Parece que conocemos bien a Simone de Beauvoir, pero… ¿realmente es así? Hemos escuchado montones de historias sobre su relación con Sartre, sobre Zaza (su amiga-amor infantil) y sobre las estudiantes que se convertían en sus amantes. Por supuesto, tenemos presente la famosa cita «no se nace mujer, se llega a serlo».
Con todo, más allá de mitos y leyendas, más allá del personaje, Beauvoir continúa cayendo fuera del canon académico. Bien es cierto que ocupa un lugar preferente en las aulas de Filosofía frente a otras muchas pensadoras que ni tan siquiera parecen haber existido. A Beauvoir se la menciona, es el nombre que aparece y cubre el cupo, pero me atrevería a decir que quienes la hemos leído lo hemos hecho por voluntad propia.
La mayoría, además, la hemos leído desde la conciencia feminista, no buscando en ella a la filósofa existencialista que, en efecto, fue. Beauvoir es una suerte de madre para las feministas; incluso si hemos hecho por desmontarla, no podemos obviar su lugar en la genealogía (occidental, por supuesto).
La investigadora Clara Navarro Ruiz, atenta a su figura, defiende que en torno a Beauvoir se produce una especie de fenómeno fan análogo al que vivimos hoy con influencers y estrellitas. En su intervención en la mesa redonda titulada «El segundo sexo y su legado 75 años después», realizada el 5 de marzo de 2025 en el Círculo de Bellas Artes, sostuvo que la recepción de la filósofa nos acercaba más a su figura que a su pensamiento.
Beauvoir ha funcionado transgeneracionalmente como figura aspiracional, como una representante de un ideal del amor libre que no necesariamente experimentó (pero que sí abanderó), habilitando —con otras— esa posibilidad para las demás. Sus contemporáneas mantenían con ella relaciones parasociales: era una figura pública, sus novelas generaban polémicas que no pasaban desapercibidas.
¿Quién fue realmente Simone de Beauvoir? Más allá de la figura pública, este texto propone mirar su pensamiento sin caer en mitos manidos o en historias ya sabidas
La huella de «El segundo sexo»
No obstante, su libro El segundo sexo, publicado en 1949, se hizo mucho más famoso en Estados Unidos que en Francia. No quiere decir esto que pasase desapercibido, sino que más bien generó reticencias y recelos, sin ser reconocido como una pieza fundamental de la filosofía contemporánea. Como explica la catedrática Isabel Morant Deusa en su artículo «Lectura de El segundo sexo de Simone de Beauvoir» (publicado en la revista Descentrada):
«La publicación de El segundo sexo, en 1949, en la conocida editorial Gallimard, debía de producir un escándalo, inesperado, en la sociedad francesa del momento: intelectuales y políticxs conocidxs mostrarían entonces su resistencia a pensar las cosas de otro modo, abandonando las ideas comunes sobre el sexo y la sexualidad. El libro, sin embargo, debía de abrir una brecha en el conocimiento sobre la condición y la situación de las mujeres, que, más tarde, podría servir para la renovación de la teoría y de la práctica política del feminismo que resurgiría en los años setenta».
Autobiografía como proyecto existencial
Por este motivo, cabe recorrer brevemente su biografía, sacar a Beauvoir del lugar del icono, de la personalidad, para conocerla como quiso mostrarse a partir de sus novelas autobiográficas: compleja, contradictoria, reflexiva y con la voluntad de construirse a sí misma en el proyecto de la escritura. Podríamos interrogarnos acerca de la veracidad del relato que genera en estos textos.
¿Tiene sentido presentar la vida de la escritora a partir de sus novelas? Elijo tomar esta narración como la única posible porque, alterada en mayor o menor medida, ella le otorgó el estatus de historia de vida y es el medio a través del cual se afirmó a sí misma, se realizó existencialmente.
Dado el sistema de pensamiento de Beauvoir, aunque pueda resultar extraño, no hay alternativa: ella vivió aquello que escribió. Beauvoir nació en 1908 en París y murió en la misma ciudad en 1986. Lo que aquí presentaré son algunos elementos relevantes de tan larga historia, elegidos por su propia mirada autorreflexiva.
