El asombro, la pregunta o la interrogación frente al mundo se encuentran en el origen de la filosofía para una buena nómina de pensadores entre los que destaca Schopenhauer, que nació un 22 de febrero, el de 1788. Para él dará lugar a dos tipos de metafísica y, por supuesto, estará relacionado con el concepto que vertebra toda su obra: la voluntad.
Por Miguel Antón Moreno
«Ningún ser, salvo el hombre, se sorprende de su propia existencia», declara Arthur Schopenhauer en Sobre la necesidad metafísica del hombre, en su obra El mundo como voluntad y representación. Aristóteles, veintidós siglos antes, había dicho ya en su Metafísica que «los hombres —ahora y desde el principio— comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco, sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia». También Platón, una de las tres influencias de más peso para Schopenhauer junto con Kant y el budismo, había escogido el asombro como la primera de las disposiciones del conocimiento. En Teeteto, Sócrates dice: «Querido amigo, parece que Teodoro no se ha equivocado al juzgar tu condición natural, pues experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo. Este y no otro, efectivamente, es el origen de la filosofía». Asombro, admiración, maravilla o sorpresa son tres formas de lo mismo, aquello a lo que los griegos denominaban to thaumadsein.
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