechazó.

La Resistencia y el periodismo

El hecho de que aquel grupo de amigos lo pasara en grande no significa que París fuera una fiesta. De hecho, era un sitio peligroso. Son los años de la Francia ocupada, de la Resistencia y la lucha contra la Alemania nazi.

En el verano de 1944, ve la luz de forma clandestina el periódico Combat, con Albert Camus al frente. Su liderazgo es «natural», pues estaba bregado en cuestiones políticas. Camus había sido dos años miembro del Partido Comunista de Argel —del que unas fuentes afirman que fue expulsado y otras que lo abandonó él— y había ejercido el periodismo en Alger Républicain y Le Soir Républicain de la mano de Pascal Pia. Gracias a este, fue integrado en el movimiento de resistencia Combat y más tarde en la dirección de su órgano de prensa.

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4 Comentarios
  • Ustedes son muy comerciales, Filco, bueno sería que la filosofía y todo a lo que ella se refiera , fuera un bálsamo para el espíritu

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