Beauvoir se retrató a sí misma en sus novelas. Su autobiografía se convierte así en un espacio filosófico desde el que explorar su subjetividad y su libertad
La infancia: privilegios, disciplina y rebelión
En Memorias de una joven formal, asistimos a sus primeros años de vida. Mediante el retrato de su entorno familiar, su condición de clase y su posición en ese escenario conocemos a una chiquilla curiosa y extrañamente privilegiada. Beauvoir cuenta sobre aquella etapa que:
«En casa el menor acontecimiento suscitaba vastos comentarios; escuchaban con gusto mis historias, repetían mis ocurrencias. Abuelos, tíos, tías, primos, una abundante familia me garantizaba mi importancia… mi cielo estaba estrellado una constelación de ojos benévolos. Protegida, mimada, divertida con la incesante novedad de las cosas, yo era una niña muy alegre».
Era la mayor de las hijas de un matrimonio pudiente, formado por un abogado con vocación de actor y una madre dedicada a la vida familiar. En el texto aparece reconocida y valorada, quizá excesivamente. El mundo adulto que la rodeaba estaba impresionado por la niña, era la protagonista. Aquella admiración no le pasaba desapercibida.
No obstante, explica también que, a pesar de ocupar el trono en el espacio familiar, era temperamental y extremista. Le daban perretas y pataletas y, cuenta, «desobedecía por el mero placer de no obedecer». Nora Levinton, en su ensayo Llegar a ser Simone de Beauvoir afirma que —en Memorias de una joven formal— Beauvoir explora «cómo se ha ido construyendo un poderoso super yo, cuajado de imperativos categóricos que van delimitando sus deseos a través de unas poderosas normas».
Beauvoir iba adquiriendo una conciencia del bien como un valor relativo, lleno de matices e incluso incoherencias. Reconocía su mundo como parte de ese bien, al tiempo que percibía sus límites y sus grises. Atendiendo a su narración, Levinton afirma:
«Podemos pensar que el punto de partida para la construcción de su subjetividad en cuanto a la valoración de su ‘capacidad de afectar a los demás’ fue especialmente benévolo. Que refiere cómo fueron instaurándose sus interrogantes como cuando escribe: ‘Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras, lo que me sublevaba era que una frase lanzada al descuido ‘debes hacerlo… no debes hacerlo’, arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías’. Que anticipa el futuro y sus consecuencias: ‘De pronto el porvenir existía y me transformaría en otra que podrá decir Yo, pero yo no sería ya la misma. Presentí todos los rompimientos, los renunciamientos, los abandonos y la sucesión de mis muertes‘».
Asomadas de esta manera a la infancia de Beauvoir, podemos considerar que en la filósofa se expresaba una pulsión de autodeterminación. No resulta sorprendente que de tan pequeña aflorase una escritora y pensadora existencialista. Ni tampoco debe extrañarnos que la filósofa proyectase sobre el pasado una mirada particularmente atenta a su irreverencia, a su sentido crítico y a su elocuencia precoz.
Atendiendo al entorno de la filósofa es importante mencionar el lugar que ocupaba su padre: una especie de mentor que se encargaba de formarla en sus lecturas. Él fue un referente intelectual en la infancia, a quien admiraba y reconocía como superior. Al mismo tiempo, este estableció la inteligencia de su hija mayor como característica fundamental de su personalidad, convirtiendo a Simone de Beauvoir en una más entre los hombres que, a diferencia de las mujeres, tenían capacidad para el razonamiento. Dice Levinton:
«¡Qué mejor elogio podía ofrecérsele que el que su padre la homologara con un hombre por su inteligencia, algo hipervalorado para él! Y, al mismo tiempo negara la importancia de que su cuerpo sexuado la hacía ser una mujer, ‘aún’ siendo inteligente. ¿Qué efecto produce en una niña, y más tarde jovencita, una alabanza que la vuelve invisible, más allá de su cerebro, ante su idealizado padre?».
Beauvoir experimentó a través de la educación paterna la posibilidad de enunciarse como sujeto, si bien lo hizo en términos claramente masculinos, siendo nombrada como un hombre por parte de este. Además, la autora llega a decir:
«No tenía hermano: ninguna comparación me reveló que algunas licencias me eran negadas a causa de mi sexo; sólo imputaba a mi edad las privaciones que me infligían; sentí vivamente mi infancia, nunca mi feminidad».
