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Dosier — Distopías

F+ El largo siglo distópico

Tras la Segunda Guerra Mundial, lo distópico entra en una nueva fase, propiciada por el uso nocivo que la maquinaria bélica le ha dado a la tecnología. Cuestiones como el aumento de la población o la preocupación por los derechos de las mujeres serán un tópico en las ficciones de este periodo.

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Lo distópico se representa a través de la silueta de un chaleco salvavavidas donde podemos leer un interrogante: "Future?". Imagen de Tomas Ryant en Pexels (licencia Canva Pro).

El siglo XX fue el siglo de la explosión de lo distópico. La guerra, la amenaza nuclear y los retos demográficos plagaron la ficción. Imagen de Tomas Ryant en Pexels (licencia Canva Pro).

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«Tú no has visto nada de Hiroshima. Nada»
de la película Hiroshima, mon amour, 1959

La Segunda Guerra Mundial supera los escenarios catastróficos proyectados, obligando a lo distópico a incluir nuevos miedos inimaginables. El uso de la tecnología para la masacre sistemática de los pueblos por intereses imperialistas adquiere una nueva dimensión, materializado tanto en los campos de concentración y exterminio nazis como en las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. Los mayores desarrollos científicos se habían empleado para el genocidio y la matanza, lo que desterró cualquier optimismo de la ficción especulativa.

El miedo al Estado totalitario que había protagonizado la anterior etapa de lo distópico se vio reforzado por el horror de los regímenes fascistas. Su dimensión se conoció tras acabar la guerra, en gran parte mediante los productos audiovisuales y literarios que constituyeron un género propio, ofreciendo versiones no siempre igual de cercanas a la realidad, como las retrotopías que plantean presentes alternativos bajo el nazismo, como El hombre en el castillo (1962), novela de Philip K. Dick.

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Distópico
El hombre en el castillo, de Philip K. Dick (booket).

Por otra parte, la burocratización de la Unión Soviética bajo el régimen autoritario de Stalin contrario a la perspectiva socialista de la revolución bolchevique continuó alimentando el miedo al totalitarismo, si bien rodeado de distintas operaciones ideológicas.

Primero, el régimen se vio mitificado por su papel contra el nazismo y quedó atrás el pacto de Stalin con Hitler. Para horadar esta legitimación se tuvo que minusvalorar su papel en la contienda, presentando a Estados Unidos como la potencia que acabó con los nazis. Además, continuó la falsa equiparación entre marxismo o revolución socialista con su deformación estalinista. Y, por último, la polarización entre el socialismo así dibujado y el capitalismo «de la libertad» se intensificó profundamente durante la Guerra Fría.

Para Estados Unidos, que había dejado claro que iba a disputar la hegemonía mundial lanzando la bomba atómica al final de la guerra, los «comunistas» pasaron de ser aliados en la guerra al principal enemigo a combatir a finales de los 40. Desde el gobierno estadounidense, pero también desde los productos culturales hegemónicos, se exacerbó el miedo al «peligro comunista» de una URSS que estaría tratando de introducir sus ideas de contrabando en los países «democráticos».

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