La vida de Baruch Spinoza es una de las más tristes en la historia de la filosofía. Un hombre que fue perseguido y marginado –por unos y otros–, que tuvo que dejar de lado la que era su auténtica vocación, la filosofía, para dedicarse a la labor de pulidor de lentes para poder sobrevivir. Tuvo la soledad y la enfermedad como compañeras durante buena parte de su vida, y todo ello por un único pecado: atreverse a pensar por sí mismo.
Sin embargo, la historia a veces hace justicia, y el filósofo holandés Spinoza es considerado hoy una de las grandes mentes de su generación, así como uno de los más grandes racionalistas que han existido, junto al francés René Descartes y al alemán Gottfried Leibniz. Esta es su historia.
Emigrantes constantes
Baruch Spinoza nació en Ámsterdam, Países Bajos, en 1632. Pertenecía a una familia de judíos sefardíes originarios de Espinosa de los Monteros, en la provincia española de Burgos. Los Espinosa (que era su apellido original) huyeron de España con la llegada de la Inquisición y las persecuciones a los judíos para trasladarse a Portugal. Pero no tardaron en ponerse en marcha las mismas políticas hacia los judíos en el país luso, de modo que huyeron, de nuevo, hacia los Países Bajos, más tolerantes al respecto.
Hoy se considera a Spinoza uno de los más grandes racionalistas que han existido
No fueron los únicos. Del mismo modo que los sefardíes abandonaron la península ibérica, los judíos askenazíes habían abandonado en la edad media Europa Central, donde habían sido brutalmente reprimidos. Estos askenazíes llegaron masivamente a Ámsterdam; allí, unidos con los sefardíes, terminarían por formar una importante comunidad en la ciudad. Dentro de esa comunidad el joven Baruch comienza sus estudios, principalmente centrados en las doctrinas del Talmud y la lengua hebrea, para más tarde dedicarse al comercio y la teología.
Spinoza pronto destacó no sólo por su inteligencia, sino por su curiosidad y rebeldía, y pronto empezó a leer y estudiar por su cuenta a aquellos filósofos y pensadores que estaban fuera de las enseñanzas de la comunidad. Pasaron por sus manos obras de Cicerón, de Séneca, de Lucrecio, de Hobbes, de Descartes, de Giordano Bruno… Y él mismo fue consciente de que eso podría ocasionarle problemas.
La comunidad judía de Ámsterdam estaba compuesta en su mayor parte por askenazíes, que tenían una visión mucho más ortodoxa, hermética y rígida que los sefardíes. Huelga decir que el joven Baruch no encajaba precisamente con ese código, de modo que buscó salidas. Además de los filósofos citados, entró en contacto con un grupo denominado‘colegiantes, cristianos protestantes liberales de origen neerlandés.
Por respeto a la figura de su padre, Spinoza mantuvo la mayoría de sus ideas dentro de su cabeza, pero con la muerte de su progenitor, en 1656, dio rienda suelta a las mismas… y eso marcaría un punto de inflexión en su vida. Perseguido por las autoridades judías, fue acusado de herejía, marginado y excomulgado por criticar las Sagradas Escrituras. Se prohibió a amigos y familiares visitarle, hablarle y acogerle en sus casas. Se le impidió dedicarse a la actividad comercial de su familia y sufrió un intento de asesinato por un fanático religioso. Finalmente fue expulsado de la misma ciudad.
Marginado y sin nadie a quien acudir, Spinoza se trasladó a un suburbio a las afueras de Ámsterdam y, lejos de desdecirse, continuó con su labor filosófica a jornada parcial, mientras se ganaba la vida como pulidor de lentes para instrumentos ópticos. Vivía frugalmente y en soledad, si bien contaba con el apoyo de algunos amigos, la mayoría cristianos protestantes. Uno de los más importantes y que le ayudaría económicamente fue Jan de Witt, jefe de la oposición liberal frente al gobierno de los Orange y principal adalid de la tolerancia religiosa en los Países Bajos.
Mantuvo durante aquellos años su relación con los colegiantes al tiempo que contactaba con grupos menonitas (rama pacifista y trinitaria del cristianismo anabaptista, protestante, y cuya norma establece la “libertad religiosa para todos los hombres para vivir la fe de su elección o ninguna”) y mantenía una enorme correspondencia con intelectuales del continente, al tiempo que se dedicaba a trabajar en sus primeras obras: Breve tratado de Dios, el hombre y su felicidad, y parte de La reforma del entendimiento, que algunos consideran un primer esbozo de lo que más tarde sería su Tratado teológico-político.