Por otro lado, la relación con su madre nos ofrece claves para interpretar su aspiración emancipatoria mediante la contraposición. Cuenta cómo esta se casó con su marido sin apenas conocerle, después de una primera cita concertada. Y evidencia que su madre tenía una visión anticuada sobre la mujer considerando que, en su papel de esposa, debía ser obstinada y entregada. Dice Beauvoir:
«[Ella] renunció a juzgar según su propio código: tomó el partido de fiarse de las costumbres…. Tan penetrada de sus responsabilidades como papá estaba liberado de ellas, tomó a pecho su trabajo de educadora».
Existe, al mismo tiempo, una identificación infantil con la madre, mediante la que Beauvoir concede mayor importancia a sus reprimendas o decepciones que a las de su padre. Una madre abnegada tenía la capacidad de retirar o conceder el afecto. Un padre exigente intelectualmente podía disputar el amor propio, pero su madre era la que podía retirarle el afecto relacional. Dice «cualquier reproche de mi madre, su ceño fruncido, ponía en juego mi seguridad: privada de su aprobación ya no me sentía con derecho a existir»:
« [Así] vivíamos, ella y yo, en una especie de simbiosis y sin aplicarme en imitarla, fui modelada por ella. Me inculcó el sentido del deber, así como las consignas del olvido de sí, y de austeridad… Aprendí de mi madre a pasar inadvertida, a controlar mis palabras, a censurar mis deseos, a decir y a hacer exactamente lo que debía ser dicho y hecho. No reivindicaba nada y osaba muy poco».
Sus padres fueron quienes, no obstante su condición de clase y precisamente por su condición de clase, la instaron a hacer una carrera universitaria en lugar de apresurar una boda. De este modo, ella buscó en el amor alguien que le permitiera desarrollarse personal e intelectualmente, alguien que no obstaculizara su autoafirmación.
La infancia de Beauvoir estuvo marcada por el privilegio, la exigencia y una precoz vocación intelectual. Sus primeros años explican muchas de sus tensiones vitales
Zaza: una relación fundacional
Otra figura relevantísima en su infancia es la de su amiga Elizabeth Mabille, a la que llama Zaza en su narrativa. Era su compañera de colegio, a la que admiraba por su rebeldía y su brillantez. Simone de Beauvoir se enamora de ella y es en ese momento cuando accede por primera vez al gozo del amor, de la cotidianidad y del intercambio intelectual. Dice: «Me hizo abandonar mi personaje de niña sabia, enseñándome, aunque superficialmente, la independencia y la irrespetuosidad». Como leemos en palabras de la profesora Gilda Luongo:
«[Beauvoir] confesará haberse sentido seducida completamente por esta niña, haber descubierto su valor; la nombra su ‘única relación alegre con la vida no libresca’. Constituirá su primer sostén amoroso y de dulzura, será su igual».
En Zaza, la autora encuentra el amor y la reciprocidad. No es capaz de imaginarse siendo ella misma de no haberse dejado atravesar por esta relación e, incluso, considera que se trata de un vínculo muy similar al que después mantendría con Jean-Paul Sartre. Y a pesar de todo: de la vida, las distancia —dado el matrimonio de su amiga— y el conservadurismo al que se ve sometida de parte de su familia. Beauvoir habla de la muerte de Zaza en diferentes ocasiones, evidenciando el tremendo dolor que supuso el acontecimiento. Es en Final de cuentas donde, como explica Luongo, Beauvoir afirma: «El asesinato de Zaza por su medio fue para mí una experiencia inolvidable que me trastornó».
Dice la filósofa chilena Olga Grau que es a raíz de la muerte de Zaza en 1929 (con tan solo veintiún años, y después de vivir su primer amor con Jacques en la juventud) que Simone de Beauvoir comienza a articularse exclusivamente a partir de la escritura, experimentando desinterés por el matrimonio y la maternidad. A colación, dice Grau en Simone de Beauvoir en sus desvelos que «(s)entirá por la escritura lo mismo que por Sartre: son y serán definitivos, irrenunciables, permanentemente ligados a su acción, a su actuar».
Zaza, su amiga y primer amor, fue clave en la formación emocional y filosófica de Beauvoir. Esta relación marcó una ruptura y una herida
Más allá de Sartre
Por otro lado, claro está que han corrido ríos de tinta sobre su relación con el filósofo Jean-Paul Sartre, por lo que apenas me limitaré a mencionar que, si bien es cierto que ella ha sido leída a su sombra, en muchas ocasiones, como filósofa que incorpora el sistema existencialista de su pareja a su obra, esta interpretación es injusta.
Simone de Beauvoir dialoga con Sartre, no lo asume acríticamente. Beauvoir sí consideraba a Sartre intelectualmente superior. Sin embargo, podemos decir, desde el presente, que el legado de la autora es considerablemente más influyente en términos generales, aunque no sea así desde el mundo académico, sino más bien político. Véase la oposición para optar a la cátedra de Filosofía de la Sorbona a la que ambos se presentaron en 1929. Explica Olga Grau en el libro citado:
«si bien Sartre obtuvo el número uno entre setenta y seis candidatos para la cátedra de filosofía en 1929, aventajó escasamente a Simone de Beauvoir, quien obtuvo el segundo lugar. Hubo miembros del jurado que dudaron si conceder el número uno a Sartre o a ella. Todos coincidían en que ‘ella era realmente la filósofa’, en palabras de Davy y Wahl».
Aunque su relación con Sartre ha sido muy comentada, debemos leer a Beauvoir desde su propio legado, más allá de la sombra de su pareja
Contra la academia
A lo sumo, para ir completando el relato parcial de esta particular y apasionante pensadora, no está de más mencionar que los devaneos a lo ancho del mundo académico no fueron muy de su agrado. Ella no se consideraba filósofa y tampoco tenía vocación docente. Buscaba, de algún modo, escapar de la filosofía canónica e institucionalizada en torno a universales y absolutos. Leemos en Grau que:
«La renuncia a enseñar fue una decisión definitiva que toma una vez que se la restituye en sus funciones docentes después de haber sido separada de estas durante la guerra y la ocupación alemana, a propósito de ciertos rumores respecto de sus relaciones con algunas de sus estudiantes».
De esta manera, Beauvoir vivió la filosofía a partir de la investigación autobiográfica que pudo llevar a cabo en sus novelas. Esta escritura programática no era mero exhibicionismo, sino un corpus filosófico situado más allá de un canon que se pretende objetivo. Sí, buscaba interpelar; sí, buscaba servir como referente a otras mujeres de la época, pero no desde las aulas universitarias, sino desde la intimidad del relato en primera persona.
Beauvoir rechazó los cauces académicos para pensar desde la escritura. Su obra filosófica se articula fuera del aula
Feminismo y autocrítica
Por último, si bien Beauvoir no fue una militante feminista a lo largo de su vida, sino más bien una intelectual contrahegemónica, aproximadamente veinte años después de la publicación de El segundo sexo, comenzó a implicarse en cuestiones prácticas y a preocuparse por los movimientos emancipatorios.
Es relevante señalar que en 1971 firmó el Manifiesto de las 343, declarando haber abortado. Se trataba de una declaración a favor del derecho al aborto donde 343 francesas decían, en un acto de desobediencia civil, haber abortado en contra de la ley.
Este es uno de los hitos que marca su vida política de a pie, que merece la pena mencionar porque da cuenta de la capacidad autocrítica de esta autora, quien décadas atrás criticaba los colectivos de apoyo mutuo entre mujeres, por no ver su potencialidad política.
Hay sobre la vida de Beauvoir muchas historietas. Hay, desde luego, manchas y tropezones, muchos privilegios también, pero desde luego hay valentía y una ferocidad que a muchas nos ha enseñado la importancia de la irreverencia y de la afirmación de sí.
Lola del Gallego Noval (Noreña, España, 1998) estudió Filosofía, Política y Economía y cursa Humanidades. Vive en Vallecas (Madrid), donde milita en el movimiento de vivienda. Es doctoranda en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas como parte del departamento de historia de la ciencia, Ha publicado en Pikara Magazine, es autora de Resistencias locas y resistencias queer (2023) y Caricós. D’otra Llume (2023) y coautora de Lo que el lenguaje esconde, de Libros de FILOSOFÍA&CO.
Deja un comentario