Las obras que le hicieron pasar a la historia
Hacia 1660, Spinoza vuelve a mudarse, en este caso a la localidad de Rijnsburg, en las cercanías de Leyden, donde escribe las dos únicas obras que publicaría en vida bajo su nombre: por un lado, Pensamientos metafísicos, y por otro, Principios de la filosofía de Descartes. Ambas serían editadas en 1663.
En vida sólo publicó con su nombre dos obras: Pensamientos metafísicos y Principios de la filosofía de Descartes
Es en esos años cuando también comienza a trabajar en la que será su gran obra, una de las que le haría pasar a la historia como uno de los grandes filósofos de todos los tiempos: Ética demostrada según el orden geométrico. Este libro, como decimos su obra más famosa y valorada, le llevaría casi 14 años de trabajo y es considerada uno de los mejores exponentes de la filosofía racionalista. Está escrita siguiendo la forma de exposición de los libros de matemáticas, con axiomas, definiciones, proposiciones con demostraciones y corolarios, acordes con la búsqueda de la exactitud y perfección del racionalismo.
Su estancia en Rijnsburg no durará más que tres años, pues pronto vuelve a hacer las maletas, trasladándose en este caso a Voorburg, en las cercanías de La Haya, ciudad esta última a donde se mudaría en 1670 y en la que residiría hasta su muerte.
Ya en La Haya publica, de forma anónima, su otra gran obra, Tratado teológico-político. Este libro cayó como una auténtica bomba, provocando enormes críticas y polémicas entre detractores y seguidores. Tanto fue así que Spinoza tomó la decisión de no volver a publicar nada en su vida, dejando ordenado que todas sus demás obras vieran la luz únicamente tras su muerte. Mucho tuvo que ver en esta decisión el asesinato de su gran protector y amigo Jan de Witt, en 1674, así como la prohibición del libro. No obstante, algunos de sus siguientes trabajos sí gozaron de cierta circulación entre amigos y admiradores.
En esos años tuvo un cierto reconocimiento como filósofo, pues se le llegó a ofrecer la cátedra de Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Fiel a su estilo, Baruch la rechaza. El motivo vino a ser el de siempre, pues aunque se le aseguró que tendría plena libertad para ejercer su trabajo, también se le solicitaba que no criticara la religión públicamente establecida. Spinoza prefirió renunciar al que podría haber sido su trabajo soñado antes que renunciar a su libertad e ideas.
No tuvo tiempo para mucho más. Minado por la tuberculosis, enfermedad que sufrió durante buena parte de su vida, moriría el 21 de febrero de 1677, a los 44 años. Se dice que un año antes recibió la visita de otro de los grandes racionalistas de su tiempo, Gottfried Leibniz, si bien este nunca reconoció tal viaje.
El legado de Spinoza
A su muerte, sus amigos decidieron cumplir el deseo que había solicitado en vida: ver publicadas sus obras cuando ya nadie pudiera atacarle y juzgarle por sus teorías. De este modo, se reunieron todos sus trabajos inéditos, así como su voluminosa correspondencia, en un mismo tomo: Obra póstuma. Tristemente, corrió la misma suerte que sus anteriores escritos: en 1690 fue introducido dentro del índice de libros prohibidos del Vaticano.
Su vida representa la coherencia, la defensa y la convicción de las propias ideas
Tras ello, el nombre de Baruch Spinoza pasó completamente inadvertido dentro del mundo de la filosofía durante más de un siglo, y no sería hasta el XIX cuando los intelectuales y pensadores alemanes recuperaran su figura, reivindicándolo como padre del pensamiento moderno. Su vida, marcada por la persecución –de su familia y religión primero, a manos de las autoridades cristianas de la península ibérica, y después de él mismo, por sus desviaciones frente al pensamiento ortodoxo de las comunidades judías en los Países Bajos– representa como pocas veces antes la coherencia, la defensa y la convicción de las propias ideas, a pesar del clima que le tocó vivir. Pese a las críticas y los castigos, Spinoza no reculó, alejándose paulatinamente de todos aquellos que querían obligarle a pensar de un modo que no compartía. Sufrió marginación y privaciones, pero se negó en todo momento a retractarse de sus palabras y de su confianza en la razón, pese a que tomó las medidas oportunas para no perder la vida por ellas.
Es, junto a René Descartes y Gottfried Leibniz, uno de los más grandes filósofos racionalistas que ha dado la historia y uno de los filósofos más influyentes. Su visión de las emociones en el mundo de la ética ha cobrado gran relieve recientemente, así como su defensa de la libertad individual y de pensamiento.
Para saber más… El pensamiento filosófico de Spinoza
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